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Libros escritos por Sai Baba

17. Los Hermanos se Reúnen

17. LOS HERMANOS SE REÚNEN

Bharata y Satrugna fueron directamente al lugar donde los ministros, el preceptor real y los líderes de la ciudad estaban reunidos. Todos ellos esperaban su llegada, ansiosos de saber lo que habían resuelto.

Bharata se postró a los pies del preceptor y declaró: "Divino maestro, te voy a decir mis honestas intenciones. Por favor, cree en mi sinceridad, ya que no te ocultaré nada; te estoy abriendo mi corazón sin reservas. El efecto es más duro que la causa, el metal que es extraído de la tierra es más duro que la tierra misma, como ya lo sabes. Habiendo nacido de la matriz de Kaikeyi, la del corazón cruel, yo soy de corazón más cruel aún. Porque de otra manera, ¿cómo te explicas que todavía siga vivo, a pesar de que Rama está lejos de mí? Kaikeyi ha exiliado a Sita y Lakshmana a las selvas, ha enviado a su marido al cielo, ha sumido a los súbditos de este vasto imperio en el dolor y la ansiedad, y ha traído la infamia eterna sobre su hijo. Y ahora tú me demandas gobernar el imperio y cubrirme así de eterna desgracia. No me siento feliz en lo más mínimo con tal obligación; no merezco tal distinción. ¿No se reirá la gente de mí, burlándose, si yo me sentara en el trono real como señor y gobernante cuando Rama está vagando por la jungla?

"Mi gobierno sólo ocasionaría daño a la gente, ya que mi ascenso en sí sería inmoral e incorrecto. ¿Y quién podría respetar a un usurpador y obedecer sus órdenes? No podría castigar a los malhechores y a los inmorales. ¿Con qué derecho podría corregir a los que violan la ley cuando yo mismo he cometido un enorme pecado al ascender al trono que no me corresponde por derecho? La gente, con toda seguridad, me señalaría cuando la oportunidad se presentara, aunque pudiera guardar silencio durante algún tiempo, por temor a las represalias que yo pudiese tomar usando mi autoridad.

"El malvado plan de mi madre me ha causado bastante daño. No puedo esperar ni un segundo más aquí sin ver a Sita y a Rama. Sólo quiero que sepas que me aqueja una terrible angustia y únicamente viendo a Rama podría aliviar mis penas y curar mi agonía; ninguna palabra de consuelo puede reconfortarme. He obtenido el permiso de Kausalya y de Sumitra para que al amanecer vaya en busca de Rama. Mis pecados, por muchos que sean, serán reducidos a cenizas en el momento que los ojos de Rama se posen en mí; aun si Rama no me hablara, sería feliz de recibir siempre su visión divina (darshan), escondiéndome tras algún árbol y siguiéndolo a distancia, feliz con esa oportunidad. ¡Personas mayores y honorables reunidas aquí, recen por mí, bendíganme para que mediante el darshan de Rama pueda seguir adelante! ¡Ministros, concédanme permiso para ir hacia la presencia de Rama, soy el esclavo del Señor Rama; él es el Señor de todos nosotros!"

Nadie, en esa reunión de ministros, reyes y líderes, pudo alzar su voz en respuesta. Comprendieron el profundo remordimiento de Bharata y percibieron la pureza de su corazón, puesto que se rehusaba a seguir atado en las redes de la conspiración que su madre había urdido alrededor de él.

El jefe de los ministros de la ciudad se puso de pie y dijo: "Señor, iremos contigo. También para nosotros la separación de Rama es una agonía; no nos importa el destino de nuestras vidas después de que hayamos tenido la oportunidad de recibir su darshan".

Los demás apoyaron la sugerencia y rogaron también ser llevados en busca de Rama. En pocos minutos, la noticia se divulgó por toda la ciudad y hombres, mujeres y niños, jóvenes y ancianos se alistaron para partir. ¿Quién podía disuadirlos? Ese día no había nadie entre la población de Ayodhya que fuera tan cruel como para impedir a otros que fuesen a recibir la visión divina de Rama. Las madres Kausalya y Sumitra también se prepararon para salir en compañía de sus damas.

Mientras tanto, Kaikeyi, sobrecogida de arrepentimiento por sus errores y pecados, le rogó a Kausalya que también le fuese permitido acompañar a las reinas; suplicaba que se le permitiera implorar el perdón y así unirse con los demás en sus intentos por persuadir a Rama para que regresara a Ayodhya. Kausalya, de corazón puro e inmaculado, no tenía la menor duda o desviación de su conciencia de lo correcto y mandó decirle que se podía unir al grupo.

A Bharata se le informó que la población entera estaba a punto de partir. Al saberlo, dispuso que por lo menos algunos ministros se quedaran para proteger ala ciudad y no dejarla desamparada, por lo que algunos tuvieron que quedarse. Los vehículos de transporte de los habitantes de Ayodhya se prepararon esa misma noche para poder iniciar la ardua jornada al amanecer. Prácticamente todo vehículo rodante fue preparado para ese propósito; la comida y bebida para toda la gente fue debidamente dispuesta. Como los pájaros chakravaka, los hombres y las mujeres de Ayodhya esperaban el amanecer para viajar en busca de su querido y bienamado Señor. Los ciudadanos pasaron la noche en extática contemplación, anticipando el darshan que les aguardaba.

El ejército, con sus carruajes, elefantes, caballos e infantería, se preparó para la marcha. A los eruditos védicos se les pidió que continuamente recitaran himnos auspiciosos, además de llevar consigo los elementos ceremoniales para la adoración del fuego. A la hora correcta según las observaciones de los astrólogos, fueron llevados al palacio el carruaje líder para Bharata y Satrugna y el palanquín para la reina Kausalya. Bharata ordenó que todos ocuparan el carruaje o el vehículo que se les había asignado, y dejando que su carro avanzara sin nadie adentro, Bharata y Satrugna caminaron descalzos a su lado.

La gente pensó que ellos caminarían sólo durante un momento y alguna corta distancia, pero más tarde se dieron cuenta de que Bharata no tenía intención de subirse al carro, cualquiera fuese la distancia que hubiera que cubrir. Kausalya no pudo tolerar más y le dijo: "Hijo, no soporto verte caminar. Siéntate en el carro por lo menos un momento". Bharata le respondió: "Madre, esto es sólo para redimir los pecados que llevo a cuestas. Al caminar por este sendero, ¿sufro por lo menos una fracción de lo que Rama y Sita están sufriendo en el bosque, caminando descalzos? Si ellos caminan descalzos, sería injusto que yo, su sirviente, viajara en un carruaje; perdóname por desobedecer tus órdenes, permíteme caminar como lo hago ahora".

Mientras tanto, el preceptor real, Vasishta, y su consorte, Arundati, los cuales viajaban en el carruaje de atrás, se detuvieron al saber la determinación de Bharata y le rogaron que por lo menos se sentara en su carruaje y fuera su cochero. Sin embargo, Bharata se mostró inflexible y dijo: "Yo soy el sirviente de Rama y sólo me debo a su carruaje; hasta que no obtenga el honor de ser su cochero, no subiré a ningún carruaje ni sostendré las riendas de ningún otro. Ésta es mi palabra". Vasishta desistió en su intento por persuadirlo. Estaba contento al ver el amor y reverencia que Bharata sentía hacia Rama.

Llegaron a la ribera del río Tamasa, al anochecer del primer día y, al día siguiente, llegaron a la ribera del Gomati. El Tamasa es afluente del río Gogra y el Gomati es afluente del Ganges. En cuanto oscureció, los carruajes se detuvieron y se buscó abrigo para mujeres, niños y ancianos; el ministro ordenó a los soldados que distribuyeran comida a la gente, sin distinción alguna y con respeto. A decir verdad, durante el viaje cada persona desempeñó con disciplina y entusiasmo el trabajo que se le había asignado. Todos cuidaban de que nadie tuviera dificultades.

Reanudaron el viaje, y al tercer día llegaron a Sringiverapuram, cuando ya oscurecía. El rey de los nishadas vio a la multitud y al ejército y, preocupado, se preguntaba por qué Bharata se dirigía al bosque acompañado de todo el ejército. ¿Qué significaba aquello? Trató de resolver el misterio argumentando dentro de sí acerca de las posibles razones de aquel inusual proceder y se decía a sí mismo: "Si el árbol es ponzoñoso, el fruto también lo es". Y tratando de frustrar los planes de Bharata, ordenó a sus hombres que hundieran todas las embarcaciones en las profundidades del Ganges, indicándoles que impidieran que el príncipe y sus acompañantes cruzaran el río, aun a costa de sus vidas.

El rey de los nishadas se preparó con su arco y su flecha, listo para atacar, dispuesto a sacrificar su vida por la causa de su bienamado Rama, a pesar de que el ejército que acompañaba a Bharata era superior al suyo.

Alertó a su comunidad a prepararse para la inminente batalla. Después se alistó para encontrarse con Bharata y descubrir si venía como enemigo, como amigo o en plan neutral, como un visitante que va de paso y no es motivo de preocupación. Sabiendo que Bharata era un príncipe de linaje imperial, le llevó como ofrendas grandes cantidades de flores, pescado, carne y frutas. Planeaba descubrir la intención de Bharata al percibir sus reacciones ante los diversos presentes que le iba a ofrecer. Las raíces, tubérculos y frutos son alimentos sátvicos; si los prefería, con seguridad debía reconocérsele como un amigo. La carne era alimento rajásico; si prefería ese tipo de alimento, indicaría que era neutral, aquél que no es ni aliado ni adversario. Mas si prefería el pescado indicaría que era un enemigo, ya que es un alimento tamásico.

