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Libros escritos por Sai Baba

15. Entre los Ermitaños

15. ENTRE LOS ERMITAÑOS

Así, Rama entró en la ermita de Bharadvaja, llevando a Sita con él y acompañado por Lakshmana y Guha. El sabio apareció en la entrada principal y caminó hacia él para darle la bienvenida, como si hubiera estado esperando durante mucho tiempo ser bendecido por el darshan (visión divina). Rama se postró ante él, y cuando Bharadvaja amorosamente lo abrazó y lo invitó a entrar en su ermita, se sintió feliz. El sabio los invitó a sentarse en los lugares que les había asignado de acuerdo con su investidura. Luego les deseó bienestar a todos y declaró que su mayor anhelo se había cumplido ese día. Les ordenó a sus discípulos que trajeran frutas y raíces, y colocándolas frente a sus invitados, les rogó que las comieran. Pasaron la noche ahí, aceptando la hospitalidad del sabio.

Cuando amaneció, Rama fue hacia la confluencia de los tres ríos, en Prayag, y le pidió al sabio que lo acompañara. Bharadvaja dijo: "Escucha, ¡oh Señor!, escogí este lugar sagrado para mi ermita y para llevar a cabo mis austeridades, pues sabía que aquí podría obtener el darshan que tanto he deseado durante años. Para obtener la bendición de tu darshan, cumplí votos, sacrificios y rituales védicos. Me concentré en el canto de los nombres divinos y en la meditación en la forma divina para tener la bendición de conversar contigo, y fui recompensado por ti. Ya no tengo más deseos, no me preocuparé ni por el baño ni por la comida; no quiero ser conocido como el tonto que siguió tomando la medicina después de haberse curado. Ahora estoy libre de la enfermedad de nacimientos y muertes; he visto a Dios".

Al verlo pleno de éxtasis, con lágrimas en los ojos, Guha se sorprendió y se dijo a sí mismo. "¡Qué afortunado soy!". Sentía una inmensa alegría. Mientras tanto, Rama ocultó su divinidad y actuó como si sólo fuera un hombre con atributos humanos comunes. Mientras el sabio Bharadvaja se explayaba hablando de Rama, éste lo escuchaba como si se refiriera a otra persona y no a él mismo. Le contestó: "¡Oh sabio entre los sabios! Todos aquellos dignos de tu hospitalidad son, por esa razón, adorables y están plenos de virtud y sabiduría". Los discípulos, ascetas, sabios y monjes de la ermita, al escuchar las palabras de Bharadvaja y las de Rama, quedaron maravillados y se inundaron de alegría.

Después del baño sagrado en el Prayag; Rama abandonó la ermita con Sita, Lakshmana y Guha y se dirigió hacia la zona más densa del bosque. Bharadvaja los siguió hasta la ribera y ahí se despidió de Rama, abrazándolo cariñosamente, deseándole un feliz viaje. Rama le rogó al sabio que lo bendijera y le dijo: "Maestro, ¿cuál es el mejor camino a seguir?". El sabio le respondió riendo: "Señor, no hay ningún camino que no sea conocido por ti en todos los mundos, ¿no es así? Estás desempeñando el papel de un hombre común y como me lo preguntaste, es mi deber contestarte de la manera más correcta". Y, diciendo esto, llamó a cuatro de sus discípulos y los envió con Rama para que le mostraran el camino que conducía ala siguiente ermita. Aquellos muchachos se sintieron dichosos de tener la oportunidad de viajar con Rama durante un corto trayecto, sintieron que era un don que habían ganado con anterioridad y caminaron por delante, señalándole el camino. Llegaron hasta la ribera del río Yamuna, y ahí dejaron a Rama y retornaron muy a su pesar. Sita, Rama y Lakshmana estaban complacidos por la ayuda de los discípulos y los bendijeron, permitiéndoles partir. Después, se prepararon para el baño sagrado en el Yamuna.

Mientras tanto, los habitantes de las aldeas de la ribera notaron la presencia de visitantes de extraordinario encanto y resplandor y se reunieron alrededor de ellos, preguntándose quiénes eran, de dónde venían y cuáles eran sus nombres. Eran muy tímidos y estaban muy temerosos como para interrogarlos; hablaban en susurros entre ellos.

Sita, Rama y Lakshmana terminaron su baño sin prestarles atención y, aproximándose a la ribera, Rama llamó a Guha y le dijo: "Querido, hace mucho tiempo que te uniste a nosotros y no es apropiado que lo sigas haciendo. Debes cumplir tus deberes con tus súbditos. Ve a casa ahora, donde está tu deber". Después, le dio permiso para marcharse. Guha no supo qué responderle. "¿Puede alguien renunciar a la joya que satisface los deseos después que la ha encontrado? ¡Qué desafortunado me siento al verme obligado a hacerlo!", se lamentó Guha. No podía desobedecer la orden de Rama, así que se postró ante Sita, Rama y Lakshmana y derramó sobre su propia cabeza el polvo que sacudió de los pies de ellos, abandonando después al grupo muy a pesar suyo.

