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Libros escritos por Sai Baba

19. El Bosque Dandaka

19. EL BOSQUE DANDAKA

Mientras Bharata pasaba así los días en Nandigrama, en la constante contemplación de Rama, muy lejos de ahí, en el bosque, en lo alto del Chitrakuta, Sita, Rama y Lakshmana alababan aquella devoción y sentido de dedicación. Los tres vivían felices en el apacible y silencioso bosque. Un día, un tonto llamado Jayanta quiso aquilatar el valor de Rama, ¡una aventura tan necia y suicida como el anhelo de una hormiga por averiguar la inmensidad del océano! Movido por un afán travieso se transformó en un cuervo y, acercándose a Sita, que se encontraba sentada a un lado de Rama, absortos los dos en la belleza del bosque que los rodeaba, con su afilado pico mordió el pie de ella haciendo que sangrara. Al ver correr la sangre, Rama arrancó unas hojas de hierba y las arrojó contra el cuervo.

Rama jamás le haría daño a nadie que no mereciera tal castigo; sin embargo, cuando fuera necesario, incluso Raúl se tragaría la Luna, ¿no es cierto?, pues Rama también. Jamás le haría daño a un inocente, pero aquellas hojas de hierba se convirtieron en una llama que voló tras Jayanta, persiguiéndolo por dondequiera que fuera. Desvalido y asustado, el cuervo regresó a su forma original y Jayanta se postró a los pies de Rama pidiéndole auxilio. Indra supo que el ofensor era su proplo hijo, y él también se arrepintió de la audacia e irreverencia. Jayanta se postró ante Rama y le pidió misericordia diciéndole: "Soy un tonto, no me di cuenta de lo que hacía; sálvame de tu ira, de este fuego". i

Rama se compadeció, pues Jayanta había reconocido humildemente su culpa. Hizo que uno de sus ojos perdiera la vista y lo dejó ir, vivo pero tuerto. Las hojas de hierba que habían sido transformadas en llama recobraron su naturaleza original. Jayanta se sintió agradecido de que se le impusiera sólo un pequeño castigo a pesar del terrible mal que había cometido y vivió durante mucho tiempo en la cima del Chitrakuta, donde habitaban Sita, Rama y Lakshmana. Un día, el décimo de la mitad luminosa del mes de Margasira, Rama le pidió a Jayanta que se dirigiera al sur.

Sita, Rama y Lakshmana también abandonaron el Chitrakuta y llegaron a la ermita del gran sabio Atri. Éste supo de antemano, por sus discípulos, de esa visita a su refugio, así que cuando se acercaban al ashram, salió al encuentro de Sita, Rama y Lakshmana para darles la bienvenida. Atri estaba tan gozoso por esa señal de gracia, que lloró de felicidad, afirmando que esa visita había logrado que su vida alcanzara su más elevado anhelo; sus austeridades por fin habían rendido fruto ese día. Al caer la tarde, el sabio reunió a sus discípulos y dispuso un asiento alto, para que Rama presidiera la asamblea.

Mientras tanto, su consorte, Anasuya, había atendido las necesidades de Sita y también la condujo a ese lugar. Después les habló a todos de lo sagrado de la ocasión, de los poderes de Rama, Sita y Lakshmana y de las fuerzas divinas que

habían encarnado en ellos. Anasuya también alabó las virtudes de Sita y le dio consejos sagrados sobre los deberes de las mujeres, así como de los ideales que debían sustentar. Sita habló acerca del hecho de que todo ser y toda criatura tienen inherente el principio femenino en su constitución y que aun cuando existen papeles masculinos y femeninos, al actuar en el escenario del mundo, todos son básicamente femeninos cuando se consideran su fuerza, sus emociones y actitudes. Dijo que su señor, Rama, era la encarnación del uno y único principio masculino del universo. "En él dijo no existe huella de dualidad, de lo mío y de lo tuyo, de la pena y la alegría. Él es la encarnación del arrojo y la intrepidez, es la fortaleza personificada. Purusha o el eterno masculino se casó con la naturaleza o Prakriti, el eterno femenino. Aun cuando la naturaleza parezca múltiple y variada, en verdad es sólo una e indiferenciada Unidad". De ese modo reveló Sita la verdad del principio de Rama a Anasuya, la consorte del sabio Atri.

