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Libros escritos por Sai Baba

6. El llamado y la primera victoria

6. EL LLAMADO Y LA PRIMERA VICTORIA

En esa época, en la región este de Ayodhya, la ciudad real, el sabio Viswamitra llevaba a cabo rigurosas prácticas ascéticas. Un día, al tratar de realizar el rito sagrado conocido como yagna, los demonios interfirieron y lo mancharon con su maldad. Arrojaban pedazos de carne en el altar, haciéndolo impuro para aquella ceremonia védica. Ponían obstáculos de otras muchas maneras evitando una y otra vez llevar a cabo ese sagrado ritual. Y como estaba a punto de perder la razón, Viswamitra decidió ir a Ayodhya, la capital del imperio, para pedirle ayuda al mismo emperador.

Cuando se supo que llegaría el sabio, el rey envió a sus ministros para que lo condujeran al palacio con los debidos honores. Le dieron la bienvenida a la entrada de la ciudad y lo acompañaron hasta la misma puerta del palacio. Ahí los brahmines pronunciaron los himnos védicos mientras Dasarata le lavaba los pies, tal como está establecido en las Escrituras y como es costumbre al recibir a los sabios, y salpicó sobre su propia cabeza las gotas de agua así santificada. Luego llevaron a Viswamitra al interior del palacio, donde se le asignó un sitial, y los demás miembros de la corte se pararon alrededor de él. "Este es un gran día", exclamó Dasarata, y manifestó su alegría por la inesperada llegada del santo y por la oportunidad de servirlo y honrarlo.

Después, el sabio preguntó por la salud y el bienestar del soberano y de su familia, así como por la paz y prosperidad del reino. Le preguntó si su reino se distinguía en fortaleza y seguridad y si su gobierno aseguraba el progreso de sus súbditos. Dasarata le contestó que, como resultado de la gracia de Dios y de las bendiciones de santos y sabios, los ciudadanos cumplían con su deber felizmente, sin temor al fracaso, y que la administración tenía como firme propósito promover el bienestar de la gente. Dijo que su gobierno servía a sus súbditos de distintas maneras para alentar y preservar su felicidad y seguridad. Dasarata anhelaba saber la razón de la visita del sabio. Le aseguró que estaba listo:, a cumplirle su más mínimo deseo. Declaró con gran devoción que llevaría a cabo con diligencia cualquier cosa que le ordenara; sólo esperaba saber qué podía hacer por él. Viswamitra movió la cabeza en señal de aprobación.

Se volvió hacia Dasarata y le dijo: "No diré ahora ante ti que eres un gobernante sumamente recto, que honras a tus huéspedes y a los suplicantes y que eres la encarnación de la fe y la devoción; el hecho de que el imperio sea feliz bajo tu gobierno es suficiente evidencia. El bienestar de los súbditos depende del carácter de sus gobernantes. La gente tendrá paz o sufrirá ansiedad dependiendo de que sus gobernantes sean buenos o malos. Dondequiera que he preguntado, se me ha dicho que sólo en Ayodhya se puede encontrar a gente plena de amor y lealtad por su soberano y a un monarca lleno de afecto y respeto por su gente. Escucho estas buenas noticias en cada rincón de tu reino, por eso sé que tus palabras vienen directamente de tu corazón. No tengo ni la menor duda; no faltarás a tu promesa. Cumplirás la palabra que has dado".

Las palabras del sabio conmovieron profundamente a Dasarata, quien dijo: "Los grandes hombres sólo se dedican a actividades que ayudan al mundo. Así, hagan lo que hicieren, no podrán desviarse de los mandamientos de las Escrituras. Debe haber una buena razón para todo lo que se proponen; están impulsados por la voluntad Divina en cada acto que hagan. Por lo tanto, estoy deseoso, con todos los recursos de los cuales dispongo, de servirte y cumplir tu menor deseo". Dasarata prometió una y otra vez que llevaría a cabo la orden del sabio.

Esto alegró a Viswamitra. "Sí. Como dijiste, nosotros no salimos de nuestras ermitas sin tener una buena razón. He venido a ti con un propósito muy elevado, y escuchar tu entusiasta respuesta me hace doblemente dichoso. Me siento feliz porque mi esfuerzo ha visto sus frutos. Mantendrás tu palabra, ¿no es así?

Dasarata le respondió sin demora: "Maestro, tal vez deberías hacerle a otros esa pregunta, ya que Dasarata no es el tipo de persona que rompa sus promesas. Daría su vida antes de deshonrarse a sí mismo negando su palabra. ¿Qué tesoro más grande puede tener un monarca que la moralidad e integridad? Son las únicas riquezas que permanecen con él como fuentes de fortaleza cuando cumple con sus múltiples responsabilidades. Si estados se pierden, el reino se convierte en una mansión sin luz, en un enorme desierto, asediado por los caprichos y las luchas de bandos. Se despedazaría por la anarquía y el terror. Al final el rey sufriría el desastre. Estoy seguro de que mi dinastía jamás sufrirá una calamidad así. Así pues, sin la mínima duda, dime la misión que te trajo a Ayodhya y acepta la ayuda que este devoto servidor está listo a ofrecerte".

Viswamitra dijo: "No, no. Yo no dudaba de eso. Simplemente dije esas palabras para poder oír esa aseveración de tu sólida fidelidad a la verdad. Sé que los gobernantes lshvaku están intensamente comprometidos con el deber de cumplir su palabra. Bueno, necesito de ti sólo una cosa. No es riqueza ni carruajes, ni vacas ni oro, ni regimientos ni servidores. Sólo necesito a dos de tus hijos, Rama y Lakshmana, para que me acompañen... ¿Qué dices a esto?", preguntó el sabio.

Dasarata perdió el equilibrio y se tambaleó, tardando en recuperarse. Después de recobrar su compostura, se armó de valor para decir: "¡Maestro! ¿De qué te pueden servir estos hijos míos? La misión en la cual intentas incluir a los niños podría ser mejor cumplida por mí, ¿no lo crees? Dame la oportunidad; haz que mi vida valga la pena. Dime de qué se trata. Me producirá una enorme alegría".

El sabio contestó: "Mi firme creencia es que la misión que estos niños pueden cumplir, no la ha de realizar nadie más. Sólo ellos pueden llevar a cabo esta tarea; ni miles de tus servidores, n¡ siquiera tú la podrías realizar. Niños como éstos nunca antes habían nacido ni nacerán otra vez. Esta es mi convicción. Escucha: decidí llevar a cabo un ritual de sacrificio, pero tan luego como me disponía a empezarlo, se reunieron espíritus malos, demonios salidos de ninguna parte, causando su sacrílega destrucción, interrupciones y enormes percances. Quiero que estos niños eliminen a esos demonios y salven mi ritual de esos seres abominables para poderlo concluir. Ese es mi propósito, mi deseo. ¿Qué dices ahora?", preguntó Viswamitra con voz seria y resonante.

El rey respondió: "Maestro, ¿cómo van a poder llevar a cabo tan enorme tarea estos tiernos pequeños? Yo estoy aquí, deseoso y listo. Iré con todos mis carros de guerra, infantería, caballería, elefantes, y cuidaré el territorio del sacrificio y tu ermita; veré que el ritual se desarrolle sin interrupciones. Tengo alguna experiencia en la lucha contra fuerzas demoníacas ya que, como tú sabes, combatí por los dioses en contra de espíritus perversos y obtuve la victoria. Lo puedo hacer fácilmente. Haré los arreglos para acompañarte ahora mismo. Permíteme hacerlo", imploró.

