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Libros escritos por Sai Baba

29. Ayodhya Feliz

29. AYODHYA FELIZ

El Pushpaka ascendió en dirección hacia el norte. Cuando se elevó, hubo gran conmoción en la tierra. Las hordas Vanaras lanzaron gritos de "¡Jai! ¡Victoria a Rama! ¡Victoria a Sita, Rama y Lakshmana!". En el interior del Pushpaka había un enorme trono bellamente diseñado y tallado, en el cual se sentaron Sita y Rama. Después aparecieron ante todos, como una nube con una luz centelleante descansando sobre el pico Sumeru. Rama le señaló a Sita el campo de batalla y le dijo: "Aquí fue donde Lakshmana venció y mató a Meghanada". También le mostró otros lugares que habían sido testigos de hazañas y triunfos similares; le indicó el puente que los Vanaras habían construido sobre el mar y le describió el heroísmo, la devoción y la fe de los monos. Muy pronto, el carro aéreo llegó al bosque Dandaka, donde Rama hizo que el vehículo se posara en las ermitas de Agastya y de los otros sabios. Acompañado de Sita y Lakshmana y otros miembros de su séquito, Rama visitó a los sabios, les rindió homenaje y después de pedirles permiso para partir, subió al Pushpaka otra vez y llegó a la colina Chitrakuta. Ahí también ofreció respeto a los sabios y, surcando el cielo nuevamente, le mostró a Sita desde las alturas la ciudad de Kishkinda. A medida que volaban a gran velocidad, Rama le mostró los ríos sagrados Yamuna y Ganga, a los cuales Sita ofreció adoración en su mente. Pronto pudieron ver el tres veces sagrado Prayag, donde el Yamuna se une al Ganga. Desde ahí también se podía ver la esplendorosa ciudad de Ayodhya.

Guha, el jefe de la tribu nishada, quien anhelaba ardientemente e! regreso de Rama con su consorte y su hermano, descubrió al Pushpaka en el cielo y se postró con veneración. Y, ¡oh sorpresa!, el carro se posó exactamente ahí. Guha corrió a postrarse a los pies de Rama, con lágrimas corriendo por sus mejillas, sin poder contener su alegría; se puso de pie y abrazó a Rama con el corazón rebosante de dicha. Sita, Rama y Lakshmana confirieron sus bendiciones al jefe de la tribu. Tomaron su baño en e! río sagrado y ordenaron a Guha que trajera el bote para cruzas e! Ganga. E! Pushpaka, que pertenecía a Kubera antes de que Rayana se lo apropiara, fue devuelto a su antiguo dueño.

Restaba sólo un día para que terminara el exilio; por lo tanto, Rama ordenó a Hanumán convertirse en un brahmán y marchar hacia Ayodhya, con el fin de informar a Bharata de todos los acontecimientos y la situación en que se encontraban él y los demás, así como para traerle de vuelta, noticias de Bharata. Hanumán partió de inmediato, mientras Rama, Sita, Lakshmana y todos los que habían venido con él se encaminaron hacia !a ermita de Bharadvaja y aceptaron la hospitalidad de aquel sabio. Hanumán encontró a los habitantes de Ayodhya enflaquecidos y hambrientos, desolados y abatidos, porque no habían apetecido alimento o bebida durante la ausencia de Rama. Por toda la ciudad se oían sus lamentos y gemidos. No se podían consolar ni asistir mutuamente, pues apenas podían dar unos pasos por lo débiles que se encontraban; no tenían ningún deseo ni fuerzas para cuidar o consolar a los demás. Sin embargo, las buenas nuevas que Hanumán llevaba habían lanzado ya algunos rayos de esperanza sobre ellos. Bharata había tenido algunas premoniciones del feliz acontecimiento: su ojo y su brazo derechos sufrían espasmos repentinos. Anticipó la buena noticia de la llegada de Rama a Ayódhya. Lamentaba que todavía faltara un día más para que concluyera el exilio y estaba preocupado porque Rama no había mandado a nadie para comunicarle en qué lugar se encontraba. Se dijo a sí mismo que Lakshmana era muy afortunado por estar todo el tiempo en la presencia y sirviendo a los pies de loto. "El Señor me mandó a esta ciudad porque soy un hipócrita. Mi Señor es todo dulzura y suavidad, es el bondadoso pariente de los que han caído en el infortunio, es la compasión misma, con seguridad mañana llegará", se consolaba.

