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Libros escritos por Sai Baba

30. La Coronación

30. LA CORONACIÓN

En cuanto entraron en el palacio, Vasishta, el preceptor real, anunció la fecha para coronar a Rama como emperador de Ayodhya, detallando los atributos auspiciosos de ese día. Invitó a los eruditos y sacerdotes a tomar parte en las ceremonias que los Vedas habían prescrito para consumar la coronación, y aquéllos elogiaron la decisión de: Vasishta, ya que dijeron: "Una coronación celebrada así, conferirá paz y prosperidad a la humanidad".

Vasishta llamó a Sumantra para que se presentara ante él y le habló de este modo: "Reúne a las fuerzas armadas la caballería, los elefantes, carros e infantería en la ciudad, porque vamos a celebrar la coronación de Rama". Aquellas palabras alegraron a Sumantra y efectuó los arreglos necesarios para que E¡I ejército con todos sus cuerpos estuviera presente. Los elefantes, caballos y carruajes se decoraron para la ocasión y se acomodaron en fila frente a la puerta de la ciudad. Los jinetes y la infantería, luciendo coloridos uniformes, estaban atentos, listos para marchar hacia la ciudad y participar en el festival. Con anticipación, se mandaron mensajeros a los cuatro puntos cardinales, con el fin de que trajeran todos los objetos auspiciosos necesarios para los rituales de la coronación. La ciudad entera se regocijaba, los ciudadanos competían entre ellos ornando sus casas y calles; la gente sentía que sus ojos no eran suficientes para absorber el encanto de la ciudad.

Rama fue especialmente amable con las personas que lo habían acompañado hasta Ayodhya, como Sugriva, Vibhishana, Angada, Nala, Nila y otros; ordenó que se les ofreciera hospedaje y atendiera lo mejor posible. Para tal efecto, los sirvientes del palacio se apresuraron a arreglar todo para que los invitados se sintieran cómodos. Rama llamó a Bharata y con sus propias manos le cepilló el enmarañado pelo, que durante años no había sido peinado. Los tres hermanos, personalmente, vaciaron agua sagrada sobre Bharata y lo atendieron mientras se bañaba. Después, Rama recibió el consentimiento de Vasishta para desenredar su propio pelo y se dio un baño auspicioso. Las reinas madres, mientras tanto, también ayudaron a Sita en su baño, le peinaron cuidadosamente sus enmarañados cabellos, la vistieron con seda amarilla e hicieron que luciera muchas joyas, con lo cual refulgía como la diosa Lakshmi; luego, ella se dirigió hacia donde estaba Rama y se sentó a la izquierda de su señor.

Las tres madres experimentaron la más elevada bienaventuranza viendo a Rama y Sita sentados, juntos. "¿No es éste el día más feliz para nosotras? Este día nuestras vidas han alcanzado la plenitud, nuestro más querido deseo se ha hecho realidad; hoy, nuestros ojos han visto realizado el más grande anhelo", decían entre ellas. Perdieron toda conciencia de sus cuerpos y de su alrededor, observando a Rama y a Sita, quienes lucían como si fueran el dios Narayana con su divina consorte, Lakshmi. Vasishta, el gran sabio, estaba conmovido al ver el resplandeciente rostro de Rama; sentía una dicha sin límite ante el divino fulgor que emanaba de Rama. "Hoy he alcanzado la meta anhelada durante tanto tiempo", reflexionó acerca de esa felicidad y permaneció en ese estado de bienaventuranza, en silencio. Llamó a los sirvientes y los instruyó para que trajeran el gran trono y lo instalaran en el salón de la coronación. Era un trono decorado con muchas gemas que brillaban como el Sol.

Rama se postró ante Vasishta, los otros sabios y a los pies de las reinas madres; después ante la asamblea de ancianos y dirigentes, y ascendió al trono seguido de Sita. La enorme concurrencia se regocijó ante aquella escena que representaba la majestuosidad y la gloria. Los sabios, ancianos y jefes se sentían plenos de agradecimiento y dicha; los brahmanes recitaban himnos védicos que aludían a la coronación; el pueblo gritaba frecuentemente "¡Jai, jai!", con tanto entusiasmo que el cielo amenazaba caerles encima. Era el séptimo día de la mitad oscura de la Luna, en el mes de Vaisakh. Concedida la aprobación de la asamblea y la de los brahmanes, Vasishta enrolló alrededor de la frente de Rama la insignia de autoridad imperial.

Kausalya, la madre de Rama, a cada momento posaba sus ojos sobre él y sentía una felicidad suprema. ¿Y qué se podría decir de la alegría de los hermanos Lakshmana, Bharata y Satrugna? Su dicha era inefable; ellos sostenían los abanicos de plumas y la sombrilla, desempeñándose como los asistentes de Rama. De hecho, durante todos esos años, hicieron penitencia para disfrutar de la culminación de ese día. Los dioses tocaban los tambores de la victoria en el cielo, los músicos celestiales cantaban alabanzas y los bailarines danzaban de felicidad. Vibhishana, Sugriva, Angada, Hanumán, Jambavan, Nala, Nila, Dadhimuka, Divida y Mainda, todos esos héroes armados de arcos y flechas, cimitarras, lanzas y otras armas, permanecieron de pie, a ambos lados del trono, en señal de reverente humildad.

