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Libros escritos por Sai Baba

31. Exilio para Sita

31. EXILIO PARA SITA

Era práctica usual de los mensajeros de la corte viajar por las ciudades y pueblos del imperio e informar al gobernante lo que habían escuchado durante sus recorridos secretos. Rama siempre escuchaba esas informaciones, tal como sus predecesores acostumbraban hacerlo. Un día, un mensajero que venía de cumplir esa tarea se aproximó a Rama con cierto titubeo; se postró ante él y, al ponerse de pie, se quedó mudo y temblando. Pronto recuperó confianza y valor y se dirigió a Rama con estas palabras: "¡Maharaja, escucha mis palabras!, perdóname por decirte esto: un lavandero estaba riñendo con su esposa y lo escuché amonestándola con estas palabras: `¡Qué vergüenza! ¿Crees que yo soy como Rama? Vete de mi casa. ¿Cómo puedo aceptarte? Tú estuviste viviendo durante mucho tiempo en la casa de otra persona, ¡vete de aquí!`. Esas palabras hirieron el corazón de Rama como si fueran una flecha y no logró conciliar el sueño esa noche. Hacia la medianoche, se sentó sobre la orilla de la cama y pensó: "Se ha cumplido un yuga completo desde que empecé a gobernar esta Tierra; debo continuar unos años más". Más tarde, sumido en profunda tristeza, pensó: "Debo separarme de Sita y defender el camino védico". Se aproximó a Sita y le dijo con tono agradable, esbozando una sonrisa: "Janaki, hasta este momento no has pedido ninguna gracia; sin embargo, voy a otorgarte una: ve a tu hogar sagrado". En ese instante, Sita se postró a los pies de Rama e inició el viaje al cielo, en cuerpo sutil. Nadie, en ninguna parte, se dio cuenta de ese hecho. Sita en cuerpo físico estaba de pie frente a Rama en la tierra.

Rama le dijo a la Tierra Sita (Maya Sita): "Pídeme una gracia", y Sita respondió: "Señor, deseo convivir algunos días en las ermitas de los munir" (monjes que practican voto de silencio). Rama dijo: "Que así sea, inicia tu viaje mañana al rayar el alba". Ella reunió y empacó ropa y presentes para fas hijas y esposas de los ascetas de las ermitas; Rama despertó muy de mañana y sus devotos y todo aquél que iba en busca de favores cantaron alabanzas a sus virtudes y excelencias. El loto de su rostro floreció, Lakshmana, Bharata y Satrugna le rindieron honores, postrándose a sus pies; sin embargo, Rama no conversó con sus hermanos y se mantuvo en silencio. Su cara y cuerpo estaban tensos por la emoción y su cuerpo temblaba lleno de excitación. Los tres hermanos, temerosos y llenos de ansiedad al ignorar la razón de esa pena, se estremecían al ver la tristeza y congoja de Rama. No podían explicarse los sentimientos que lo agitaban.

Finalmente, Rama encontró palabras para expresar su deseo, y con palabras entrecortadas dijo: "Hermanos... Lleven a Sita al bosque... déjenla ahí y regresen". A! escuchar esto, todos quedaron atónitos y sin poder moverse; atrapados en las llamas de la desesperanza, sus corazones se consumían por el dolor. Dudaban si lo que Rama había dicho era en serio 0 sólo una broma. Satrugna sollozaba; Lakshmana y Bharata se quedaron de pie sin poderse mover; las lágrimas brotaron de sus ojos y enmudecieron; sus labios y sus manos temblaban. Haciendo un gran esfuerzo, y con las manos juntas, Satrugna le inquirió: "Tus palabras han destrozado nuestros corazones. Janaki es Lokamatha, la Madre de todos los seres. Tú resides en el corazón de todos los seres vivientes, eres la encarnación de Sat Chit Ananda (Ser Conciencia Bienaventuranza). ¿Por qué razón debe ser desterrada Sita? Ella es eternamente pura de pensamiento, palabra y obra, ¿no es así? ¡Oh destructor de la raza Rakshasa! Ella está embarazada y, en esa condición, ¿sería correcto dejarla sola?". Satrugna no pudo decir nada más; la pena que lo embargaba y los amargos sollozos se lo impidieron.

Rama dijo: "Hermanos, escuchen. Si no obedecen mis órdenes este cuerpo no podrá seguir con vid«. Tal como se los he ordenado, lleven a Janaki al bosque, esta misma mañana". Continuó sentado en silencio, con la c«baza inclinada, como si estuviera triste por aquel acontecimiento. Bharata no pudo contenerse al escuchar esas palabras tan impactantes y dijo: "Señor, soy poco inteligente, sin embargo, escucha por favor mi ruego. Nuestra dinastía solar ha ganado fama y prestigio en el mundo; nuestro padre, Dasarata, tu madre lEausalya y tú mismo dueño de los tres mundos han ganado gran fama. Tu gloria es cantada por los Vedas y por Sesha, la de las mil lenguas. Janaki es el receptáculo de todo aquello que es benéfico; su nombre destruirá cualquier rasgo de cuanto no sea auspicioso y conferirá todo lo que es benéfico. Ella es la esencia de lo sagrado; gracias a sus bendiciones, las mujeres pueden alcanzar la meta suprema. ¿Cómo puede vivir Janaki separada de ti y ser feliz en el bosque? ¿Puede ella vivir separada de ti aunque sea un solo instante? ¿Cómo puede el pez vivir sin el agua? Ella es la encarnación de la sabiduría y la personificación de todas las virtudes; no puede llevar una vida solitaria".

