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Libros escritos por Sai Baba

23. Éxito en la Búsqueda

23. ÉXITO EN LA BÚSQUEDA

La lluvia al fin cesó. La estación de la primavera hacía su aparición en el mundo y la tierra brillaba con resplandeciente verdor. Por todas partes, la hierba empezaba a retoñar y pronto la tierra se cubrió con un multicolor manto floral. Así como la codicia se debilita cuando brota la alegría, de igual manera las aguas se evaporaron cuando la estrella Agastya apareció en el cielo. Y así como la mente se purifica y se hace translúcida cuando el deseo y la ilusión desaparecen, así también los ríos se hicieron cristalinos y puros.

Rama le dijo a Lakshmana: "Hermano, sería conveniente recordarle a Sugriva la búsqueda que debe efectuar". Lakshmana obedeció la orden y pidió a Hanumán, quien diariamente visitaba la ermita, que le recordara a Sugriva la tarea prometida. Hanumán era muy diligente y estaba siempre ansioso por cumplir las órdenes de Rama, de manera que hizo llegar el aviso a Sugriva, de forma inmediata y efectiva. Reunió a los líderes de las hordas de monos e inició los preparativos necesarios, en tanto que Sugriva infundía a todos la determinación y el valor necesarios para la ejecución de la tarea que se les asignaba. Inculcándoles la firme resolución de que la misión debía tener éxito, los envió hacia los cuatro confines del mundo. Sugriva confió el mando total a Hanumán y, encabezada por éste, la horda de monos gritó: "¡Victoria a Sugriva! ¡Victoria a Rama, el Señor!". Y bailando y saltando de alegría, los monos se encaminaron presurosos por la ruta que a cada uno le fue asignada, inspirados por Hanumán y por la santidad de la misión.

Hanumán se dirigió hacia el este, con un grupo de seguidores. Sushena y Mandava fueron hacia el norte; escudriñaron la cordillera Gandhamadana, el pico Sumeru, la montaña Arjuna y la cordillera Nilgiri con sus cuevas, hasta que finalmente llegaron a la costa dei mar del Norte. El grupo guiado por Hanumán buscaba con igual ahínco; eran los que menos se preocupaban por dormir y comer y estaban dispuestos a ofrendar sus propias vidas a los pies de Rama. Sólo tenían un deseo: coronar con éxito su tarea de servir a Rama. Desde el más humilde hasta el más sobresaliente, todos guardaban la misma lealtad y compartían el mismo espíritu de dedicación. Pronunciando "Rama, Rama, Rama", se asomaban a cada rincón, a cada recoveco, pico y promontorio, a cada cueva y resquicio, valle y ribera, pues podían penetrar en regiones y lugares a los que el hombre no tiene acceso.

Un día, llegaron a las orillas de un gran lago, y allí encontraron a una mujer que se hallaba dedicada a sus prácticas de austeridad. Guardando, cierta distancia, se postraron ante ella, quien, al abrir los ajos y ver cuán exhaustos estaban, les dijo: "Monos, los veo muy cansados y hambrientos. Vengan a refrescarse con estas frutas", y les ofreció una gran cantidad de alimento. Mientras se hallaban sentados alrededor de ella, le hablaron de la misión que les había sido encomendada. Ella les dijo que estaba en camino al lugar santo donde residía Rama. "Escuchen mi historia dijo mi nombre es .Swayarnprabha, soy hija de un Gandharva celestial. Tengo una amiga ninfa que se (lama Hema. Durante mis ejercicios de austeridad, Brahma se apareció ante mí preguntándome qué era lo que necesitaba, asegurando que me concedería lo que yo deseara. Entonces yo le dije: `Deseo ver a Dios en forma de hombre caminando sobre la Tierra'. Él me contestó: `Permanece aquí a solas. A su debido tiempo, un grupo de poderosos monos !legará a este sitio y se detendrá si tú se lo pides. Ellos te darán noticias de Rama, que es Dios mismo en forma humana. Más tarde podrás ver a Rama en persona'. ¡Ah!, esa gracia me ha sido concedida. La primera y segunda señales ya se han cumplido. La primera es la llegada de ustedes; la segunda es el relato que me han hecho acerca de fa historia de Rama y el lugar en el que reside. Ahora estoy feliz como si ya hubiera recibido. la tercera, el darshan de Rama".

La mujer se hallaba inmersa en un éxtasis y un deleite sin límites, derramando lágrimas de felicidad; los monos se sentían igualmente emocionados y también lloraban de alegría. Mientras tanto, la mujer, cerrando los ojos, se fue absorbiendo en sí misma, y luego rompió el silencio con las siguientes palabras: "¡Monos! En una playa, junto a una bella ciudad, en el centro de un hermoso jardín, sola, completamente sola, se encuentra Sita, lamentándose de su destino. Sin duda la verán, pueden estar seguros de ello; continúen su camino con valor y confianza".

Un día, los monos viajeros, hundidos en la melancolía, empezaron a lamentarse: "¡Ay!, del plazo que nuestro amo Sugriva nos concedió sólo restan dos días y aún no hemos encontrado a Sita". Tanto Angada como el resto de ellos se lamentaban de su suerte y, presos de la desesperación, lloraban de pena. Habían llegado a la orilla del mar y con tristeza comprendían que les sería imposible cruzarlo para continuar la búsqueda. Así pues, se juntaron en grupos sobre la arena, languideciendo por la desilusión. Jambavanta, el anciano líder, trataba de reanimar a Angada de diversas maneras: "¿Por qué te preocupas? Hemos realizado nuestro mayor esfuerzo y buscado por todas partes sin olvidar jamás nuestro deber; no desperdiciamos en el ocio ni un solo momento, ni siquiera nos hemos preocupado de comer o beber, por buscar incesantemente a Sita. Nuestro amo y gobernante, Sugriva, tal vez no atestigüe nuestra actividad, pero créeme, Rama sí la ve y, por lo tanto, él no nos aplicará ningún castigo. No hay razón para temer el enfado de Sugriva. Al ser ésta su tarea, hagámosla llevando su nombre en nuestros labios y su forma en nuestra mente".

