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Libros escritos por Sai Baba

2. La dinastía imperial

2. LA DINASTÍA IMPERIAL

En la dinastía solar, inmaculada y pura, nació Katvanga, el poderoso, afamado por doquier, gran guerrero, intensamente amado y venerado gobernante. Su gobierno derramaba suprema felicidad sobre la enorme población que se encontraba bajo su reinado, que le rendía homenaje como si fuera Dios mismo. Katvanga tenía un único hijo, llamado Dilipa, que creció brillando en la gloria de la sabiduría y la virtud; compartía con su padre la alegría y el privilegio de cuidar y guiar a la gente. Se movía entre sus súbditos ansioso de conocer sus penas y alegrías, deseoso por descubrir la mejor manera de aliviarlos de la congoja y la desdicha, comprometido con su bienestar y prosperidad. El padre observaba a su hijo crecer sano y fuerte, virtuoso y sabio. Buscó una novia para él, para que después de la boda pudiera poner sobre sus hombros parte de la carga del reino. La buscó en casas de la realeza, por todas partes, ya que ella debía ser una digna compañera para el príncipe. Al fin, la elección cayó sobre Sudakshina, princesa de Magadhan. Y la boda se celebró con insuperable pompa y regocijo de la gente de la corte.

Sudakshina estaba dotada en amplia medida con todas las virtudes de la mujer. Era santa y sencilla y una sincera seguidora de su marido; servía a su señor y derramaba su amor sobre él como si fuera su propio aliento. Caminaba siguiendo los pasos de su marido y jamás se desviaba del camino recto.

Dilipa también era la encarnación misma de la rectitud y, como consecuencia, ni el deseo ni el desaliento lo afectaban en lo más mínimo. Se adhería a los ideales y prácticas de su padre en cuanto al gobierno del reino se refería, y así pudo, lentamente y sin ninguna fricción, tomar la total responsabilidad de la administración. De esta manera le pudo dar la oportunidad a su padre de descansar en su vejez. Katvanga se regocijaba contemplando las grandes cualidades de su hijo y observando su habilidad, eficiencia y práctica sabiduría. Así pasaron algunos años. Después, Katvanga ordenó a los astrólogos de la corte que seleccionaran un día y hora propicios para la coronación, y el día fijado por ellos nombró a D¡lipa monarca del reino.

Desde aquel día, D¡lipa brilló como el señor soberano de un imperio que abarcaba de mar a mar, con las siete islas del océano. Su gobierno era tan justo y compasivo, tan conforme con los mandatos establecidos por las Escrituras, que las lluvias caían tan abundantemente como se requería y la cosecha era rica y abundante. El imperio entero era verde y glorioso, festivo y completo. La tierra resonaba con las palabras sagradas de los Vedas recitados en todos los pueblos, los mantras purificadores eran cantados durante las ceremonias védicas llevadas a cabo por toda la nación, y las comunidades vivían en armonía con las demás.

Sin embargo, el maharaja estaba aparentemente sobrecogido por alguna misteriosa ansiedad; su rostro perdía brillo y esplendor, y con el paso de algunos años la situación no mejoró. La desdicha grabó líneas profundas en su frente. Un día reveló la causa de su tristeza a Sudakshina, su reina: "¡Querida! No tenemos hijos y esa tristeza me está venciendo. Mi dolor aumenta cuando veo que nuestra dinastía lkshvaku terminará conmigo. Algún pecado que cometí debe de haber traído esta calamidad. Me siento incapaz de decidir de qué manera voy a enfrentar este maligno destino. Estoy ansioso de escuchar de nuestro preceptor, el sabio Vasishta, los medios por los que puedo ganar la gracia de Dios y enmendar el pecado. Estoy muy afectado por la pena. ¿Cuál crees tú que pudiera ser el mejor medio para ganar la gracia?"