Rama escuchó esas palabras con serenidad y dijo: "Bharata, has pronunciado palabras acordes con las ideas morales; sin embargo, el gobernante debe fomentar el dharma (la rectitud) y el bienestar de acuerdo con los dictados de la moral. Al llevar a cabo el deber de cuidar y guiar a sus súbditos, no debe causar ninguna crisis ni revuelta; tiene que protegerlos con gran afecto". Después, les dio a conocer la información que el mensajero le había proporcionado y dijo: "Hermanos, nuestra dinastía ha sufrido una gran infamia y su nombre ha sido manchado; esta dinastía tuvo una sucesión de reyes y emperadores, cada uno más ilustre que el otro. Su poder y majestuosidad son conocidos en tole el mundo y no existe nadie que haya adquirido renombre mayor que ellos. Preferían ofrendar su vida antes que contravenir la palabra que habían dado. Nuestra dinastía no tiene ninguna mancha que se le pueda imputar; mas si existía el más mínimo indicio de alguna mancha, aquél que dudaba en sacrificar su vida era considerado como un ser vil; entiendan bien esto".

El hermano replicó: "Señor, Janaki con seguridad no tiene rasgo de mancha alguna. Ella ha surgido del fuego ardiente y ni los dioses ni los santos la acusarían ni siquiera en sueños de la menor falta. Si alguien la llama pecadora, sufrirá la tortura del infierno por billones y billones de años". Bharata no podía controlar su resentimiento por el simple hecho de mencionar esa posibilidad. Como consecuencia de esto, Rama se irritó visiblemente y sus ojos enrojecieron, Lakshmana percibió el enfado e, incapaz de soportarlo, se ocultó detrás de Bharata.

Sin embargo, Rama se dirigió a Lakshmana directamente: "¡Lakshmana!, entiende lo que la gente rumorea y abandona tu tonta tristeza. Si desobedeces mi orden y discutes conmigo, lo lamentarás hasta el día de tu muerte; llévate a Janaki en un carruaje y déjala sola en un lugar solitario, donde ningún humano habite, en la orilla del Ganges, y después regresa". Lakshmana escuchó la orden del Señor; se preparó hasta para la muerte si llegara a ocurrir mientras cumplía con esa orden y se dispuso al viaje. Colocó en el carruaje provisiones y ropa, le pidió a Janaki que subiera al vehículo y partieron. La fiel consorte de Rama estaba feliz ante la idea de vivir algunos días en las ermitas; se sentía plena de dicha y gratitud, mas cuando vio el rostro abatido de Lakshmana, la tristeza la invadió, permaneció en silencio y perdió el ánimo; como una cobra que ha perdido la gema de su cresta, ella sufría en su interior.

Llegaron a la ribera del Ganges. El bosque infundía temor y sintieron miedo en sus corazones. Al percibir el miedo de Lakshmana, Sita se asustó aún más. Por supuesto, ella sabía que estaba sólo actuando un papel y que su verdadero ser no estaba ahí. De cualquier manera, para que su representación tuviera éxito ante el mundo, ella desempeñaba bien su papel y se lamentaba así: "Lakshmana, ¿dónde me has traído?, no hay ninguna ermita visible en este sitio. ¿Acaso no habitan animales salvajes y serpientes venenosas en este bosque? No se ve ninguna señal de vida humana por aquí. Lakshmana, tengo miedo".

Ante el lamento de Sita, Lakshmana sintió ternura por ella, recordó a Rama y dijo para sí: "Rama, ¡qué es lo que has hecho!". Haciendo acopio de valor, miró a Sita, mas la zozobra se apoderó de él en ese momento y no pudo articular palabra. Sita estaba consumida por la angustia ante aquella penosa situación. Al sospechar que Lakshmana no estaba decidido a abandonarla en ese sitio, las deidades del bosque hablaron desde el cielo: "¡Lakshmana, deja a Janaki aquí y vete! Sita, la encarnación de la fortuna, vivirá". Esas palabras, pronunciadas como por un ser invisible, infundieron valor en el corazón de Lakshmana, juntó sus palmas reverencialmente y dijo: "Madre, ¿qué más puedo hacer sino acatar las órdenes de mi hermano? No tengo el valor suficiente para ignorarlas ni en lo más mínimo; soy el peor de los villanos. Mi hermano me ha ordenado que te abandone en este inhóspito bosque". Diciendo esto, dio vuelta al carruaje. Su mirada quedó fija por un momento en las huellas que dejaba atrás; podía escuchar el lamento de Sita a lo lejos: "¡Lakshmana! ¿Por qué me abandonas en este bosque? ¿Quién me protegerá?". Se lamentaba como cualquier mujer común. Sus lamentos llegaron hasta los oídos de Lakshmana quien, al recordar que tenía que obedecer las órdenes de Rama, hizo un supremo esfuerzo para no regresar y condujo rápidamente hasta llegar a la ciudad.