Con Sita sentada a su izquierda, Rama manifestaba la belleza de un billón de Manmathas (Dios del Amor) encarnado en uno. Los dioses estaban fascinados ante el divino encanto del Señor de la dinastía Raghu. Rama vestía seda entretejida con oro y tenía pendientes en sus orejas, los cuales brillaban con preciosas gemas. También llevaba en los tobillos y muñecas adornos que realzaban la belleza de su fascinante encanto. Los tres mundos se regocijaron ante aquella sublime ceremonia y la grandeza de Rama. En verdad, aquéllos que presenciaron la escena fueron muy afortunados entre los mortales.

Vibhishana avanzó para obsequiar un brillante collar de gemas que el Señor del Mar le había ofrecido a Ravana. Sita lo aceptó; era tan refulgente que el salón entero adquirió un resplandor y a todos les llamó la atención por el extraordinario juego de gemas que lo formaban. Pero, con el collar en la mano, posó sus ojos en Rama con una mirada interrogativa. Rama comprendió lo que trataba de decirle y le habló así: "Sita, tú puedes obsequiarlo como regalo a cualquiera que merezca tu gracia". Sita pensó sólo por un segundo y miró a Hanumán. Dándose cuenta de la ternura de esa mirada, Hanumán se acercó con humildad y se puso de pie ante Sita, con la cabeza inclinada. Ella le dio el collar, Hanumán le dio varias vueltas en la mano y su resplandor capturó la atención de todos los reunidos en la vasta asamblea. Estaba luchando por encontrar lo peculiar del collar, con mecha curiosidad. Sacaba cada gema, la colocaba entre sus dientes y después junto a su oído y, con una cara que reflejaba desilusión ¡la tiraba disgustado! Todos miraban con asombro ese extraño comportamiento y permanecían en silencio e inmóviles; nadie se atrevió a interrumpir ni a censurarlo hasta que trató de la misma forma a la última gema; sólo protestaban con susurros entre ellos: "¿Quién es este mono que trata así el collar de brillantes que tan amorosa y compasivamente Sita le dio?", era lo que todos se preguntaban. Incluso Vibhishana estaba triste por la manera en que Hanumán había tratado la invaluable joya que él había traído: "La ha partido en pedazos y ha tirado las gemas", se dijo. Todos los presentes sacaban sus propias conclusiones del extraño comportamiento. Por último, un gobernador no pudo contenerse, se puso de pie y expresó su resentimiento: "Héroe sin igual, ¿por qué rompiste el collar de gemas en tantos pedazos? ¿Fue correcto hacerlo así? ¿Por qué lo hiciste? Explícanos y aclara nuestras dudas".

Hanumán lo escuchó pacientemente y le contestó: "¡Oh rey!, examiné cada gema para descubrir si tenía grabado el sagrado nombre de Rama, pero no lo pude encontrar en ninguna de ellas. Sin el nombre de Rama sólo son piedras y por eso las arrojé al suelo". El gobernador no quedó conforme y le preguntó a Hanumán: "¿Acaso tú exiges que en cada objeto y partícula debe estar el nombre de Rama? ¿No pides algo imposible?". Hanumán le contestó: "¿De qué sirve o qué beneficio se puede obtener de todo aquello que no tenga en él el nombre de Rama? No necesito nada de eso". El valiente héroe Hanumán rebatió así los argumentos del gobernador. Éste, sin embargo, continuó objetando: `ú no usarías nada que no tuviera en él el nombre de Rama; bien, tú utilizas un cuerpo, lo llevas a todas partes contigo, pruébanos que tienes el nombre de Rama en él". Hanumán se rió a carcajadas y dijo: se lo probaré, ¡observa!". Se quitó un pelo del antebrazo y lo puso cerca del oído del gobernador, quien pudo escuchar el nombre "Rama" pronunciado repetidas veces por ese solo pelo. El gobernador se maravilló ante esto y se postró a los pies de Hanumán, rogándole que lo perdonara.

Rama le pidió a Hanumán que se acercara y lo abrazó cariñosamente, preguntándole: "Hanumán, ¿qué te puedo ofrecer en esta ocasión? No tengo ningún regalo digno para ti; me ofrezca yo mismo como regalo para ti". Después, permitió que Hanumán lo rodeara con sus manos. Las personas reunidas ahí se conmovieron y gritaron de júbilo ante ese magnífico acto de gracia, alabaron la devoción y dedicación de Hanumán y declararon que no había nadie igual a él en todo el mundo. Después, Rama se puso de .pie y salió del salón; afuera, una enorme concurrencia esperaba su aparición. Les dio el darshan divino de su majestuosa y encantadora forma. Todos estaban emocionados como nunca antes, por la bienaventuranza del darshan conferido. A todos los visitantes les dio una festiva recepción y deliciosos alimentos, así como lujoso alojamiento. Rama dispuso la distribuui5n, a manera de caridad, de oro y dinero, de vehículos, utensilios para el hogar y ropa, de casas y otros bienes en abundancia. Vibhishana y los héroes Vanaras estaban sorprendidos ante la magnificencia de esos actos. Permanecieron ahí durante seis meses, sirviendo a Rama tanto de día como de noche, en completo regocijo. Los seis meses transcurrieron como si sólo hubiera sido un día para ellos. No se acordaban de su casa, de sus familiares ni de sus reinos, durante todo ese tiempo.