Mientras Jambavanta consolaba de esta forma a Angada, una enorme ave se posó sobre la playa para efectuar los últimos ritos en memoria de su hermano muerto y ofrendar, en el mar sagrado, agua santificada con granos de ajonjolí. Los monos se reunieron alrededor del recién llegado, preguntándose si sería acaso un Rakshasa que había adoptado esa forma. El ave, sin embargo, habló primero y dijo: "Monos, mi nombre es Sampati. Jatayu y yo somos hermanos. Como águilas que somos, hace años él y yo competíamos volando hacia el Sol. Mi hermano no pudo soportar el quemante calor que se sentía al acercarnos al Sol y regresó, pero a mí el orgullo me indujo a continuar el vuelo y, al subir cada vez más, mis alas se quemaron. Caí como una piedra desde las alturas del cielo, pero entonces, un sabio llamado Chandrama cruzó por donde yo estaba, y al toparse conmigo, se sentó a mi lado y me enseñó buena parte de su sabiduría. Al escuchar sus preceptos, mi orgullo se desvaneció. En una ocasión me dijo: `¡Oh, rey de las aves!, escucha mis palabras. En el Threta yoga (segundo ciclo del mundo) que se aproxima, el dios Narayana encarnará en forma humana; su consorte será raptada por Ravana y llevada a un lugar desconocido; un ejército de Vanaras (monos) se dedicará a seguir su huella. Tu vida se santificará y se hará provechosa cuando veas a esos emisarios de Dios entregados a su sagrada misión. Tú sabrás que ha llegado el momento porque cuando eso suceda, tus alas crecerán y se fortalecerán. Tu deber será darles información acerca del lugar en el que Sita se encuentra cautiva'. Hoy vine a este sitio junto al mar para efectuar los últimos ritos en honor de mi hermano Jatayu, y al verlos recordé las palabras que aquel sabio pronunció hace tiempo y que hoy se han hecho realidad".

Cuando los Vanaras escucharon aquel relato, exclamaron emocionados: "¡Sampati!, olvida los pormenores de la historia de tu vida, pues el plazo que se nos ha fijado está por terminar! Dinos pronto lo que sepas y lo que le ha sucedido a Sita".

Sampati respondió de inmediato: "¡Oh, Vanaras! Un día en que padecía hambre incontrolable, llamé a mi hijo Suparna y le dije: `Hijo, vuela rápidamente y búscame algo para comer. Yo estoy anciano, tengo hambre y mis alas se me han caído'. Al ver mi aflicción, se lanzó en veloz vuelo hacia la selva, pero no regresó. La angustia que sentía por él me hizo olvidar el hambre que me atormentaba, hasta que por fin volvió con un trozo de carne de venado. El hambre me hizo perder el control propio de un ser inteligente; me sentía furioso por la desmesurada tardanza y decidí lanzar una maldición sobre mi hijo.

`Temiendo esto, él se aferró a mis pies y suplicante me dijo: `¡Padre! Yo no perdí un solo instante durante mi ausencia, te ruego que escuches mis palabras; perdóname por la tardanza, pero fue inevitable'. Puso la carne de venado frente a mí y, después de saciar mi hambre, le pedí que me explicara la causa de su demora. Él dijo: `Cuando volaba hacia la selva, vi a una persona de veinte manos y diez cabezas que marchaba presurosa por el camino. Una mujer de indescriptible belleza iba con ella, llorando y lamentándose. Yo sabía que aquél era un monstruo, de manera que lo ataqué al ver que la mujer iba prisionera dentro del carruaje. Ella pronunciaba un solo nombre: `¡Rama, Rama, Rama!'; no salía otra palabra de su boca. Mi intento inútil por detener a aquel ser y salvar ala mujer fueron la causa de esta demora`.

"Al escuchar sus palabras me sentí terriblemente mal, no sólo por haber perdido mis alas, sino por haberme hecho viejo. Estaba sobrecogido por la pena. Supuse que se trataba de un Rakshasa, de manera que le pregunté a mi hijo en qué dirección se desplazaba el monstruo de diez cabezas. Me contestó que iba rumbo al sur. Inmediatamente exclamé: `¡Dios mío, ese monstruo es el Ravana que el sabio me mencionó, y aquella mujer es la divina madre Sita! No hay duda de ello. Ese monstruo se la ha robado como una zorra, como un perro, y va huyendo con su presa'. Apretaba los dientes con rabia al pensar que no podía yo hacer nada".

De esta manera, Sampati explicó lo que había acontecido y lo que sabía del caso, y añadió: "He estado esperando la llegada del ejército de Vanaras, tal como el sabio me lo vaticinó. Cada día he aguardado que cruzaran por mi camino. Hoy, mi ruego ha sido escuchado, mi vida ha sido santificada".

Luego, Sampati les reveló: "¡Oh, Vanaras!, la ciudad de Lanka se halla en el cerro de tres picos situado a orillas del mar; esa ciudad tiene muchos jardines y parques encantadores, y Sita está allí, en el Bosque de palmeras, lamentándose de su suerte. Ella espera su llegada, por lo cual deben avanzar más hacia el sur".

Angada le preguntó al ave cómo sabía que ella estaba en el Bosque de palmeras lamentándose de su infortunio, y Sampati le respondió que la vista de un águila abarca un área de cuatrocientas lojanas y que, de no habérselo impedido la edad, seguramente les habría brindado más ayuda en su misión. Ahora, el problema era cómo cruzar el océano. Sampati dijo: "Vanaras, podrán cumplir con la tarea que les ha impuesto Rama si hay uno entre ustedes que tenga fuerza y habilidad para saltar una distancia de cien yojanas'.

Al decir esto, las alas de Sampati crecieron y se movieron un poco; primero pudo saltar una corta distancia y en poco tiempo logró incluso volar. Las palabras del sabio se habían cumplido. Sampati se sintió jubilosa al ver que recuperaba sus alas. Dijo: "¡Oh valientes héroes Vanaras! Para realizar lo ordenado por Rama, ustedes han proseguido la búsqueda con gran eficiencia y entusiasmo, sin permitir que el hambre y la sed menguaran sus esfuerzos. Durante la búsqueda han demostrado fe inquebrantable y profunda devoción, e incluso han arriesgado sus vidas en repetidas ocasiones. Rama es quien les ha otorgado perseverancia y fuerza; él está efectuando su misión mediante ustedes. Su deber ahora es que mediten en él y le recen de todo corazón. Cuando lo hayan hecho, podrán con toda certeza ver a Sita y lograrán satisfacer a Rama. Con ayuda de su gracia, podrán saltar con facilidad el océano, ver a Sita y llevar alegría al corazón de Rama. La alegría que procuramos al corazón de Dios es nuestro único logro valioso; ¿qué podemos decir de aquellas vidas que no ofrecen esta dádiva a Dios? Sólo son valiosos los que viven de acuerdo con las reglas establecidas por Dios y que mediante sus acciones cumplen con sus deseos, los demás son inútiles y estériles; sólo consumen precioso alimento y son una carga para la Tierra sobre la cual vagan".

Después de decir estas palabras, Sampati alzó el vuelo y se marchó.