Mientras tanto Sita, llena de angustia, cayó desmayada. Claro que todo era actuación; recobró la conciencia después de un momento, se sentó y se lamentó exclamando: "¡Oh Ramachandra!, desde que nací, mi vida ha estado llena de tristeza. ¡Ay! La vida se aferra a mi cuerpo sin importar cuánta tristeza me invada". Siguió lamentándose así durante largo tiempo. Mientras tanto, el sabio Valmiki cruzaba el bosque, muy cerca del lugar donde se encontraba Sita; iba camino a su ermita después de haber efectuado su baño ritual en el río Ganges. Los lamentos de Sita llegaron a sus oídos y se sorprendió al reconocer que era una voz de mujer la que se quejaba desde la profundidad de aquel bosque. Se guió por la voz y la buscó afanosamente hasta que al fin dio con su paradero. Ella lo reconoció y le relató lo que le había sucedido: "Monarca de los monjes, soy la hija del emperador Janaka y esposa de Sri Ramachandra, todo el mundo lo sabe, mas no sé por qué me ha mandado al exilio. ¿Acaso puede uno evadir al destino? Grande entre los sabios, Lakshmana me trajo hasta aquí y se marchó sin darme ninguna explicación".

Valmiki escuchó su triste historia y la consoló diciéndole: "Hija, tu padre, Janaka, el emperador de Mitila, es mi amigo, mi discípulo, él tiene fe en mí. ¡Querida mía!, no te aflijas, mi ermita será tu hogar y todo marchará bien. Ten la seguridad de que volverás al lado de Rama". Protegiendo a Sita como si fuese su propia hija, le pidió que se encaminara al Ganges a darse un baño y que regresara. Después de su baño purificador, Sita se postró ante Valmiki y el sabio la guió hasta su ermita, prodigándole afecto y consuelo. Él le ofreció raíces y frutos, le insistió para que comiera, y Sita no se pudo negar ante los ruegos del anciano. A partir de ese momento, Sita vivió en la ermita, meditando constantemente en Rama y en su gloria y compartiendo con los discípulos de Valmiki las tareas de mantenimiento de ese hogar espiritual. Los residentes de la ermita, así como Valmiki, !a halagaban con interesantes y sorprendentes historias y la entretenían narrándole anécdotas e incidentes graciosos.

Lakshmana llegó a la ciudad con los ojos llorosos por la pena y el corazón oprimido y les relató la triste historia a las tres madres. Éstas lloraron inconsolables, lamentándose de la calamidad que se había cernido sobre Sita. Alabaron sus virtudes y lamentaron que una dama con un alma tan pura tuviera que sufrir esa pena, y censuraban la actitud severa de Rama. La ciudad y el palacio estaban sumidos en la tristeza; no había nadie que no sintiera dolor y sólo lamentos era lo que se escuchaba; no había nadie que no preguntara con pesar: "¿Cómo pudo ser castigada de esa manera una madre como ella?"

Rama escuchó los lamentos y los llantos, se retiró al templo con Lakshmana como único acompañante y pasó el resto del día lejos de las miradas de los demás. Más tarde, se dirigió a las habitaciones de las reinas y, consolándolas, les habló acerca de la sabiduría universal. También le explicó a la gente que el verdadero gobernante considera a su pueblo como su única familia y lo trata como a sus amigos. "Ése dijo es el código de Rama". Afirmó, además, que el gobernante debe abandonar a su propia familia si es necesario, pues los verdaderos familiares son los súbditos a quienes gobierna.

Las tres madres estaban tan afectadas por la separación de Sita, que se fueron consumiendo de tristeza según transcurrían

los días, hasta que finalmente hallaron la muerte. Hicieron patente a través del yoga el fuego latente en ellas y permitieron que el mismo fuego redujera a cenizas sus cuerpos, alcanzando el más elevado estado de bienaventuranza. Los hermanos sufrieron ante esa pérdida y llevaron a cabo los ritos funerales señalados en las escrituras, regalando las dieciséis caridades prescritas. Después, los cuatro hermanos, Rama, Lakshmana, Bharata y Satrugna, se concentraron en las actividades administrativas y las tareas asignadas a cada uno de ellos, en conformidad con los deseos de sus súbditos y para su entera satisfacción.

Mientras tanto, Rama anunció que deseaba celebrar el Aswamedha yaga (el sacrificio del caballo), mencionado en los Vedas, ya que aquel sacrificio aseguraría la destrucción de todo tipo de infortunios. Tal deseo lo hizo saber a Angada y a los demás. Caminó hacia la residencia del preceptor real, acompañado por sus hermanos y los ministros. Al llegar, se postraron a los pies del gurú y éste los recibió con respeto, les preguntó acerca de su salud y del bienestar de su imperio, con dulces y suaves palabras; les dio valiosos consejos, citando historias de los Puranas y los incidentes de las epopeyas.