Llevando consigo esas ofrendas, el jefe de los nishadas fue al encuentro de Bharata. Buenos augurios le dieron la bienvenida desde el primer momento; sus ojos se posaron en el sabio Vasishta, corrió hacia él y se postró a sus pies, anunciándose por su no¡ abre. El preceptor lo reconoció como el compañero de Rama, lo bendijo y, llamando a Bharata a su lado, le habló de él como el amigo de su hermano.

Tan pronto como esas palabras llegaron a sus oídos, Bharata abrazó calurosamente a Guha y le hizo muchas preguntas acerca de su salud y su bienestar y le pidió le relatara cómo había conocido a Rama. Cuando Guha mencionó que Rama había pasado toda la noche con él en las riberas de ese mismo río, Bharata mostró gran interés por escuchar la descripción de esa noche; sus ojos y oídos estaban sedientos del néctar de ese relato. El jefe de los nishadas fue todo alabanzas para Rama. Les mostró la cabaña que había preparado para que Sita y los hermanos pudieran descansar durante un tiempo, también le habló de la conversación que había sostenido con Lakshmana aquella noche. Al escuchar ese relato, Bharata y Satrugna no pudieron evitar las lágrimas que rodaban por sus mejillas y la tristeza se apoderó de ellos. Al observarlos, Guha se convenció de que sólo guardaban amor de hermanos hacia Rama y de que no había ningún rasgo de hostilidad en ellos. Se sorprendió de su devoción y dedicación sincera.

Bharata revisó las cabañas construidas para el uso de Sita, Rama y Lakshmana y pidió que se les tuviera el debido cuidado para que no sufrieran daño alguno. Obedeciendo las órdenes del preceptor, Bharata llevó a cabo el baño ceremonial en el sagrado río Ganges, junto con sus madres. Poco después le pidió a Guha que los llevara al lugar donde Rama había pasado la noche. Señalando un montículo de pasto esparcido por el viento, Guha dijo: "Sita y Rama descansaron aquí, en esta cama de pasto seco, esa noche". Bharata y Satrugna se postraron frente a ese sagrado lugar; Bharata se lamentaba: "¡Ay! Mi señor, acostumbrado a dormir sobre una suave cama de seda, ¿cómo pudo dormir sobre algo tan duro? ¡Ay!, ¿cómo pudo esa santa madre Sita soportar toda esa incomodidad?". Vencido por la tristeza, Bharata no pudo apartarse del lugar durante largo tiempo.

Más tarde, Bharata pidió que le enseñaran los lugares que habían santificado Rama, Sita y Lakshmana al haber caminado sobre ellos. Guha los llevó hacia un árbol de ashoka, bajo cuya sombra se habían sentado durante algún tiempo para comer una merienda ligera a base de frutas. Ahí también los hermanos se postraron con reverencia, pues sabían que era un lugar sagrado.

Al caminar por los lugares santificados por Rama, Sita y Lakshmana, los dos hermanos sufrían una indescriptible agonía. La humildad, reverencia y devoción que manifestaban enternecieron el corazón del jefe de los nishadas. Bharata no podía contener su angustia cuando supo !as incomodidades que estaba sufriendo Sita, la misma diosa Mahalakshmi, la querida y bienamada hija del emperador Janaka, la nuera del emperador Dasarata y la consorte de Rama, el poderoso. Bharata le confió a Guha que los habitantes de la ciudad de Ayodhya no podían sobrevivir por más tiempo, a causa de la ausencia de la sagrada pareja. Rama y Sita se habían marchado y sentían que Ayodhya se había transformado en una jungla, a causa de la partida de Rama. Confesó que tampoco él podía soportar la tristeza, que también se había dado cuenta de que dondequiera que Rama estuviera sería Ayodhya misma. Además, explicó que marchaba con sus seguidores y ciudadanos en busca de la sagrada presencia de Rama.

Guha comprendió la situación y desechó la desconfianza que había sentido al ver a Bharata avanzar con su ejército hacia la selva donde Rama se encontraba. Abrió su corazón a Bharata y le rogó que lo perdonara por la duda que se había apoderado de su mente al ignorar sus intenciones; Bharata le dijo que sus temores eran naturales y que no había cometido ningún error, pues la verdad era que él también era un malvado villano: "Yo soy el culpable del exilio de Rama dijo por ese crimen merezco la muerte, ¡aquél que me mate no cometerá pecado alguno!", exclamó. Al escuchar a Bharata condenarse a sí mismo, Guha no cesaba de implorar perdón.

La noticia de que Bharata había llegado a la ribera del Ganges se difundió en Sringiverapuram, la capital de los nishadas. Todos los súbditos de Guha, en grupos, se apresuraron a honrar al hermano de Rama. Se extasiaron con la belleza y majestuosidad de los hermanos y los alabaron, postrándose con reverencia ante ellos, no sin antes reprender a la reina Kaikeyi. Culpaban al dios del destino, Brahma, por haber sido tan cruel; derramaron lágrimas y alabaron a Rama de muchas maneras. Hombres, mujeres y niños les rogaron a Bharata y a Satrugna que trajeran a Rama, a Sita y a Lakshmana de regreso con ellos.

Bharata estaba tan sorprendido que se quedó mudo, tal era la demostración de pesar por la separación de Rama; las lágrimas rodaban por su rostro: "Rogar es mi tarea. Lo que suceda con mis ruegos depende de la gracia de Rama. Sólo soy un esclavo, ¿quién soy yo para presionar a Rama? Unanse conmigo en la oración, oren desde lo más profundo de su corazón para que Rama regrese a Ayodhya; su corazón de seguro se enternecerá ante nuestra agonía. Es nuestro deber. Unan sus oraciones a las mías para tener éxito; Rama ha venido a salvar al mundo y no va a rechazar las oraciones de la gente". Bharata consoló y confortó a los nishadas y a todos los demás, de la mejor manera posible. Cuando llegó la noche, Bharata le pidió al jefe de los nishadas que le indicara a su gente que regresase a sus casas. Después, comieron las frutas que Guha le había ofrecido y pasaron la noche en vela, hablando de Rama y de su gloria.

Cuando el cielo se iluminó con el nuevo día, Bharata ordenó al ministro que despertara a toda la gente, se bañó en el sagrado Ganges con su hermano, y lo mismo hicieron las madres; todos estuvieron listos para continuar la jornada. Guha consiguió suficientes embarcaciones para ayudar a cruzar a la gran masa de gente, carruajes, caballos, etcétera, que habían acompañado a Bharata. La tarea de llevarlos al otro lado del Ganges fue cumplida rápida y exitosamente. Después de asegurarse de que todos habían sido transportados, Guha se dirigió a la jungla, mostrándole el camino a Bharata. Los brahmanes y el preceptor Vasishta caminaron en grupo; la gente de Ayodhya marchaba formando una masa enorme, e! ejército seguía atrás; viajando así, Bharata llegó al atardecer a la confluencia de los ríos Ganges y Yamuna, el sagrado Prayag. Bharata jamás había caminado tanto, descalzo; sus pies estaban lacerados y le dolían tremendamente. Sin embargo, siguió adelante, pues sentía que su martirio era una recompensa por el dolor que Rama había sentido. Bharata ignoró el dolor, ya que estaba consciente sólo del dolor que Rama sufría en ese momento.

A Prayag se lo conoce como Triveni, ya que el río Sarasvati también confluye con los ríos gemelos en ese sagrado lugar; por ello es: tres veces sagrado. Ahí, en esa renombrada confluencia, .se bañaron con los ritos tradicionales. Los anacoretas, ermitaños, célibes, sabios y monjes de Prayag se sentían felices antela posibilidad de extasiarse con tan sólo ver a Bharata; se decían entre ellos: "¡Oh, él tiene el mismo halo que Rama!; de hecho su apariencia es prácticamente igual". Todos los que lo miraban no querían ni parpadear para no interrumpir el deleite que les producía el verlo.

Los habitantes del ashram de Bharadvaja, en Prayag, supieron de la llegada de los hermanos acompañados por sus madres, ministros y ejército. El sabio Bharadvaja ordenó a sus discípulos acudir al encuentro de Bharata para invitarlo a visitar el ashram. Tomando su invitación como una orden, Bharata y su grupo entraron en el ashram. Los hermanos se postraron ante el monarca de las órdenes monásticas, quien los hizo incorporarse tomándolos de los hombros y los acercó a él con gran afecto, después de lo cual les ofreció bebidas refrescantes. Se percató de que Bharata estaba sentado con la cabeza inclinada, avergonzado y temeroso de que su participación en el exilio de Rama fuera descubierta mediante preguntas que le pudieran hacer. Bharadvaja descubrió la razón de su silencio y nerviosismo y le dijo: "Bharata, no tienes por qué sentir aprensión; estoy muy consciente de todo lo que ha sucedido. Nadie puede controlar o dirigir el paso del destino. ¿Por qué padecer por los dones que tu madre pidió? No se le puede atribuir ni el más mínimo indicio de haber hecho mal; la voluntad de Dios la indujo a actuar así. Kaikeyi yo lo sé ama a Rama tanto como a su propio aliento, así que la razón por la cual su mente se desquició debe ser buscada, no en el aspecto humano del pensamiento y de la razón, sino sólo en el designio divino. Tal como el mundo juzga los hechos, lo que Kaikeyi hizo estuvo mal; como los Vedas lo establecen, la diosa Sarasvati, que preside el habla, ha hecho mal. Debes saber que lo que ha sucedido va en conformidad con la voluntad del Todopoderoso.