Por fin, Rama reunió en el salón de audiencia a todos los compañeros que habían estado con él y los invitó a tomar asiento. Después, se dirigió a ellos en forma suave y dulce diciéndoles: "Amigos, ustedes han trabajado arduamente para mí; por supuesto, no está bien que los alabe en su presencia, sin embargo, afrontaron muchas dificultades por mí, descuidando hogares, esposas e hijos, sin preocuparse por sus bienes y propiedades. No tengo más amigos, por lo tanto, siento amor y compasión especiales hacia ustedes, superiores a los que profeso a mis padres y hermanos, a mi reino y súbditos y aun a mi Sita; ustedes son mis bienamados. Ahora les pido que regresen a sus hogares. Sírvanme después de haberme aceptado en sus corazones, con fe y devoción. Les otorgaré la gracia y fortuna de verme a su lado, enfrente y detrás de ustedes y en sus hogares".

Esas palabras tan llenas de gracia y amor los sobrecogieron de gratitud y alegría, tanto que se olvidaron de sí y del entorno y, sin apartar los ojos del rostro de Rama, derramaron lágrimas de alegría, llenos de una emoción que les impedía pronunciar palabra alguna. Después, por instrucciones de Rama, los sirvientes trajeron grandes cantidades de ropa y joyas; Lakshmana, Bharata y Satrugna se las ofrecieron y personalmente los ayudaron a ponérselas. Los Vanaras y Vibhishana brillaron con fulgor, sin embargo, no les afectaba lo que sucedía; permanecían inmóviles viendo sólo los pies de Rama, su adorado Señor. Todos inclinaron la cabeza y se postraron ante los hermosos pies. Rama gentilmente los hacía incorporar y los abrazaba con gran afecto.

Luego le dijo al grupo de Vanaras que iban a partir y a los demás: "queridos hijos y amigos, les otorgo el estado sarupya de liberación, por el cual ustedes serán investidos de poder y virtud que sólo se aproximan a los míos. Regresen y lleven a cabo sus deberes con éxito y cumplan con sus responsabilidades. Gobiernen la tierra y a los súbditos confiados a su cuidado y disfruten de paz y prosperidad". Rama les impartió valiosos consejos y autorizó su partida. Bharata y Satrugna estaban admirados ante la devoción que brillaba en los corazones de los Vanaras y de otros. Como Rama lo ordenó, Lakshmana, Bharata y Satrugna acompañaron al grupo hasta las afueras de la ciudad, sentados en los carruajes que se les había asignado; los Vanaras volvían la cabeza con frecuencia y lloraban inconsolables ante el solo hecho de alejarse de Rama. Los hermanos, al ver reflejada la angustia en aquellos rostros, se apesadumbraron, pues sabían lo que significaban esas lágrimas y miradas tristes, y alabaron el espíritu de devoción que inundaba aquellos corazones. Los acompañaron hasta las márgenes del río y los ayudaron a cruzarlo; después, los hermanos regresaron a Ayodhya, y Hanumán volvió con ellos; así se lo había suplicado a Sugriva, su gobernador, prometiéndole regresar en diez días, ya que, según dijo, no podía soportar el dolor de separarse de Rama. Aunque Sugri1 Va no se sentía muy feliz, y a pesar de sus protestas, Hanumán regresó con Lakshmana y los demás hacia donde se encontraba Rama.

Cierto día, Rama se dirigió al jardín, acompañado de sus hermanos y su querido Hanumán, para dar un paseo. Aquel sitio estaba repleto de flores y frutos; Rama se sentó en el lugar más elevado, con sus hermanos al lado. Los hermanos dudaban acerca de hacer o no unas preguntas, vieron a Hanumán y le dijeron lo que pensaban; sabían que si Hanumán hacía las preguntas, Rama les respondería. El omnipresente Rama se dio cuenta de la situación y dijo: "Hanumán, ¿qué es lo que quieres saber ahora? Pregunta". Hanumán le respondió: "¡Oh protector de los débiles! Bharata quería hacerte una pregunta, pero tenía duda y temía formularla". Juntó sus manos y se postró a los pies de Rama por haber contestado a su pregunta directamente y en agradecimiento por haberle concedido la oportunidad de hablar en su presencia. Rama le respondió: "Hanumán, tú conoces muy bien mi naturaleza, no hay ninguna diferencia entre yo y Bharata. No existe nada que nos haga sentir distintos".