Sudakshina ni siquiera se tomó tiempo para pensar en la respuesta: "¡Señor! Este mismo miedo ha entrado en mi mente también y me ha causado mucha congoja. No he querido expresarla; la he ahogado en mi mente porque no puedo, lo sé, revelar mis temores sin que tú me incites a ello, mi señor. Yo siempre estoy deseosa y pronta a obedecer y seguir lo que te parezca la mejor solución para sobrellevar nuestra congoja. ¿Por qué debe haber demora? Apurémonos a consultar al venerado Vasishta". D¡lipa ordenó que se trajera la carroza para ir hacia la ermita del preceptor, y ordenó que nadie lo escoltara o acompañara a excepción de su esposa. De hecho, él mismo manejó el vehículo y llegó a la sencilla choza de su divino maestro.

Al sonido de la carroza, los ermitaños que estaban en las afueras del ashram (lugar donde vive un maestro) fueron a buscar a su maestro para avisarle que llegaba el gobernante del imperio. Vasishta derramó sus bendiciones en él tan pronto como lo vio cerca de la puerta y amorosamente le preguntó sobre su salud y por el bienestar de sus súbditos y el de toda su familia.

Sudakshina se postró a los pies de la consorte del sabio, la afamada Arundhati, encarnación de todas las virtudes que adornan a las más nobles mujeres. Arundhati la levantó hacia sus brazos y amorosamente la estrechó preguntándole sobre su bienestar. Luego la llevó hacia el interior de la ermita.

Como es propio de un monarca, D¡lipa le preguntó a Vasishta si las ofrendas y los sacrificios que los ascetas debían llevar a cabo como parte de la tradición cultural se estaban efectuando sin ningún contratiempo, si los anacoretas pasaban dificultades para conseguir comida y si continuaban con sus estudios y prácticas espirituales, y si en la selva eran aterrorizados por alguna bestia salvaje. Ansiaba, dijo, que sus estudios y ejercicios espirituales progresaran sin ninguna distracción a causa de un ambiente adverso o por influencias extrañas.

Cuando el rey y la reina entraron a la choza y se sentaron en sus lugares, con todos los sabios y buscadores espirituales reunidos, Vasishta pidió a todos que lo dejaran solo con los monarcas. Le preguntó al rey la razón de su visita. D¡lipa le comunicó a su preceptor la naturaleza y lo hondo de su pena, y le rogó el único remedio que podía quitársela: su gracia.

Luego de escuchar ese ruego, Vasishta se abismó en profunda meditación. Imperó un perfecto silencio. El rey también se sentó en la posición de loto sobre el suelo desnudo y fundió su mente en Dios; la reina también se unió a la Divinidad.

Al fin, Vasishta abrió los ojos y dijo: "La voluntad de Dios no puede ser impedida por ningún hombre, sea cual fuere su poder y autoridad. No hay ningún poder que pueda pasar por encima de un decreto Divino. No puedo darte suficiente gracia para que, por mis bendiciones, nazca el hijo que deseas. Tienes sobre ti una maldición. En una ocasión, cuando te acercabas a la capital, durante un viaje de retorno a casa, la vaca divina, Kamadhenu, estaba echada bajo la fresca sombra del árbol divino, el Kalpataru. Tu ojo la vio pero, atrapado en los enredos de los placeres mundanos, la ignoraste y pasaste de largo, con orgullo, hacia tu palacio; Kamadhenu se sintió ofendida por tu indiferencia, estaba herida porque no la habías honrado, y sintió que tu gente podría empezar a deshonrarla, ya que el mismo rey había faltado a su deber. Cuando los gobernantes no veneran a los Vedas, o no respetan a los brahmines que aprenden y practican los Vedas, o descuidan a la vaca que sostiene al hombre, y continúan gobernando impunemente argumentó ella , no hay dharma (rectitud) en la Tierra.