Rama, Sita y Lakshmana vivieron momentos muy felices en el ashram de Atri. Les dieron buenos consejos a los residentes y discípulos acerca de la conducta recta. Después, solicitaron permiso al sabio para emprender la marcha y reanudaron su viaje a través de la jungla. Los habitantes del ashram derramaron lágrimas de tristeza cuando se marcharon. A pesar de sus intentos de acompañar a Rama durante las etapas siguientes de su vida en el bosque, tuvieron que desistir y continuar su vida en el ashram, para lo cual habían dedicado sus vidas, y tuvieron que ser testigos impotentes de la partida del divino dueño de sus corazones.

La jungla hacía eco a los rugidos de las fieras salvajes que deambulaban en busca de su presa. Aves de multivariados plumajes trinaban melodiosamente en las copas de los árboles; cada una poseía una belleza y un trino peculiar, sus arrullos y cantos eran bálsamo para los oídos; parecía que habían entrado en un mundo nuevo de emociones. Al cruzar por esa región de asombrosa belleza, sus ojos se posaron de pronto en una hermosa ermita, que tenía en el centro un templo pintoresco. Lakshmana se adelantó y limpió el camino, haciendo a un lado los arbustos que impedían el paso. Arrancó las enredaderas espinosas que colgaban amenazantes. Sólo así, Rama y Sita pudieron caminar sin peligro por aquel camino. Cuando se acercaron a la ermita, vieron un hermoso jardín bien cuidado y atendido con cariño. Del suelo emergían árboles llenos de flores y de frutos coronados de belleza. Las ramas yacían dobladas por el peso de las frutas jugosas y maduras. Sita se deleitó al ver tanta belleza y su cansancio desapareció; estaba absorta en la paz y la alegría celestial que imperaban en ese sitio. Caminó atrás de Rama, admirando la maravilla de la naturaleza que la rodeaba. Cuando algunos habitantes de aquel lugar se percataron de su presencia, se apresuraron a darle la noticia a su preceptor y éste se dirigió de inmediato a la entrada principal para darles la bienvenida a los visitantes. Sus ojos derramaron lágrimas de alegría y les brindó hospitalidad genero 1 sa a los recién llegados. Se les invitó a pasar y de inmediato se les ofrecieron bebidas refrescantes, deliciosas frutas y raíces. Los invitados aceptaron sus atenciones con gran placer y compartieron aquellos sencillos alimentos.

En la tarde se bañaron, para efectuar los ritos sagrados, y Rama habló con los eremitas acerca de la conducta y el comportamiento ideal. Les permitió que le hicieran preguntas relacionadas con las dudas que pudieran estar inquietándolos y sobre los puntos difíciles al estudiar las sagradas escrituras. Los eremitas no cabían en sí de gozo. Rama les dio convincentes y claras explicaciones, con palabras sencillas. Sin duda, los habitantes del ashram experimentaron el mismo cielo en la tierra. Decían entre ellos, con gran deleite, que la presencia de Rama era una experiencia tan sagrada como el contacto con el mismo Dios en el cielo.

Al amanecer, Rama, Sita y Lakshmana se bañaron y llevaron a cabo los ritos matutinos. A pesar de los constantes ruegos de los habitantes del ashram, decidieron proseguir el viaje, aduciendo que la gente no debía oponerse a la realización de sus promesas y decisiones. Habían resuelto, dijeron, no quedarse en una ermita o lugar más de una noche.