Al escuchar estas palabras, el sabio dijo: "¡Oh rey! A pesar de todo lo que has dicho, no estoy de acuerdo. Te lo digo una vez más: tú no puedes cumplir esta misión. ¿No puedes entender que incluso está más allá de mí, que se me considera casi omnipotente y omnisciente? ¿Cómo entonces puedes tú llevar a cabo esta empresa y vencer? Tú consideras a estos niños como muchachos ordinarios, pero eso es un error; tú lo crees así por el afecto que les tienes por ser su padre. Sé perfectamente que ellos son el poder divino de Dios en forma humana. No dudes. Mantén tu palabra tan solemnemente dada y mándalos llamar en este momento; si no, acepta que no cumples tu palabra y me iré. Haz cualquiera de las dos cosas; ¡rápido, éste no es momento para titubeos ni para demoras!"

El rey estaba asustado por la enérgica voz del sabio. Desesperado, pidió que su preceptor se presentara en la corte. Vasishta vino y al ver a Viswamitra, se saludaron con respeto. Vasishta escuchó del rey todo lo que había sucedido. Por supuesto, Vasishta conocía muy bien la realidad Divina de los niños, así que decidió aconsejar al rey que no se preocupara más, y que con gusto entregara a los muchachos a la amorosa custodia del sabio.

Dasarata explicó que los niños no gozaban de buena salud desde hacía algunos meses y que no tenían la fuerza física para enfrentarse con los demonios en una batalla. "Desde hace tiempo nos preocupa su salud y ahora esta petición nos ha venido como pinchazo en una dolorosa llaga. Mi mente no acepta enviarlos a enfrentarse con los demonios. Cuidaré a mis niños, incluso con el riesgo de mi propia vida."

Viswamitra intervino y dijo: "¡Rey! ¿Por qué te atormentas de manera tan tonta? Deberías haber desistido de hacer promesas que no puedes cumplir. Es un acto de pecado el que un gobernante haga una promesa sin considerar los pros y contras y luego, cuando se le pide que la cumpla, se demore, se retracte o inclusive rompa su promesa. Esto desacredita en gran medida a reyes como tú. Lamentablemente, desprecio la ayuda que me ofreces. El auxilio que se ofrece, aunque pequeño, si viene de un impulso sincero del corazón, es tan bueno como devolverle la vida a alguien. Una ayuda titubeante, aunque sea enorme, es deplorable. No tengo ningún deseo de causarte pena al pedir tu ayuda. Bien; sé feliz contigo mismo y con tu pecado. Me voy". Viswamitra se puso de pie e intentó marcharse. El rey se postró a sus pies y le rogó que le diera más luz y más tiempo. Pidió que le dijera su deber y le rogó que meditara sobre la justicia de su demanda.

Ante esto, Vasishta llamó a Dasarata a su lado y le aconsejó: "Señor, estás ante una revelación cósmica. Debido a que tu corazón está afligido por tu afecto paternal, la verdad se vela ante ti. A tus hijos nada los dañará nunca. Además, no hay ninguna hazaña heroica que esté fuera de su alcance. Formidables fuerzas divinas han tomado la forma humana con el propósito de destruir a los demonios y a las fuerzas perversas. De manera que, sin más demora, manda llamar a los niños. No tomes en cuenta ahora su físico o su inteligencia. Calcula más bien la Divinidad que se está irradiando a cada minuto de sus existencias. ¡No hay ninguna fuerza que pueda resistirse a eso, recuérdalo!"

Después de algunos otros consejos, Vasishta mandó llamar a Rama y Lakshmana, quienes, tan luego como supieron que los sabios Viswamitra y Vasishta querían verlos, se apresuraron y al llegar se inclinaron con reverencia. Primero se postraron a los pies de su padre, luego a los de Vasishta, y después a los pies de Viswamitra quien, con una sonrisa en los labios, se dirigió a ellos: "Niños, ¿quieren venir conmigo?" y ellos se entusiasmaron ante el proyecto.

Al escuchar esto, Dasarata estaba más descorazonado aún;. su cara perdió todo brillo. Rama vio que su progenitor se entristecía por aquella aprobación, se le acercó y dulcemente le dijo: "Padre, ¿por qué estás triste de que me vaya con el gran sabio? ¿Hay otra mejor manera de emplear este cuerpo que ponerlo al servicio de los demás? Se nos ha dado con este propósito, para compartir con los ascetas las misiones sagradas y ser capaces de otorgarles algún alivio en las hostigaciones de que son objeto. ¿No es esto una utilización elevada? No hay nada imposible para nosotros; ¿lo hay? Destruiremos a los demonios, no importa cuán feroces sean y traeremos la paz a los sabios. Si se nos permite, estamos listos para partir en este mismo instante".

Esas palabras llenaron de valor a Dasarata, y sirvieron para calmar, por lo menos en alguna medida, su ansiedad. Sin embargo, el rey todavía se resistía; no se atrevía a aceptar. Acercó a Rama hacia sí y le habló de esta manera: °¡Hijo!, los Rakshasas no son enemigos comunes. Las informaciones dicen que entre ellos están Sunda, Upasunda, Maricha, Subahu y otros. Son muy crueles. Su aspecto es indescriptiblemente horroroso; todavía no has tenido ocasión de ver esas terribles formas. No puedo concebir el momento en que tengas que estar cara a cara con ellos. ¿Cómo podrás combatir contra aquellos tramposos, expertos en los disfraces y las transformaciones físicas? Ni siquiera has escuchado la palabra «batalla» todavía. Tampoco has visto una lucha en el campo mismo. Y de pronto eres llamado para pelear contra tremendos enemigos. ¡Sí que es cruel el destino, que mis hijos tengan que enfrentar en el mismo comienzo de sus vidas esta monstruosa prueba!"

Con estos pensamientos dando vueltas en su mente, Dasarata derramó muchas lágrimas por la angustia que había en su corazón. Lakshmana se dio cuenta de la debilidad de su progenitor y le dijo: "Padre, ¿por qué estas lágrimas? No somos niñas temerosas, el campo de batalla es nuestra legítima arena, la guerra es nuestro deber, el sostenimiento de la rectitud es nuestra responsabilidad. El servicio a los sabios y mantener los códigos de la moral son como nuestro propio aliento. Me sorprende que te pongas triste porque vamos a cumplir con tan gloriosa misión. El mundo se reirá de ti por esta muestra de debilidad. Envíanos con tu amor y tus bendiciones. Acompañaré a mi hermano y regresaremos con la victoria".

Rama vio a su padre abrumado por el afecto hacia él; se encaminó hacia el trono y le tomó la mano amorosamente diciéndole: "Padre, parece que has olvidado quién eres. Trae a tu memoria el recuerdo de quién eres, en qué familia real, inmortalizada por los antecesores, has nacido, y cuánta fama alcanzaron. Entonces no llorarás como lo estás haciendo ahora. Naciste en la dinastía lkshvaku. Hasta este día, has vivido como la encarnación misma de la rectitud. Los tres mundos te han aclamado como aquel que cumple su palabra, como el guardián y practicante de la rectitud, así como el más formidable héroe en el campo de batalla y en todas partes. Tú sabes que no hay peor pecado que negar tu palabra. Retirar tu promesa dada al sabio, empañará tu justa reputación. Tus hijos no pueden tolerar esa mala fama.