Cuando Bharata oyó esas palabras, se postró a los pies de Rama y dijo: "¡Oh! Tú, el que cura las miserias de aquéllos que se entregan a ti, escucha: perdona mis errores y protégeme, no tengo ninguna duda en mi mente, no tengo penas ni apegos, ni siquiera en sueños. Por supuesto, todo esto lo debo a tu gracia y compasión; tú eres el receptáculo de todas las virtudes. Deseo aprender la distinción entre los hombres buenos y los malos".

Rama le respondió: "Hermano, las cualidades que caracterizan a los buenos son muchísimas, como lo dicen los Vedas y los Puranas. La distinción que separa al bueno y al malo es tan enorme como la que existe entre el árbol del sándalo y el hacha. Toma nota de esto: cuando el hacha corta el árbol del sándalo, el árbol regala al hacha la fragancia que posee, el hacha lo está matando y el árbol sólo hace el bien a quien lo está aniquilando; por eso el sándalo es apreciado por todos, y a los dioses les gusta tener pasta de sándalo en sus frentes. Mas ve lo que sucede al hacha que daña el árbol que le confiere el bien: se pone al fuego y cuando está caliente y al rojo vivo, se martilla para darle la forma y el filo. Las personas malas causan dolor á los hombres buenos, de manera similar, pero los buenos siempre desean el bien y hacen el bien a los malvados, cualquiera sea el daño que se les haga. Y, ¿cuál es su recompensa? Con seguridad ellos alcanzan el cielo, es decir, están en constante bienaventuranza; las personas malas, por el contrario, constantemente estarán luchando contra la tristeza y el descontento, es decir, sujetas a una infernal agonía; aunque aparenten ser felices ante los demás serán torturadas en su interior por la infamia y el odio que invocan.

"Les voy a decir las características de los hombres buenos. Escuchen: ellos no están fascinados por !os placeres materiales, poseen las mayores virtudes y el mejor comportamiento. Son felices ante la felicidad de los demás; se entristecen cuando los demás están tristes y ven a todos con igual afecto. No tienen enemigos ni se preocupan si éstos existen; están dotados de sabiduría, conocimiento del mundo objetivo y un profundo sentido de desapego. Son de noble corazón y muestran compasión hacia los débiles e indefensos, adoran mis pies con pureza de pensamiento, palabra y obra y se deleitan en servirme; son ajenos a la fama y a la infamia, al honor y a la deshonra:Siempre están interesados en servir a los demás; jamás ceden ante el egoísmo ni siquiera en sueños. Sus acciones son límpidas y humildes. Ellos son de corazón sano y sereno. Búscan las oportunidades para renunciar y en cada momento están inmersos en la dicha. Para ellos, alabanza y crítica son lo mismo. Hermano, quienquiera que posea estas características es de mi propia naturaleza: él es yo mismo y yo soy él. Ésa es la verdad.

"Ahora te hablaré acerca de las características de los hombres malos. Escucha: deben evitar su compañía por todos los medios posibles, pues la desdicha caerá sobre ustedes como resultado de esa relación. Sus corazones se afligen ante la prosperidad de los demás; se deleitan tanto en injuriar a otros como en dar la bienvenida a las riquezas. Los seis enemigos del hombre bueno lujuria, ira, codicia, deseo, orgullo y odioson fomentados por ellos, siempre están a su alcance y se mueven y actúan de acuerdo con las órdenes de estos seis. La piedad y la caridad están ausentes en su quehacer diario y pelean con los demás sin razón y provocación alguna; además, muestran hostilidad, inclusive hacia quienes les hacen el bien. Sus acciones son falsas, lo que dicen es falso, su dar y recibir son falsos; sus actitudes son crueles; tienen corazones de piedra. Es bonito tener un pavo real y su canto también lo es, pero el pavo real mata a las serpientes. Así también, los hombres malvados están ansiosos de dañar a los demás y anhelan a las esposas de otros; se regodean dañando la reputación de los demás, gozan con la maldad; tienen una mente malévola todo el tiempo; son los más ruines entre los hombres; no tienen temor a las consecuencias. Cuando ven o escuchan acerca del progreso de otro, los corroe la envidia y los afligen terribles e insoportables dolores de cabeza; pero cuando los otros están atrapados por la calamidad, se regocijan con sus sufrimientos. Cuando otros sufren, se sienten extasiados, como si hubieran sido coronados reyes de algún reino. Están dominados por él ego; no piensan en ayudar a los demás ni siquiera en sueños. En sus corazones nacen la lujuria, la ira y otras pasiones. No tienen ninguna consideración hacia sus padres, preceptores o mayores. Se sienten disgustados tan sólo al oír mencionar a los grandes personajes o a Dios. Su intelecto es torpe, su conducta es reprochable y se cuentan por miles en el Kali yugá (la era del mal).