Los Vanaras que la observaron volar hacia las alturas se sorprendieron gratamente con el repentino restablecimiento de sus fuerzas. Comentaban entre sí que el nombre de Rama puede lograr lo imposible, como reza el refrán: "Los modos hablan y los cojos pueden trepar montañas". El águila Sampati pudo recuperar sus alas y elevarse al cielo sólo por la gracia que le fue concedida al pronunciar el nombre de Rama. Por medio de las palabras de Sampati, los Vanaras pudieron ver y conocer los hechos correctamente. Cada uno de los jefes de los monos comenzó a probar sus fuerzas y capacidad para saltar. Entonces, Jambavanta les habló de esta manera: "¡Amigos!, mi avanzada edad me ha vencido, mi habilidad y fuerza han declinado. De alguna forma, animado por la alegría de poder ejecutar los mandatos de Rama y fortalecido por sus bendiciones, he podido hasta ahora seguir adelante con ustedes. Hace tiempo, cuando aún poseía toda mi fuerza e inteligencia y me hallaba en la mejor época de mi vida adulta, el Señor encarnó como Vamana y mostró su forma de Trivikrama".

Al escuchar esto, los Vanaras rodearon a Angada, el príncipe heredero de su reino, y le rogaron: "¡Oh, príncipe!, indícanos la mejor forma de actuar. Decide quién de nosotros ha de intentar saltar por encima del océano". Entonces, Angada convoco a sesión a todos los Vanaras y anunció que deseaba conocer la capacidad de cada uno de ellos para ejecutar la empresa. Vikata se levantó y dijo: "Yo puedo saltar unos treinta yojanas, pero no más". Nila declaró: "Príncipe, yo podría, con un solo salto, cubrir cuarenta yojanas, pero siento que no podré aumentar esa distancia ni un centímetro más". El siguiente fue Durdara quien, levantándose, dijo que fácilmente lograría saltar una di stancia de cincuenta yojanas. Nala se aproximó y, con grandes aspavientos, dijo que podría saltar sesenta yojanas. Continuando con la competencia de alarde y confesión de habilidades, Angada declaró: "Escuchen. Yo puedo saltar ese océano una vez, pero dudo mucho que me queden fuerzas suficientes para dar el salto de retorno. No se trata sólo de llegar a la otra orilla; allá habrá que pelear contra los Rakshasas, si se presenta el caso. Ello me debilitaría aún más y no me quedarían fuerzas para volver. Me temo que mis fuerzas se agotarán antes de cumplir con esas tres empresas".

Al escuchar a Angada pronunciar tan deprimentes palabras, los principales y más ancianos Vanaras se levantaron y le rogaron al unísono: "¡Príncipe!, tú eres el heredero de nuestro reino; discutir si tú puedes o no hacerte cargo de esta misión es inútil. No sería correcto ni adecuado que tú cruzaras el océano para llegar a tierra de los Rakshasas; eso va contra los cánones de la realeza. Ésa es una tarea que debes asignar a algún súbdito. Teniendo millones de servidores deseosos de hacer lo que les ordenes, no es correcto que consideres la posibilidad de realizar ese trabajo tú mismo". Jambavanta sugirió que se le asignara a algún otro miembro de la comunidad la ejecución de esa tarea y, después de mirar a toda la congregación, Angada reparó en Hanumán y le dijo: "¡Oh hijo del dios del viento!, tú eres el ferviente servidor de Rama, tu devoción es en verdad profunda; fuiste el primero de todos nosotros en ser bendito con el darshan de Rama. Gracias a tu inteligencia, discreción y fuerza moral, lograste que se entablara una amistad entre Rama y nuestro gobernante, Sugriva. Y ahora que estamos abrumados de dificultades para ejecutar la misión de Rama, guardas silencio. Me es difícil entender el significado de tu actitud". Angada prosiguió exaltando las cualidades de Hanumán: "No existe aventura que tú no puedas emprender con éxito. Eres fuerte y muy inteligente, estás dotado de todas las virtudes. ¡Valora tus habilidades, capacidades y excelencias y elévate!"

Las palabras de Angada hicieron surgir en Hanumán su antigua fuerza, y con un gesto repentino se incorporó y dijo: "¡Vanaras, esperen todos aquí mi regreso! Han caminado durante todos estos días entre cerros y valles, selvas y desiertos, y no han tenido tiempo para descansar. Coman las frutas y raíces que puedan hallar en esta zona y permanezcan aquí. En este instante voy a saltar el océano, entraré en Lanka, veré a Sita y regresaré. No tengo otra misión sino cumplir las órdenes de Rama. ¿De qué otra forma podemos lograr que nuestras vidas sean dignas si no es ganándonos su gracia?". Después de pronunciar esas palabras, levantó las manos a manera de saludo al enorme grupo de monos y se despidió de Angada, el príncipe heredero. Las hordas de monos, al unísono, exclamaron triunfantes: "¡Victoria a Rama! ¡Victoria a Rama!"

Hanumán llevó a su mente la gloriosa forma de Rama y, dando un salto hacia el cielo, desapareció sobre el mar. Incapaces de resistir la tremenda corriente de aire causada por su salto y veloz partida, los árboles del cerro fueron arrancados de raíz y arrastrados. El impacto de su salto fue tan fuerte, que el pico sobre el que había estado de pie se hundió hasta las profundidades. El mar, al verlo surcar el cielo, pensó para sí: "Hanumán es un servidor de Rama; está cumpliendo con la misión asignada por él. ¡Ah!, ¡qué afortunado!, dichoso él que posee la fuerza e inteligencia necesarias para obtener la victoria en esta misión de Rama. Hanumán es realmente su más grande devoto". El mar se embraveció por la alegría que sentía al ver a Hanumán cruzando por las alturas hacia el otro extremo.

El pico Mainaka, que estaba sumergido en el mar, emergió porque deseaba servir a quien servía al Señor y dijo: "¡Oh, hijo del dios de los vientos!, debe de resultarte agotador cubrir toda la distancia de un solo salto. Por favor, descansa un poco sobre mi cumbre y concédeme la inmensa fortuna de participar en el servicio al que estás consagrado". Hanumán escuchó el ruego de Mainaka, pero no se detuvo. Pisó ligeramente el pico sin detener su marcha y prosiguió su vuelo. Saludó con una inclinación de cabeza al hospitalario pico en señal de agradecimiento y le dijo: "Mainaka, voy a cumplir con una tarea encomendada por Rama; mientras no la lleve a cabo, no debo pensar ni en descanso, ni en comida, ni en bebida. No es correcto que me detenga en el camino".