"Cuando uno no puede actuar de acuerdo con su palabra, no se puede recibir el mérito de los sacrificios, ni siquiera de los actos benéficos, como la perforación de pozos o plantar árboles. ¿Por qué esperar? Nosotros tus hijos sentimos que es una deshonra por la que tendremos que bajar la cabeza al escuchar que Dasarata no cumplió con su palabra dada. Esa es una mancha en la reputación de la dinastía misma. Tu afecto por tus hijos es ciego. No está basado en el discernimiento. Nos traerá castigo, no protección. Si en verdad sientes cariño por nosotros, deberás poner cuidado en promover nuestra fama, ¿no es así? Por supuesto que no estamos en posición de aconsejarte. Tú sabes todo esto. Tu afecto te ha arrastrado a este pantano de ignorancia, ha sido difícil para ti reconocer tu deber. Por lo que a nosotros concierne, no tenemos miedo; la novia de la victoria de seguro nos desposará. No lo dudes; bendícenos y confíanos al sabio". Así rogó Rama e, inclinando la cabeza, se postró a los pies de su padre.

Dasarata acercó a Rama hacia él y le acarició la cabeza diciendo: "Hijo, todo lo que has dicho es verdad; son valiosas gemas, no soy un tonto para negarlo. Sin embargo, avanzaré con todo mi ejército y protegeré la ceremonia de este sabio al costo de todo lo que poseo, pues mi mente no acepta la proposición de mandarte a ti, que apenas has sido entrenado en el arte de la guerra y en el manejo de las armas, a los brazos de aquellos demoníacos Rakshasas. A sabiendas, ningún padre mandaría a sus hijos a las fauces de un tigre. ¿Acaso es correcto que sean arrojados a las llamas de¡ dolor? Nosotros los recibimos a ustedes por nuestras austeridades y los cuidamos como el aliento mismo de nuestras vidas. ¿Qué se puede hacer cuando el mismo destino se pone en contra? No los culpo a ustedes ni a nadie más, es la consecuencia de los pecados que yo he cometido".

Dasarata se lamentaba así, con la mano sobre la cabeza. Rama sonrió y dijo: "Padre, ¿por qué esta debilidad? Hablas de empujarnos a la boca del tigre. ¿No te has dado cuenta todavía de que no somos cabras para ser ofrecidas? Míranos como si fuéramos cachorros de león, envíanos a esta sagrada misión con tus bendiciones. Los reyes no deben demorar las tareas sagradas". Al escuchar estos sagaces comentarios de Rama, Vasishta se levantó y exclamó: "¡Excelente! Dasarata, ¿has escuchado el rugido del león? ¿Por qué aúlla entonces el chacal? ¡Levántate! Manda llamar alas madres y pon a tus hijos en las manos de Viswamitra". Al escuchar estas palabras, Dasarata sintió que no podía hacer nada más que obedecer, y mandó llamar a las reinas.

Las soberanas aparecieron con velos sobre sus cabezas, tocaron los pies de los sabios y los de Dasarata y después fueron hacia los muchachos y acariciaron con amorosos dedos las coronas que adornaban sus cabezas. Vasishta les habló a ellas primero: "Madres: Rama y Lakshmana están listos para marchar con Viswamitra para cuidar su ritual de las intromisiones y obstrucciones de las hordas demoníacas; que los muchachos reciban su bendición antes de irse". Tan pronto como Kausalya oyó esto, sorprendida levantó la cabeza diciendo: "¡Qué escucho! ¿Estos mozalbetes son los que van a proteger el ritual de¡ gran sabio? He escuchado que los mantras con su divino poder son la mejor protección; ¿cómo podrá un simple hombre atreverse a llevar la carga de salvar ese ritual de todo daño? La responsabilidad de la ex¡tosa conclusión de la ceremonia descansa en la rectitud de¡ sacerdote oficiante".

Esto le pareció correcto a Vasishta; sin embargo, pensó que sería mejor dar un poco de luz a la situación. "¡Kausalya! ¡Madre! El ritual de Viswamitra no es un suceso ordinario. Hay muchas intromisiones que lo afectan y que están creando ansiedad." Vasishta continuaba con la explicación cuando Kausalya lo interrumpió diciendo: "En verdad he quedado sorprendida al escuchar que la ansiedad ensombrece los ~as (sacrificios) que efectúan los sabios. Yo creo que no hay ningún poder que pueda ir contra una resolución sagrada. El sabio alberga este deseo y anhela su cumplimiento para poder manifestar la luz y la paz suprema. Esta es mi conjetura: quizá él ha hecho esta petición para probar el apego de¡ rey por sus hijos. De otra manera, ¿cómo podemos creer que estos pequeños brotes de ternura pueden cuidar que no se dañe el ritual que este sabio, dotado de todos los poderes místicos y espirituales, se propone celebrar?"

Mientras Kausalya decía esto, su mano acariciaba la cabeza de Rama. Dasarata, que escuchaba lo que ella decía, de pronto se dio cuenta de la verdad y tomó una audaz decisión. Dijo: "Sí, las palabras de Kausalya dicen la verdad; esto no es sino un plan para probarme; estoy seguro. ¡Maestro!, ¿puede un hombre débil como yo enfrentar tu prueba? Soportaré lo que sea si es tu deseo". Con estas palabras, Dasarata se postró a los pies de Vasishta, quien respondió: "Maharaja, has probado ser valiente. Estos muchachos no son de una naturaleza común. Sus destrezas y capacidades son ¡limitadas. Nosotros sabemos esto, pero otros no. Esta ocasión no es sino el inicio de su marcha triunfal, es el prólogo a la historia de su victoriosa carrera. Toman el voto de Dharma Rakshana, el Guardián de la Rectitud. Pronto regresarán con la Novia de la Victoria. Por eso, sin pensarlo más, entrégalos con gusto a Viswamitra". Vasishta llamó a los niños a su lado y, poniendo su auspiciosa palma en sus cabezas, recitó algunos himnos que transmitían sus bendiciones. Los niños se postraron a los pies de las madres y recibieron sus bendiciones. Después, se levantaron listos a partir.

Dasarata notó un brillo de dicha y valor en sus rostros; reprimiendo la pena que se agitaba dentro de él, puso sus manos en los hombros de los niños y se acercó a Viswamitra, se postró a sus pies y dijo: "Estos dos, oh maestro, son tus hijos desde hoy; su salud y felicidad dependen de ti; si ordenas que los acompañen algunos guardias, con gusto haré que vayan con ustedes".

Viswamitra soltó la carcajada. "¡Oh rey, en verdad que estás enloquecido! ¿Hay alguien que pueda cuidar a los héroes que van a liberar de intromisiones el ritual sagrado? ¿Necesitan a alguien? Van a salvar el rito que nosotros no hemos podido cuidar; ¿necesitan tales héroes que alguien los proteja? Evidentemente, tu afecto te ha cegado. Rey, te los traeré cuando la misión se haya cumplido. No te preocupes. Gobierna sin injusticias ni interrupciones."

Viswamitra se levantó de su lugar; todos unieron sus palmas en reverencia al gran sabio. El fue el primero en salir de¡ recinto, seguido por los príncipes. Tan pronto como llegaron a la puerta principal de¡ palacio, la gente escuchó tambores celestiales y clarines resonando en el cielo. Una lluvia de flores cayó sobre ellos. A medida que avanzaban, música de caracoles surgía a cada paso; se escuchaban las trompetas a cada trecho de¡ camino. A los hombres, mujeres y niños de todas las edades les parecía que los muchachos eran dos cachorros trotando tras el león mayor. Nadie sabía por qué los príncipes iban descalzos y se alejaban del palacio con el celebrado sabio; así que cada uno empezó a preguntarle a su vecino cuál era la misión a la que se habían aventurado. Los ministros, cortesanos y ciudadanos los acompañaron hasta la puerta de la ciudad, ya que ésa era la orden real. Ahí se despidieron de los príncipes y regresaron.