"Kamadhenu te maldijo ese día para que no tuvieras hijos que te sucedieran en el trono pero aclaró que, cuando siguieras el consejo del gurú y empezaras con humildad a venerar y a servir a la vaca y la adoraras en contrición, la maldición quedaría anulada y Kamadhenu te recompensaría con un heredero.

"Por eso, adora a la vaca a partir de este momento, con tu reina, como lo establecen las Escrituras sagradas, y podrán estar seguros de que tendrán un hijo. Se acerca la hora en que las vacas empiezan a regresar a casa luego de haber pastado. Mi tesoro, la vaca divina, Nandini, se está acercando rápidamente a la ermita. Vayan, sírvanla con devoción y fe inquebrantable. Denle comida y bebida a sus horas. Bañen a la vaca, llévenla a pastar y cuiden que ningún daño le ocurra mientras come".

Vasishta inició entonces a los reyes en el voto ritual de adoración a la vaca; los mandó al establo con agua sagrada y ofrendas para la adoración y él se encaminó hacia el río para hacer sus abluciones y oraciones de la tarde.

Un día, mientras Nandini pastaba, un león la acechó y la persiguió para poder calmar su hambre. Dilipa observó esto y usó toda su fuerza y habilidad para evitar que el león la devorara, pero finalmente tuvo que ofrecer su propio cuerpo a cambio. Aquel león, aunque era una bestia feroz, respetaba el dharma. Conmovido por el sacrificio que D¡lipa estaba dispuesto a hacer para salvar a la vaca que el rey adoraba, la puso en libertad, soltó al rey y se alejó del lugar.

La vaca Nandini estaba llena de un inexpresable sentimiento de gratitud y alegría ante el gesto de sacrificio de Dilipa, y le dijo: "Rey, en este momento la maldición que te aflige queda sin efecto. Tendrán un hijo que someterá al mundo entero, mantendrá los principios y la práctica del dharma, ganará renombre en la Tierra y en el cielo, acrecentará la fama de la familia real y, más aún, continuará la dinastía lkshvaku, en la que el mismo Dios, Narayana, nacerá algún día. ¡Que ese hijo nazca pronto!", y Nandini lo bendijo. Y, cuidada por el rey, la vaca sagrada regresó al ashram de Vasishta.

El gurú no necesitó que se lo dijeran. Lo supo tan pronto como vio la expresión de los reyes; supo que su deseo había sido cumplido, así que los bendijo y dio su venia para que partieran hacia la ciudad. Entonces, D¡lipa y Sudakshina se postraron ante el sabio y marcharon al palacio, adonde llegaron plenos de alegría por el feliz cambio en el curso de los acontecimientos.

La criatura crecía en el vientre tal y como la bendición lo había afirmado. Cuando transcurrieron los meses, en un auspicioso momento nació el hijo. Cuando las buenas nuevas se difundieron por la ciudad y el reino, miles de personas se congregaron alrededor del palacio con gran júbilo, las calles se engalanaron con banderas y grandes hojas verdes. Grupos de personas bailaban llamando a todos para que compartieran la felicidad por la noticia y encendían llamas con alcanfor para señalar la ocasión. Enormes multitudes exclamaban: "¡Jai, jai!", y caminaban hacia los patios del palacio.

D¡lipa ordenó que el nacimiento del heredero se anunciara a la multitud, reunida en los amplios jardines del palacio, por el mismo ministro. Como respuesta, la multitud hizo una dichosa aclamación que llegó al cielo. El aplauso fue largo y rumoroso; los `jai" se oían como ecos de un extremo a otro de la calle. Llevó muchas horas para que la concurrencia se dispersara y se retirara a sus casas.

En el décimo día, el rey invitó al gurú y llevaron a cabo la ceremonia de dar nombre al recién nacido, y se seleccionó el de Raghu, por la constelación en la cual había nacido. La criatura deleitaba a todos con sus balbuceos y juegos, y con los años fue querido por todos por ser un brillante y encantador muchacho; luego transcurrió la adolescencia y se convirtió en un colaborador valiente, resuelto y eficiente de su padre.