Después, Rama se dirigió a él con estas palabras: "Maestro, un deseo bulle en mi mente y tienes que ayudarme a cumplirlo". Después se postró a los pies del gurú. Vasishta le preguntó cuál era aquel deseo y Rama aclaró: "He decidido llevar a cabo una ofrEnda; la gente de Ayodhjra estará plena de alegría cuando lo realice; lo que deseo llevar a cabo es el Aswamedha yaga. La calma podrá imperar en la ciudad si este sacrificio se efectúa; además, la gente también lo desea. Bharata dudaba en informarte acerca de esto, pues tenía miedo de tu reacción, así es que pensé que yo mismo debía hacerte partícipe de este deseo. Nos regiremos por tu decisión y actuaremos de acuerdo con ella, con gusto".

Vasishta lo escuchó con reverencia y humildad, regocijándose con la idea: "Rama, tu deseo será cumplido. Bharata, apresúrate para organizar los preparativos de la ofrenda", dijo. Esto hizo muy felices a los hermanos y al ministro. Alabaron al preceptor y se postraron a sus pies; muchos brahmanes expertos en llevar a cabo Aswamedha yaga siguieron a Bharata a la ciudad y al palacio.

Sumantra invitó a los líderes de la ciudad y llamó a los funcionarios y les pidió que decoraran las calles principales de Ayodhya, así como las plazas y los mercados y también que erigieran estrados en muchos sitios. No bien lo había dicho, se pusieron manos a la obra, las órdenes se cumplieron con rapidez y la ciudad quedó lista para el magno acontecimiento. La capital estaba emocionada y con alegre actividad. Los ancianos y oficiales comunicaron a Rama que, tal como lo había ordenado, todos los ascetas y sabios, incluso Vasishta, habían sido informados de la ceremonia que se planeaba realizar.

Vasishta aconsejó a Rama así: "Hazle saber al emperador Janaka acerca de la ofrenda; así, él podrá venir con su reina y sus hombres". Su consejo fue dado con palabras suaves y persuasivas. También dijo: "Manda invitaciones a los principales ascetas, brahmanes y profetas". Después, el gurú accedió a que Rama lo llevara alrededor de Ayodhya para que pudiera ver los preparativos; ambos se mostraron muy complacidos ante el decorado que lucía la ciudad. Los mensajeros oficiales visitaron los reinos remotos y cercanos y presentaron las invitaciones a los gobernantes de aquellas tierras. Uno de ellos se dirigió a Mitila, la ciudad capital de Janaka. Jambavanta, Angada, Sugriva, Nala, Nila y otros líderes Vanaras hicieron su arribo a Ayodhya. Ascetas y monjes llegaban en grupos. A todos se les daba la bienvenida y se les brindaba alojamiento, con la debida consideración a su grado espiritual. Muy pronto, Viswamitra también se hizo presente; Rama lo honró y le ofreció hospitalidad. Agastya, el gran sabio, también llegó a Ayodhya, se le dio la recepción adecuada y se le brindó hospedaje. Todos se deleitaban al ver el salón santificado donde la ofrenda se llevaría a cabo.

Cuando los ciudadanos de Mitila vieron al emisario de Ayodhya, se sintieron muy felices. Se le informó a Janaka, el emperador, del sacrificio que Rama iba a efectuar. En cuanto escuchó la noticia, Janaka se puso de pie, emocionado al oír aquellas palabras del emisario. Sus ojos derramaron lágrimas de alegría y preguntó por Rama y por sus hermanos, y luego le dijo al emisario que !a carta de invitación que traía lo había alegrado plenamente. No pudo decir nada más; sentía un nudo en la garganta. La emoción del emperador era inefable y hasta los súbditos sentían deleite. La ciudad cimbraba por los gritos de júbilo. Janaka leía el mensaje una y otra vez, estaba verdaderamente feliz. Llamó a un mensajero y le ordenó lo siguiente: "Difunde esta noticia en ciudades, pueblos y aldeas de todo el imperio. Anúnciala tocando los diez instrumentos musicales". Después, llamó a su ministro y le entregó el mensaje. Éste lo recibió con respeto y lo apretó sobre los ojos antes de leerlo. Recordando la gloria de Rama, lloró de alegría. En cada hogar de la ciudad, el dueño de la casa colocó una vasija de significado auspicioso. El monarca obsequió muchos regalos valiosos, como caridad por haber recibido tan grata invitación. La ciudad de Janaka estaba radiante, inmersa en éxtasis.

Janaka (legó a Ayodhya después de un largo viaje desde Mitila. En el camino, se detuvo para presentar sus respetos a Sathananda, su preceptor, quien lo bendijo y le ordenó que marchara rápidamente a Ayodhya, acompañado de su comitiva y su ejército, compuesto de las cuatro fuerzas de combate: carros, elefantes, infantería y caballería. Janaka dejó una sección del ejército para proteger a la ciudad. Asignó un palanquín para su gurú Sathananda y él mismo montó en otro. Cuando el grupo completo inició su jornada hacia Ayodhya, la tierra tembló. ¿Quién puede contar el número de generales, comandantes y héroes que ese ejército tenía en sus filas? El viaje hacia Ayodhya duró dos días. Cuando Rama supo que Janaka se acercaba a la ciudad, fue a su encuentro y se saludaron con gran afecto. Una magnífica residencia rodeada por una vasta llanura había sido reservada para él; era un sitio encantador y celestial, a la orilla del río Sarayu. Rama había dispuesto que sus hermanos recibieran y les brindaran hospitalidad a aquellos huéspedes reales.