"Hermano, de todos los actos rectos, brindar ayuda a aquéllos qué la necesitan es el mejor, y de todos los actos malos, no hay nada peor que causar daño a los demás. Sepan que ésta es la esencia de las enseñanzas de los Vedas y de los Puranas. Éste es el ideal de todos los hombres buenos en todas partes. Aquéllos que han sido beneficiados con el nacimiento humano y sin embargo se complacen en dañar a los demás se degradan a un nivel inferior al dé las bestias y tienen que nacer y morir como éstas; lo mismo les sucede a los que renacen como hombres y vuelven a cometer las mismas maldades a causa de su ceguera e ignorancia. Por ello, soy el que mide las consecuencias del karma (la acción) y sólo después de un largo tiempo durante el cual tienen que luchar para salir de la oscuridad, yo les otorgo mi visión, los envío una y otra vez al torbellino de la vida y les hago experimentar los altibajos de la misma para que puedan educarse.

"Bharata, los dioses, sabios y grandes personajes no se involucran en actos que impliquen dualidad; siempre están en una actitud de dedicación, adorándome; se comprometen en actividades sin ningún deseo o apego a las consecuencias de las mismas. Si se llevan a cabo austeridades para alcanzar ciertos fines, si las actividades se desarrollan con la finalidad de obtener los frutos que otorgan, las personas tienen que renacer para que se les pueda otorgar el bien y el mal que aquellas actividades merecen. Cuando no se buscan los frutos de la acción y aun así los actos se ejecutan con sinceridad, corrección y justicia, éstos no atan. Por el contrario, confieren sabiduría al que los realiza. La persona aumentará su devoción y dedicación y, como resultado, estará más próxima al Supremo y a su fusión con él. Cuando sean capaces de distinguir entre el bien y el mal basándose en estas características y actúen de esta forma cuando busquen compañía, serán capaces de liberarse de los remolinos del mar de cambios, del océano del flujo de nacimientos y muertes.

"¡Hermano! Sabe que todas estas distinciones entre lo bueno y lo malo son básicamente el resultado del apego y las inclinaciones, a causa de que consideran al mundo como real, aunque no es ni real ni irreal. Aquéllos que han escapado de esta "ilusión" y esta dualidad son los mahatmas (Grandes Almas). Han comprendido que su realidad es el Alma inmutable. Saben que no hay dos; experimentan siempre sólo al Uno. Los demás pertenecen al grupo de los ignorantes".

El hermano y los demás, al escuchar tan esclarecedoras palabras, obtuvieron un estado de serenidad y sus corazones se deleitaron con una súbita oleada de amor; reconocieron la bondad de Rama y se postraron agradecidos a los pies del Señor. Esto lo hacían cada vez que les esclarecía algo; Hanumán experimentaba el éxtasis más que ningún otro. Después, Rama se encaminaba al palacio, acompañado por los hermanos y Hanumán. Esto se convirtió en rutina diaria: primero impartía enseñanza espiritual y después atendía los deberes de su reino.

Un día, Rama ordenó que los ciudadanos de Ayodhya se reunieran en el palacio, con los preceptores y los brahmanes. Todos se congregaron en el salón de audiencias y se les proporcionaron cómodos asientos. Rama entró en el salón y se dirigió a ellos así:

"¡Ciudadanos, preceptores y brahmanes!, me postro ante ustedes. Escuchen mis palabras con atención hasta el final: no me dirijo a ustedes con orgullo o engreimiento, ni para recordarles que soy su monarca; tampoco para conducirlos por caminos erróneos. Si mis palabras les parecen correctas, entonces sigan el camino que les indico. Sin embargo, debo decirles esto: aquéllos que escuchan mis palabras y actúan de acuerdo con ellas, sólo ésos son queridos para mí, únicamente ellos son mis hermanos. Si pronuncio algo equivocado, háganrnelo saber de inmediato, sin titubeo.

"Muy bien, el nacimiento humano según los Vedas, los Puranas y los sabios de todas las tierras, es el más raro privilegio que existe. Ese nacimiento no puede alcanzarse a menos que un gran mérito se cultive durante muchas vidas previas. Hasta los dioses ansían tal oportunidad y encuentran difícil nacer como humanos; el nacimiento como hombre abre la puerta a la liberación; provee grandes oportunidades para llevar a cabo la práctica espiritual y beneficiarse de ello. El cuerpo humano no se debe usar para disfrutar de placeres sensuales, se debe utilizar como un instrumento para alcanzar el cielo y así deleitarse con alegrías celestiales. Dichos placeres son fugaces, los obligan a volver al mundo de cambios, a la cadena de nacimiento y muerte. Por lo tanto, estos placeres traen infortunio; sólo los tontos se dejarían llevar a la persecución de tales placeres que, además, son como veneno para el hombre. ¿Acaso es mejor buscar el veneno en vez del néctar? Quienes anhelan el veneno no pueden ser hombres buenos; son como los tontos que desechan la gema que cumple los deseos y prefieren una cuenta de vidrio. Al ser dotada de un cuerpo, si una persona no lo usa para cruzar el océano de la existencia ilusoria, se le debe mostrar compasión por tal infortunio y por poseer un intelecto torpe. Él es el asesino de su propio ser, el enemigo de su propio progreso. Por lo tanto, aquéllos que nacen como hombres tienen que comprender que Dios reside en todos los hombres como el Alma y que deben servir a todos como a lo Divino, y considerar que ese espíritu de servicio es la forma más adecuada de adorar a Dios. Sigan los dictados de Dios, de todo corazón; lleven a cabo todas sus actividades dedicándolas a Dios.