Cuando reanudaron el viaje, al pasar por el bosque, un ente monstruoso la pavorosa ogresa Virada apareció de repente y se dirigió amenazante hacia ellos. Naturalmente, Sita se asustó al ver esa aparición, pero pronto se armó de valor al darse cuenta de que Rama, como un león, estaba ahí para protegerla, así que no tenía por qué temer a la «débil zorra» que se acababa de presentar. "Que ruja todo lo que quiera", decía. Se colocó a espaldas de Rama y observó la contienda. Lakshmana le disparó una afilada flecha y después le lanzó toda una serie. Herida por las flechas, Virada se transformó en una enorme fiera semejante a la encarnación de la muerte y la destrucción y se lanzó sobre Lakshmana. Rama vio que su hermano se estaba cansando por la lucha, tensó su arco y disparó una flecha, que destrozó en pedazos la temible lanza de tres picos que blandía la ogresa y después partió en dos la cabeza del monstruo. En ese momento, emergió del cadáver una brillante figura celestial.

Virada se había convertido en un ogro, a causa de una maldición que su divino maestro, Kubera, le había lanzado. Él formaba parte de un grupo de ángeles celestiales (Gandarvas), quienes servían a Kubera. Más tarde, el mismo Kubera se compadeció y le dijo que esa maldición cesaría al morir por una flecha del arco de Rama. Le dijo que sólo así podría regresar como un Gandarva a la presencia de Kubera. Así, ei Gandarva se postró a los pies de su salvador y lo alabó largamente, antes de partir hacia su morada permanente.

Rama sepultó el enorme cuerpo del demonio que yacía sobre la tierra y efectuó los ritos prescritos para tal ocasión. En ese momento, un chubasco cayó sobre ese sitio, como si los dioses en los cielos lloraran de alegría al ver la compasión que Rama demostraba.

Después, se dirigieron a la famosa ermita del sabio Sarabanga. Cuando se aproximaban al ashram, los ascetas y monjes se encontraban hablando acerca de los desastres que Ravana, el rey de los demonios, había causado, y cuando Rama, Sita y Lakshmana aparecieron ante ellos interrumpiendo su conversación, intuyeron el propósito de su visita y supieron que sus temores pronto se alejarían. Cuando el sabio Sarabanga vio la encantadora y divina figura de Rama, no podía dar crédito a sus ojos. Dudaba si sería un sueño, una ilusión o alguna extraña experiencia causada por la meditación. Muy pronto se percató de que su buena fortuna era real; estaba sobrecogido por e! éxtasis de haber logrado tan anhelado sueño. Sabía que su ascetismo había sido por fin bendecido con el fruto de su anhelo y les ofreció hospitalidad, con todo afecto.

Alabó ampliamente a Rama diciéndole: "¡Rama, tú eres el cisne celestial que nada majestuosamente en el lago de las mentes de los sabios! Este día he alcanzado la meta de la vida. ¡Rama! No conozco ninguna disciplina espiritual más valiosa que ésta: para mí fue posible ganarte a través de un solo camino, el camino del amor. Mis ojos te han visto y ya no necesitan ver nada más. Has dado tu palabra diciendo que cumplirías los deseos de !os sabios; bien, ahora tienes que cumplir esa palabra. Mi deseo es que permanezcas ante mí con tu encantadora forma hasta que el último aliento abandone mi cuerpo. Deseo abandonar este cuerpo mientras mi mirada permanece fija en ti". Así rogó el sabio.

En pocos minutos la pira estuvo lista, fue encendida y Sarabanga se colocó en el centro de la misma, con los ojos brillantes de alegría ante el éxtasis de estar viendo a Rama. Sin parpadear ni desviar la mirada, con las imágenes de Rama, Sita y Lakshmana grabadas en su corazón, el cuerpo de Sarabanga se redujo a un puñado de cenizas. Las aguas azules y plácidas de su corazón reflejaban la forma azul de Rama, a quien había adorado hasta el último momento. Su alma se fundió en lo universal que estaba frente a él.