Rama se postró a los pies de Janaka y al incorporarse se sentó a su Iado.'El sabio monarca se sentía sobrecogido de alegría, acarició la cabeza de Rama y le habló suave y dulcemente y Rama respondió en igual tono. Asignó ayudantes que cuidaran de la comodidad de Janaka y de su gente y le pidió a Bharata que atendiera al emperador personalmente.

Al poco rato, Vasishta llegó ante la presencia de Rama, acompañado de diez mil discípulos, y le dijo: "Ramachandra, escucha mis palabras: los Vedas, los Shastras y Puranas proclaman que un sacrificio realizado sin que la esposa acompañe a quien lo celebra, no tendrá ningún efecto; los grandes sabios opinan lo mismo. Por lo tanto, haz los preparativos para que Janaki regrese; ella debe estar presente durante este sacrificio".

Rama, sorprendido ante las palabras del más grande sabio, guardó silencio por un momento, sin explicar si aquella opinión era acertada o errónea, y después dijo: "¡Grande entre los sabios! Tienes que llevar a cabo mis deseos sin provocar que rompa mi promesa ni dañe la reputación de mi dinastía. Si Janaki es traída hacia acá, mi honor quedaría en entredicho. Además, no me voy a casar para tener una esposa sólo para el sacrificio".

Después de escucharlo, Vasishta consultó a muchos sabios famosos para que encontraran una solución. Todos apoyaron el retorno de Janaki corro algo indispensable para llevar a cabo la ofrenda, pero Rama, como el rnaes!ro mismo de todos los códigos de moralidad, encarnación de todas !as formas de Dios y esencia de todos los Shastras, lo pensó por un momento y ordenó que se colocara una figura de oro adornada de piedras preciosas, a imagen y semejanza de Sita, para que ocupara el sitio de la verdadera. Dijo que todos los Shastras apoyaban esa solución y que no podría haber objeción alguna. Los ascetas, sabios y eruditos, versados en todos los campos del saber, no podían contradecir esa opinión. Todos estaban sorprendidos por !a validez de aquella alternativa, admiraron fa omnisciencia de Rama y reconocieron que él era la esencia de todos los códigos.

La Sita de oro se terminó en un solo día; lucía más encantadora y real con joyas y adornos, y todos los que la veían la confundían con la verdadera Sita, por el parecido tan realista. Si Sita la hubiera visto, también se habría sorprendido. Muchos creyeron que Sita había regresado cuando vieron aquella figura; alababan a los artesanos por aquel trabajo tan perfecto. Rama se sentó en el trono de león, sobre una piel de tigre. La Sita de oro fue colocada a su lado y la asamblea (legó a creer que ella estaba presente. Todos los asistentes se postraban con gratitud y alegría. Vasishta se dirigió a los cortesanos y les pidió que extendieran la hospitalidad a los invitados reunidos ahí, de acuerdo con las reglas establecidas: "Den a todos lo que deseen, para que se sientan felices".

Los sentaron en los lugares adecuados, con la ayuda de Bharata, quien supervisaba todos los arreglos. Los invitados admiraban la grandeza de aquella recepción y elogiaban a los organizadores por tan magnífica hospitalidad. El salón del sacrificio estaba custodiado en su exterior por quinientos guerreros y en su interior había igual número de eruditos en conocimientos védicos. El sacrificio comenzó el segundo día del mes de Magha, después de que el mismo Rama inició los ritos prescritos. Vasishta ordenó que le llevaran el caballo escogido para el sacrificio, para que fuese examinado por expertos y se comprobase si poseía los signos auspiciosos prescritos para la ceremonia.

Lakshmana se postró ante el gurú y se dirigió hacia los establos del palacio con el fin de buscar al caballo y adornarlo antes de llevarlo al salón. Se le colocó una silla de montar engarzada con piedras preciosas; era un caballo inmaculadamente blanco. ¡Los caballos del Sol se habrían sentido incómodos al estar a su lado! Cuando estuvo totalmente cubierto por los adornos, lucía tan encantador que la gente pensaba que el dios del amor y de la belleza había intervenido en su arreglo. Era casi imposible describir su esplendor; se podría decir que el caballo daba la impresión de que el dios So! se había convertido en un caballo y trotaba orgullosamente. En su frente se le había colocado una pluma de pavo real con esmeraldas semejantes ü los estrellas que brillan en el cielo; esa pluma brillaba centelleante, por las gemas. Cuerdas de seda, resplandecientes como rayos de luz, se colocaron alrededor de su cuello. Dos ayudantes lo sujetaban. El corcel fue escoltado por cinco mil heroicos guerreros de mil batallas y por Lakshmana, todos montando a caballo.