Una noche, nadie podía saber por qué el rey se había entristecido, y cuando estaba a solas con la reina, le. dijo: "Sudakshina, he logrado muchas grandes victorias. He tenido éxito en llevar a cabo muchos rituales importantes. He luchado en muchas batallas con poderosos invasores y he triunfado sobre ellos, incluyendo a ogros y a titanes. Hemos sido bendecidos con un hijo que es la joya más preciada. Ya no tenemos nada más que ganar. Pasemos el resto de nuestras vidas en adoración a Dios. Raghu es el depositario de todas las virtudes, es capaz en todos los aspectos y puede soportar la carga de gobernar todo el imperio. Confiémosle el reino; nos retiraremos al silencio del bosque y viviremos de raíces y frutos, serviremos a los sabios que llevan vidas austeras llenas de pensamientos santos y que aspiran a Dios, y santificaremos cada momento escuchando las enseñanzas sagradas (sravana), reflexionando en los significados profundos y en practicar el camino establecido. No cederemos ni por un minuto a la pereza, la cual es sostenida por las cualidades tamásicas".

Después, tan pronto como amaneció, llamó al ministro ante su presencia; le pidió que se hicieran los arreglos para la coronación y matrimonio del príncipe. Pleno de espíritu de renunciación, le preguntó a la reina cuáles eran sus planes. Ella derramó lágrimas de gratitud y alegría, y dijo: "¿Qué mejor fortuna puedo tener? Estoy atada a tus órdenes, lleva a cabo tus planes". Entonces, su entusiasmo y su solidaridad fortalecieron la decisión del emperador.

Dilipa llamó a sus ministros, eruditos y sabios y les comunicó su intención de celebrar la coronación y el matrimonio de su hijo; ellos accedieron de todo corazón y ambos actos se llevaron a cabo con gran suntuosidad. El padre le dio al príncipe valiosos consejos sobre la administración, enfatizando la necesidad de promover el estudio de las Escrituras y estimular a los eruditos instruidos en la ciencia védica, así como la promulgación de leyes para el progreso de su pueblo. Después se fue a la selva con la reina, resueltos a alcanzar la gracia de Dios.

Raghu reinó a partir de ese día de acuerdo con las directivas de los pandits y con un doble propósito: el bienestar de sus súbditos y la promoción de la vida moral. Como creía que estos dos objetivos eran tan vitales como el aire, no escatimó esfuerzos para alcanzarlos, así como para que sus ministros también se le unieran en ese objetivo. Aunque joven aún, era rico en virtudes. Por muy difícil que pudiera ser un problema, lo comprendía rápido y descubría los medios para resolverlo; así logró que sus súbditos estuvieran contentos. A los reyes malvados les daba severas lecciones: se los ganaba con acercamientos pacíficos e inteligentes tácticas diplomáticas, o lanzando contra ellos un pequeño ejército, o enfrentándolos abiertamente en el campo de batalla.

Estaba comprometido en actividades que aseguraban el bienestar de la gente y promovía la cultura de los Vedas. Toda clase de gente, de diferentes edades, posiciones económicas y logros, enaltecía su gobierno. Decían que era superior a su padre en habilidad física, valor, conducta recta y compasión. Todos decían que traía fama al nombre que llevaba.

Raghu daba especial atención al cuidado y bienestar de los ascetas en la selva, cuidaba que permanecieran libres de hostigamientos y él mismo supervisaba los arreglos para asegurarles protección. A causa de todo esto recibía sus bendiciones y gracia en amplia medida.