"¡Ciudadanos! Quienes anhelan ser felices en este mundo y en el siguiente, escuchen mis palabras. Que ellas sean su guía y meta. Sigan este camino. De todos los caminos que conducen a Dios y a la auto rrealización, el camino de la devoción es el más fácil, es un camino pleno de dicha para la mente. El camino del conocimiento, del discernimiento y la derrota de la ilusión está infestado de obstáculos; es poco menos que imposible extinguir la mente. Inclusive quienes viajan por e! difícil sendero del conocimiento, pueden ser bendecidos por mí sólo si muestran devoción y amor en sus corazones. No existe nada igual a la devoción. La devoción no está limitada, es libre, otorga al hombre toda clase de alegría y felicidad. Debe ponerse énfasis en que ustedes pueden progresar en la devoción sólo cuando buscan y mantienen buenas compañías".

Continuando su discurso a la asamblea, Rama dijo: "Escuchen, ciudadanos de mi reino: deseo exponerles una verdad muy importante que a menudo no entienden claramente. No hagan ninguna distinción entre Shiva y Kesava (otro nombre de Vishnú), crean que Dios es sólo Uno; el nombre y la forma son distintos, pero el Alma Divina, la entidad universal absoluta es la misma; esa Alma Divina está en todos ustedes con igual poder".

Al escuchar esas dulces enseñanzas de labios de Rama, los ciudadanos inclinaron la cabeza con reverencia. Uno de ellos se anticipó para expresar su gratitud y dijo: "Señor, estamos apegados a ti más que a nuestras propias vidas; nuestros cuerpos están sanos y fuertes por ti y nuestros hogares desbordan alegría y felicidad merced a ti. Todo se debe a tu gracia; nos has liberado de la desdicha y nos has acercado a ti. ¡Maharaja!, ¿quién más nos puede enseñar tan amorosamente como tú lo haces? Nuestros padres pretenden que les cumplamos al pie de la letra sus deseos egoístas; eso es todo. ¿De qué utilidad podemos ser para ti? Sin embargo, nos disciplinas para alcanzar la bienaventuranza del cielo y eso nos causa inmensa alegría. Tú y tus venerables seguidores han realizado ún servicio magnífico al mundo al destruir a la raza demoníaca. Nunca podremos llegar a tener un señor, amigo y padre tan bueno y considerado como tú". La gente expresó entusiastamente su alegría y esclarecimiento ante Rama y él, a la vez, disfrutaba de aquella lealtad y deseos de aprender más y más acerca de temas espirituales. Los ciudadanos solicitaron permiso para marcharse y regresaron a sus hogares, manteniendo en sus mentes !as valiosas verdades que les había enseñado.

En Ayodhya, cada casa tenía un jardín de flores, que los ciudadanos cuidaban con amor y esmero; en la ciudad reinaba eterna primavera, pues las plantas rebosaban de frutos y fragantes flores todo el año. Cientos de abejas volaban alrededor de las flores y su zumbido se oía por doquier; una brisa fresca, con aromas florales, acariciaba a todos. Los niños de la ciudad tenían muchos pájaros como mascotas, y gorjeos, trinos y cantos se mezclaban creando una música grata al oído.

La riqueza y prosperidad de los ciudadanos del reino de Rama no pueden ser descritas ni por mil Seshas (la serpiente de la eternidad) de mil lenguas. Esa prosperidad era resultado de la rectitud que Rama fomentaba y cuidaba. É! celebró muchas ofrendas, durante las cuales les fueron otorgados a millones y millones de brahmanes, generosos regalos, y así vivían felices y contentos. Rama, el que propicia los ritos y ceremonias védicas y es guardián de los códigos del dharma y, no obstante, está por encima y más allá de las obligaciones y atributos de la naturaleza humana así como Sita, plena de auspiciosos atributos y dispuesta a ayudar a todos los que anhelaban cumplir con sus benéficas obligaciones, permanecían siempre alertas en la tarea de mantenerse a sí mismos y a sus súbditos en el camino de la rectitud. La enfermedad física, la ansiedad y el derrumbe de la moral estaban totalmente ausentes cuando Rama gobernaba. La gente se profesaba amor profundo y gran afecto entre sí. Todos se adherían de buen grado a las obligaciones y derechos dictados por los Vedas respecto de la comunidad y_de su oficio particular. La austeridad y caridad, las ofrendas rituales y estudios espirituales continuaron sin tregua y con singular entusiasmo, en toda la nación. Los pensamientos pecaminosos no se atrevían a penetrar en las mentes de las personas ni siquiera en sueños, y las mujeres, hombres, ancianos y niños tenían siempre en su pensamiento a Rama. No había calamidades ni catástrofes naturales en ninguna parte; durante la era de Rama no había pobres ni afligidos, nadie era bajo o insignificante, disforme o desagradable a la vista y mucho menos había crueldad y odio. En todos brillaba un halo de encanto; nadie hería a nadie ostentando orgullo 0 vanidad; nadie envidiaba a nadie. Todos eran versados en la sabiduría del alma y estaban ansiosos de practicar y proteger la rectitud; eran compasivos y dispuestos a servir a los demás. Cada uno anhelaba alabar las buenas cualidades del otro; nadie tenía cabida para egoísmos en el corazón.