El sabio y los muchachos continuaron su viaje. Viswamitra adelante, Rama a corta distancia de él y Lakshmana atrás. Vieron hileras de hermosos árboles a ambos lados de¡ camino; se colmaban con la maravilla de la naturaleza que se descubría ante sus ojos. Luego de haber caminado una buena distancia, entraron a una jungla. Viswamitra les ordenó que se pusieran, desde ese momento en adelante, protectores de cuero para las muñecas y para los dedos. Les pidió que tuvieran los arcos en el hombro y listos para usarlos. Así equipados, caminaron por la silenciosa y atemorizante selva, avanzando entre la maleza, sin miedo y esplendorosos como si fueran los monarcas de la región.

Pronto llegaron al río Sarayu. Era el atardecer. Viswamitra llamó a Rama y Lakshmana cerca de él y les dijo con suaves palabras: "Queridos míos, vayan al río sin demora y lleven a cabo el rito ceremonial de lavarse manos y pies. Ahora los voy a iniciar en dos fórmulas, que son las joyas de las coronas de todos los mantras. Se llaman Bala y Athi Bala (la fuerza y la gran fuerza). Las dos están cargadas de enorme poder. Les restaurará no importa cuán exhaustos estén, impedirán el cansancio no importa cuánto esfuerzo hayan realizado; estas sagradas palabras no permitirán que la enfermedad los toque, los salvarán de las fuerzas demoníacas. Cada vez que estén viajando, si ustedes se acuerdan de ellas, los mantendrán sin hambre y sin sed, les darán salud inquebrantable y derramarán dicha y entusiasmo sobre ustedes. Les fortalecerán sus músculos y sus mentes. ¡Rama!, estos dos mantras son superiores a todos los demás, son más brillantes y eficaces que todos los demás", y Viswamitra se explayó acerca de la potencia de dichos mantras. Rama no tenía necesidad de que se lo dijeran, pero escuchó con aparente sorpresa y con los ojos llenos de asombro. Lakshmana, mientras tanto, observaba a los dos, al sabio y a Rama, riéndose para sus adentros.

Este incidente es una buena lección para el mundo, pues Rama vino para restaurar la rectitud. Es una lección que Rama enseñó más que con palabras con su comportamiento. "Nadie, por muy grande que sea, puede escapar de maya, la ilusión del mundo; los pondrá de cabeza en un momento, no aflojará sus garras hasta que la víctima esté embelesada en la creencia de que es el cuerpo; no se asustará ante el nombre, la fama, la destreza o la inteligencia de la persona que busca poseer. Sólo cuando el individuo descarte el nombre y la forma, se libere de esta conciencia del cuerpo y se establezca en el Absoluto, podrá escapar del engaño que maya inflige." Esta fue la lección, porque tomen nota Viswamitra tenía estos dos poderosos mantras bajo su control, había acumulado una gran cantidad de tesoro espiritual, se había dado cuenta, de que sólo Rama tenía la fuerza requerida para destruir a las hordas demoníacas que estaban determinadas a impedir el rito ofrecido a Dios que él se había propuesto celebrar; había aconsejado a Dasarata en contra de tener demasiado afecto hacia el hijo, lo cual lo cegaba y no le permitía ver la divina majestuosidad de su descendiente; Viswamitra le había dicho que Rama era el guardián del mundo y que no había ningún acto heroico que no pudiera realizar. Y estaba listo para iniciar a esos mismos príncipes en los mantras, como si fueran niños comunes. Sin duda alguna, Viswamitra estaba confundido por maya. Había cedido al engaño de juzgar por los atributos aparentes. Por su parte, Rama sabía que la fuerza avasalladora de maya había arrastrado al sabio, pues fue él quien había obnubilado la mente de Viswamitra y había hecho que, lleno de orgullo, los iniciara en esas poderosas palabras sagradas. Rama y Lakshmana terminaron entonces sus abluciones en el río, tal como Viswamitra les había dicho. El sabio fue hacia Rama y lo inició en los dos mantras. Rama pronunció la fórmula después del maestro, y movió la cabeza como lo haría un novicio cuando le es enseñada; Lakshmana hizo lo mismo. Luego inclinaron sus cabezas aceptando ser sus "discípulos". Pronto oscureció y los hermanos adoptaron como camas el mullido césped. Después Viswamitra se sentó al lado de ellos y les relató cuentos antiguos. Pronto los muchachos parecieron haberse dormido como resultado de andar a pie tan largas distancias. Viswamitra dejó de contar su historia y se perdió en pensamientos acerca de su propio destino.

La luz del día resplandeció en la Tierra. Pájaros multicolores volaban de rama en rama del árbol bajo el cual los dos hermanos dormían; cantaban dulcemente, como si tuvieran la intención de sacarlos del sueño, ¡pero no podían! Así que Viswamitra despertó a Rama: "Levántate; ya ha amanecido". Rama abrió los ojos y despertó a Lakshmana, que estaba a su lado, y ambos se postraron a los pies del maestro. Hicieron sus abluciones matutinas en el río Sarayu; con las palmas de sus manos tomaron el agua sagrada y la dejaron caer nuevamente, pronunciando himnos alabando a la diosa del río, en el cual se bañaron y realizaron el rito Sandhya, incluyendo la recitación del mantra Gayatri. Pronto estuvieron listos para continuar el viaje y se pararon ante el sabio juntando las palmas de sus manos. Viswamitra les dijo: "Queridos míos, ya podemos irnos a nuestra ermita, ¿no es así?", a lo que Rama contestó: "Esperamos tus órdenes". Empezaron a caminar antecedidos por el sabio. Pronto llegaron a la confluencia de los ríos Sarayu y Ganga. Los hermanos se postraron ante el sacro río y pasearon sus ojos por todos los alrededores del lugar sagrado. Vieron una ermita, con celestiales vibraciones emanando hacia todo el derredor. Los sorprendió la antigüedad de aquel lugar y el hecho de que estaba lleno de venerables recuerdos. Lakshmana le preguntó al sabio: "Maestro, ¿quién vive en esa santa ermita? ¿Cuál es el nombre del gran personaje que la habita?" El sabio sonrió ante la pregunta y respondió: "Queridos míos, hace muchos años el Señor Shiva vino aquí con sus seguidores para realizar austeridades antes de su boda con Parvati. Cuando estaba' cumpliendo sus deberes divinos desde aquí, Manmata (el dios del amor) obstruyó sus prácticas espirituales y causó que la ira brotara del corazón divino. Abrió su tercer ojo, el cual arrojó tales llamas que Manmata se convirtió en cenizas. Su cuerpo fue destruido y por eso se le conoce como Ananga, "El sin miembros" (la palabra para miembros es anga). Debido a que Manmata perdió sus miembros aquí, a esta parte del país se le conoce como Anga. Es ' ta es una zona muy rica. Esta ermita fue empleada por Shiva y desde ese entonces generaciones de sus devotos también la han visitado, y se han fundido con El como fruto de su duro ascetismo. Esta ermita sólo acepta como residentes a estrictos seguidores del dharma. Si así lo desean, pasaremos aquí la noche y continuaremos después de habernos bañado en el Ganga". Rama y Lakshmana no pudieron disimular su gusto cuando Viswamitra hizo la proposición; dijeron: "Nos haces muy felices". Y se bañaron en el sagrado río Ganga. Mientras tanto, las noticias de que Viswamitra estaba por ahí y que venía con los heroicos hijos del emperador se esparcieron, y muchas personas se apresuraron a darles la bienvenida y a recibirlos en sus propias ermitas.