Un día, Kautsu, el ermitaño discípulo de Varathantu, llegó a la corte después de haber terminado de recibir sus enseñanzas. Le rogó al rey que lo ayudara a conseguir la ofrenda de agradecimiento que tenía que presentar a su preceptor. Raghu le dio el dinero que quería. Kautsu estaba feliz porque el regalo que había recibido no era impuro, sino reunido sin haber causado ningún dolor a la gente, la cual pagaba sus impuestos con alegría y gratitud, pues Raghu no recolectaba ni un centavo más de lo que era estrictamente necesario, ya que siempre temía la ira de Dios. El dinero también había sido entregado con gran amor y consideración, y así, Kautsu estaba colmado de dicha y de gratitud. Su corazón estaba henchido y habló amorosamente al rey: "Que seas bendecido pronto con un hijo, quien será famoso en todo el mundo", y se retiró de la presencia del gobernante.

De acuerdo con aquellas palabras, diez meses después, Raghu recibió la gracia de un hijo que resplandecía como un diamante. El rito de la imposición del nombre se llevó a cabo por los sacerdotes del palacio. Fue llamado Aja. Era un bebé encantador. Creció y se convirtió en un brillante muchacho, ávido de aprender todas las ciencias y las artes, de las que se volvió un experto en cada una de ellas; su fama como gran estudiante y culto jovencito se extendió por toda la nación.

A su debido tiempo, Raghu también sintió la necesidad de colocar sobre los hombros del príncipe la carga del poder y retirarse a la selva para dedicarse a la contemplación de Dios. El también llamó a sus ministros para que arreglaran la transferencia de la autoridad mediante el rito de la coronación, junto al matrimonio de Aja con una novia adecuada. Indumati, la hermana de Bhojaraja, el gobernador de Magada, fue la muchacha que escogieron como compañera de Aja. Así, después de haber dejado a su hijo en el trono, los padres reales se fueron a su ermita en la selva.

Aja, con la reina como su amada compañera, ganó la lealtad de sus súbditos por su sabiduría y compasión: siguieron escrupulosamente el consejo de Raghu sobre la manera y los medios de un buen gobierno. Aja amaba y veneraba al mundo y a sus habitantes como reflejos e imágenes de Indumati a quien amaba profundamente. De esta manera, él vivía pleno de felicidad y regocijo. Acostumbraban pasar días y semanas en los hermosos retiros del bosque, admirando la maravilla de la naturaleza.

Mientras tanto, la reina dio a luz un hijo. Los padres se regocijaron con este feliz acontecimiento; asimismo, hicieron que le comunicaran la noticia a su venerable preceptor, Vasishta. Querían brindarle al recién nacido los ritos ceremoniales. Se le llamó Dasarata.

El pequeño era, sin duda, el favorito de todos los que lo veían y tenían el privilegio de acariciarlo. El niño movía sus miembros como si fuera todo vitalidad. Parecía que se alimentaba de alegría y que sólo vivía para brindar felicidad a los demás.

Un día, Aja e Indumati acudieron al bosque, tal como era su costumbre, para recrearse en el regazo de la naturaleza. El silencio y lo sublime de ese día eran aún más atractivos que en otras ocasiones. Se sentaron a la sombra de un árbol y se hablaban con ternura cuando, de pronto, el ambiente se vio inundado por un aire cargado con una fragancia dulce más allá de cualquier descripción. Y pudieron oír fascinantes melodías de música divina. Se levantaron y buscaron la causa de estos misteriosos regalos. Descubrieron entonces muy alto sobre sus cabezas, entre las nubes del cielo, a Narada, el "hijo mental" de Brahma, yendo rápidamente a algún lugar. Mientras lo observaban, una flor que Narada llevaba en su tocado se soltó y, llevada por el viento, cayó exactamente sobre la cabeza de Indumati. Aja estaba atónito por el incidente, pero se sorprendió más todavía al descubrir que la reina había caído, cerrando sus ojos para siempre.

La muerte de la mujer que amaba tan íntimamente como a su propio aliento, causó un dolor desesperado al gobernante, su desolación estremeció al bosque de punta a punta. La Tierra tembló, pero los árboles permanecieron inalterables, insensibles a la desdicha que ahogaba el corazón del rey.