Un poco más adelante, una serpiente demonio llamada Surasa y una ogresa de nombre Simhika le cerraron el paso, pero Hanumán las venció y (legó a las playas de Lanka. Allí, luciendo espléndidos bajo la luz del Sol, encontró muchos jardines y parques, así como centros de diversión que hicieron que Hanumán olvidara dónde se encontraba. Quedó asombrado ante la enorme variedad de aves multicolores que volaban en bandadas de aquí para allá entre los parques. Hanumán trepó a un bello montículo que había cerca y pensó: "Este éxito no se lo debo a mi habilidad o fuerza, sino enteramente a la gracia y bendiciones de Rama". Al ver las magníficas casas, únicas por su grandeza, las largas y amplias calles, los bellos jardines y demás bellezas de la ciudad, Hanumán, desconcertado, no sabía si aquello era realidad o fantasía, pues el lugar parecía ser una réplica del mismo cielo. Dondequiera que miraba, podía ver soldados Rakshasas de gallardo porte, patrullando las calles. Las mujeres Rakshasas, con fama de poseer poderes para adoptar la forma deseada, fueron sorprendidas por Hanumán entregadas a juegos libertinos. Deva, Naga, Gandarva y algunas jóvenes capturadas por Ravana languidecían de desconsuelo en los palacios, esperando que llegara el día de su liberación. Hanumán creyó que no era conveniente mostrarse en su verdadera forma ante esa multitud que atestaba las calles, por lo cual adoptó una forma sutil e imperceptible y entró en la ciudad.

A la entrada de Lanka se hallaba una diablesa llamada Lankini, apostada en ese sitio para evitar el acceso de todo extranjero a la ciudad, cualesquiera fueran sus intenciones. Al ver la extraña figura de Hanumán con intenciones de entrar, Lankini lo enfrentó amenazadora: "¿Quién anda ahí? ¿De dónde vienes? ¿Quién eres? Nunca hemos visto criatura semejante en esta región. No puedes haber llegado de más allá de las fronteras de Lanka, pues se halla rodeada por el mar. ¡Ah!, ¿por casualidad has llegado cruzando el mar? ¿Acaso piensas que podrás entrar en la ciudad sin enfrentarte a mí? ¡Detente! ¡No avances más!". Hanumán ignoró las amenazas y siguió avanzando arrastrando su cola, como si no hubiera escuchado sus advertencias. Lankini se enfureció aún más y rugió: "¡Oh, tonto infeliz!, ¿acaso no me escuchas?". Hanumán hizo caso omiso de aquellas protestas y caminó hacia la entrada, esbozando una sonrisa. Lankini exclamó: "¡Bestia horrible! Todo aquél que desacata mis órdenes es devorado. Te advierto que con mis dientes te puedo hacer pedazos en unos segundos", y se lanzó para atrapar al pequeño mono en que Hanumán se había convertido para entrar en la ciudad de Lanka. Cuando Lankini lo alcanzó y quedó frente a Hanumán, éste apretó su pequeño puño y le asestó un terrible golpe. La diablesa rodó inconsciente por el suelo; la sangre fluía a borbotones de su boca, pero en poco tiempo se recuperó y se lanzó con rabia loca para detener a Hanumán. Sin embargo, cuando éste !e asestó un segundo golpe, no resistió más aquel impacto, cayó y no volvió a levantarse, aunque, haciendo un supremo esfuerzo, logró incorporarse y, uniendo !as palmas de las manos, suplicó: "¡Oh, persona de figura maravillosa!, hace mucho tiempo, cuando Brahma, el primero de la Trinidad, se alejó de Ravana después de concederle muchos favores, se le presentó inesperadamente un día y le dijo: `El día en que el guardián principal de tu ciudad sea vencido por un mono, tu caída será inminente y tus poderes te abandonarán. Ese incidente te avisará que tu muerte está próxima. Ese mono entrará en Lanka por órdenes de Dios para cumplir con su misión. Su llegada anunciará !a destrucción de los Rakshasas; recuérdalo'. Tú eres ese mensajero. ¡Qué afortunada soy, pues mi cuerpo ha sido santificado por el impacto de tu puño sagrado! ¡Ah, qué suave y conmovedor es el golpe que me diste!", y al decir esto, acarició la parte de su cuerpo que había recibido el golpe de Hanumán.

Sin prestar atención a sus palabras y sin sentir emoción alguna por las alabanzas ni preocuparse de culpa alguna, Hanumán entró en Lanka repitiendo a cada paso "Rama, Rama, Rama". Pero un pensamiento lo atormentaba: ¿quién le daría una pista del lugar donde se encontraba Sita? ¿Cómo podría identificarla cuando la viera? Adoptó su forma sutil para no ser descubierto y avanzó saltando de árbol en árbol. Recorrió los bazares y cruzó muy cerca de grupos de Rakshasas, sin que nadie se percatara de su presencia. De repente, sus ojos se detuvieron en un edificio que parecía ser un templo en honor de Harí (otro nombre de Vishnú). El templo estaba rodeado por un jardín con plantas de tulsi; en !a parte superior de la puerta principal, esculpido en hermosas letras, estaba inscrito el nombre de Hari. La casa era, con seguridad, un templo dedicado a Dios, a Vishnú. Hanumán quedó sorprendido. ¿Qué hacía el nombre de Hari en lo alto de esa puerta? "Seguramente éste es un lugar sagrado", pensó.

Aquello despertó su curiosidad, saltó al techo de esa construcción y atisbó a través de la ventana para descubrir qué era exactamente lo que había ahí. En ese preciso momento, una persona se desperezaba antes de levantarse de !a cama, al tiempo que pronunciaba el nombre de Hari. Al escuchar ese nombre, Hanumán se sintió fascinado y también lleno de valor y confianza, al saber que aun en Lanka había personas que pronunciaban el nombre de Hari. Así pues, se animó para seguir buscando a Sita con mayor denuedo y menos temor. "El hombre que habita en esta casa parece ser un buen devoto. Posiblemente é! me pueda decir dónde se encuentra Sita, Quizá logre su amistad, puesto que somos leales a la misma forma de Dios". Con esa idea, Hanumán se transformó en un sacerdote de la casta de los brahmanes y entró en la casa.

Aunque por un momento sintió recelo hacia aquel extraño, Vibhishana el dueño de la casa pensó que, no importando quién fuera, él debía sentirse honrado por su visita, pues el extraño era un brahmán. De modo que, aproximándose a Hanumán, se hincó frente a él y le dijo: "Maestro, ¿de qué país vienes? ¿Cuál es tu origen? ¿Cómo pudiste evitar que te vieran y molestaran los Rakshasas que rondan por las calles?". Vibhishana narró después a su huésped los horrores que los Rakshasas perpetraban y elogió la audacia y valor de Hanumán. Éste le respondió: "Yo soy un servidor de Hari, mi nombre es Hanumán y he venido porque Rama me lo ha ordenado", y empezó a hablar largamente de las virtudes y excelencias de Rama. Hanumán vio que, mientras describía a Rama, las lágrimas corrían por las mejillas de Vibhishana. "¡Oh, qué día tan feliz! pensaba Vibhishana . ¡Qué grande es mi fortuna al haber escuchado hoy, recién levantado de la cama, estas gloriosas palabras que otorgan paz y alegría!"