El mundo entero, con sus siete islas, limitado por los océanos, se hallaba bajo la sombra del gobierno de Rama. En toda la región, él era el único e indiscutible Señor. En este dominio imperial, las personas disfrutaban de amor y ayuda mutua; no existía ni el más mínimo rasgo de división o antagonismo y por ninguna parte era visible el autoritarismo ni había distinción entre la gente. La distinción sólo surgía en la danza y las artes, en las cuales sobresalían los monjes y ascetas. Únicamente existían las luchas que entablaban los aspirantes espirituales en contra de sus sentidos. El raga (apego y también tono y armonía) sólo se podía observar en la música. Es obvio que si no existían enemigos, tampoco había asesinatos; en vez de eso, la gente mataba los caprichos de la mente y ganaba victorias contra su propia naturaleza inferior.

La ciudad y sus alrededores brillaban con incomparables y bellos pozos, estanques y lagos. ¡Y qué aguas tan puras, qué maravillosos parajes! Su sublime encanto cautivaba a los sabios y videntes, quienes se culpaban por ello; los lagos y estanques tenían flores de loto de muchos colores en la superficie. Muchos pájaros trinaban en los árboles que crecían frondosos y fuertes en la ribera. Los pericos y pavos reales alegremente se agrupaban en sus ramas. La ciudad era más espléndida que el mismo cielo y la gente se maravillaba ante su singular belleza.

Un día, Vasishta entró en el palacio para ver a Rama, el dador de prosperidad en todas las áreas. Rama lo recibió en la forma tradicional, lavando sus pies y ofreciéndole agua santificada para que bebiera. El santo levantó las palmas de las manos unidas y dijo: "¡Océano de compasión!, tengo una petición que hacerte. He observado con deleite tu papel como hombre y estoy acosado por una gran duda. Tu poder es ilimitado y ni siquiera los Vedas conocen bien tu naturaleza. Señor, ¿cómo te podré describir o descifrar? Este papel de preceptor de la familia o sacerdote es inferior. Los Vedas, los Shastras y los Puranas declaran que el sacerdocio es inferior, ya que es una ocupación de poco valor. Él tiene que oficiar en todas las ceremonias, ya sean auspiciosas o no; por lo tanto, está contaminado. Al principio yo no accedí a desempeñar esta profesión, pero Brahma me vio, y al comprender mi dilema me dijo: «Hijo, tú no sabes qué te depara el futuro, acepta esta profesión sin demora; tú vas a salir ganando en los años venideros. El Alma Universal (Parabrahman) encarnará en la dinastía Raghu». Al oír esto, incliné la cabeza ante esta profesión y me convertí en el sacerdote familiar de la dinastía Raghu. Ahora, como resultado de esa decisión, he alcanzado el Principio Supremo, que sólo se puede lograr a través de incontables años de oraciones, austeridades, meditación y yoga, además de llevar a cabo muchas ofrendas y austeridades, sin haber hecho el trabajo agotador implícito en éstas. Todas esas buenas acciones te tienen a ti como la meta por alcanzar y yo te he alcanzado.

"¿Qué mejor trabajo tengo para ejecutar que el que he escogido? Señor de señores: austeridades, adoración, votos, ritos y sacrificios, todas estas actividades están prescritas en los Vedas. Tu presencia y gracia se pueden alcanzar mediante el cultivo de la sabiduría, la compasión hacia otros seres vivos y la conducta virtuosa. Señor, estoy orando por un don, otórgamelo con tu infinita merced y permite que la gracia fluya sobre mí desde un rincón de tu mirar compasivo. Haz que mi devoción por ti no disminuya, sin importar cuántas vidas tenga yo que seguir viviendo; ése es el don que anhelo". Después, solicitando permiso a Rama para retirarse, Vasishta regresó a su morada.

Los súbditos del reino dedicaban su tiempo a cantar las tres veces sagrada y cautivadora historia de su gobernante, Rama. Se puede obtener el éxito en el yoga o cumplir muchos votos rituales, pero si no se tiene amor en el corazón, no se puede ganar el darshan de Rama. Los sabios, ascetas y héroes, el poeta, el erudito, ninguno de éstos era víctima de la codicia en el imperio de Rama; nadie caía en las garras del mal llevado por el orgullo de la riqueza. La autoridad se impartía con justicia. ¿Dónde estaban los jóvenes cuya rebeldía se manifestaba públicamente? ¿Dónde se podía encontrar al hombre que perdió la fama por su egoísmo? ¿Dónde estaba el hombre asediado por el enemigo? ¿Y el hombre aquejado por la pena? ¿Quién era el hombre mordido por la serpiente de la ansiedad? No existía ninguno. El mismo Rama estaba ante ellos como un ejemplo. Él es la Conciencia Interior, Dios mismo.