Narada escuchó aquellos lamentos, el llanto de Aja ante el cuerpo de su bienamada, y lo fue a consolar en su tristeza. "i Rajá! dijo , la pena es una reacción que no sirve cuando la muerte golpea; el cuerpo está sujeto a nacimientos y muertes, lo que trae el nacimiento también trae la muerte, tratar de saber el porqué es una locura. Los actos de Dios están más allá de la cadena de causa y efecto. Los intelectos comunes no pueden entenderlo sino, a lo sumo, adivinar la razón. ¿Cómo puede el intelecto comprender algo que está fuera de su dominio?

"La muerte es inevitable para cada ser encarnado. Sin embargo, ya que el fin de Indumati te parece tan extraño, te diré la razón dijo Narada . Escucha: en épocas pasadas, el sabio Trinabindu estaba concentrado en un ascetismo extremo, así que Indra resolvió probar sus logros y su equilibrio interno. Envió una encantadora deidad llamada Harini para atraerlo hacia el mundo de la sensualidad. El sabio permaneció imperturbable a sus encantos y se mantuvo sereno. Abrió los ojos y dijo: «No pareces ser una mujer común. Podrías ser una doncella divina. Bueno, quienquiera que seas, ¡vas a sufrir por haberte decidido a ejecutar este cruel acto, un plan malvado! Caída del cielo, nacerás como un ser humano; aprenderás lo que es ser un mortal». Maldiciéndola así, el sabio cerró nuevamente los ojos y entró en meditación.

"Harini tembló de miedo y derramó abundantes lágrimas de arrepentimiento, pidiendo que no la exiliaran del cielo, rogó patéticamente para que le retiraran la maldición. El sabio se compadeció un poco y dijo: «Oh débil criatura, no es posible para mí desdecir mis palabras. Sin embargo, te diré la manera en que puedas salvarte. ¡Escucha! En el momento en que una flor del cielo caiga sobre tu cabeza, tu forma humana caerá y podrás retornar al Cielo». Indurnati es aquella divina doncella y ha logrado su liberación en este día. Cuando la flor que yo portaba cayó sobre ella, se liberó de la maldición. ¿Por qué lamentarse entonces? No hay ninguna razón." Narada le habló de los deberes de un monarca, de su responsabilidad y del ejemplo que debe poner ante todos; le habló de la fugacidad de la vida y del misterio de la muerte, el destino final de todos los seres que nacen. Después de esto, Narada siguió su camino al cielo.

Sin posibilidad de poder ayudar a su bienamada, Aja ¡levó a cabo los ritos fúnebres y se dirigió a la capital; estaba oprimido por el dolor. Sólo el príncipe Dasarata podía darle algo de consuelo y renovar su voluntad de vivir; el rey pasaba sus días sumido en la tristeza. Como Dasarata era ahora ya un joven plenamente desarrollado, Aja le entregó el reino y se fue a un islote del río Sarayu, con el voto de no aceptar comida. Se negaba a sí mismo, ya no encontraba razón para continuar, así que provocó que su propia vida se extinguiera.

Tan pronto como Dasarata oyó esas noticias, se apresuró a ir al río Sarayu y lloró la pérdida de su querido padre. Hizo sin demora los arreglos para el funeral y sintió algún alivio al saber que su padre había desistido de vivir en el cumplimiento de un voto ritual. Sacó algo de fortaleza de este hecho y asumió sus deberes como gobernante, con completo dominio de sus variadas facultades.

En poco tiempo la fama de Dasarata iluminó como un sol al amanecer. Tenía la intrepidez y habilidad de diez aurigas, así que el nombre Dasarata (un héroe con diez carruajes) era muy apropiado. Nadie se podía poner en contra de la arremetida de su poderoso carro de combate. Los demás gobernantes, atemorizados por sus proezas, le rendían homenaje. El mundo lo exaltaba como un héroe sin igual, un dechado de virtudes, un hombre de estado de la más elevada categoría.