Hanumán interpretó aquellas lágrimas como una muestra de la gracia de Rama. Se sintió maravillado al ver que en Lanka, tierra del temor, vivía una persona como ésa, plena del espíritu de Hari, y preguntó: "Señor, ¿cómo puedes vivir sin temor en este vil ambiente?" Vibhishana le contestó: "Se debe a la gracia de Dios, pues por largo que sea el tiempo que él decida que vivamos, nosotros debemos vivirlo; no existe manera de evitarlo. Él es el dueño del mundo y por eso su ley no puede ser anulada ni modificada por nadie. ¿Acaso no se mueve la lengua incesantemente rodeada de afilados dientes? ¿Y quién la ayuda a evitar ser mordida? De igual manera yo vivo en este lugar. Pero ya basta de hablar de mí; dime, amigo, ¿cuál es la tarea que has venido a cumplir aquí?"

Hanumán se percató de que ese hombre era bueno y que entablar amistad con hombres como él sin duda le sería benéfico. Antes de contestar las preguntas de Vibhishana, repitió muchas veces con alegre gratitud: "Rama, Rama, Rama" y rezó solicitando permiso para revelar su misión al devoto y puro de mente Vibhishana. Creyó que no sería correcto ocultarle nada. Antes de responder le preguntó: "Señor, ¿cuál es tu nombre? ¿Qué haces en esta ciudad de Lanka?". Conmovido por la humildad y buenos modales de Hanumán, Vibhishana contestó: "Señor, soy una persona desafortunada. Soy hermano de Rayana y mi nombre es Vibhishana. Me encuentro en una situación lamentable, pues no se me permite recitar el nombre de Hari, como mi corazón lo anhela". Al escucharlo, Hanumán sintió que ya tenía la respuesta, dio un gran salto de alegría y dijo: "Soy un mensajero de Rama. He venido en busca de Sita". En ese instante, Vibhishana se postró a los pies de Hanumán, preguntándole: "Señor, ¿dónde está mi Rama? He anhelado durante mucho tiempo poder verlo, sin embargo, carezco de las virtudes para merecer esa bendición. Mi tribu es la demoníaca casta de los Rakshasas. ¿Acaso yo podría tener una oportunidad de obtener su darshan? Yo no he practicado ninguna disciplina espiritual; aquí no tengo libertad para llevar a cabo ninguna práctica de austeridad ni rito alguno. No me he ganado ningún derecho que pueda otorgarme tan buena fortuna. ¿Acaso seré bendecido por Rama?"

Al oír aquellos lamentos, el corazón de Hanumán se conmovió y consoló a Vibhishana con estas palabras: "Vibhishana, Rama sólo atiende al corazón; él no toma en cuenta los lazos familiares, las inclinaciones religiosas ni los logros de la disciplina espiritual. Lo que más le complace es la pureza de los sentimientos. Él te bendecirá gracias a lo elevado de tus ideales y ala pureza de tus acciones; te otorgará el darshan que tanto anhelas, no te preocupes. En verdad, puedes ver en mí el mejor ejemplo de lo que te digo, acerca de su gran compasión y gracia. Yo soy un mono; la veleidad es el sello característico de mi tribu; la palabra mono ha llegado a ser el calificativo para una mente juguetona, traviesa y trivial. Yo no tengo conocimiento alguno de los libros sagrados. Respecto al ascetismo, no tengo idea de lo que significa. Nunca he repetido, de acuerdo con los preceptos, el nombre de Dios, ni he participado en peregrinaciones a los ríos sagrados. Entonces, ¿cómo explicas que Rama me haya otorgado su bendición? Es muy sencillo: para él lo más importante es el amor y los sentimientos que alientan a la gente. Así, él sólo verá en ti la pureza de tus sentimientos. Ten confianza, no dudes".

Reconfortado por esas palabras, Vibhishana informó detalladamente a Hanumán la manera en que Sita había sido llevada a Lanka. Hanumán rehusó tomar alimento y bebida, ya que había resuelto ayunar hasta ver a Sita y comunicarle el mensaje de Rama. Estaba ansioso de reiniciar la búsqueda sin mayor dilación, pero Vibhishana le aconsejó proceder con cautela y lentitud, así como obtener información acerca de la fuerza y los puntos débiles del imperio de Rayana, antes de partir, y él mismo le dio informes detallados al respecto. Después, permitió que Hanumán saliera a cumplir aquella misión. Fue tanta la felicidad que embargó a Hanumán al saber que Sita se encontraba en Lanka, que olvidó por completo preguntar en qué lugar específico se hallaba. Entró en muchas casas para averiguar si ella se encontraba allí; vio gran cantidad de mujeres, de bruces en sus camas, ebrias y agotadas por los bailes, denigradas por las banalidades del lujo.

Teniendo siempre en mente las características y excelencias de Sita que Rama le había descrito, observó con cuidado a cada una de las mujeres que vivían en esas casas; pero no pudo encontrar a Sita. Próximo a desesperarse, subió a grandes saltos hasta la cima de un cerro, para meditar profunda y largamente sobre la situación. "¿Cómo podría yo regresar ante la presencia de Rama sin haber cumplido la misión de encontrar a Sita y darle consuelo? ¡Antes preferiría ahogarme en ese mar que está allá abajo! ¡Ay de mí! Mi vida ha sido vana e inútil, vergüenza tengo de ella", se dijo a sí mismo.

En ese instante, vio un hermoso jardín, bien cuidado y de fresco verdor, que brillaba a la distancia. Al bajar de la cima del cerro se dio cuenta de que no habría podido descubrir ese jardín desde abajo, puesto que éste se encontraba en un valle cercado por altas mansiones. No sabiendo qué hacer, corrió hacia la casa de Vibhishana, a quien encontró concentrado en recitar el nombre de Rama. Al ver a Hanumán, Víbhishana se incorporó y, acercándose a él en forma amistosa le preguntó: "Hanumán, ¿has visto a Sita?". Hanumán le expresó su frustración, pero Vibhishana le dio más informes: "Existe en esta ciudad un jardín llamado Bosque de palmeras. Allí, rodeada por terribles y poderosos Rakshasas, tienen oculta a Sita; mi esposa y mi hija también están allí a su servicio". Vibhishana le explicó cuál era el camino para llegar al jardín y al lugar exacto. Hanumán no podía perder un momento más, corrió hacia aquel jardín y llegó a él en un abrir y cerrar de ojos. Los que lo vieron aproximarse empezaron a gritarle y a molestarlo, pues su figura les era extraña y desconocida, por lo que Hanumán, dándose cuenta de que su aspecto lo hacía llamativo, transformó su figura en la de un ser diminuto. Y así, saltando de rama en rama y ocultándose tras las hojas, (legó al Bosque de palmeras.