"Bharata, el mundo hablará con fervor de tu renombre sin mácula y cantará tus alabanzas. Los Vedas adquirirán más importancia gracias a personas como tú, que ejemplifican sus enseñanzas y demuestran su eficacia. ¡No lo dudes! El hijo a quien el padre confía el reino es considerado, por ese hecho, merecedor del derecho a gobernarlo. Ese inflexible adepto de la verdad, ese gobernante de alma tan elevada como lo fue el emperador Dasarata, te dio el imperio a ti, ordenándote que actuaras de acuerdo con el dharma (deber) de los monarcas.

"E! exilio de Rama al bosque ha causado una serie de calamidades: el mundo entero está sumido en la tristeza por este suceso y tu madre está arrepentida por su mal proceder. Sin embargo, tú no has sido contagiado por ningún mal, eres inacente y libre de mancha. Ningún mal se te puede atribuir a ti si ahora riges el imperio; de hecho, Rama sería muy feliz de saber que tú has tomado el mando del reino.

'También debo decir que la misión que te has propuesto llevar a cabo es muy loable. Tu propósito es altamente encomiable, ya que la devoción a los pies de lotc de Rama es el manantial y fuente de toda prosperidad y progreso. Bharata, puedo declarar abiertamente que no hay nadie tan virtuoso y afortunado como tú; te has mostrado digno de ser el querido y bienamado hermano menor de Rama. El santificó nuestro ashram cuando iba camino a la jungla; ese día, hasta la medianoche, Rama estuvo hablándome de ti y de tus virtudes; fueron conmigo hacia Prayag para realizar el baño sagrado y aun en ese momento, cuando se estaba bañando, te mencionaba. Se sentía muy triste de no haberte podido ver a ti y a Satrugna antes de alejarse de Ayodhya. El amor que Rama siente hacia ti es infinito.

"Además, Rama siempre está dispuesto a aliviar el dolor de aquéllos que se refugian en él; el mundo entero es su familia, todos son sus parientes. Yo creo que tú eres el "afecto" de Rama en forma humana, nada menos. La mancha que sientes sobre tu nombre es para mí una lección, un ejemplo y una inspiración. ¡Bharata!, no debes dejarte abatir por la tristeza; tienes en tu poder la gema otorgadora de deseos; ¿por qué debes lamentarte diciendo que eres pobre? No está bien que lo hagas. El darshan de Sita, Rama y Lakshmana es en verdad el tesoro que todos buscan; yo he tenido esa fortuna, pues he extasiado mi mirada en ese darshan; pude hablar con ellos, estuve en su presencia y también pude tocarlos; gocé del privilegio y el placer de ser su anfitrión. Tal vez aún había un saldo de buena fortuna aguardándome, ya que ahora he tenido el placer de tener también tu darshan. El éxtasis ha inundado ahora mi corazón, en verdad he sido bendecido. Rama se ha exiliado en la selva para el bien de nosotros, los ascetas que vivimos aquí, con el fin de que nuestros anhelos puedan cumplirse y nuestra santidad elevarse; somos benditos por ello".

De esta manera, Bharadvaja, el gran sabio, alabó a Bharata por sus múltiples virtudes y excelencias. Mientras así hablaba, lágrimas de alegría corrían por las mejillas del venerable asceta. Bharata y Satrugna pensaban en Rama, en su ¡limitado amor; sintieron que en verdad eran afortunados de ser sus hermanos, mas aquella dicha se esfumó de inmediato por el pensamiento de que ellos habían sido privados de la presencia de esa encarnación de amor. Nuevamente cayeron en el abatimiento, en una agonía insoportable y un inexpresable dolor.

Con voz temblorosa por la angustia, Bharata dijo, poniéndose de pie, pues se encontraba postrado ante el sabio: "Maestro, tú conoces el pasado, el presente y el futuro, has dicho sólo la verdad. Tú eres un maestro de la verdad más elevada y Rama es invencible en habilidad y poder; he resuelto hablar en tu presencia sólo la verdad. Rama conoce los sentimientos de la gente y lo que ahora los inquieta. En este momento no siento dolor por el mal cometido por mi madre, tampoco tengo miedo de que la gente me culpe por la tragedia que ha caído sobre ellos y no siento desesperación, aun si se me dice que no tengo derecho al cielo.

"Mi padre ha ganado renombre; aunque muerto, su fama se ha extendido por el mundo entero. Cuando su bienamado hijo Rama se alejó en compañía de Lakshmana, en ese instante decidió dejar de vivir al no soportar el golpe de esa separación y, por lo tanto, no hay razón para sentir pesar por él. Sin embargo, Sita, Rama y Lakshmana vagan descalzos, vistiendo ropa de ascetas, viven en cabañas de paja y duermen sobre esteras de hierba kusa, están quemados por el sol, son empapados por la lluvia, tiemblan por el frío y soportan su rigor, sufren incontables incomodidades en la jungla, ¿no es así? Ahora dime, ¿no soy yo la única causa de todos esos pesares? Este triste hecho es el que me está consumiendo día y noche. He perdido el apetito y no logro conciliar el sueño, y la maldad de mi madre se ha convertido en una daga que atraviesa mi corazón. El ardid de ella para que se me instalara en el trono se ha convertido en una trampa para arruinarme. La agonía que me está royendo las entrañas no puede ser calmada, haga lo que hiciere; nada la puede curar, sólo terminará el día que Rama regrese a Ayodhya; ningún otro remedio existe para acabar con esta agonía".

Los monjes que se habían reunido a su alrededor escuchaban con deleite las palabras del príncipe. Bharadvaja le dijo: "Hijo, no sufras más. En el momento en que tus ojos se posen en los pies de loto de Rama, la carga de dolor que te atormenta, con seguridad desaparecerá". Los ascetas también lo consolaron y confortaron de varias maneras. Poco después, el gran sabio le pidió a un discípulo que consiguiera raíces, tubérculos y frutos para ofrecerlos a Bharata y Satrugna y ordenó a sus discípulos que se organizaran para que surtieran de alimento a los ministros, cortesanos y ciudadanos de Ayodhya, todos los cuales habían soportado sin ninguna queja tantos inconvenientes en el camino, por su anhelo de tener el darshan de Rama, y que se sentían afligidos por la agonía de la separación de su bienamado señor.

Cumpliendo reverentemente esa orden, los discípulos ofrecieron enseguida suficiente alimento a todos los que habían llegado como huéspedes. Para los príncipes, Bharata y Satrugna, sus familiares, ministros y cortesanos, pandits (eruditos) y brahmanes, se organizó una recepción de tal magnitud que parecía un festival. Todo se hizo con abundancia y perfección, por medio del misterioso poder de la voluntad del asceta. Bharata estaba sorprendido.

Mas debe decirse que no sólo los dos hermanos, sino la población entera de Ayodhya veían la pompa de la recepción sin mostrar entusiasmo. No estaban encantados en lo más mínimo. Los olores, los perfumes de fragantes flores, las jugosas frutas y los sabrosos platillos no les causaban admiración, y ni qué decir de los dos resplandecientes tronos, especialmente construidos para Bharata y Satrugna.

Cuando todo estuvo listo, el sabio invitó a todos a entrar en el salón que lucía en toda su belleza, especialmente acondicionado para el banquete. El preceptor real y su consorte fueron guiados a dos sillas más elevadas, reservadas para ellos; las reinas, cumpliendo con las órdenes del sabio, también entraron en el salón cubierto y acordonado para su seguridad pero con la cabeza inclinada por el dolor.

En ese momento, los discípulos del sabio escoltaban a los

hermanos, Bharata y Satrugna, con el debido honor, de acuerdo con la costumbre de esa famosa ermita. Los jóvenes ascetas se pusieron de pie a ambos lados del pasillo, ondeando un atado de pelos de cola de yak y recitando himnos de las escrituras. Los hermanos se aproximaron a los magníficos tronos asignados para ellos, pero en cuanto estuvieron cerca inclinaron la cabeza y se postraron en el suelo, en señal de respetuosa obediencia, tomaron el atado de pelos de las manos de los discípulos y empezaron a ondearlo con reverencia, poniéndose de pie a cada lado de los tronos de león. ¡Estaban adorando los tronos en lugar de sentarse en ellos! Todos los presentes estaban sorprendidos ante ese gesto, ese homenaje ofrecido a los tronos vacíos.

Cuando el sabio los invitó a ocupar los tronos, Bharata y Satrugna cayeron a sus pies y le imploraron: "Maestro, estos tronos pertenecen a Sita y a Rama y no a nosotros, no tenemos derecho a ellos; en esta santa ermita, sólo ellos dos, la diosa Lakshmi y el dios Narayana tienen el derecho de sentarse en los tronos de león. Nosotros somos sus sirvientes. Permítenos servirles así". Los ascetas y la concurrencia entera se emocionaron por la humildad que habían mostrado y alabaron la inmensa y profunda devoción que los hermanos profesaban a Rama; lágrimas de alegría corrían por sus mejillas. Los monjes estaban atónitos, ante su fe y resolución.

Los hermanos ofrecieron los alimentos a los tronos, figurándose en sus mentes que eran las encantadoras figuras de Sita y Rama quienes los ocupaban. Poco después, partieron pequeñas porciones de los manjares ofrecidos y colocándolos primero a la altura de los párpados en señal de adoración, los comieron como alimento sacramentado. Los ancianos, ministros, ayudantes y residentes de Ayodhya imploraron perdón al sabio Bharadvaja por negarse a comer, ya que, como ellos dijeron, no podían degustar ningún alimento a causa de la tristeza que sentían por la separación de Rama. Se rehusaron a comer, porque sentían que sólo el darshan de Rama podía darles alegría. Ése era el néctar que anhelaban. Su tristeza era tan profunda como magnífica la hospitalidad del sabio. Dijeron que sentían tanta ansiedad por ver a Rama que no podían ni siquiera pensar en comer y finalmente, el sabio tuvo que acceder al deseo de que los dejaran solos, sin poder convencerlos de que se sentaran y gozaran del banquete.