Justo entonces, Hanumán se le apareció convertido en brahmán para notificarle lo acontecido. El gran héroe Vanara se conmovió al ver la triste condición de Bharata. Su cuerpo había adelgazado y estaba abatido por la ansiedad; su pelo estaba enmarañado y sus ojos enrojecidos eran una fuente perenne de lágrimas; repetía sin cesar el nombre de Rama. Hanumán se llenó de alegría al ver aquella alma tan dedicada, en éxtasis, y se le erizó el pelo. Sus pensamientos corrían en todas direcciones, pero recordó su misión y de inmediato le comunicó la buena nueva al ansioso Bharata. "La persona de quien has estado separado y por quien no has dormido ni convidó todas estas noches y días, cuyas virtudes y poderes has alabado y recitado a cada momento de tu vida en todos estos años, quien ha garantizado la protección a los dioses y la seguridad a los sabios, quien fomenta la verdad y la rectitud en todos los mundos, Rama, ha obtenido la victoria sobre todos los enemigos, y los dioses están cantando su gloria".

De forma similar al hombre que sufre de una sed espantosa y se siente feliz al ver el agua, a Bharata lo inundó la alegría cuando escuchó a Hanumán. Se preguntaba si era verdad todo lo que estaba oyendo y si Hanumán no era sólo un espejismo e inquirió: "¿Cómo puedo saber si esto no es una ilusión? ¿Quién es esta persona que me ha traído esta~buena noticia? ¿De dónde has venido?", le preguntó al visitante, abrazándolo con gratitud. Hanumán respondió: "¡Oh, Bharata!, yo soy Hanumán, el hijo de Vayu, el dios del viento; pareces haberlo olvidado. Yo soy el Vanara que cayó frente a ti cuando volaba cargando la colina Sanjivi. Soy un servidor de los pies de loto de Rama".

Al oír tal respuesta, Bharata se puso de pie respetuosamente, sobrecogido por la alegría, e inclinó su cabeza en reverencia. "¡Oh jefe de los monos!, has disipado mi dolor. Tu presencia ha traído la calma a mi mente; ¡qué afortunado soy!, ¡hoy he podido ver a un mensajero de Rama!". Y continuó repitiendo lo mismo durante largo, rato. "¿Está bien mi Rama, es feliz?, y mi Madre Sita, ¿cómo está? ¡Hanumán!, ¿cómo voy a poder expresarte mi gratitud? ¿Qué debo hacer por ti en retribución? No puedo encontrar nada que en realidad sea de gran valía para podértelo ofrecer en agradecimiento, así que permaneceré en deuda contigo. No sé cómo pagar la deuda ni con qué. ¿Dónde está Rama ahora? ¿En qué lugar pernocta? Cuéntame las hazañas que lo llevaron a la victoria", dijo, ansioso de saberlo. Hanumán estaba abrumado ante la devoción y dedicación que Bharata mostraba y se postró a sus pies demostrándole su admiración para decirle: "Bharata, Rama está muy cerca de la ciudad de Ayodhya y lo podrás ver en poco tiempo. Sus hazañas son tan maravillosas que no pueden describirse, tú lo sabes. Él también te recuerda constantemente; el segar de los mundos, Rama, ha dicho que en todo el mundo no hay otro hermano que se iguale a ti en pureza de corazón, agudeza de intelecto y virtudes. ¿Quién puede dudar de esas palabras?"

Bharata se sentía feliz al oírlo. "¿Rama ha hablado así de mí? ¡Qué afortunado soy!", gritaba y abrazaba a Hanumán cariñosamente. Hanumán le dijo que no podía demorarse más y pidió permiso para partir y hacerse presente ante Rama. Cuando estuvo con Rama le dijo lo que había visto y escuchado.

Bharata dio la orden de que se realizaran los preparativos para la ceremonia de bienvenida. Difícilmente permanecía quieto; siempre estaba en movimiento y muy ocupado. De Nandigrama fue a Ayodhya y le ofreció sus reverencias al preceptor Vashista, antes de comunicarle la noticia de que Rama llegaría pronto a Ayodhya. También se apresuró a ir hacia las habitaciones de las reinas y anunció a las tres madres que Rama, Sita y Lakshmana estaban por llegar, lo cual las llenó de alegría. Bharata ordenó que toda la ciudad fuera informada de la buena noticia, a través de todos los medios disponibles. La noticia Ileró a oídos de todos con rapidez increíble. Los niños, ancianos, hombres y mujeres corrían de un lado a otro pregonando la buena nueva a todo pulmón.