Al llegar ahí, vio, sentada bajo un árbol, a una mujer de apariencia débil y cansada, por falta de alimento y sueño. Los feroces Rakshasas que montaban guardia alrededor de ella la amenazaban, con el fin de doblegar su voluntad. En ese momento, el sonido de tambores y trompetas anunció que una gran cabalgata se acercaba. Detrás de ésta, Hanumán pudo distinguir a un personaje real, cubierto de joyas y vestido regiamente. Cientos de doncellas lo seguían, cargando vasijas llenas de joyas, dulces regalos y fragantes y suaves telas de seda. Escondido tras el follaje, Hanumán observaba la escena desde lo alto de un árbol cercano. Era evidente que se trataba de Rayana, pues éste, de rodillas ante Sita, le rogaba que le concediera su amor. Después, amenazándola con aplicarle crueles castigos, trató de sacar de sus labios una promesa. Hanumán le escuchó ordenar a los que lo rodeaban que le causaran dolor y la insultaran. Aquella frágil y débil mujer no dirigió una sola mirada a Rayana, a pesar de los insultos y el maltrato; únicamente dijo: "¡Necio! ¡Hombre vil y depravado! Sólo Rama tiene derechos sobre mí. Nadie más que él los tiene. Las llamas del dolor que me causa estar separada de él harán que este cuerpo quede reducido a cenizas. Nada desv;ará mi resolución. ¡Cree en mis palabras y ten cuidado!". Al escuchar esas firmes palabras, Hanumán se percató de que aquella mujer no podía ser sino Sita, y entonces su mente se tranquilizó y encontró la paz. Por su parte, Rayana, al sentirse herido y furioso por el rechazo, empezó a lanzar improperios, dándole un mes de plazo a Sita para pensarlo y acceder a sus deseos. Después, Rayana salió del jardín y los jinetes y las jóvenes que llevaban los presentes también partieron tras él. Cuando aquel contingente se marchó, Sita miró al cielo y suspirando exclamó: "¡Rama! ¿Acaso la compasión aún no ha tocado tu corazón? ¿Por qué me has condenado a esta tortura? ¿Cuándo seré libre?", y rompió en llanto.

Una Rakshasa llamada Trijata era una de las mujeres que custodiaban a Sita. Esta joven, ferviente devota de los pies de loto de Rama y poseedora de sabiduría mundana como de experiencia espiritual, dijo a sus compañeras que vigilaban a Sita: "Compañeras, anoche tuve un sueño que debo relatarles; pero antes, sirvamos y honremos a Sita para ganarnos su gracia. Escuchen lo que me fue revelado en el sueño: vi que un mono penetraba en Lanka, mataba a los Rakshasas y prendía fuego a toda la ciudad. Ravana estaba desnudo y montaba, ¡de entre todos los animales!, un asno, sobre el cual se dirigía hacia el sur. Su cabeza, lo vi claramente, estaba rasurada y sus brazos separados del cuerpo. Vibhishana había sido coronado emperador de Lanka y en todo lo largo y ancho del país resonaba el nombre de Rama, quien había enviado a buscar a Sita. Hermanas del clan Rakshasa, escuchen con atención: yo nunca tengo sueños; jamás había tenido alguno. Así es que si ahora he tenido éste, es porque se hará realidad; sucederá exactamente lo que se reveló en mi sueño. Además, su realización no tardará. Los acontecimientos ocurrirán tal y como se presentaron en mi sueño, dentro de cuatro o cinco días". Las mujeres Rakshasas quedaron atónitas al escuchar la revelación de Trijata e inmediatamente se postraron a los pies de Sita; después continuaron en silencio con sus tareas de rutina.

Cuando observó la actitud de Trijata, Sita le dijo: "Trijata, el propio Rama debe de haberte enviado aquí para que formaras parte del grupo que me rodea. En realidad, creo que gracias a que existen en Lanka mujeres como tú, personas desafortunadas como yo pueden conservar su castidad y virtud. Pues de otro modo, ¿cuál sería el destino de las mujeres como yo? Tú escuchaste lo que Ravana me acaba de decir. Me ha dado un mes de plazo, y si Rama no viene en el término de ese mes, yo, o mejor dicho este cuerpo, será descuartizado y los pedazos serán alimento de buitres y cuervos. Como soy la consorte de Rama, no puedo tolerar que este cuerpo corra tal suerte. Piensa en algún plan para deshacerme de este cuerpo, antes de que eso le suceda". Hanumán, al escuchar aquellas palabras de Sita, desde la rama de un árbol, se sintió sobrecogido por la pena, viéndola en aquel grado de desesperación. Por su parte, Trijata se postró a los pies de Sita y le dijo: "Madre, no pierdas la esperanza, Rama no es un ser común; su poder y su majestuosidad no tienen igual. Lo que tú dices nunca sucederá. Sin duda alguna él te salvará, muy pronto llegará y te llevará de la mano. No pierdas el valor". Trijata consoló a Sita con palabras dulces y después se marchó a su casa.

Aprovechando esa oportunidad, Hanumán saltó de la rama en la que estaba a otra más baja y arrojó, justo frente a Sita, el anillo que Rama le había dado. La joya, al caer, brilló como el más puro de los rayos, mientras Hanumán repetía: "Rama, Rama", extasiado de felicidad. Cuando sus ojos se posaron en el anillo, Sita quedó atónita y se dijo: "¿Acaso es esto real o estoy soñando? ¿Cómo puede ser cierto? ¿Cómo es posible que este anillo de oro, que va siempre puesto en el áureo dedo de mi señor, se encuentre aquí, en Lanka? ¿Será obra de la magia de los Rakshasas o una simple alucinación?... No, no debo vacilar; al saber que pertenece a mi señor, debo recogerlo y guardarlo en mi mano. Sería pecado no hacerlo". Y al decir esto, Sita lo recogió y cubrió sus ojos con él, en señal de reverencia. Lágrimas de agradecimiento corrieron por sus mejillas y mirando al cielo, dijo: "¡Rama! ¿Acaso me estás concediendo tu darshan y la alegría de tu presencia por medio de este anillo?"