Los temibles ejércitos de maya están rondando por este mundo, los soldados son las pasiones, la lujuria, la codicia. El orgullo y la ausencia de fe son los oficiales de mando, mas la misma maya es la esclava de Raghunatha, Rama. Ella es "irreal" y, sin embargo, a menos que tengan la gracia de Rama, no pueden evitar ser capturados y atados por ella. La gracia que fluye de la mirada de Rama es lo único que los puede salvar de caer en sus garras. Maya "se posesiona" de todo aquello que se mueve y de lo que no se mueve en el universo; nadie puede estar libre de sus garras, ya que imita la gloria terrenal del Señor y, como una hábil actriz, desempeña su papel con la lujuria, la codicia y otros vicios más que la ayudan. Rama, sin embargo, como la encarnación de Sat Chit Ananda (Ser Conciencia Bienaventuranza), como la personificación del azul profundo que caracteriza al mar y al cielo, el fenómeno que no tiene nacimiento, como el Paramatma (Alma Universal) mismo, no tiene ni un rasgo de maya en él.

En la ciudad de Ayodhya, cada día era un festival nuevo y cada festival se enriquecía con nuevos actos de entretenimiento. Diariamente, Rama obsequiaba riquezas a manera de caridad. Estaba escrito que nadie debía culpar o despreciar a otro y estaba prohibido pronunciar palabras hirientes; en todos los hogares se leían diariamente los Vedas y los Puranas y ningún miembro de la comunidad desdeñaba a otro o lo consideraba inferior. Toda persona desempeñaba las labores tradicionales y respetaba las normas establecidas; por lo tanto, la compasión y el afecto hacia los súbditos crecían con rapidez en el corazón de Rama. Al ver la devoción y dedicación de las esposas hacia sus maridos, hasta los mismos dioses sentían envidia de los hombres. Los maridos, a su vez, eran merecedores de ese trato. No había nadie que hiciera derramar ni una sola lágrima a aquél o aquélla con quien se había casado. Marido y mujer estaban conscientes de que uno era ta mitad del otro y así, eran uno, deseándose felicidad mutuamente. En el reinado de Rama nadie recurría a la falsedad ante ninguna circunstancia. Los niños y niñas acataban las órdenes de sus padres y preceptores. Todos eran tan felices como el señor de los dioses en el cielo, Indra. El alimento y la riqueza eran tan abundantes en cada hogar corno en los dominios de Kubera (Diosa de la riqueza). Los pájaros chakora eran tan felices como si estuvieran viendo a Sarathkala, la Luna en otoño. Las mujeres observaban a Rama desde las puertas de sus hogares y se sentían felices; Bharata, Lakshmana y Satrugna se enternecían continuamente, extasiándose con el divino encanto de Rama. No existía el mínimo rasgo o idea de pecado; los monjes y ascetas deambulaban sin temor en los bosques más inhóspitos; el afecto entre el rey y sus súbditos crecía más y más día a día y la Tierra brillaba con amor y luz, los bosques resplandecían de verdor, los pájaros y las bestias convivían en paz; no existía odio en ningún lugar, ni siquiera un leve indicio que indicara su existencia, pues todos estaban unidos por gran fraternidad; cada individuo exaltaba las cualidades y grandeza de Rama con mucho entusiasmo.

Un día que Rama se encontraba en su trono, en el salón de audiencias, en compañía de sus hermanos, un brahmán visiblemente angustiado entró en el salón. Habló con palabras altisonantes pidiendo desagravio: "La fama de la dinastía solar ha terminado hoy. Recuerdo la gloria de los grandes reyes en el pasado Sibi, Raghu, Dilipa, Sagara porque tales perversidades no habrían sucedido cuando aquellos reyes gobernaban. ¿Puede morir un hijo mientras aún viva su padre? ¿Puede ocurrir un desastre así, si el gobernante es bueno? Sin embargo, hoy lo he visto suceder". Rama, en su omnisciencia, supo lo que había sucedido y se sintió muy incómodo por las palabras del brahmán. Sondeó en su mente en busca de la razón de esa muerte y estuvo seguro de que aquello no había ocurrido a causa de un error de gobierno. Se dio cuenta de que había sido consecuencia de malos pensamientos y así, prescribió ciertas normas para prevenirlos y que no surgieran en la mente de las personas. Rama atendía y resolvía hasta esos pequeños problemas y establecía las medidas pertinentes para evitarlos. Olvidó toda consideración de su persona y trató de al canzar la meta que se había propuesto: la felicidad de sus súbditos, y los cuidaba como a su propio cuerpo. La gente también valoraba el afecto y la felicidad del rey; lo querían tanto como a su propio corazón. El gobernante nunca actuaba en contra de los deseos de su pueblo y éste también cumplía sin demora las órdenes impartidas por Rama. El reino de aquellos días resplandeció de este modo por muchos años. Rama era el mismo Narayana y así, su reino redundaba en la gloria de la Tierra y su historia, pues la verdad y rectitud eran los verdaderos guardianes de la humanidad.