Cuando la caballería entró en el salón, Visvamitra instruyó a Rama para que adorara a! caballo del sacrificio antes de que éste emprendiera la marcha para cumplir con su misión de conquista. Obsequió los dieciséis regalos de caridad que prescriben las escrituras y (levó a cabo el baño ritual de purificación. Después, ató en la frente del caballo la placa de oro con un mensaje inscrito dirigido a todos los gobernantes de la tierra y que decía lo siguiente: "En la ciudad de Ayodhya existe un héroe; es el destructor de los enemigos; hasta el Señor de todos los dioses tiembla al verlo. Este caballo es el animal de su sacrificio; los fuertes podrán detenerlo; si no . es así, tendrán que pagar impuesto y tributo; si no logran detenerlo y se niegan a pagar tributo, huyan al bosque".

Mientras tanto, Bhargava y otros sabios se acercaron a Rama y le relataron las atrocidades perpetradas por el demonio Lavana. Los sabios ahí reunidos entristecieron ante la noticia. Rama llamó a Satrugna, le dio un carcaj lleno de poderosas flechas y le dijo: "Usa estas flechas pronunciando los mantras adecuados contra el enemigo. Anda, obtén la victoria y regresa triunfante". Después, mandó llamar a Vibhishana y le pidió que le dijera todo lo que sabía acerca de Lavana. Vibhishana relató cuanto sabía sobre el poder de aquel demonio y su naturaleza.

Vibhishana tenía una madrastra y ella, una hija llamada Kumbhinasa que fue ofrecida en matrimonio por Ravana a un miembro de un clan demoníaco, llamado Madhu. Madhu la aceptó y al transcurrir el tiempo, ella dio a luz a un demonio, Lavana, quien realizó severos ascetismos y oró al Señor Shiva para que lo bendijera con ciertas gracias. Shiva se sintió complacido por sus austeridades, le obsequió un tridente y le dijo acerca de sus poderes: "Lavana, quien lleve este tridente no podrá ser vencido con facilidad en cualquier batalla". Con la ayuda de ese tridente, atemorizaba a los dioses y a los hombres, demonios y serpientes y ostentaba con soberbia sus poderes en todos los rincones de la tierra, persiguiendo a todos los seres vivos y maltratándolos. Nadie podía evitar su tiranía. Al escuchar esto de labios de Vibhishana, Rama se rió a carcajadas. Por supuesto, no había nada que él no supiera, mas como en ese tiempo poseía apariencia humana, tenía que actuar como si lo ignorara. Él, en forma de Shiva, le había regalado el arma y rió por la actitud tan tonta que había asumido Lavana y el mal uso que le estaba dando al tridente. Bendijo a Satrugna con una parte de su poder divino y le encomendó la misión de destruir a aquel demonio.

A una orden de Rama, tres mil tambores de guerra sonaron al unísono y el retumbar hizo temblar la tierra. Los caballos y elefantes relinchaban y barritaban llenos de excitación y los soldados soplaban sus caracolas mientras se dirigían a los dominios de Lavana. Éste escuchó los gritos de guerra y salió de su fortaleza con sesenta y cuatro mil soldados; gruñía como un león, ansioso por matar. Utilizó algunos trucos mágicos para evitar la derrota y así confundir al enemigo, pero su ejército fue vencido. El hijo de Satrugna, Subahu, mató a los hijos de Lavana durante la batalla. Ellos ascendieron al cielo reservado para los héroes que mueren en batalla. Por fin, Satrugna lanzó una flecha, invocando el nombre de Rama, y ésta hirió mortalmente a Lavana, el cual exhaló su último aliento, terminando así su malvada vida. Los dioses aclamaron la victoria y derramaron bendiciones sobre Satrugna.

Con su ejército, Satrugna se dirigió hacia la ribera del Yamuna y se postró ante el sagrado río. Poco después, continuó la marcha y fue así como casualmente llegó a la ermita de Valmiki. Ahí vivía Janaki con sus hijos gemelos, cuyo resplandor era semejante al Sol.

Aquellos dos niños, al ver al caballo y leer la inscripción en la placa de oro que tenía en la frente, lo sujetaron de las riendas y lo llevaron a la ermita. Regresaron después para pelear con los guardianes del caballo, con un carcaj sujeto a su cintura y arco y flecha en la mano; en ese momento, los guerreros que custodiaban al caballo llegaron al lugar, y al ver al animal atado a un árbol y descubrir que ese acto lo habían realizado aquellos niños, se tranquilizaron y les dijeron: "Niños, sus padres son verdaderamente benditos por tener a dos hijos tan encantadores como ustedes. Suelten al caballo y váyanse a casa". Sin embargo, los pequeños contestaron: "Héroes, ustedes han venido a pelear y no a suplicar, al menos eso creemos; si nos ruegan que devolvamos al caballo están manchando el digno nombre kshatriya".

Al escucharlos, los guardianes dijeron: "Valientes muchachos, no manchen ustedes el sagrado nombre kshatriya, por ello les pedimos que sean más respetuosos con lo que dicen". Los niños se rieron ante aquella respuesta y dijeron: "¿Cuán valiente será la persona que ha mandado este caballo bajo la custodia de personas como ustedes? Si no tienen valor para quitárnoslo, bien pueden ya regresar a sus casas".