En ese momento, sobre la rama de un árbol, vio a un pequeño mono que recitaba con profunda devoción el nombre de Rama. Al instante recordó el sueño que Trijata había narrado. "¡Ah!, parece que pronto llegarán días muy dichosos. Durante diez largos meses no he escuchado el nombre de Rama, aquí en Lanka. Hoy es el primer día que veo a un ser viviente recitando ese santo nombre, y también hoy recibí el bienamado anillo de mi Señor". No pudo contener su felicidad. Después de mucho tiempo de no hablar con ningún extraño, Sita miró al mono y le dijo: "Dime, mono, ¿quién eres? ¿Por qué tenías este anillo?". Ella no podía sentir plena confianza en el mono, pues durante meses había sido engañada por medio de falsas personificaciones, así que lo interrogó repetidamente para conocer su identidad. Una y otra vez le preguntó sobre el bienestar de Rama y, al imaginar que vagaba solitario en el bosque, lágrimas de pesar nublaron sus ojos; la alegría y a la vez la tristeza la embargaron. Hanumán, advirtiendo su preocupación, sintió que debía darle a conocer el lazo de amor y lealtad que lo unía a Rama y le habló de la dinastía de Rama y de sus proezas, y le relató su propia historia hasta el día en que conoció a Rama. A1 escuchar aquel relato, Sita se sintió tan feliz como si Rama estuviera frente a ella. Recordando los días en que habían estado juntos en Ayodhya y en los parajes de la selva, Sita se conmovió tanto que se olvidó de sí misma y de la condición en que se hallaba. Pero pronto dejó de soñar y recordó dónde se encontraba. Entonces le dijo: "¡Oh, mono, qué contenta estoy de que me hayas hablado de todo esto! Pero ahora dime: ¿cómo lograste penetrar en esta ciudad tan celosamente resguardada, si eres sólo un pequeño y débil simio? ¿Cómo pudiste escapar del peligro de ser capturado por los Rakshasas y lograste hallar este lugar para llegar hasta mí?". Hanumán le contestó: "Madre, ¿me preguntas qué habilidad y fuerza tengo? Yo soy un siervo y esclavo de Rama. Gracias a él puedo realizar todo lo que él desea o quiere. Sin él, no podría sobrevivir un solo momento, soy su títere y actúo de acuerdo con lo que me ordenan las cuerdas que él mueve; no tengo voluntad propia". Luego, Hanumán habló largamente de la gloria de Rama, manifestando su devoción y dedicación. En realidad, emocionaba escuchar sus palabras.

Rama le había confesado a Hanumán ciertos sucesos que les habían acontecido a él y a Sita y que nadie más conocía, para que se los transmitiera a ella. Le había dicho: "Es posible que Sita no crea en tus palabras y quizá dude de tu sinceridad; en ese caso deberás recordarle estos hechos que sólo ella y yo conocemos". Así pues, Hanumán comenzó a narrarle esos particulares incidentes. "Madre Sita, Rama me ha pedido que te narre lo que sucedió cuando el malvado cuervo trató de causarte daño y él intervino en tu auxilio para matar a ese demonio". Al oír aquello, Sita estalló en llanto y con tristeza dijo: "Hanumán, ¿por qué Rama, que siempre ha sido tan bondadoso conmigo, se demora en liberarme de esta tortura? Rama es un océano de misericordia, es cierto, pero ¿por qué su corazón se ha endurecido tanto? ¿Acaso no ve mi triste suerte? ¡No, no! Yo estoy equivocada. Rama es la encarnación de la compasión y seguramente él debe desempeñar este pape! de aparente dureza; eso es todo. Hanumán, tú no eres un ser común, pues Rama nunca ha tenido tan íntima confianza en seres comunes ni enviaría su anillo con personas cuya lealtad no haya sido probada. ¡Qué afortunado eres al ser su mensajero! Déjame ver una vez tu estatura y forma verdaderas".

Entonces Hanumán bajó del árbol y se colocó frente a Sita con las manos juntas en señal de adoración. Cuando Sita lo vio ir creciendo en un ser de tamaño aterrador, sospechó que se trataba de algún truco demoníaco; cerró los ojos y volvió el rostro hacia otro lado. Hanumán, a! darse cuenta de aquel temor y de la sospecha que existía en el fondo del mismo, dijo: "¡Madre! No soy Ravana ni alguno de sus demonios Rakshasas, soy el fiel servidor de Rama, el de cuerpo puro y sagrado y de inigualable esplendor. Él es el aliento de mi existencia; créeme, estoy diciendo la verdad. Presintiendo que quizá no creyeras que yo soy su auténtico mensajero, Rama se quitó el anillo de oro y me lo entregó para que te lo diera. Conmigo vienen Sugriva, Jambavan, Angada y miles de monos de extraordinario heroísmo, pero sólo yo fui capaz de saltar el océano, por la gracia de Rama. Todos los demás están en la otra orilla. Escuchamos por boca de Jatayu y Sabari que tú habías sido raptada y conducida a este sitio por el villano rey de los Rakshasas, y cuando hace tres días, Sampati nos lo confirmó, nos sentimos tan felices como si te estuviésemos viendo frente a nosotros. Rama y Lakshmana esperan mi regreso para darles las buenas nuevas. Si me lo permites, regresaré de inmediato y les diré que te encuentras bien de salud".

Sita le rogó: "Hanumán, no sé si volverás a este lugar en alguna otra ocasión. Te ruego que permanezcas aquí un día más para que me hables más de Rama y Lakshmana". Pero al ver que las demoníacas mujeres se agrupaban para llevar a cabo sus tareas diarias, Hanumán volvió a adoptar su pequeña forma y trepó de un salto a una rama del árbol.

Sita permaneció sentada en aquel sitio, meditando acerca de lo que Hanumán fe había relatado. Sentía un gran deleite al rememorar todo aquello y dirigió su mirada llena de bendiciones a Hanumán, el cual se encontraba en una rama justo arriba de ella. Ese día, Sita no tuvo hambre ni sed, e hizo caso omiso de las frutas y bebidas refrescantes que sus guardianas le llevaron. Su lamentable condición hería e! bondadoso corazón de Hanumán, que la veía como la imagen misma de la desventura. Hanumán escuchó las crueles palabras que las guardianas le espetaban, y rechinó los dientes con rabia al no poder castigarlas como hubiera deseado. Únicamente Sita podía ordenarle lo que debía hacer.

Después de unos momentos, (legaron hasta aquel árbol Sarama, la esposa de Vibhishana, y su hija Trijata, y se hincaron a los pies de la desconsolada Sita. Le preguntaron por su salud y Sita, al saber que ellas estaban de su parte, les hizo saber que el sueño de Trijata se había hecho realidad y que un mono había penetrado en Lanka, como el sueño lo había anunciado. Sarama y Trijata se llenaron de entusiasmo, se conmovieron al escuchar aquel relato y acosaron a Sita con muchas preguntas, para saber todos los detalles. Ella les señaló al mono que estaba encaramado en la rama y les mostró el anillo que éste le había llevado. Ambas presionaron el anillo sobre sus ojos, en señal de reverente adoración. Hanumán esperó una oportunidad para ver a Sita a solas y cuando la tuvo saltó al suelo y con voz baja le dijo: "Madre, no permitas que el ansia y la preocupación te invadan; sube a mi espalda y yo te llevaré en un abrir y cerrar de ojos hasta donde Rama y Lakshmana se encuentran esperando noticias tuyas". Hanumán le rogó muchas veces que aceptara aquel plan, pero Sita le contestó: "Hanumán, me hace muy feliz oírte hablar así, pues me encuentro sumida en la pena de la separación y lucho por no dejarme abatir. Tus dulces palabras me reconfortan como lo haría una barca en un mar tormentoso, pero ¿acaso ignoras que yo jamás debo tocar a persona alguna que no sea mi señor? Entonces, ¿cómo podría montar sobre tu espalda? Reflexiona en esto un momento". La aguda respuesta de Sita hirió el corazón de Hanumán al exponer su orgullo y mezquindad, quien se apenó al haberle sugerido aquella idea que había resultado vergonzosa.