Todos se prepararon para seguir camino a la jungla en cuanto aparecieron las primeras luces del amanecer. Antes de salir de la ermita, se postraron ante el sabio y recibieron sus bendiciones y su permiso para partir. Los sirvientes caminaron delante de ellos para mostrarles el camino; los palanquines y los carruajes siguieron inmediatamente después. Bharata caminaba detrás, con la mano apoyada sobre el hombro del jefe de los nishadas y parecía ser la personificación misma del amor y la devoción fraternal; no llevaba ningún calzado que lo protegiera de las espinas y piedras del camino; no permitió que nadie lo protegiera del Sol con una sombrilla y se negó a calzarse sandalias. La tierra tuvo compasión de él y transformó el camino por donde andaba en una alfombra; el viento lo confortaba soplando fresca brisa durante todo el trayecto y el Sol se cubrió de nubes al paso de él y de todos los demás.

Llegaron a la ribera del río Yamuna, al atardecer. Durante toda la noche, numerosas embarcaciones se reunieron cerca de la ribera para que, en cuanto amaneciera, todo el grupo de personas que viajaban pudiera atravesar el río. Después de su baño matutino, siguieron adelante, no sin antes postrarse ante el río sagrado, como una muestra de gratitud.

Desde ahí en adelante, Bharata y Satrugna vistieron la ropa que usan los renunciantes. A su lado caminaban los ministros, los compañeros de los príncipes y sus ayudantes, llevando el recuerdo de Sita y de Rama en sus corazones. A medida que caminaban, los habitantes de las aldeas se detenían a los lados del camino, sorprendidos por la multitud que marchaba. Las mujeres que iban hacia el río a traer agua para sus hogares, bajaban las vasijas al suelo y se quedaban atónitas, viendo a los hermanos, sin siquiera parpadear. Se preguntaban quiénes serían y llegaban a la conclusión de que eran Rama y Lakshmana que marchaban otra vez por ese camino, sin Sita, que por aquel entonces sí los acompañaba, pero ahora con las fuerzas armadas, los carros, los elefantes, los caballos y la infantería. Se preguntaban dónde podía estar Sita. La buscaban entre la multitud con gran curiosidad y compartían su desilusión con sus amigas, con tristes susurros.

"El otro día, vimos a Rama y Lakshmana, cuando desbordaban juventud, virtud e inteligencia. Sin embargo, ahora un halo de tristeza nubla sus rostros; entonces, tal vez no sean los que pasaron aquel día", dijo una mujer del grupo. Esa conversación fue escuchada por uno de los espías del séquito real y comunicada a Bharata.

Mientras tanto, las mujeres averiguaron que aquéllos eran los hermanos de Rama, que iban hacia donde estaba éste para obtener su darshan. De repente, una mujer de aspecto agresivo gritó encolerizada "¡Vean a este hombre que ha usurpado el imperio que su padre dejó, yendo a recibir el darshan de su hermano Rama, acompañado del ejército! ¿Acaso no tiene vergüenza?"

Otra mujer la interrumpió diciéndole: "Hermana, no digas eso. Nuestro emperador Dasarata no pudo haber engendrado hijos de corazón tan duro. Tal vez busque a Rama para rogarle y persuadirlo de que regrese a Ayodhya con los honores imperiales".

Una tercera mujer afirmó: "Sí, sí. ¿Quién es el que sabe el tipo de serpiente que se encuentra en cualquier hoyo? Nadie puede afirmar nada acerca de la naturaleza de otro. ¿Quién puede juzgar los sentimientos y las razones que impulsan a otros a actuar de una forma u otra? Pueden ser de elevado orden, no lo sabemos. Sin embargo, Rama es un devoto de la verdad; no regresará a Ayodhya hasta que se haya cumplido el plazo de los catorce años de exilio, sea quien fuere el que vaya a rogarle. Eso es lo que yo creo".

Los mensajeros hicieron llegar la conversación de esas mujeres a oídos de Bharata y Satrugna y éstos mostraron regocijo al saber que aquellas sencillas mujeres de las aldeas habían captado la grandeza de Rama, en un grado sorprendente. Así, siguieron su camino escuchando la admiración de la gente por las virtudes de Rama y por su propia humildad y devoción fraternal, con la mente fija en Rama todo el tiempo.

En su camino encontraron a muchos brahmanes, ascetas monjes y otros hombres santos, y se dieron cuenta de que todos estaban comprometidos en la tarea de alabar a Rama y sus virtudes. Al verlos, Bharata se postraba ante ellos y les preguntaba de dónde venían. Cuando los santos podían articular palabra después de controlar la emoción que los embargaba, respondían que venían de haber tenido el darshan de Sita, Rama y Lakshmana. Bharata y Satrugna se tendían boca abajo con todo el cuerpo en el suelo y las manos al frente, a los pies de aquellos santos y se levantaban con lágrimas de alegría rodando por sus mejillas.

Luego dijeron: "¡Oh, qué afortunados son! Sean amables y dígannos qué tan lejos está". Cuando supieron que tenían que caminar una jornada más, decidieron pasar la noche en el lugar donde se encontraban.

En cuánto amaneció, descubrieron que estaban bastante cerca del río Chitrakuta, así que, impulsados por el anhelo de encontrar a Rama, a Lakshmana y a la madre Sita, continuaron con mayor prisa. A mediodía oyeron el murmullo del río Mandakini y en la lejanía divisaron el pico Chitrakuta.

Cuando sus ojos vieron el pico, los residentes de Ayodhya y los dos hermanos se postraron, como señal de reverencia; al ponerse de pie, avanzaron con renovado vigor. Aquéllos que estaban cansados, desalentados y casi sin fuerza, se dieron cuenta de repente de que marchaban con gran energía. Caminaron de prisa, sin reparar en su menguada condición física. Quienes cargaban los palanquines y cuyas plantas sangraban, de repente encontraron fuerzas. Cantando "Jai, jai" y recitando "iRama, Rama, Rama!" marcharon con renovado vigor.

Ese día, Rama se había levantado antes del amanecer y le había dicho a Sita que recordaba a su padre con más frecuencia que en días anteriores. Al escucharlo, Sita dijo: "Señor, tú sabes que yo nunca sueño, pero esta noche tuve un sueño maravilloso. Casi puedo asegurar que era real. Soñé que Bharata y Satrugna estaban muy tristes por tu separación y que, siendo imposible para ellos vivir en Ayodhya sin ti, venían hacia acá, no sólo con los ciudadanos de la capital, sino también con las reinas Kausalya, Sumitra y Kaikeyi". Las lágrimas rodaban por sus mejillas cuando le narró ese sueño.

Rama llamó a Lakshmana y le dijo: "Hermano, has escuchado el relato del sueño de Sita; eso no nos indica nada bueno, ya que Sita vio a todos y yo, en mi sueño, sólo vi a mi padre, sin ninguna relación con los demás. Me parece que ése no es un buen augurio. Ven, es mejor que nos demos un baño". Y así, los tres fueron hacia el río para bañarse.

En ese momento, los pájaros volaron en bandadas, surcando el cielo, la región del norte se oscureció por una densa nube de polvo, y animales y pájaros corrieron despavoridos. Al darse cuenta de ese raro suceso, Lakshmana se subió a un árbol para descubrir la razón.

Vio a un ejército, integrado de infantería, carros y elefantes, acercándose hacia donde ellos se encontraban. Dedujo que un rey lo dirigía y le informó a Rama, recordándole que el sueño de Sita se había hecho realidad y que !o mejor que podría hacer era regresar ala cabaña.

Mientras tanto, los bhils, los kiratas y otras tribus de la jungla corrieron en busca de Rama para informarle que un ejército avanzaba hacia ellos y que en el carruaje real ondeaba una bandera con e! símbolo del árbol del baniano. Sita, Rama y Lakshmana confirmaron sus sospechas de que no era otro más que el mismo Bharata el que venía hacia ellos. En ese momento, Lakshmana sintió ira, ya que si venían a recibir e! darshan de Rama, ¿por qué traían tropas? Esa vil mujer, su madre, debía haberlo aconsejado y parecía que él hubiese aceptado su maléfico plan de atacar al solitario y desarmado Rama y así asegurarse de que no regresase a gobernar. Lakshmana estaba siendo consumido por las llamas de la ira, sus ojos eran como brasas ardientes y sus palabras, tan filosas como una espada. Rama percibió la ira de Lakshmana y le dijo: "Lakshmana, ten paciencia, contrólate. Bharata es virtuoso y su amor es inconmensurable; él le añade esplendor ala línea real de los lkshvaku, como el loto al lago; no es correcto lanzar calumnias hacia alguien tan puro, tan inmaculado, tan santo". Así, describiendo la naturaleza exacta de las razones y del pensamiento de Bharata, Rama logró apaciguar la ira de Lakshmana. Muy pronto, Bharata informó a algunos habitantes del bosque que venía por el darshan de Rama, junto con su hermano Satrugna y sus acompañantes. Rama se sintió feliz al escuchar tal noticia; como los lagos al final dei otoño, sus ojos de loto estaban anegados de agua.