Aunque al principio los habitantes del ashram se lamentaban de la partida de su preceptor y maestro, pronto comprendieron que había tenido la extraordinaria fortuna de una bendición especial. El mismo Dios había llegado en forma humana y lo había bendecido permitiéndole unirse con él en su majestad y su gloria. Sintieron que ellos también habían compartido ese regalo de gracia; adoraron a Rama y lo alabaron de distintas maneras. Gritaban "¡Viva! ¡Victoria, victoria!" y tomando ceniza de su maestro se la untaban en la frente, con reverente gratitud.

Las noticias de la inmolación de Sarabanga pronto atrajeron a esa ermita a los residentes de otros ashrams. Se postraban a los pies de Rama alabando su conmiseración y le rogaron así: "¡Señor, qué afortunado fue Sarabanga! exclamaban . Muchos sabios han sido presa de la feroz voracidad de la tribu de los demoníacos Rakshasas, en esta área. Sin embargo, Sarabanga fue bendecido y ofrendó su cuerpo y su vida al Señor mismo. ¡Señor, sálvanos también a nosotros de estos rapaces enemigos! Permítenos progresar en nuestro camino espiritual y en nuestras disciplinas, sin que nos asalten los demonios. Y, finalmente, ¡oh Señor!, bendícenos con el fruto por el cual nos estamos esforzando: la visión de tu presencia".

Mientras tanto, un sabio llamado Suthikshna se aproximó a Rama y se postró ante él. Era un discípulo del renombrado Agastya y un devoto incomparable cuya mente estaba saturada de amor por Rama. Tenía la firme fe de que a Dios se le podía ganar únicamente con amor. No podía visualizar en su mente ninguna otra forma de Dios excepto la de Rama. Se quedó mirándolo sin pestañear ni una fracción de segundo; su corazón se derritió en adoración, por estar viendo a Rama.

Dijo: "¡Señor!, ¿has llegado desde tan lejos a esta región sólo para bendecirme? Habiendo venido a la tierra con esta forma visible, ¿todavía deseas que yo siga adorando al Absoluto sin forma? No. Amo esta forma y este nombre. Yo no sé ejecutar ningún rito, sólo sé que tú, la encarnación del amor, puedes ser alcanzado a través del amor. El anhelo es la única ganancia que he acumulado, ése es el único ascetismo al que me he sometido. Dime, ¿no es acaso suficiente? ¡Oh, salvador de la congoja del nacimiento y la muerte!, ninguna forma de adoración es tan efectiva como el servicio al Señor mediante el amor, ¿no es así? Cantar tu gloria, meditar acerca de ella y obtener una dicha inefable mediante estos actos, ¿puede alguna otra forma de adoración propiciar tanta alegría?"

Suthikshna bailaba, sin darse cuenta de dónde estaba ni de lo que estaba haciendo; las lágrimas corrían por sus mejillas. Cualquier otro que no comprendiera la alegría interna que estaba experimentando, pensaría que estaba loco. Rama percibió el anhelo del sabio, lo acercó hacia él y lo abrazó amorosamente. Le habló suave y dulcemente hasta volverlo consciente del lugar donde se encontraba.

Mientras Rama sostenía sus manos, el gran sabio entró en el supremo estado de samadhi (bienaventuranza), volviéndose como una estatua. Rama lo hizo consciente otra vez y en cuanto volvió en sí, el sabio se postró a los pies de Rama. Elevó sus manos sobre su cabeza y, juntando las palmas en adoración, expresó su alegría y deleite y dijo:

"Señor, tú eres la conflagración que destruye el bosque del engaño donde el hombre se ha perdido. Tú eres el orbe solar que hace posible que el loto del corazón de los hombres buenos florezca en belleza y fragancia. Eres el rey de las bestias que ha venido a destruir a esta raza de elefantes demoníacos. Eres el águila que ha venido a cazar y destruir al pájaro que nace y muere en un ciclo recurrente de alegría y dolor.

"¡Señor!, tus ojos son tan encantadores como los lotos; los míos no pueden captar toda la belleza de su brillante forma. Eres la Luna que irradia su fresca luz para cautivar a los pájaros mellizos chakora, los ojos de Sita. .