Sin embargo, Hanumán se sobrepuso y le dijo: "Madre, ¿acaso no soy tu hijo? ¿Qué hay de malo en que el hijo lleve a su madre sobre la espalda? ¿Qué consecuencia negativa podría ocasionar esto?". Apoyó su idea con ruegos y razones, pero en respuesta, Sita declaró: "Hanumán, claro que para mí y para ti los sentimientos maternal y filial son genuinos, pero imagina lo que el mundo pensaría; también debemos tomar eso en consideración, ¿no es verdad? Nosotros debemos vivir de manera que seamos ejemplos ideales para los demás y no el blanco del ridículo o la condena al cometer actos irresponsables; nadie debe señalarnos con el dedo del desprecio. Y, sobre todo, nuestros actos deben dar satisfacción a nuestro ser. Cuando sé que no podré obtener esa satisfacción por mis acciones, nunca las llevo a cabo. Aun cuando mi vida está en peligro, no necesito ni deseo la ayuda de otros. Además, mi Rama tiene que destruir a este vil demonio que me tortura; él es quien debe asumir la responsabilidad, nadie más puede hacerlo. Él mismo ha de venir a Lanka para matar a Ravana y llevar a Sita de regreso, tomándola de la mano. Ésa es la señal del verdadero héroe que es él; ése es el signo del verdadero valor. Mira en cambio a Ravana; (legó disfrazado como un ladrón y me raptó, separándome de mi Señor. Pero Rama es la personificación de la virtud, él observa las normas del comportamiento correcto y cumple su palabra. Si se difundiera la noticia de que Rama envió a un mono para que rescatara a Sita, sin el conocimiento de Ravana, ese hecho lo deshonraría. Salir de aquí en la forma en que tú propones sería una traición. No debemos recurrir a viles estratagemas. Es imperativo cuidar la pureza del nombre de Rama como si fuera nuestro propio aliento. Su reputación es la deidad que nuestros corazones adoran; nuestro deber es preservarla inmaculada en el pensamiento, en la palabra y en la acción. Por esta razón, tu propuesta no me satisface".

Hanumán admiró la intachable virtud de Sita y la firme adoración que sentía por su señor, así como lo elevado de sus ideales. Mentalmente elogió a Sita, a la vez que evocaba sus palabras para inspirarse en ellas. Después de un momento exclamó: "¡Madre, perdóname! Al ver que eres víctima de infames torturas y recordar la ansiedad que sufre Rama por esta separación, he alimentado esta idea de llevarte lo más pronto posible ante sus pies de loto. Perdóname si estaba equivocado". Se postró a los pies de Sita con gran remordimiento.

Después, Sita le inquirió acerca de la situación en que se encontraban Rama y Lakshmana en la selva. "Pero, ¿por qué preocuparse por los hombres? preguntó . Ellos pueden soportar cualquier pesar y afrontan la separación de sus mujeres con fortaleza. Las mujeres, en cambio, sufren más. El temor se apodera de ellas tan sólo al vivir separadas de sus esposos". Hanumán le dijo: "Madre, Rama y Lakshmana se encuentran bien, pero no los compares con varones comunes. No es justo, pues Rama vive cada momento pensando en ti y esa pena le hace olvidar incluso el hambre y la sed. No come ni bebe a menos que Lakshmana amorosamente lo presione a compartir con él alguna fruta o un poco de agua. No recuerdo ninguna ocasión en que Rama, por iniciativa propia, bebiera o comiera.

No debes siquiera pensar que ellos te han olvidado y no se preocupan por tu suerte. Lakshmana vive los días observando a Rama, cuidando de él corvó a la niña de sus ojos; él es el aliento de la respiración de Ramá. Lakshmana se encuentra agobiado por la pena de estar separado de ti y por ser testigo de la angustia de su hermano; se ha vuelto una roca, inconmovible a todo sentimiento que no sea el preocuparse por Rama. Él es la fuente inagotable de valor y sustento. Durante estos diez meses, no ha dormido ni probado alimento".

Al escuchar la forma en que Hanumán le describía aquella lamentable situación de los hermanos, Sita actuaba como si estuviera sorprendida por el amor que Rama sentía hacia ella, y una y otra vez repetía: "Sí. También tú describes únicamente la miseria de los hombres; ¿qué sabes tú?, ¿cómo puedes sopesar el dolor y las penas de las mujeres?". Actuaba como si no creyera en todo lo que Hanumán le contaba. Sin embargo, al observar a Hanumán, elogiaba su sabiduría y sus poderes. Recordó la historia del encuentro entre Rama y Hanumán y la forma en que éstos habían quedado unidos por un lazo de amor y lealtad y sintió una gran dicha. Finalmente, tuvo firme fe en Hanumán y en su misión.

Hanumán continuaba rogándole: "Madre, ¿por qué seguir sufriendo esta separación? ¿Por qué vivir los días y los meses en agonía y dolor? Te lo ruego, sube a mi espalda y en un instante te llevaré ante la presencia de Rama". Sita notó que Hanumán se aferraba a aquella idea, a pesar de los argumentos morales, espirituales, legales y mundanos que ella le había expuesto, por lo cual decidió terminar la discusión sobre ese punto y le respondió con firmeza: "Hanumán, ¿eres o no alguien que obedece estrictamente las órdenes de Rama?". Hanumán repuso: "Sí, preferiría perder la vida antes que ir en contra de sus órdenes", y golpeó su pecho con los puños para dar mayor énfasis a su afirmación. "Bien, entonces piensa en esto: ¿Rama te ordenó buscarme y llevarle noticias del lugar en que me encontraba después de haberme visto o te pidió que me llevaras contigo?". Hanumán quedó desalentado ante esa pregunta. Ya no podía seguirle rogando y dijo: "¡Madre, perdóname! No había pensado en las graves consecuencias de mi proposición. Nuevamente te pido que me perdones". A partir de ese momento, Hanumán no volvió a insistir en ese punto.