Todo esto sucedía mientras Rama, Lakshmana y Sita regresaban de prisa a su cabaña después de su apresurado baño. Bharata los vio llegar a la cabaña; destrozado por la agonía, gritó lleno de pena y dolor: "iRama!", se tendió de cuerpo entero a sus pies y lloró con profunda angustia. Lakshmana vio el sufrimiento de Bharata, se dio cuenta de que había cometido un error al pensar mal de él y sintió gran remordimiento. Mantenía la cabeza inclinada por la pena y lloraba junto a Bharata y Satrugna.

Mientras Rama ayudaba a sus hermanos a incorporarse y sobreponerse a su pena, las reinas Kausalya, Sumitra y Ka!keyi, los ministros, el preceptor real, los pandits, los ciudadanos y soldados se acercaron, sintiendo tanta alegría como dolor al iver a Rama. Su tristeza al verlo vestido como un ermitaño al lado de una choza no fue aliviada por la alegría de posar sus ojos sobre su bienamado príncipe; gemían y lloraban de dolor y de gratitud. Los gritos "¡Rama!, ¡Rama!" que brotaban de sus corazones heridos se difundían por la vasta extensión de tierra y cielo.

Rama habló con ellos suave y dulcemente, persuadiéndolos para que controlaran sus emociones. Después, caminó hacia las madres y no pudo soportar ver ese cuadro de miseria y dolor. Se volvió consciente de la desgracia que había sobrevenido, pero pronto se consoló; sentía tristeza de que su padre ya no estuviera entre ellos, mas pronto se recuperó, llamó a Lakshmana y se lo dijo. Sintió que lo mejor era que Lakshmana fuera informado por completo y pidió a Sumantra, el leal ministro de la dinastía, que le relatara los detalles y también los hechos relacionados con la administración de Ayodhya. Sumantra cayó a sus pies, incapaz de soportar la carga de dolor. Luchando por incorporarse, dijo entre sollozos: "¿Dónde podremos tener a Dasarata desde hoy en adelante? Fue reducido a cenizas por la separación de Rama, de Sita y de ti. Ayodhya se ha convertido en una jungla. Dondequiera que veas, sólo se ve dolor, todo lo que se escucha son lamentos. No solamente los hombres, sino hasta los pájaros y las bestias dejaron de existir cuando ustedes partieron; aquéllos que sobreviven lo hacen sólo por la esperanza de que regresen". Al escuchar esto, Lakshmana quedó como un tronco, llorando, incapaz de responder nada.

En silencio se acercó a Rama y le dijo con voz trémula: "Jamás me habría imaginado, ni siquiera en sueños, que una calamidad tan terrible hubiera sucedido; no pudimos ver a nuestro padre en sus últimos momentos". Rama lo consoló diciéndole que era en vano lamentarse por lo que ya había sucedido: "Los cuerpos son tan transitorios como las burbujas en el agua, tienden a estallar y desaparecer, si no hoy, mañana", continuó diciéndole y todavía agregó algunos consejos más, hasta que los dos hermanos se dirigieron al río para efectuar el baño ritual establecido cuando alguien escucha acerca de la muerte de un pariente cercano.

Mientras tanto, Sita se dirigió hacia sus suegras y les tocó los pies con reverencia. Se postró ante los pies de la esposa del preceptor real y después se reunió con las mujeres que habían venido de Ayodhya y les dio una dulce bienvenida. Cuando sus ojos se posaron en Sita, las reinas lloraron sin consuelo, y todas las mujeres que habían venido de Ayodhya se sintieron tan tristes al ver la condición de la encantadora princesa, que gemían sin cesar. Al enterarse de que el emperador Dasarata había fallecido, Sita se postró ante las reinas una y otra vez diciendo: "¡Ay, qué mala suerte la nuestra! El emperador murió porque no soportó la separación de nosotros". Sita sintió que la noticia del fallecimiento de Dasarata era como una daga en su corazón. Ella y las reinas lloraron durante largo rato, por el giro de los acontecimientos. Nadie pudo comer ni beber durante ese día; día y noche la tristeza los agobiaba.

Cuando el sol salió, Vasishta dirigió a Rama para llevar a cabo las exequias de su padre, las cuales se realizaron con estricto apego a los mandatos de los Shastras. El mismo Sr¡ Rama pronunció el mantra para santificar las aguas: "Que las sagradas aguas del Ganges, el Yamuna, el Godavari, el Sarasvati, el Narmada, el Sindhu y el Cauveri vengan a esta vasija y la santifiquen". De este modo, se volvió un ritual sagrado y eminentemente fructífero.

Después, el preceptor, los ministros de la corte, las reinas y los ciudadanos de Ayodhya pasaron dos días completos con Rama, Lakshmana y Sita. Transcurrido ese lapso, Rama se acercó al preceptor y le dijo: "Maestro, los ciudadanos de Ayodhya están sufriendo mucho, beben únicamente agua y comen sólo raíces; al ver a Bharata y Satrugna y a mis madres, siento que cada momento es tan largo como una eternidad. Es mejor que regresen a la ciudad. Ustedes están perdiendo su tiempo aquí y el emperador ha subido al cielo. No es propio que insista más en este asunto; por favor, actúa de la manera más benéfica". Con estas palabras, Rama se postró a los pies de Vasishta.

Vasishta respondió: "Rama, señor de la dinastía Raghu, ¿por qué hablas así? ¿No te has dado cuenta de la felicidad de estas personas al tener la gran fortuna de ver tu encanto?"

Cuando la gente escuchó que Rama había sugerido que ellos regresaran, cada uno sintió miedo y desesperación, como un velero atrapado por un huracán en medio del mar. Sin embargo, cuando escucharon al sabio Vasishta intercediendo por ellos, navegaron nuevamente con tranquilidad, como lo hace el velero cuando una suave brisa extiende sus velas. No querían regresar a Ayodhya y dejar la gran fortuna de bañarse tres veces al día en el río Mandakini, vivir del dulce alimento de los frutos, raíces y tubérculos recolectados por sus propios esfuerzos en la jungla y, sobre todo, extasiarse con las figuras de Rama, Sita y Lakshmana y deleitar sus oídos con las palabras reconfortantes y exquisitas de Rama.

Sita empleaba su tiempo en atender a las suegras, anticipándose a sus deseos con entusiasmo. Las consolaba y confortaba diciéndoles cómo pasaba sus días feliz en la selva, donde nada le hacía falta, logrando que ellas se maravillaran de su fortaleza y destreza. Se sentían dichosas de saber que era capaz de ser feliz a pesar de las condiciones adversas, y podían sobrellevar su propia pena con más facilidad al ver la forma en que Sita sobrellevaba la suya.

Bharata no era capaz de conciliar el sueño en toda la noche ni tenía apetito durante el día. Mientras la gente era feliz viendo el rostro de Rama, Bharata y Satrugna estaban acongojados al ver ese rostro. Ya no podían soportar más, así que se acercaron a Vasishta y se postraron a sus pies, rogándole que persuadiera a Rama para que regresase a Ayodhya con Sita;

le rogaron de muchas maneras, expresando su sincera aflicción. El preceptor conocía muy bien la fe de Rama en sus ideales, la tenacidad con la cual se aferraba a la verdad y su determinación de cumplir con los deseos de su padre. Sin embargo, conmovido por el sufrimiento de Bharata, decidió hablar con Rama, por lo menos para satisfacer a Bharata.

= Llamó a Rama y le dijo: "Escucha los ruegos de Bharata. Condúcete de acuerdo con los deseos de los hombres buenos, los intereses de la gente, los principios de la política y los mandatos de los Vedas". Rama reconoció en esas palabras el afecto que el preceptor tenía hacia Bharata; sabía que Bharata jamás se iba a desviar del camino de la rectitud, que cumpliría sus órdenes de todo corazón en palabra, pensamiento y acción y que siempre seguiría sus pasos y se preocuparía por su bienestar y prosperidad. Se sentía feliz por ello, así que habló suave y dulcemente respondiendo a la propuesta hecha por el sabio: "Maestro, tú eres mi testigo, los pies de mi padre son mis testigos. Déjame que te asegure esto: nadie es tan querido para mí como mi hermano Lakshmana, nadie tiene un hermano en el mundo tan querido como Bharata lo es para mí. Aquéllos que están apegados a los pies de sus preceptores son en verdad afortunados; tú tienes un afecto y una compasión iguales hacia él; esos sentimientos son su gran fortuna. El es más joven que yo, por lo tanto, dudo de alabarlo en su presencia. Mi opinión es que Bharata debe manifestar sus pensamientos".