Esa noche, el sabio y los príncipes se quedaron en la ermita de Shiva, alimentándose con frutas y raíces. Observaron con interés las actividades del lugar. Los príncipes escucharon las historias narradas por Viswamitra; el tiempo corría en aquel océano de bienaventuranza. Tan pronto como amaneció, hicieron sus abluciones y amorosamente se despidieron de los ermitaños para proseguir su camino. Los muchachos seguían al gurú. Tenían que cruzar el río Ganga, y unas personas de la región los ayudaron a llegar al otro lado del río. Luego de cruzarlo, aquella gente se despidió y se postró a los pies de Viswam¡tra, quien se sintió gratificado por este acto de hospitalidad; apreciaba en ellos la profundidad de su devoción y su sentido de entrega, y les permitió partir, llenándolos de bendiciones.

Un poco más adelante, un ruido sordo como de una corriente subterránea arrastrándose sobre la tierra, llegó a sus oídos; vieron embravecerse las aguas del río, levantándose largas cadenas de espuma sobre las olas. Rama le preguntó al sabio: "Maestro, ¿por qué de pronto la enfurecida corriente ha llenado la cuenca y cómo puede embravecerse y levantarse tan alto?"

El sabio respondió: "¡Rama! Toda la furia del río Sarayu cae sobre el calmado y tranquilo Ganges en este lugar, por eso el retumbar". El sabio pronunció estas palabras con tranquilidad, pues era una escena familiar para él. "Rama, en tiempos pasados Brahma así lo deseó y un gran lago se formó cerca del Monte Kailasa. Se conoce como Manasa Sarovar (manasa significa mente, y sarovar, lago). Los dioses lo nombraron así. Cuando la nieve se derrite, el lago crece hasta colmarse y el torrente que sale del Sarovar se convierte en el río Sarayu, que corre a un lado de Ayodhya, hasta el Ganga. El Sarayu es un río sagrado porque las aguas surgen de un lago que fue originado por la voluntad de Brahma." Durante su viaje, siguieron escuchando las emocionantes historias que tenía cada río y cada rincón del camino.

Enseguida entraron a una selva espesa y oscura. Tuvieron una sensación de terror. Rama le dijo al maestro: "No hay ninguna señal de que el hombre haya entrado a esta jungla..." Y antes de que pudiera recibir una respuesta, una serie de pavorosos rugidos que salían de las furiosas fauces de una manada de animales salvajes, tigres, leones, leopardos y otras fieras menores, capturaron su atención. ¡Parecía como si la Tierra estuviera rompiéndose en dos! Vieron asimismo a animales salvajes atacándose, mientras otros corrían hacia los matorrales, alejándose de la violenta escena de muerte. La jungla era el lugar de frondosos árboles que crecían hasta llegar al cielo esparciendo su sombra sobre la tierra: el baniano, el cedro deodara, el pino y el higo sagrado.

No había ningún camino por donde se pudiera poner el pie, tenían que ir abriendo brecha para poder proseguir. Lakshmana no pudo contener su curiosidad y le preguntó a Viswamitra: "Maestro, ¿quién gobierna este terrible lugar? ¿Cómo se llama?" El sabio respondió: "Lakshmana, donde ha crecido esta jungla, antes eran dos pequeños reinos, Malada y Karusa. Brillaban como la región donde habitan los dioses, de hecho la gente decía que este lugar había sido especialmente creado y cuidado por los dioses. Cuentan esta historia acerca del lugar: Cuando el dios Indra mató a Vritra, sufrió la contaminación del pecado y, como consecuencia, fue abatido por el insaciable dolor que provoca el hambre. En esas condiciones, Indra fue traído por los sabios a esta región, y lo bañaron en el sagrado Ganges. Después de la inmersión, vertieron sobre su cabeza varios recipientes de agua, al tiempo que pronunciaban himnos sagrados y mantras. Con eso, el pecado (de haber matado a una persona de casta elevada) fue lavado.

“Brahma estaba feliz de que tanto la contaminación (mala) como el lamento (krosa) por el dolor del hambre hubiesen terminado. Por eso llamó Malada y Karosa a estos reinos, los cuales también tuvieron mucha fama por sus bendiciones. Los dioses querían que las dos regiones resplandecieran por sus cosechas y riquezas, y que sus habitantes gozaran de abundancia y prosperidad. Pero una cruel ogresa llamada Thataki apareció y empezó a arruinar esta rica y pacífica región. Ella podía transformarse en lo que quisiera. Se cuenta que al momento de nacer, ella fue dotada con la fuerza de mil elefantes. Después tuvo un hijo llamado Maricha, que tenía la fuerza y el arrojo de Indra mismo. Juntos, madre e hijo, causaron gran desastre. La jungla en la que estos malvados ogros aún viven está a quince kilómetros de aquí. Esos monstruos redujeron aquellos ricos valles a este fiero y temible lugar, ya que los campesinos de estas fértiles tierras huyeron aterrorizados. Así fue como la selva empezó a crecer. Los valles, que habían sido densamente poblados, al igual que las aldeas, quedaron abandonados y ruinosos, sin dejar huella de que algún ser humano los hubiera habitado. A Thataki no podían capturarla ni destruirla, ya que lograba escapar ante cualquier intento de agresión. Nadie ha sido capaz todavía de poner fin a sus depredaciones. No puedo pensar en nadie más salvo en ustedes; sí, mi más profunda intuición así me lo indica; nadie excepto ustedes puede destruir a ese monstruo que posee tan avasalladora fuerza. Esos dos, madre e hijo, guían a los demonios, impidiendo los rituales y demás ceremonias sagradas de los eremitas".

Las palabras de Viswamitra exaltaron a Rama. No podía contener la ira que sentía. Con gran humildad y reverencia dijo: "¡Oh, grande entre los ascetas!, he oído que los demonios no son tan poderosos. Además, Thataki es mujer y, por lo tanto, más débil; ¿cómo puede entonces aterrorizar a una población entera? ¿De dónde sacó todo ese poder? ¿Cómo pudo haber reducido esta región a ruinas habiendo recibido tales bendiciones de Brahma y los dioses? Esto en verdad es incomprensible. Es algo que va más allá de los límites de lo que se puede creer". Viswamitra respondió: "¡Rama!, te explicaré; escucha: en el pasado había un yaksha llamado Suketo. Tan rico en virtudes era como en valentía, pero no tenía ningún hijo que lo sucediera; por ello hizo un retiro y llevó a cabo rigurosas austeridades para propiciar a los dioses y poder recibir sus bendiciones. Por último, Brahma fue complacido por su austeridad y apareció ante él; lo bendijo diciéndole que tendría una hija con extraordinaria fuerza, inteligencia y destreza. Suketo estaba atónito ante esa gracia; no obstante, sería una mujer y no un varón, como él deseaba.

"Suketo regresó y, tal como se le había anticipado, tuvo descendencia, una niña que creció rápido y era fuerte. Aunque mujer, por la gracia de Brahma tenía la fuerza de mil elefantes y se movía por todas partes sin considerar límites ni ley, ¡como si fuera dueña de todo lo que veía! Era una niña encantadora, así que Suketo buscó por doquier un novio igualmente encantador. Finalmente lo encontró; su nombre era Sunda, y Suketo se la dio en matrimonio. Tres años después Thataki dio a luz un hijo: Maricha, de quien ya te hablé. Madre e hijo se han vuelto invencibles en combate. Sunda empezó con sus crueles aventuras y se atrevió a arruinar los rituales de los sabios, provocando con esto la ira del gran Agastya, quien lanzó una maldición sobre ese villano, con la cual lo mató y salvó a los sabios de seguir sufriendo. En venganza, Thataki y su hijo se lanzaron contra la ermita de Agastya, pero como éste ya había sido prevenido del ataque, los maldijo para que se convirtieran en ogros. Esto los encolerizó más aún, y profiriendo insultos avanzaron ferozmente con ojos enrojecidos contra Agastya, quien maldijo a Thataki para que perdiera su encanto y se volviera espantosa. También aseveró que se convertirían en caníbales, pero ella no se intimidó por esa maldición y continuó atacando con renovada ferocidad. Sin embargo, Agastya escapó a un lugar seguro. Encolerizada por ese contratiempo, Thataki descargó su ira en esta región (Malada y Karosa) destruyendo sembradíos y jardines, que más tarde se convertirían en una enorme jungla".