"Tú nadas feliz como el cisne celestial en los plácidos lagos que brillan en los corazones de los sabios. Tú eres el pájaro Garuda que destruye a las serpientes que anidan en las mentes de los incrédulos y los escépticos. Toda crueldad, confusión y calamidad se queman con una simple mirada tuya".

Así y de otras maneras más elogió a Rama y obtuvo gran alegría por haber ten¡do esa oportunidad. Se extasió con la figura del Señor, para que su imagen quedara impresa en su corazón. No estaba consciente de que el tiempo transcurría ni de las necesidades de su cuerpo, tampoco pestañeó ni una vez mientras contemplaba y absorbía la gloria dé Rama.

Rama lo observó durante un momento y después lo levantó sujetándolo de los hombros y le dijo: "Suthikshna, estás dotado de todas las virtudes. Pídeme todo lo que quieras, que yo te bendeciré". El sabio contestó: "¡Oh, amigo y benefactor de los desamparados!, mi deseo es éste: vive siempre en las profundidades de mi corazón con Sita y Lakshmana". Rama respondió: "Que así sea". Después, con él como compañero, Rama prosiguió hacia el ashram de Agastya, con Sita y Lakshmana tras él.

Después de avanzar una corta distancia, escucharon el rumor de las aguas de un río. Cuando se aproximaron, divisaron la cima de una montaña a un lado de la corriente. En medio había preciosos jardines y, como un loto brillando en el centro de un estanque, apareció ante sus ojos la hermosa ermita de Agastya, asentada sobre una alfombra de fragantes flores.

Las palabras no pueden describir la exquisita belleza de aquella escena. Sita, Rama y Lakshmana quedaron atónitos durante unos momentos, ante el cautivante esplendor. ¡La atmósfera era tan asombrosamente espiritual! Ahí, los animales enemigos a causa de su naturaleza los del agua y los de la tierra, las aves y las bestias vivían juntos, libres de temor y enemistad. También podían ver a muchos monjes y ascetas en meditación, sentados en la ribera.

Cuando se aproximaron al ashram, Suthikshna se adelantó para darle la buena noticia a su maestro, se postró a sus pies y le dijo: "Gran maestro, encarnación de la misericordia, el príncipe de Ayodhya, el sostén de este universo, acaba de llegar a nuestro ashram con Sita y Lakshmana. La misma persona que ansiabas conocer y visualizar a través de tus prácticas espirituales durante años, sin importar que fuera día o noche, ha venido, está cerca de ti. ¡Qué día tan maravilloso es éste! ¡Qué gran fortuna!". Al hablar así, Suthikshna se olvidó de sí mismo y se llenó de éxtasis inconmensurable.

Al oír esto, Agastya se puso de pie rápidamente y caminó hacia el campo abierto; ahí vio a los tres aproximarse hacia él. Las lágrimas corrieron por sus mejillas y se adelantó exclamando: "¡Oh Señor, Señor!", y se fundió con Rama en fuerte abrazo, sin intenciones de soltarlo, igual que una enredadera se aferra al tronco de un árbol.

Agastya no podía contener la dicha que lo embargaba al conducir a Rama, Sita y Lakshmana hacia su ermita. Los invitó a que tomaran asiento para que descansaran y ordenó que les trajeran frutas y raíces dulces. Después, les preguntó acerca de! viaje que habían efectuado y cuando Rama le respondía, Agastya, cerrando los ojos, escuchaba con profundo deleite, derramando lágrimas de alegría, dibujada en su rostro una sonrisa feliz. Por fin dijo: "Señor, estoy convencido de que no existe alguien más bendito que yo. El Señor Nárayana en persona ha venido hacia mí, está en mi ermita, ¿es esto verdad?, ¿es un sueño? No; ¡es una experiencia real!". Con palabras de agradecimiento y devoción expresó su alegría.