Cuando Kusa y Lava hablaron con tal agudeza y sarcasmo, los soldados sintieron el impulso de abalanzarse sobre ellos, a pesar de que no eran sino unos tiernos niños. Lava, de manera despreocupada y canturreando para sí, como si fuera un juego, disparó sus armas y los cuerpos de varios soldados cayeron atravesados por las flechas. Algunos de ellos, con más suerte, corrieron hacia dónde se encontraba Satrugna y exclamaron: "¡Maharaja!, dos niños, evidentemente hijos de los ermitaños, capturaron a nuestro caballo, y durante el combate han matado a un gran número de nuestros soldados". Satrugna, enfurecido, reunió a las cuatro secciones de su ejército y se dirigió al encuentro de Kusa y Lava. Cuando los enfrentó y vio lo que habían hecho, probando con ello su sorprendente valentía, se sintió avergonzado: "¿Cómo puedo entablar combate contra estos dos niños?", pensó. Satrugna se dirigió a ellos así: "Hijos de ermitaños, dejen ir al caballo y váyanse a sus casas. Ustedes son dignos de adoración, no es correcto que peleemos con ustedes".

Los niños no cedieron: "Rey, ¿cuál es tu nombre?, ¿de qué ciudad vienes?, ¿por qué vas por el bosque a la cabeza de un ejército?, ¿cuál es la razón por la que permites que este caballo cabalgue por dondequiera?, ¿por qué has atado esa placa de oro en su frente? Si tienes valor, quita esa placa, desata al caballo y llévatelo a casa".

Cuando Lava y Kusa terminaron de decir esa osadía, Satrugna inclinó la cabeza con pesar y ordenó a sus hombres que tomaran las armas y los atacaran. Los niños se rieron y exclamaron: "Ajá, ¡este rey es poderoso! Escuchen, ¿puede un león asustarse si ustedes aplauden?". Tensaron sus arcos recordando a su gurú, el sabio Valmiki; sus flechas destrozaron el carruaje de Satrugna en mil pedazos, y éste también cayó con múltiples heridas. Los veteranos héroes del ejército desfallecían y caían. Los niños los retaban a avanzar y disparaban contra ellos sus flechas, con mortal efecto.

Pronto, Rama fue informado de los estragos que habían causado aquellos dos niños. Él sabía que no eran hijos de ermitaños, mas no dio a conocer ese hecho; hizo creer que lo que habían dicho era verdad y dudó por un momento si era posible que alguien peleara contra unos tiernos niños de la orden de los monjes. Por fin ordenó: "La batalla no se puede evitar. Lleven a Lakshmana con ustedes y combatan". Aquéllos que habían traído la noticia a Rama tuvieron que volver, muy a su pesar, al sitio del combate. Rama también ordenó que atraparan vivos a los dos niños, pues como eran hijos de ermitaños, no merecían morir.

Lakshmana marchó a la cabeza de un ejército fuertemente pertrechado. Al llegar al campo de batalla y ver a tantos soldados que habían caído, se sorprendió de la valentía y peligrosidad de los hijos de los ascetas y les dijo: "Niños, les advierto, sálvense, huyan de este lugar y váyanse a su casa; ustedes son hijos de brahmanes y sería perjudicial para nosotros que peleáramos contra ustedes; tal acto iría en contra de los mandatos de las escrituras. Aléjense de mi vista". Kusa y Lava recibieron esas palabras con una estruendosa carcajada: "¡Oh valiente comandante!, mira cómo ha caído tu hermano. Refúgiate en tu hogar, y pronto".

Lakshmana, al oírlos y mirar a Satrugna, quien yacía desplomado en el suelo, tomó su arco y flecha con decisión. Sin embargo, dudó por un momento si el pelear en contra de los hijos de los monjes era correcto o no y trató de persuadirlos diciendo: "Niños, ustedes todavía no tienen la facultad del razonamiento, son apenas unos niños y es infructuoso pelear contra ustedes. Vayan y traigan a los responsables que los han lanzado a esta aventura". En ese preciso momento, Kusa, haciendo caso omiso de sus palabras, disparó una flecha hacia Lakshmana. La tierra tembló aterrorizada al zumbar la flecha, y ésta surcó el firmamento con un resplandor tal, que hasta el Sol se oscureció.