Cuando Viswamitra terminó de relatar esta historia, Rama le dijo: "Maestro, ella nació a consecuencia de un don de Brahma, y como correspondencia a las austeridades, ella tenía gran fuerza y habilidad, pero no las usó bien y con eso provocó ira y maldiciones. El pecado de matar a una mujer, como lo señalan las Escrituras, es algo atroz, ¿no es así? Esa misma razón le debe de haber bastado a Agastya cuando la castigó. O si no, ¿por qué el gran sabio, que había causado la muerte del esposo, no mató a la esposa también? He oído que los guerreros no deben matar a las mujeres. Dime, ¿qué debo hacer? Estoy preparado para obedecerte".

Viswamitra estaba feliz de que Rama tuviera tales escrúpulos dictados por el dharma. "No ignoro el hecho de que matar a una mujer es un pecado atroz. Sin embargo, proteger a los que progresan espiritualmente, como brahmines y hombres virtuosos, así como a las vacas, también es muy importante. El dharma está entrelazado con estos tres. No hay pecado cuando se actúa para promover el dharma y eliminar el adharma (injusticia). ¿No conoces el adagio? «Dharma rakshati rakshita»: «El dharma salva a aquellos que lo han salvado». Eso no es violencia que se emplee para el autoengrandecimiento. Cuando se utiliza la fuerza para preservar la paz y la prosperidad del mundo, te aseguro que no acarrea ninguna mala reacción. Más aún, la creación, la preservación y la destrucción son expresiones de la ley divina; suceden de acuerdo con la voluntad de Dios. No están sujetas a los caprichos del hombre. Ustedes son manifestaciones divinas, tienen la autoridad y el deber. Ninguna basura puede adherirse al fuego, asimismo, ningún pecado puede contaminar a la Divinidad. La voluntad que crea, la obligación que protege, también cumple con el deber de castigar. La pena que se merecen los pecados de esa madre y su hijo no se puede evitar, se debe considerar que es una fortuna que Thataki termine hoy su vida en tus manos, antes de que añada otro pecado a los muchos que ya tiene, y por los cuales tendrá que sufrir tanto. Estarás sirviendo al mejor interés y al bienestar de la nación, no se trata de un equívoco ni de un pecado. Si ahora albergas sentimientos de compasión, causarás daño ¡limitado al mundo, se estará promoviendo la derrota de la rectitud; ayudarás a Thataki para que cometa más pecados. ¿Por qué he de seguir dándote argumentos al respecto? Lo he visto todo a través de mi visión espiritual; tú has encarnado en forma humana para destruir a la raza de los Rakshasas. Esa es tu misión, tu tarea. Debes cumplirla el día de hoy y durante toda tu vida. Guardián de la rectitud, destructor de la gente con tendencias perversas, son éstos los propósitos que te han persuadido para que nacieras. Yo lo sé, ésa es la razón por la cual me he apresurado a pedirte ayuda; si no fuera así, ¿por qué habría de buscar tu apoyo y tu servicio? Los ermitaños y aquellos que realizan austeridades en los retiros en el bosque, suplican la ayuda de los gobernantes de la nación, por el bien no sólo de ellos mismos, sino de todo el mundo. Se desapegan de todo y se sostienen comiendo únicamente raíces y frutas recolectadas por ellos; después de algunos meses o años bajo ese régimen, hacen que su vida sea aún más difícil para que puedan perder la conciencia del cuerpo y lleguen a fundirse en la luz; ¿por qué tendría que preocuparse esa gente por lo que pasa en el mundo? Pero los sabios, los realizados, aparte de salvarse a sí mismos por la Iluminación de la revelación, se esfuerzan en decirles a otros el camino por el que han pasado y la gloria de la meta que han alcanzado, para persuadirlos a practicar las disciplinas que los prepararán para recibir la Verdad. Si los sabios sólo se preocuparan por ellos mismos y su liberación, ¿qué le sucedería al mundo? La gente caería más en la maldad, eso es todo. La rectitud desaparecería. Los,ermitaños mantienen relación con el mundo por esta razón y no para conseguir algo. Viven como el loto en el agua. Pueden estar aparentemente enredados en el mundo, pero no tienen ningún apego por lo terrenal; no permiten que el mundo los domine. Su meta sólo es una: el progreso y el bienestar del mundo. Unicamente se preocupan en fomentar la rectitud. Ellos sólo dependen de Dios."

Cuando Viswamitra dijo esas palabras, Rama respondió como un novicio, como si no supiera ya todo lo que había escuchado: "El mundo no comprende que las palabras de los ermitaños y de los sabios están llenas de significado. Yo sólo te pregunté acerca de la moralidad de este hecho para que pudiéramos saber cómo realizar un acto de justicia. No veas ninguna otra intención en mi pregunta. Mi padre Dasarata me dijo que obedeciera a Viswamitra, el sabio, y que hiciera lo que me ordenara. Deseo acatar lo que dice mi padre. Tú eres un gran sabio, tú has practicado rigurosas austeridades. Si alguien como tú dice que a Thataki se le puede matar sin incurrir en pecado y que ese acto es justo y moral, sé que no estoy haciendo mal. Estoy listo a cumplir con el deber que tú me impongas para restablecer la rectitud y para promover el bienestar de la gente". Y al decir esto, sostenía el arco y probaba la tensión de la cuerda, con lo que producía un sonido con una vibración que retumbaba en las diez direcciones. Toda la jungla despertó. Los animales salvajes huyeron rápidamente. Thataki se sobresaltó al escuchar ese ruido tan espeluznante, y se encendió de ira. Rápidamente se dirigió al lugar de donde provenía el sonido. Rama vio al monstruo moverse hacia él como una montaña que se tambalea o como un enorme elefante listo para atacar. Sonrió y le dijo a Lakshmana: "¡Hermano, mira esa masa de fealdad! ¿Puede un hombre común sobrevivir ante la vista de una persona tan diabólica? Su apariencia es horrible. ¿Qué podremos decir de su fuerza? Pero es una mujer, y mi mente no coopera conmigo cuando me decido a matarla. Creo que ese monstruo morirá si le corto las piernas y los brazos. Quizá eso sea suficiente para destruirla".

Thataki se aproximaba a Rama con enormes brazos para atraparlo y devorarlo y llevárselo a las fauces como quien come un pedazo de pastel. Rugía ferozmente infundiendo terror. Con los ojos cerrados, Viswamitra estaba rezando para que los hermanos no sufrieran daño en este combate. Thataki cada vez se acercaba más a Rama; sin embargo, ante él sentía un extraño presentimiento; una o dos veces intentó acercarse a Rama pero tuvo que retirarse rápidamente. Estaba furiosa y el polvo que levantó oscureció todo el cielo e hizo el aire sofocante. Rama, Lakshmana y Viswamitra permanecieron en silencio y quietos durante un momento. Pero como Thataki era una experta en el arte del engaño y la destrucción, creó una intensa lluvia de piedras. Rama se dio cuenta entonces de que no podían permitirle seguir viviendo, que no podía ser perdonada sólo por el hecho de ser mujer. Así que levantó su arco y disparó una flecha al cuerpo de la invisible Thataki, pero sabiendo con exactitud su localización. Ella se acercaba con rapidez. Sus dos brazos fueron cortados por las flechas de Rama. Cayó gritando en agonía y dolor. Lakshmana cortó sus miembros uno por uno, pero Thataki podía adoptar cualquier forma a su antojo; abandonaba una forma y asumía otra rápidamente y aparecía renovada y con más furia que antes. Fingía estar muerta pero pronto se levantaba. Adoptó una serie de formas al mismo tiempo y empezó de nuevo con su estratagema de la lluvia de rocas. Exhibió todos sus malvados trucos uno por uno. Por más que tuvieron cuidado, Rama y Lakshmana sufrieron algunas heridas. Viendo eso, Viswamitra se dio cuenta de que no debía haber más demora, que tenían que matarla inmediatamente. Exclamó: "¡Rama, no dudes! Este no es momento para considerar que es mujer y darle concesiones. No dará resultado quitarle sólo los miembros. En tanto tengan vida, estos Rakshasas pueden adoptar cualquier forma. ¡Mátenla!, pues cuando llegue la tarde su poder aumentará. Después de la puesta del sol, es imposible combatir a los Rakshasas. Debe ser destruida antes de ese momento". Luego, Viswamitra pronunció algunos mantras sagrados de protección.