Rama dijo: "¡Oh, monarca entre los monjes!, no tengo nada que ocultarte; sabes muy bien la razón por la cual he venido a este bosque. Dime cómo destruir a esa horda demoníaca, los Rakshasas, que perturbes las austeridades de los sabios y monjes, y cómo preservar del peligro a los fervientes siervos de Dios. Espero tus consejos. En la estación fría de Hemanta, los lotos se marchitan y mueren; la estación de Hemanta ha llegado para los Rakshasas".

Al escuchar las palabras de Rama, Agastya sonrió y dijo: "Señor, tú eres omnisciente; no entiendo por qué me pides consejo; ignoro si me estás bendiciendo o poniendo a prueba. Sin embargo, por el efecto de tu gracia, el darshan (tu Visión), Contacto y Habla Divinos con los cuales me acabas de bendecir, soy capaz de comprender el significado de tu pregunta; eso también es tu gracia. Maya (el ilusorio mundo), que es tu creación y tu títere, la esclava que yace a tus pies, siempre está alerta al más mínimo arqueo de tu ceja para acatar tus órdenes. Mediante la capacidad que le has otorgado, maya (la ilusión cósmica) está creando a todos los seres, en la tierra y en el cielo.

'Tu maya (mundo ilusorio) es invencible, arrasa interminablemente con los seres, es decir, con aquéllos que caen presa de sus maquinaciones; esto es un hecho conocido por todos. Tu mundo ilusorio es como la higuera, que crece gruesa y alta; los mundos en el cosmos son como los frutos de ese árbol. Todas las cosas y seres que existen en este cosmos son como los gusanos y larvas que se arrastran dentro de la fruta. Ésta es muy bonita por fuera, pero cuando se abre, se pueden ver cientos de gusanos en su interior.

"Aquéllos que están apegados a este mundo externo y a sus tesoros transitorios te tienen miedo porque cuando asumes la función del tiempo, arruinas inexorablemente sus planes. El mismo cosmos es una apariencia sobre tu realidad. ¡Rama!, tú eres adorado por todos los mundos y me pides consejo, y me halagas como lo haría cualquier hombre común. Todo ello me provoca risa.

"Desde este momento, la preocupación se ha alejado de mí. Deseo que te quedes en esta ermita con Sita y Lakshmana; ésa es la única gracia que te pido. Prefiero adorar tu forma con atributos y no al Principio sin atributos; eso es en lo que creo y lo que enseño; ése es mi ideal, mi meta principal, mi aspiración. Por lo tanto, otórgame esta gracia. Es tu juego elevar a tus siervos escondiéndote tras el escenario, fingiéndote inocente e ignorante de todo. No me des un sitio más alto del que tengo, no me pidas que te aconseje. Mi deber es asentir y cumplir tus deseos y seguir tus huellas. ¡Padre!, no me envuelvas en tu maya y me hagas caer presa del egoísmo, haciéndome el blanco de tus juegos".

Ante esto, Rama dijo: "¡Oh, venerable sabio!, esta región es bien conocida por ti, ¿qué mal existe en que me aconsejes un buen sitio para descansar? Eso es lo que cualquiera te pediría, ¿no es así?". Agastya replicó: "Maestro, ya que me has dado una orden, te responderé: muy cerca de este lugar fluye el sagrado río Godavari, que desde hace muchas eras corre pleno y libre; junto a él tenemos el Dandakaranya. Cuando lo santifiques al descansar junto a él, habrás derramado alegría y contento sobre los monjes y sabios que ahí viven, ya que sobre la región del bosque y su guardián pesa una maldición y, por lo tanto, están muy afligidos".

Al escuchar esto, Rama interrumpió al sabio: "Maestro, Sita está ansiosa de escuchar la historia de esa maldición. Háblanos de ella con detalle". Agastya le contestó: "¡Oh director de este eterno drama!, cierta vez, el hambre asoló la región de Panchavati y todos los monjes y ascetas que vivían ahí se refugiaron en la ermita del sabio Goutama, quien les proporcionó todo lo que necesitaban, gracias a los poderes que había adquirido como resultado de sus austeridades.