Diciendo esto, Rama se postró ante Vasishta y luego se sentó. El preceptor se volvió hacia Bharata, pues no podía contestar directamente a Rama. Él sabía que Bharata iba a ser el gobernante y dijo: "Abandona tus dudas e incertidumbres; Rama es tu hermano mayor, él es muy comprensivo, ábrele tu corazón, dile lo que piensas". Al escuchar esas palabras del sabio, Bharata sintió que Vasishta había sondeado la mente de Rama y que ambos estaban de acuerdo en otorgarle su deseo, y así, se sintió muy feliz por el giro de la situación. Se puso de pie ante ellos, sin moverse, las lágrimas fluyendo de sus ojos rojos y brillantes como pétalos de loto y dijo: "El venerable sabio le ha dicho a Rama todo lo que se tenía que decir. ¿Qué puedo agregar ala petición que él ha hecho a mi favor? Conozco muy bien la naturaleza de Rama. Él no siente ira ni si quiera en contra de los que actúan mal y muestra un afecto ilimitado por mí, no lo puedo negar. Un sentimiento de vergüenza me ha hecho guardar silencio cuando estoy frente a él. Pero por el afecto que le tengo, me deleito mirándolo, aunque mis ojos no se satisfacen no importa cuánto tiempo fijen su mirada en él. Dios no pudo tolerar mi afecto hacia Rama, no pudo soportar ver tanto amor entre hermanos, así que creó este desastre usando a mi propia madre como instrumento. Sé que no me beneficia en nada mencionar todo esto. ¿Cómo puedo mostrar mi superioridad culpando a mi propia madre? Si uno se declara inocente, ¿puede esa declaración hacerlo inocente en verdad? Tengo miedo de hablar, pues dudo si mi madre es deficiente mental o si yo soy bueno e inteligente; siento desconfianza al decir esto. ¿Pueden las perlas crecer en las conchas de los caracoles que infestan los estanques? ¿Por qué culpar a los demás, de mi tristeza? Mi infortunio es tan grande como un océano; sé que toda esta tragedia ha sucedido como consecuencia de pecados. He estado buscando una forma de escapar a mi desgracia y ahora veo que hay sólo una manera. Mi preceptor es el gran sabio Vasishta. Sita y Rama son mis reyes, por lo tanto, estoy seguro de que todo irá bien conmigo. Señor, no anhelo nada más. ¡Rama, otórgale este único deseo a tu sirviente! Rama, Lakshmana, Bharata y Satrugna, los cuatro, son hijos del emperador Dasarata, así que los cuatro deben obedecer por igual las órdenes de su padre. El padre tiene igual afecto por todos los hijos y no se ha establecido que sus órdenes deban ser sólo obedecidas por este único hijo o por ese otro. Hasta ahora, tú has llevado la responsabilidad de obedecer sus órdenes; es nuestro turno de llevar la carga del exilio. Sita, Rama y Lakshmana deben regresar a Ayodhya y nosotros dos permaneceremos en la jungla hasta que se cumpla la sentencia. Confiérenos esta gracia y bendícenos". Diciendo esto, Bharata se postró a los pies de Rama.

Al escuchar las palabras de Bharata, Vasishta lloró de alegría, pero a Rama no lo convencieron esos argumentos y respondió: "Bharata, creo que tus palabras no son tan válidas como piensas; no es correcto actuar así. Pídeme cualquier cosa, excepto esto". Bharata respondió: "Entonces, permítenos a mí y a mi hermano que nos quedemos aquí, contigo, para servirte como Lakshmana lo ha hecho; ésa será entonces una vida totalmente sagrada para nosotros". Rama tampoco aceptó ese ruego y le contestó: "Bharata, tanto para mí como para ti, las órdenes de mi padre son inquebrantables. Tenemos que inclinarnos reverentemente ante ellas y obedecerlas sin la menor protesta. La actitud más apropiada que debemos asumir es que yo acate lo que se me ordenó y que tú obedezcas las órdenes que se te dieron. No prolonguemos esta conversación sin sentido, pues sólo causa dolor a la gente que ha venido desde tan lejos, llena de esperanza. Regresa a Ayodhya y gobierna con rectitud, yo cumpliré con mi exilio y actuaré rectamente cuidando el reino de la selva que me han asignado".

Ni Bharata ni nadie más pudo argumentar en contra de las declaraciones de Rama, y tuvieron que aceptarlas como el camino correcto a seguir.

Bharata estaba sobrecogido de tristeza y se lamentaba: "¿En quién más puede Dios acumular agonía tan insoportable sino en mí, que soy el hijo de una madre que sintió que Rama, Sita y Lakshmana eran sus enemigos? ¡Sí, hermano! Escuché que caminabas descalzo, sin nada que te protegiera de las espinas y piedras, y la noticia hirió mi corazón como una afilada lanza, ¡y sin embargo sigo vivo! Soy la causa de toda esta calamidad, pero como pecador que soy, sigo vivo; de lo contrario, debería haberme quitado la vida desde hace tiempo. Mi aliento persiste en este cuerpo, a pesar de que Guha sospechó de traición en contra de mi hermano y estuvo listo para enfrentarme, a la cabeza de sus ejércitos. ¡Ay!, mi corazón es más duro que un diamante. Ésa es la razón por la cual no se ha roto a pesar de estos golpes.

"Veo con serenidad la tragedia de la cual soy causa, pero mi vida es tan desdichada que soy capaz de soportar la embestida de tanto dolor. Mi madre destila un veneno tan terrible que los escorpiones y serpientes se avergüenzan del suyo. Siendo hijo de tal madre, ¿cómo puede Dios permitirme escapar de las consecuencias de mi destino?". Bharata dio rienda suelta a su pesar de tal forma que los ciudadanos, reinas y sabios que observaban su dolor, penitencia y humildad, así como su reverencia y afecto fraternales, estaban tan afectados como una flor de loto que cae en el hielo; trataron de hacerle recordar muchos incidentes de los Puranas, para que pudiera recobrarse de su depresión.

Después, Rama se dirigió a él diciéndole: "¿Por qué sucumbes a la desesperación? Tu pena es en vano. El destino no puede cambiarse. En todas las épocas y en todas partes serás honrado por la gente buena y virtuosa, y aquéllos que creen que eres malvado serán miserables aquí y en el más allá. Y respecto de condenar a la propia madre, ese crimen será cometido sólo por aquellos desafortunados que no se han educado en compañía de los virtuosos ni a los pies de preceptores. ¡Bharata!, tu nombre será recordado por siempre y quienes lo traigan a su memoria podrán desechar todos sus vicios, gracias a su influencia invisible. Tú ganarás renombre en este mundo y bienaventuranza en el otro; el mundo se sostendrá con tus ideales y tu gobierno. Bharata, ni el odio ni el amor pueden suprimirse y ocultarse en el corazón; deben manifestarse a pesar del intento de mantenerlos prisioneros. Conozco bien tu naturaleza. En defensa de la verdad, el emperador me dejó ir e, incapaz de soportar la separación de quien tanto amaba, perdió la vida. No es correcto para un hijo como yo o como tú deshonrar la palabra de un padre tan amoroso; por lo tanto, no dudes más, dime lo que tienes que decir, pregunta acerca de lo que desees saber y decide cumplir con las responsabilidades impuestas sobre ti. Esto es lo mejor para todos". Rama dijo estas palabras con gran énfasis.

Bharata no tuvo oportunidad de hablar más acerca de sus buenos deseos; sin embargo, se decidió a manifestar su última petición. "Rama, al reino al cual he renunciado y que no quiero gobernar, a ese reino que tú rechazas y que ha sido la causa de tu exilio, lo aborrezco. Ni siquiera siento amor por él. Jamás podré ir contra tu voluntad y tus órdenes; no lo haría jamás. Si tan sólo me miraras sin el menor rasgo de ira, me consideraré bendecido.

"Lakshmana te ha servido durante largo tiempo, mándalo de regreso con Satrugna a Ayodhya y permíteme tomar su lugar y ser tu siervo. Esto será conveniente para ambos. Lakshmana es un experto en administración, puede gobernar el imperio sabiamente y de ese modo llevar solaz al alma de nuestro fallecido padre. Concédeme esta petición y manténme a tu lado, no rehúses mi petición, no me alejes de tu presencia". Suplicante, se postró a los pies de Rama.

"O si no continuó Bharata ten la bondad de regresar a Ayodhya con Sita y quedarte ahí. Nosotros tres permanecerernos en la jungla y viviremos aquí de la manera en que tú dispongas. Si, por el contrario, pones sobre mí esta carga real, no podré soportarla y seguir viviendo. Manténme a tus pies y colo

ca sobre mí una carga mil veces más pesada que el imperio, yo la llevaré con gusto y entusiasmo. No tengo ningún conocimiento en !a ciencia de gobernar ni en los códigos de moralidad. Tú sabes que una persona que está sumida en el dolor no puede actuar con sabiduría. Hasta la vergüenza se avergüenza cuando el sirviente de uno le contesta y señala su falta de conociirtiento. No me pongas en esa situación. Rama, estoy abriendo mi corazón y revelando mis sentimientos. Sólo deseo el bienestar del mundo.

"Por favor, decide lo mejor para cada uno de nosotros; no dudes de nuestras intenciones, derrama tu gracia y danos tus órdenes. Inclinaremos la cabeza en leal reverencia y las cumpliremos sin titubear".

Las palabras de Bharata alegraron a todos los ahí reunidos, sus corazones se enternecieron llenos de gratitud y compasión; alabaron de muchas maneras el afecto y la fe que Bharata profesaba a su hermano Rama, emocionados por tan profunda devoción. Todos ellos, a una sola voz, gritaron: "¡Rama, Señor!, acepta la petición de Bharata. Con la muerte del emperador Dasarata, la gloria largamente establecida y la felicidad de la gente también han desaparecido. El mundo ha quedado desamparado, huérfano, Ayodhya se lamenta como un chiquillo que ha sido abandonado, como una mujer casta que ha sido rechazada por su marido".

¿Qué podríamos decir de Kaikeyi, la reina desdichada? Estaba de pie ahí, con el corazón destrozado por el sufrimiento, ansiosa por saber cómo iba a justificar sus errores. Trató de hablar a solas con Rama para rogarle su perdón, pero no tuvo éxito. Sentía vergüenza hasta de mostrarle la cara. Se preguntaba cómo había sometido a Rama, al que amaba tanto, a todas las privaciones y pruebas que ahora ella presenciaba. Rama era su aliento mismo. Por lo tanto, se sintió segura de que había sido otra y no ella la que le infligió daño; sospechó que algún poder maligno se había posesionado de ella para ocasionar esa serie de tristes acontecimientos. Sin embargo, creía que el mundo jamás la perdonaría, no importaba cuán fuertemente asegurara que no era responsable. Destrozada por estas dudas y temores, Kaikeyi no tenía fuerzas para dirigirse hacia Rama y hablarle, ni podía alejarse de él, pues estaba ansiosa por desahogarse. Se quedó de pie ahí, débil, temorosa y temblando.