Bharata reunió a los sabios, eruditos, preceptores, ciudadanos y líderes y a las cuatro secciones de las fuerzas armadas, y con las tres reinas y los ministros, guiados por Sumantra, caminó con Satrugna a su lado, al encuentro de Rama. Mientras se aproximaban a Ayodhya, Rama describía a los Vanaras y a todos los demás que estaban a su alrededor la belleza de la ciudad: "¡Oh Sugriva, Angada, Vibhishana! Ayodhya es una ciudad sagrada y muy bella". En ese momento de entusiasta descripción de los encantos de la ciudad, Bharata apareció a la vanguardia del ejército, con su hermano y las reinas. Así como el océano crece de alegría al ver la Luna de otoño, la multitud se sintió dichosa al ver a Ramachandra, Rama la Luna. Aquella alegría llegaba hasta el cielo. Las madres abrazaron a Rama con deleite y se olvidaron de sí mismas, atrapadas por una corriente de alborozo. Sita, Rama y Lakshmana se postraron a los pies de las madres. La alegría de todos era inefable. Rama acercó a Bharata hacia sí y, acongojado al ver su debilitado cuerpo, lo llenó de consuelo y lo aconsejó amorosamente. Alabó a su hermano por la firme devoción y el afecto brindados a sus súbditos. Sita, Rama y Lakshmana también se postraron ante Vashista, Jaba¡¡, Vamadeva y los demás sabios, tan pronto como los vieron. Hasta el más asceta entre los santos no podía contener las lágrimas ante la felicidad del encuentro con Rama.

Los eruditos védicos elevaron sus voces al cielo y derramaron sus bendiciones con la fórmula tradicional: "¡Vivan victoriosamente por cientos de años!, ¡vivan prósperamente por cientos de años!". Bharata y Satrugna se postraron de cuerpo entero ante Rama, rindiéndole homenaje. Aunque Rama les rogaba una y otra vez que se incorporaran, se sentían incapaces de hacerlo y de separarse de los pies de loto. Lakshmana y Rama tuvieron que unir sus esfuerzos para levantarlos. Los cuatro hermanos se abrazaban entre sí con gran afecto y lloraban de alegría y alivio al mirarse unos a otros. El deleite que inundó sus mentes ocasionó que su belleza innata resplandeciera aún más, brillando como encarnaciones divinas. La tristeza de la separación había dado paso a la alegría de encontrarse de nuevo juntos. Ahora estaban sumergidos en el océano de la bienaventuranza.

Sugriva, Nala, Nila, Angada, Hanumán y los demás asumieron hermosos cuerpos, en ocasión del festival de bienvenida. Los ciudadanos no cabían en sí de gozo ante la vista del séquito de Rama, a la vez que alababan las austeridades que Bharata había realizado, así como sus resultados. Apreciaron sus virtudes de fina ley. Rama se estremeció ante la fe y la devoción de los habitantes de Ayodhyá. Reunió a los Vanaras y a Vibhishana para presentarlos á sus hermanos y a sus preceptores. Cuando los presentó ante las reinas les dijo: "Éstas son mis madres", y todos se postraron a los pies de las mujeres diciendo: "¡qué afortunados somos al conocer alas madres que le dieron nacimiento al mismo Dios! Ustedes son dignas de adoración; otórguennos su bendición".

Kausalya les habló así: "¡Oh Vanaras!, todos ustedes son tan queridos para mí como lo es mi hijo Rama. ¡Que Rama jamás los olvide, que siempre los proteja!". Después, deliberando entre ellos, subieron a los carruajes y entraron en la ciudad.

Frente a cada casa se habían colocado vasijas de oro llenas de agua pintada' con colores auspiciosos y en las calles y en las casas ondeaban banderas. Los rostros de la gente, otrora marchitos y desencajados por el dolor como lotos a la luz de la Luna, florecieron en frescura y belleza, cual lotos al amanecer, cuando Rama pasó frente a ellos. El cielo vibraba con vítores de alabanza. El carruaje que conducía a Rama cruzó por las calles de la ciudad, pletóricas de alegría y deleite. Las llamas auspiciosas de las lámparas que sostenían manos devotas y que ondeaban a su paso brillaban como estrellas, dando la impresión de que el firmamento había caído en la Tierra; por los caminos se respiraba un aroma fragante de agua de rosas.

A medida que el carruaje avanzaba, lluvias de flores caían sobre él, desde ventanas y balcones. La felicidad de los habitantes de Ayodhya era inmensa. Con sus tres hermanos y sus tres madres, Rama, con Sita a su lado, otorgó inmensa satisfacción a la multitud que se encontraba a los lados del camino. La gente se felicitaba mutuamente por la buena fortuna de vivir y presenciar ese feliz acontecimiento. Cuando llegaron al palacio, las doncellas, así como las ayas y la servidumbre, se adelantaron a recibirlo para lavarle los pies, como era la costumbre ritual.