Rama puso su pensamiento en el poder de sus vertiginosas flechas, las cuales lanzó en dirección de donde emanaba el ruido de la ogresa; así supo dónde estaba Thataki y disparó su saeta con el propósito de enredar sus miembros e impedirle el menor movimiento. Thataki dio un feroz alarido y sacó su lengua para aplastarlos con ella; Rama no esperó más y disparó una saeta fatal que le dio exactamente en el pecho, haciendo que cayera herida de muerte.

Se hizo un hoyo en el lugar donde cayó. Los árboles fueron arrancados de la tierra cuando aquella gigantesca masa rodaba en agonía. Su último estertor fue tan horrible y penetrante, que las fieras huyeron despavoridas, corriendo sin orden ni concierto. Cuando la terrible ogresa murió, Viswamitra llamó a Rama y acarició su pelo amorosamente, diciéndole: "Hijo, ¿tuviste miedo?

No, no, ¿cómo va a temer el salvador de todos los mundos? Esta hazaña es la primera piedra de los cimientos que darán estabilidad a la mansión. Ven, estás cansado. El sol también se ha puesto. Haz la adoración vespertina y descansa. Vengan conmigo". Los llevó al río y después les dijo: "Hijos, aquí pasaremos la noche, al amanecer continuaremos hacia nuestra ermita". Luego escucharon las historias que Viswamitra les contó, y el maestro también les reveló sus propias facultades y su latente majestuosidad.

Al amanecer, el sabio hizo sus abluciones y se acercó a los hermanos que aún dormían. Con una sonrisa benevolente le dijo con suaves palabras: "Rama, me siento orgulloso de tu valor. Cuando estabas venciendo a la ogresa comprendí que eres el Absoluto. En verdad soy muy afortunado". Viswamitra derramó lágrimas de alegría. Tomó sus místicas armas y todos los mantras que les daban forma y sustancia y, en un acto de dedicación, se los entregó a Rama. "No tengo ninguna autoridad para empuñar estas armas, ¿de qué me pueden servir aunque las tenga? Tú eres el maestro y quien esgrime todas las armas, las cuales también se sentirán felices de estar contigo porque pueden cumplir con su destino si tú las manejas. Recapacita en esto. Desde este momento todas las armas que yo haya utilizado, serán tus instrumentos, disponibles en la misión para la cual has venido", le dijo, rociando agua sagrada y pronunciando los mantras apropiados, indicando así la irrevocable entrega.

Le puso en las manos la Dandachakra, la Dharmachakra, la Kalachakra, la Indrastra, la Vajrastra, la Trisula inspirada por Shiva , la Brahmasirastra, la Aishkastra, y la más poderosa y destructiva de todas: la Brahmastra. Luego se sentó en silencio por un rato con los ojos cerrados; después, se levantó diciendo: "¿Y qué tengo que hacer yo con lo que ha quedado?" Y le dio a Rama otros dos poderosos mazos, el Modak y el Sikar. Dijo: "Cuando lleguemos a la ermita te daré otras armas: el Agni Astra, la Krauncha, la Narayana, la Vayu, todos ellos misiles, y otras. jo, todas estas armas están a tu entera disposición, son aso brosamente poderosas", y le murmuró en el oído la fórmula con I cual podía materializarlas, activarlas y dirigirlas hacia el blan con incalculable poder. Le pidió que recitara la fórmula bajo su s pervisión. En poco tiempo, Rama pudo visualizar a las deidad que presidían sobre cada una de las armas divinas y recibió h menaje de ellas. Cada deidad se presentaba ante Rama y se po traba ante él, cada una decía: "Rama, soy tu sirviente a partir d este momento. Prometo que cumpliré tus órdenes". Luego desa. parecieron, esperando sus requerimientos.

Rama estaba feliz; tocó los pies del sabio diciendo: "Maestr tu corazón es el tesoro de la renunciación. Tú eres, me doy cue ta, la encarnación divina del desapego y de la conquista de lo sentidos. Porque, ¿de qué otra manera podría alguien renunci y regalar tal colección de armas tan poderosas y ganadas tan a . duamente? Maestro, por favor, deléitame aconsejándome la ma nera en que puedo retirar las armas después de que hayan cum plido el trabajo ordenado. Me has enseñado la fórmula para ha' cerlas funcionar, ahora deseo saber cómo puedo recuperarlas Viswamitra se sintió gozoso; dijo que fuerzas y armas como Sathyakirti, Drishta, Rabhasa, Pitrisomasa, Krisana, Virasya, Yo u ganda, Vidhuta, Karaviraka, Jrimbhaka, eran recuperables a v ¡untad por el arquero que las disparaba, al pronunciar cierto mantras. Entonces lo inició en dichas fórmulas también, y conforme las iba pronunciando, las deidades que así fueron propicia., das, aparecieron y se postraron ante su nuevo amo. Rama les di jo que debían estar listas cuando las llamara, pero que por el momento podían descansar.

Viswamitra propuso entonces continuar el viaje y los tres se pusieron en marcha. Después de una corta distancia entraron a una región de elevadas montañas; sus ojos se posaron en un encantador jardín cuya fragancia les daba la bienvenida y refresca , ba sus cuerpos y mentes. Los hermanos sintieron curiosidad por saber quién era el dueño de ese maravilloso lugar y le pidieron al sabio que les dijera. "Hijos, ésta es la región sagrada que los dioses eligen cuando vienen a la Tierra a practicar austeridades para realizar sus deseos. El gran Kasyapa hizo su penitencia aquí y logró su propósito. El lugar confiere victoria a todos los esfuerzos sagrados. Por eso se le conoce como la Morada de los Logros Yo mismo he fijado mi residencia aquí con la intención de cultivar mi dedicación y entrega a la Divinidad. Esta ermita es el blanco del ataque de los demonios que interfieren y ensucian cualquier rito sagrado que se haga. Tienen que destruirlos cuando intenten sus nefastos ataques." Y diciendo esto, Viswamitra entró a ese refugio de paz. Puso su brazo cariñosamente en el hombro de Rama y dijo: "Esta ermita es de ustedes a partir de hoy, como lo fue mía hasta ahora". El venerable sabio derramó lágrimas de gratitud mientras pronunciaba estas palabras. Cuando se acercaban al santuario, los devotos se apresuraron a lavar los pies del maestro y a ofrecer agua para abluciones a Rama y Lakshmana.