Rama notó su agitación, y en un momento oportuno, se dirigió hacia ella para postrarse a sus pies, rindiéndole homenaje.

Kaikeyi estaba esperando una oportunidad como ésa. Abrazó los pies de Rama diciendo: "Hijo, eres mucho más joven que yo y sin embargo, eres el maestro del mundo entero por tu virtud y sabiduría. No cometo ningún error al sostener tus pies en mis manos. Ven, gobierna Ayodhya. Perdona mi pecado; sólo eso podrá redimirme de la desgracia en que he caído. Si eso no puede ser, deja que Bharata permanezca a tus pies. Otórgame esa gracia. Eso mantendrá mi mente en paz mientras viva, pues ya no tendré ningún deseo de seguir viviendo después de consumado este deseo. Yo misma estoy sorprendida de haber pedido que se cumplieran esos dos deseos que ni la ogresa más malvada habría podido pedir. ¿Los pedía acaso cuando era la hija del rey de Kekaya? ¿O dije esas palabras cuando estaba poseída por algún genio malvado? ¿O estaba yo bajo la influencia de alguna estrella maligna?... No lo sé". Hablando así, lloraba con desconsuelo, manteniendo las manos de Rama entre las suyas.

Rama lloró al ver la situación en la que ella se encontraba y la trató de consolar con sus dulces y suaves palabras diciendo: "Madre, tú no has cometido ningún mal, ni en lo más mínimo. La humanidad no es sino un conglomerado de cuervos; gritan y graznan sin ninguna razón. Los hombres no tratan de indagar la verdad; en su ignorancia, parlotean a su antojo. Aquellos dones no fueron pedidos por ti con libre albedrío y pleno conocimiento de las implicaciones; todo eso sucedió porque yo deseé que así sucediera; me has prestado mucha ayuda para cumplir el propósito por el cual he encarnado y la tarea que me he impuesto; no has cometido ningún error. Madre, me arrepiento de haber dejado tanto que me rogaras así, en vez de haber sido yo el que expresara inmediatamente mi gratitud por la ayuda que me has brindado para llevar a cabo mi plan. No te apenes por lo que ha sucedido. Si lo haces, ensombrecería mi misión y mis días no serían auspiciosos. Bendíceme, madre, derrama tu afecto sobre mí; ¡madre, bendíceme!", rogó Rama y se postró a los pies de Kaikeyi.

Cuando Rama habló así, Kaikeyi recuperó un poco su paz mental. Las otras reinas, Kausalya y Sumitra, escucharon la conversación y al comprender que Kaikeyi no era sino un inocente instrumento de la voluntad divina, también la consolaron.

Sin embargo, Kaikeyi estaba aferrada a su deseo y continuó rogándole a Rama para que aceptara el trono y se instalara como emperador, con Sita como emperatriz de Ayodhya y que Lakshmana, Bharata y Satrugna le sirvieran como sus leales compañeros en la corte. Dijo que viviría únicamente para presenciar esa gloria y compartir ese éxtasis. Repitió esas palabras muchas veces e insistió en que se le otorgara su deseo.

Pasaron así cuatro días y cuatro noches orando en el bosque, rogando, consolando, explicando, llorando e impartiendo solaz. Todos albergaban un solo deseo en su corazón: persuadir a Rama de que regresara a la capital. Por último, Rama ordenó a Vasishta y a Bharata regresar a Ayodhya acompañados de las reinas y los ciudadanos. La noticia de esta orden causó desilusión entre ellos, pues el lugar donde se encontraba Rama era para ellos tan maravilloso como un millón de cielos juntos y, por lo tanto, se rehusaban a marchar. Decían que sólo aquéllos a quienes los dioses rechazaran se alejarían del bosque donde Rama se encontraba. "¡Oh, qué gran fortuna nos espera aquí! Un baño en el sagrado río Mandakani, frutas deliciosas para colmar el hambre, el darshan de Sita y Rama, tan encantador al ojo y regocijante al corazón! ¿Dónde más se encuentra el cielo? ¿Dónde más está la felicidad?"

Hablaron entre sí y decidieron persuadir a Rama para que volviera con ellos, en caso de que tuvieran que regresar. Cada uno expresó sus más íntimos deseos, con palabras inundadas del más dulce amor. Finalmente, un anciano brahmán dijo: "Si poseemos la buena fortuna y el mérito de ser dignos de la auspiciosa y feliz compañía de Rama en este bosque, él con seguridad aceptará que nos quedemos. Si no es ése nuestro destino, el malvado sino endurecerá el corazón de Rama y él nos enviará de regreso a Ayodhya. Si Rama no otorga Gracia, ¿quién más puede? ¿Qué nos importa dónde vivamos si no podemos acompañar a Rama? Lejos de Rama no somos sino cadáveres vivientes". Cuando terminó, todos exclamaron: "¡Es verdad, es verdad, estas palabras son absoluta verdad!"

Cuando el emperador Dasarata falleció, el preceptor de la familia, Vasishta, envió un mensaje a Janaka y tan pronto como lo recibieron, él y su reina, Sunayana, fueron a Ayodhya para darle la condolencia a los deudos; así se enteraron de todo. Cuando Bharata llegó y decidió ir a Chitrakuta con las madres, el preceptor real y los líderes del reino, Janaka y su reina también los acompañaron. Hacía mucho que estaban esperando un momento favorable para poder ver a Sita y a Rama.

Mientras tanto, la madre de Sita mandó a una doncella para ver si Kausalya y las otras reinas estaban disponibles para poderles hablar. Era el undécimo día de la mitad brillante del mes de Jyeshta; ese día, en el bosque, se reunieron las cuatro reinas. La reina Kausalya le rindió homenaje a la reina Sunayana y, tratándola con gran respeto, le ofreció asiento. Era la primera vez que las reinas veían a la esposa de Janaka.

En cuanto la reina Sunayana vio a las reinas de Ayodhya Kausalya, Sumitra y Kaikeyi sintió que hasta el diamante más duro se derretiría ante su amorosa conversación, sus tiernos modales y su compasiva camaradería. Encontró que sus cuerpos estaban muy delgados y que sus cabezas estaban inclinadas por la pena, miraban al suelo y derramaban ríos de lágrimas. Las tres reinas alababan las virtudes y excelencias de Sita y Rama, pero no podían hacerlo por mucho tiempo, ya que la aflicción de sus corazones ahogaba sus palabras con sollozos y lamentos. No podían soportar el dolor.

La reina Sunayana no encontraba palabras para decir. Por fin exclamó: "¡Madre!, ¿de qué sirve el dolor ahora? La Providencia ha conducido estos acontecimientos por un torcido camino. ¡Un cortador de diamantes fue usado para separar la crema de la leche! Hemos oído hablar del Amrita, otorgador de la vida, el néctar celestial, pero no lo hemos visto. Sin embargo, ahora tenemos el privilegio de ver algo igual aunque opuesto, un veneno poderoso. Sólo podemos tener la experiencia visual de los cuervos, las cigüeñas, los buitres y los búhos, pero la experiencia visual del cisne celestial que tiene al lago Manasa Sarovar como su hogar está más allá de nosotros. Reinas, el juego del destino está lleno de contradicciones y absurdos; es tan impredecible como el juego voluntarioso de los niños". Tratando así de consolar a las reinas, Sunayana no pudo contener el llanto.

Ante esto, Kausalya dijo: "¡Oh Sunayana! Esto ha sucedido no por el error de una persona en particular. La alegría y la miseria, la ganancia y la pérdida, todo es consecuencia del karma (ley cósmica), !as acciones, las palabras y los pensamientos de las personas mismas. ¿No se ha declarado acaso: Sea bueno o malo, sea cual fuere el karma (las acciones) que se haya hecho, sus consecuencias, se quiera o no, tienen que sufrirse o disfrutarse? Dios conoce el difícil proceso del karma (ley de causa y afecto). Él otorga la consecuencia correspondiente según el acto. Cada uno lleva en su cabeza esta orden divina. ¡Oh reina! Estamos envueltos en la ilusión y en vano cedemos al dolor. ¿Por qué el mérito ganado y almacenado por nosotros en vidas pasadas nos abandona cuando nos lamentamos? ¿Puede acaso esta ley de causa y efecto que domina al mundo desde el principio de los tiempos dejar de operar para nuestra conveniencia? Es una esperanza loca". Kausa1ya terminó su intento por consolarla, con muchos suspiros.

Cuando acabó, la reina Sunayana dijo: "Madres, en verdad son muy afortunadas porque e! emperador Dasarata tiene un renombre por méritos sagrados que muy pocos gobernantes gozan. Ustedes son las consortes de aquella noble persona; las madres de la encarnación misma del dharma (las virtudes), la personificación misma del amor, Rama, cuyo corazón abraza a todos los seres en compasión. Ustedes han ganado fama duradera por todo el mundo. Lo que acabas de decir es la verdad última; la alegría y la tristeza son como las dos vasijas que se balancean hacia atrás y adelante en el palo en el que están atadas y puestas sobre el hombro. Todos tienen que cargar a ambas en la misma medida. Si no se tiene tristeza, no se puede identificar la alegría como alegría, ¿verdad? De la felicidad no puede seguir felicidad, ¿no es así?"