"Cuando la hambruna terminó, los monjes decidieron regresar a sus tierras, pero algunos falsos monjes que había entre ellos conspiraron en contra del sabio y planearon difamarlo. Trajeron una vaca que estaba a punto de morir y la obligaron a entrar en el jardín de la ermita. Goutama vio que la vaca estaba a punto de comerse una hermosa flor y trató de sacarla de ahí, mas al empujarla, la vaca exhaló su último aliento. Los monjes conspiradores aparecieron inmediatamente y lo acusaron del terrible pecado de haber matado a una vaca. Lo condenaron diciéndole que era un paria y un bárbaro. Intrigado, Goutama se dispuso a descubrir si la vaca había muerto por el empujón que le había dado o por muerte natural. Se sentó a meditar profundamente para saber la verdad y pronto se le reveló que sólo era una trampa de los malvados monjes. Disgustado ante el proceder tan despreciable de éstos, lanzó una maldición: «¡Que este bosque contaminado por personas tan perversas esté lejos del alcance de los buenos y los santos, que sea hogar de Rakshasas demoníacos!»

"Otro incidente se añadió a esta maldición. El gobernador de aquel lugar, de nombre Danda, violó a la hija de su propio preceptor, Brigu. Éste, cuando supo de labios de su hija el escarnio cometido, lleno de ira hizo que cayera una lluvia de polvo que cubrió esta área con un barro profundo, y al transcurrir el tiempo se convirtió en una densa jungla de un extremo a otro. La región se llama Dandakaranya a causa de su infame gobernante. ¡Rama, joya de la dinastía Raghu!, estoy seguro de que cuando residas en ese bosque, los Rakshasas serán eliminados y la maldición terminará. Los monjes y los aspirantes espirituales podrán vivir ahí nuevamente para practicar sus austeridades. La humanidad se beneficiará al consumarse esa liberación, y aun el sabio que la maldijo también será feliz, ya que se encuentra apesadumbrado por las consecuencias de su ira".

Cuando Agastya terminó el relato de la maldición del Dandakaranya, Rama dijo: "De acuerdo, que así sea. Residiré ahí". Solicitó permiso para partir y se dirigió al bosque Dandaka, con Sita y Lakshmana. Antes de que se alejaran de la ermita, Agastya trajo algunas armas que había adquirido de fuentes divinas a través del ascetismo y las puso en manos de Rama, diciéndole que no deseaba usarlas, pues ahora había llegado el que las merecía y las podía usar para propósitos sagrados. "¡Rama, tú eres mi escudo, mi fortaleza, mi poder! Estas armas no me pueden salvar, pero tú sí; tu gracia es el arma más poderosa de todas las que poseo; tú eres mi refugio, mi fortaleza, la armadura impenetrable para mi pecho".

Conforme Sita, Rama y Lakshmana penetraban en la densa jungla de Dandaka, los árboles que habían permanecido secos largo tiempo inmediatamente reverdecieron y se llenaron de tiernos racimos de brillantes hojas, las enredaderas adquirieron de nuevo su esplendor y de ellas brotaron fragantes flores. El bosque, muy pronto se vistió de su antiguo verdor y de flores multicolores. Buscaron un lugar para descansar y pronto llegaron a Panchavati, la región que Agastya les había indicado.

Ahí vieron a Jatayu, la vieja águila jefe, amiga de Dasarata, que lo había acompañado en sus incursiones al cielo cuando fue a ayudar a los residentes celestiales. Rama le relató al águila la triste noticia de la muerte de Dasarata; le habló acerca de él, de Sita y Lakshmana y de sus otros hermanos. Después, empezaron a construir una cabaña en la ribera del Godavari. Jatayu se convirtió en un amigo confiable y merced a ella podían tener una visión más clara de la región. Al caer la noche, se dispusieron a descansar bajo un frondoso árbol.