Incapaz de soportar la osadía y el valor de Kusa y Lava, Lakshmana, enfurecido, se lanzó sobre ellos con gran violencia; arremetió con su carro y atacó sin temor a las consecuencias. Los hermanos destruyeron las flechas y pelearon admirablemente, con tácticas nuevas. Lakshmana arrojó su maza contra ellos y cuando le pegó a Kusa, éste se desplomó aullando de dolor, rodando por el suelo. Al ver esto, Lava se enfureció y lanzó una flecha al pecho de Lakshmana. Aunque dio en 21 blanco, al ser Lakshmana un héroe mayor y más fuerte, no se desplomó. Lava saltó sobre él y los dos sostuvieron un duelo a puñetazos. La contienda era pareja. Los dos rivales usaban muchas tácticas de defensa y ataque, luchando con fortaleza y habilidad. Lava asestó a Lakshmana tremendos golpes y éste los soportó con dolor, a la vez que valoraba la destreza y fuerza del pequeño. De repente, Lakshmana pronunció el nombre de Rama y le disparó una flecha a Kusa cuando éste apenas se había incorporado y volvió a caer, mas al recordar a Valmiki y a Sita, eso le infundió valor para ponerse de pie, recuperó su arco y flecha y atacó a Lakshmana. Aunque Lakshmana contestó con una flecha que había usado contra Meghanada, ésta no logró dañar al niño, pues la rompió en pedazos. Lakshmana se dijo: "Estas calamidades me suceden desde que Sita fue exiliada. Nunca podré tener paz, a menos que abandone este cuerpo". Justo entonces, Kusa colocó en su arco la flecha de Brahma que Valmiki le había enseñado a usar, y ante la sola idea de que pudiera lanzarla, los tres mundos temblaron atemorizados. Kusa apuntó directo al corazón de Lakshmana y la soltó. Lakshmana fue herido y perdió la conciencia.

Los mensajeros llevaron la noticia a Rama. Bharata, hundido en la pena, se puso de pie frente a Rama y le dijo: "Señor, estamos sufriendo las consecuencias del mal que hemos cometido cuando exiliamos a Sita". Rama le contestó a su hermano: "¿Que dices? ¿Tomas esta actitud porque temes entrar en la batalla? Si es así, yo mismo iré a combatir. Traigan mi carruaje y suspendan los ritos del sacrificio. Voy a ir yo mismo a averiguar los antecedentes de esos niños. Avisen a nuestros aliados y amigos y lleven a Hanumán al campo de batalla".

Después de un tiempo, Rama llegó al sitio donde la pelea se estaba llevando a cabo y se sorprendió al ver los ríos de sangre.

En ese momento, Kusa y Lava, los invencibles guerreros, también llegaron al lugar. Los Vanaras que acompañaron a Hanumán al campo de batalla estaban aterrorizados; sin embargo, Hanumán se dirigió a los hermanos y les dijo: "Niños, los padres de tan magníficos héroes como ustedes deben de haber sido especialmente bendecidos". Kusa le replicó: "¡Oh, mono!, si no tienen valor para pelear con nosotros, regresen y dejen de parlotear". Ante esto, Bharata, enfurecido, arengó a sus soldados: "¡Usen sus armas!". De inmediato, los Vanaras les arrojaron árboles, rocas y picos de montañas, mas Lava ponía fuera de combate a todos ellos, con una simple flecha. En poco tiempo, las fuerzas de Rama estaban totalmente derrotadas y el campo de batalla anegado de sangre; todos los valientes soldados perdieron la vida; por último, el propio Bharata cayó herido.

Rama, rojo por la ira, entró en el campo de batalla al frente de un gran ejército. Vio a los dos niños y sin dejar de lanzar flechas, se acercó a ellos y les preguntó: "Niños, ¿quiénes son sus padres? ¿Dónde viven? ¿Cuál es su tierra natal? ¿Cómo se llaman?". En respuesta, Lava le dijo: "¡Oh rey!, ¿de qué te sirven todas esas preguntas? Ustedes actúan de igual manera. Ven, toma arco y flecha y pelea. ¿Por qué quieres saber quiénes son nuestros padres y nuestro lugar de nacimiento? Ésta no es ninguna conversación para arreglar una boda". Rama respondió: "Niños, sus cuerpos son muy tiernos, no pelearé con ustedes hasta que sepa sus nombres y su linaje".

"Rey, nuestra madre es la hija del emperador Janaka. El sabio Valmiki ha cuidado de ella. No sabemos el nombre de nuestro padre y desconocemos el linaje al cual pertenecemos. Nuestros nombres son Kusa y Lava y habitamos en el bosque", dijeron. Rama fingió haber descubierto en ese momento que ellos eran sus hijos y les dijo: "Niños, luchen contra el ejército que me acompaña". Diciendo esto, reanimó a Angada, Jambavanta, Hanumán y los otros que yacían inconscientes; también reanimó a Lakshmana, a Bharata y a Satrugna para que pudieran presenciar la batalla, y después se dirigió a los soldados diciéndoles: "¡Soldados, peleen para que la fama y posición puedan ser protegidas y fortalecidas". Después, se reanudó la batalla y Rama observó con inmenso deleite el heroísmo de los niños y su valentía y magistral destreza con el arco y las flechas.

Los héroes Vanaras no encontraban ningún medio para derrotar a los niños y se decían entre ellos que nadie en los catorce mundos lograría vencerlos. Al no poder hacer ni decir nada más, guardaron silencio.

Justo entonces, Kusa se abalanzó sobre Rama; ante aquel brutal impacto, Rama cayó inconsciente. Kusa tomó las cuerdas y cadenas que decoraban el carruaje y los caballos de Rama y, con ayuda de su hermano, ató a Hanumán con ellas y después ambos se dirigieron a su casa. También llevaron a algunos Vanaras y osos como prisioneros, todos vestidos con ropajes de vistosos colores y profusos adornos; además, se llevaron al caballo del sacrificio. Cuando llegaron ante su madre, se postraron ante ella y le ofrecieron el botín como homenaje.