Kausalya, entre sollozos y con voz entrecortada, dijo: "Si Rama, Sita y Lakshmana residen en el bosque, muchas calamidades van a ocurrir. Sé que Bharata no puede sobrevivir a la separación de Rama. Mi agonía crece cuando lo veo, más que cuando veo a Sita, Rama y Lakshmana. El miedo me abruma cuando pienso en Bharata". Sumitra y Kaikeyi aceptaron que eso era totalmente cierto y también se entristecieron ante la condición de Bharata.

Sumitra habló después y dijo: "Madre, por tus bendiciones y buenos deseos, nuestros hijos y nueras son tan puros como el Ganga. Hasta este momento, Bharata nunca ha aseverado que él fuera el hermano de Rama ni ha reclamado algo para él. Sin embargo, ahora está demandando que cumpla sus deseos de una manera pura y altamente recta. Hasta la diosa del habla, Sarasvati, dudaría en aceptar la tarea de describir las virtudes, la humildad, la compasión, el apego fraternal, la fe, lo inquebrantable de esa fe, el valor y la inflexibilidad de ese valor que señala a Bharata como una gran persona. ¿Puede medirse el océano por medio de una concha? Bharata será todo el tiempo y en todas las condiciones, la refulgente lámpara de la dinastía real, sólo que la gente no se había dado cuenta de esto hasta ahora. Una gema debe ser examinada antes de que su valor pueda determinarse; el oro debe ser probado primero antes de que se sepa su fineza y pureza. No hablemos en forma desesperada acerca de él, en este momento. Nuestra razón está siendo afectada ahora por el dolor y ensombrecida por el apego filial". Sumítra enjugó sus lágrimas al concluir sus sabias palabras de consuelo.

Al escuchar sus palabras, la reina de Mitila, Sunayana, pensó para sí: "Estas reinas de Ayodhya en verdad son nobles, una más grande que la otra en nobleza. No alaban a sus hijos, como otras madres lo hacen, sino que exaltan las virtudes de los hijos de las otras esposas. Esto va muy en contra de la naturaleza de las mujeres que usualmente encontramos en el mundo; ¡de qué manera exaltan y aprecian a los hijos nacidos de otras esposas de su marido! Estas reinas no hacen distinción entre sus hijos y los hijos de otras reinas, son amas de casa ideales para el mundo entero. ¡Qué compasión! ¡Qué pureza y perfección amorosa!"

Kausalya hizo acopio de valor y se dirigió a Sunayana así: "¡Reina de Mitila, tú eres la consorte del océano de la sabiduría, el emperador Janaka! ¡Quién se puede atrever a darte un consejo! Sólo parloteamos en nuestra ignorancia. Sin embargo, te ruego que le digas al emperador Janaka en cuanto puedas y cuando esté dispuesto a escuchar, este pedido: Persuadir a Rama y hacer que acepte la compañía de Bharata, que permita a Lakshmana ser enviado a Ayodhya para que dirija las actividades y la administración del reino y que Satrugna sea enviado para que asista a Lakshmana en sus deberes en Ayodhya. Si Rama accede, los demás problemas serán fáciles de resolver.

Lo único que me causa zozobra es la condición de Bharata. Su apego y amor hacia Rama están profundamente enraizados. El emperador ha fallecido; Rama no regresará del bosque. Si para Bharata la separación de Rama es insoportable, puede llevarlo a la muerte. Entonces el imperio será reducido a un cadáver viviente. Mi corazón es destrozado por el miedo y la ansiedad cuando trato de prever el futuro y las calamidades que le están reservadas". Kausa1ya sostenía fuertemente las manos de la reina Sunayana y le rogó que cumpliera con esa misión, alcanzara el fin propuesto y confiriera felicidad a todos.

Sunayana estaba emocionada por el afecto que llenaba el corazón de la madre y su apego al camino de la rectitud y le dijo: "¡Madre, la humildad y la virtud son genuinas en ti. Son expresiones naturales de tu bondad y tu nobleza, como el humo es al fuego o el pasto a las cimas de las montañas! De hecho, el emperador Janaka siempre está listo para servirte de palabra, acción y pensamiento. Siempre está ansioso por ayudar. Pero, ¿puede una lámpara iluminar al Sol? Rama ha venido al bosque para cumplir la tarea de los dioses. Después de cumplir con ese compromiso, con toda seguridad regresará a Ayodhya para reinar en el imperio. El poder de sus brazos asegurará el logro del subhombre, el hombre y el superhombre en sus más anhelados deseos. Estas noticias fueron reveladas hace mucho tiempo por el sabio Yajnavalkya. Sus palabras no pueden ser falsas".

Con estas palabras, Sunayana se postró a los pies de la reina Kausalya y se despidió de ella. Se alejó del lugar y se aproximó a la cabaña donde estaba Sita. Cuando entró y la vio, se estremeció de dolor. No pudo contener sus lágrimas; corrió hacia ella y la tomó en sus brazos. Sita consoló a su madre, de diferentes maneras; se postró a sus pies y le pidió que tuviera valor y fe. Se puso de pie ante ella con su vestido de anacoreta que la hacían aparecer como Parvati, la consorte de Shiva, en los tiempos en que hacía penitencia. La madre no pudo contenerse y le preguntó: "¡Hija! ¿en verdad eres mi Sita, o acaso eres Parvati?". Se quedó viéndola de pies a cabeza, llena de sorpresa y alegría.

Por fin dijo: "¡Oh Sita!, a través de ti las dos familias se han consagrado: la familia de tus padres y tu familia política. Tu fama llegará a los más lejanos horizontes. El río de tu renombre fluirá con todo su caudal entre sus dos riberas: las dos dinastías reales, de Mitila y de Ayodhya. El Ganges tiene tres lugares sagrados a lo largo de su curso: Haridvar, Prayag y Sagarasangama, donde se une con el mar. Mi deseo es que el río de tu prístina fama entre y santifique a cada uno de estos lugares y los convierta en templos sagrados".

Al escuchar esas palabras que fluían del afecto de su madre, Sita se ruborizó e inclinó la cabeza, apenada. Luego dijo: "Madre, ¿a qué vienen estas palabras? ¿Qué comparación puede haber entre el sagrado Ganga y yo?". Al decir eso hizo el gesto de postrarse en dirección al Ganges, orando y pidiendo perdón.

Sunayana abrazó a su hija y le acarició la cabeza tiernamente diciéndole: "Sita, tus virtudes son ejemplo para todas las mujeres..." Sita la interrumpió y le dijo: "Madre, si me demoro mucho tiempo contigo, el servicio a Rama podría retrasarse, por lo que te pido me permitas ir ante su presencia". La madre se percató de que ése era su deseo, así que sintió que no debería ser un obstáculo en su camino. Acarició a Sita afectuosamente y le dijo: "Hija, ve y sirve a Rama tal como lo deseas". Sita se postró a sus pies y volvió para servir a Rama.

Sunavana meditó durante largo tiempo en la devoción de Sita hacia su marido y en sus otras virtudes. No le quitó la vista hasta que desapareció. Permaneció de pie en el mismo lugar, absorta, admirándola hasta que su doncella se le acercó y le dijo: "Madre, Sita ya entró. Es mejor que regresemos a nuestra casa". Sunayana, enjugando las lágrimas de sus ojos, sin desearlo se dirigió hacia la cabaña que le habían asignado.

El Sol se puso justo en ese momento, por lo que Rama y Lakshmana, Bharata y Satrugna fueron hacia el río para llevar a cabo sus rituales vespertinos: el baño y la adoración de los dioses en el crepúsculo. Los pandits, los miembros de la casta brahmán, los ministros y otros los acompañaron. Al terminar, compartieron frutos y raíces y descansaron bajo la sombra de los árboles que habían asignado a cada grupo. Cuando amaneció, después de realizar los ritos de la mañana se reunieron alrededor de la cabaña donde estaba Rama, quien salió con una sonrisa cautivadora y pasó entre aquella multitud, preguntándole a cada uno por su salud y bienestar.

Bharata se postró a los pies de Rama cuando éste se le acercó y le dijo: "Señor, ha surgido un deseo en mi corazón, pero me siento incapaz de expresártelo porque siento miedo y vergüenza". Rama acarició la cabeza de su querido hermano diciéndole: "¿Por qué dudas en decírmelo? Ven, dime qué es". Entonces Bharata le dijo: "Hermano, siento un gran deseo de ver las ermitas, las riberas del río, los pequeños valles que existen en estos espesos bosques, a los animales que habitan en él, los lagos y los riachuelos y las caídas de agua alrededor de este pico Chitrakuta. Todo eso es ahora sagrado porque tú has impreso tus huellas en ellos con tus pies de loto. Los residentes de Ayodhya tienen muchos deseos de ver estos lugares".

Rama replicó y le dijo: "Bharata, tu deseo es digno de elogio. Con mucho gusto pueden explorar esta región con el permiso del sabio Atri". Al escucharlo, Bharata se sintió muy feliz y se postró a los pies del sabio y a los de Rama e inmediatamente se dirigió a la jungla, donde visitó a su paso junto con Satrugna y con la gente de Ayodhya muchas ermitas y otros lugares sagrados.

En el camino vio un pozo al lado de la montaña. Tenía en él las aguas de todos los ríos y lagos sagrados. Bharata salpicó con estas aguas reverentemente su cabeza, postrándose en este lugar santo. Limpió el agua, quitando con sus manos las hojas secas y la tierra que había caído. Ese pozo todavía se honra el día de hoy con el nombre de Bharatakupa o pozo de Bharata.