Esparcieron flores por todo el camino hacia la ermita y los guiaron hasta la puerta. Les dieron frutas y bebidas dulces y frescas. Les ofrecieron a Rama y Lakshmana que descansaran en una cabaña que habían preparado para ellos. Los viajeros aceptaron la hospitalidad y después del descanso se lavaron pies y rostro y fueron ante Viswamitra para recibir sus indicaciones. Con sus manos unidas en señal de reverencia, le dijeron: "Maestro, el sacrificio que has deseado llevar a cabo, ¿podría realizarse mañana?" Viswamitra se sintió feliz ante esta petición y respondió: "¡Sí, todo está listo! En esta ermita es así. No hay necesidad de esperar a que los preparativos se hayan realizado. Siempre estamos listos. Haré el voto prescripto al amanecer".

Las noticias se esparcieron y cada uno llevó a cabo su tarea para reunir todo lo necesario en la realización de la ceremonia. Amaneció. Viswamitra hizo el voto de iniciación y el yajna (sacrificio) empezó. Skanda y Visakha hacían guardia a los dioses, y los dos hermanos, Rama y Lakshmana, estaban preparados para salir al encuentro de cualquiera que intentara interferir con la debida secuencia del ritual. Como era impropio hablar, pues Viswamitra estaba inmerso en la ceremonia, Rama gesticuló a otros participantes para saber cuándo se podía esperar a la horda de demonios y en qué dirección, pero no pudieron decir cuándo ni dónde, ya que los demonios no aparecen en un momento en particular, pueden caer sobre la ermita en cualquier momento. ¿Quién puede predecir el instante de su embestida? Los ascetas hablaron con Rama acerca de los demonios; cada uno, de acuerdo con su apreciación, habló del carácter y hábitos de aquéllos.

Rama estaba satisfecho por la cooperación de los ascetas, y decidió que lo más prudente era permanecer vigilantes y preparados para combatir a las fuerzas demoníacas que pretendían frustrar la ceremonia sagrada de los ermitaños. Puso sobre aviso a su hermano. Vigilaban los cuatro rincones cuidadosamente y prestaban atención al menor sonido sospechoso. Reconociendo su valentía y seriedad, los ascetas experimentaban enorme dicha y se maravillaban porque, a pesar de que los príncipes estaban en una edad muy tierna, tenían una hermosa complexión; apenas habían cruzado el umbral de la traviesa niñez.

Durante cinco días con sus noches, los hermanos vigilaron ininterrumpidamente el fuego sacrificial y la ermita sin siquiera pestañear ni tener un momento de descanso. El sexto día comenzó con la misma rutina. Viswamitra estaba concentrado en el ritual, inmerso en la exactitud de cada paso de la ceremonia. Los sacerdotes oficiantes y los demás participantes estaban imbuidos en la oblación y en la recitación de los himnos sagrados. De pronto fueron aturdidos por un terrible estruendo que provenía del cielo, ¡como si el firmamento mismo explotara! Por todos lados se incendiaba la plataforma sacrificial, arrasando la hierba kusa, platos y copas, los recipientes sagrados que contenían objetos rituales, la leña que debía ser ofrecida al sagrado fuego, las flores, el kumkum y otras muchas cosas auspiciosas que habían sido reunidas para la adoración de los dioses. Las llamas brotaban de todas partes.

El cielo se cubrió de oscuras y atemorizantes nubes; el día luminoso se tornó como la boca de un lobo. Misteriosos vapores humeantes envolvieron rápidamente el lugar donde se llevaba a cabo el ritual. De la siniestra nube empezó a llover sangre, y cuando las gotas caían eran bienvenidas por las lenguas de fuego que se elevaban para recibirlas. Rama y Lakshmana trataban de localizar a los demonios entre aquella espectral batahola de odio. Rama, por su divina visión, sabía dónde estaban los jefes de ellos, Maricha y Subahu, y lanzó su saeta Manasa en esa dirección. La flecha dio en el corazón de Maricha y así puso fin a cualquier otra fechoría de su parte. Después disparó el Agni Astra, el arma de fuego, la cual se alojó en el corazón de Subahu. Rama comprendió que si los cuerpos caían en la región sagrada, la ermita se contaminaría, así que para evitar ese sucio contacto, las flechas de Rama arrojaron los cuerpos a cientos de kilómetros en el océano. Maricha y Subahu chillaban y lanzaban gemidos en insoportable agonía y se debatían desesperadamente entre las olas; pero no morían. Los otros líderes de la horda huyeron más allá del horizonte para salvar sus vidas. Lakshmana dijo que no era aconsejable permitir que ningún demonio sobreviviera, no importaba cuán cobarde pareciera ser, ya que pronto regresarían a cometer sus prácticas malvadas. De esta manera, animó a Rama a matar a la horda completa. Los ermitaños que observaban las acciones estaban excitados y llenos de admiración, creían que los hermanos en verdad eran Shiva mismo en su forma terrorífica. Mentalmente se inclinaron en reverencia ante ellos, ya que los héroes eran muy jóvenes para aceptar su homenaje.

El bosque se vistió de luz y alegría en un momento. A pesar de aquel estruendo, Viswamitra continuaba firme y sin suspender su meditación en las deidades ni la recitación de los himnos sagrados que se entonaban para el ritual. No hizo ni el más mínimo movimiento ni del cuerpo ni de la mente, tal era la profundidad de su concentración. La ofrenda de despedida en el fuego sacrificial se llevó a cabo con corrección y agradecimiento. Después, Viswamitra llegó sonriente hasta donde se encontraban Rama y Lakshmana. "¡Oh merecedores de la fama, me han traído la victoria. A través de ustedes he podido realizar el deseo de mi vida. El nombre de este recinto ha sido justificado, ¡en verdad se ha convertido en la Ermita de los Logros!", dijo. El sabio derramaba lágrimas de alegría y acarició con cariño a los muchachos; se dirigió hacia la ermita con sus manos en los hombros de Rama y Lakshmana; ahí compartió las ofrendas sagradas hechas en el fuego sacrificial. Luego les pidió que tomaran un descanso. Aunque el logro del propósito por el que habían venido actuaba como un tónico reparador tanto de sus cuerpos como de sus mentes, sintieron que era impropio ignorar la orden del maestro y así, obedeciéndolo, se retiraron y durmieron profundamente por largo rato. El maestro se fue a otra cabaña para asegurarse de que los muchachos durmieran sin ser molestados; también dio instrucciones a algunos hombres para que hicieran guardia con el propósito de que nadie hiciera involuntariamente algún ruido que los pudiera despertar. Mientras los hermanos dormían, Viswamitra se regocijaba por la exitosa conclusión del ritual y de la divina proeza de los muchachos. Mientras tanto, Rama y Lakshmana despertaron y, después de lavarse la cara, las manos y los pies, salieron de la cabaña y encontraron a los niños de las familias de los ermitaños haciendo guardia para que su sueño no fuera perturbado. Les informaron que el maestro estaba conversando con los ascetas en otra cabaña. Así, se dirigieron hacia allá y se postraron a los pies del sabio. Luego se pararon y, uniendo las palmas de las manos, dijeron: "Gran maestro, si estos sirvientes tuyos tienen que hacer algo más, dilo por favor y con gusto lo cumpliremos". Ante esto, un asceta del grupo se puso de pie y se dirigió a ellos así: "Con la destrucción de los demonios todo lo que debería haberse hecho ya se cumplió. ¿Qué otra cosa más queda por hacer? El anhelo de años del maestro ha sido satisfecho. Nada más elevado es necesario. Ustedes dos son las formas de Shiva y Shakti. Esa es la manera en que ustedes aparecen a nuestros ojos; no son mortales comunes. Nuestra buena suerte es la que nos ha dado la oportunidad de verlos. Nuestra gratitud no conoce límites". Después de esto, los residentes de la ermita tocaron los pies de Rama y Lakshmana.