Poco después de que Guha se había ido, reemprendieron el camino. Al poco rato vieron frente a ellos una ciudad que brillaba aún más que la Ciudad de los Nagas. A medida que se aproximaban a aquella luz, se preguntaban qué ciudad sería ésa. Cuanto más se acercaban más se deleitaban ante la grandeza y el encanto de la ciudad y sus alrededores. Al estar bastante cerca, pensaron que era Amaravati, la ciudad de los dioses, y se sintieron más felices aún pensando que los ciudadanos deberían de ser dioses y no hombres. Se sentaron a la sombra de un árbol y admiraron su esplendor y magnificencia. Mientras tanto, algunas personas se acercaron a ellos preguntándose si habrían bajado del cielo y si serían inmortales. Corrieron a la ciudad y difundieron la noticia de que algunos seres divinos habían llegado, trayéndoles con ello buena suerte. Todos los que escucharon se apresuraron a ir hacia los visitantes, compitiendo entre ellos por atenderlos y darles la bienvenida. Algunos les ofrecían leche, otros les daban fruta, todos los miraban con admiración; nadie quería alejarse de ellos y regresar a sus hogares.

Uno de ellos, más audaz, se aproximó y les dijo: "¡Señores!, su encanto y personalidad nos hacen pensar que son príncipes de sangre real; sin embargo, viajan a pie por estos difíciles caminos en compañía de una dama, escalan montañas y cruzan ríos. Son valientes viajeros que vencen todos los peligros del camino; debemos, por lo tanto, concluir que son como nosotros, hombres comunes; no comprendemos cómo se las arreglan para viajar por este bosque en el que abundan los leones y las manadas de elefantes salvajes; llevan con ustedes, además, a esta tierna encarnación de la belleza. ¿No tienen amigos, familiares, compañeros, ni gente que los quiera?, porque si los hubiera, sin duda alguna no les habrían permitido aventurarse en esta jornada". Le preguntó a Rama acerca de la naturaleza y la causa de su viaje así como otras dudas.

Mientras tanto, una mujer se dirigió hacia ellos diciéndole a Rama: "¡Oh príncipe!, tengo una súplica que hacerte. Como mujer que soy, siento miedo de expresarla en voz alta. Perdona mi timidez; somos gente sencilla y no hablamos con refinamiento. Tu encanto físico refleja el brillo de la esmeralda y el oro, los cuales parecen ser la fuente de tu brillantez; uno de ustedes es del color de la nube cargada de lluvia, mientras que el otro es de un resplandeciente blanco. Los dos son tan encantadores como un billón de dioses del amor, moldeados en cuerpos humanos. Además, no entendemos qué relación tiene esta dulce dama con ustedes; ella tiene el exquisito encanto de la diosa del amor, Rathi Devi. Observando su modestia y humildad innata, así como su encanto, nosotras las mujeres nos sentimos apenadas. Tengan la bondad de decirnos quiénes son y cuál es su propósito al venir aqui'.

Al escuchar sus ruegos, y dándose cuenta de su alegría y ansiedad, Rama y Lakshmana reían, divertidos; justo entonces, Sita se dirigió a las mujeres y les dijo: "Hermanas, esta sencilla y sincera persona que tiene la piel de oro es Lakshmana; él es un hermano menor de mi señor. El de piel color azul oscuro, con ojos de pétalo de loto que embelesan a los mundos, y brazos largos y fuertes en forma de arco, es mi señor, el aliento mismo de mi vida". Diciendo esto inclinó la cabeza, mirando al suelo. En ese momento una joven dijo: "¡Mal, no nos has dicho tu nombre". Sita inmediatamente contestó: "Mi nombre es Janaki, la hija de Janaka". Las mujeres se miraron unas a otras con admiración y después, a una voz, bendijeron a Sita diciendo: "¡Que sean tan felices como la pareja del dios Shiva y la diosa Parvati y que vivan juntos en tanto que el Sol, la Luna y la Tierra descansen sobre el capuchón de la serpiente Adisesha, en armonía e inquebrantable dicha!"

Rama se dirigió a los hombres y les informó que habían venido a ver la grandeza y belleza de los bosques, y que su viaje, hasta ese momento, había sido muy placentero y provechoso, sin que se sintieran cansados n¡ tuvieran privaciones. Pidió permiso para retirarse y regresar al bosque nuevamente. Al no tener más preguntas que hacer, los hombres y las mujeres se dirigieron a sus casas. Sita, Rama y Lakshmana siguieron su camino, hablando entre ellos acerca de los ciudadanos y de las preguntas que hacían, el afecto que manifestaban y la alegría que brillaba en sus ojos. De pronto, Rama vio señales de cansancio en el rostro de Sita y propuso que descansaran a la sombra de un árbol. Cerca de ahí había un riachuelo; Lakshmana se adentró en el bosque y pronto recolectó unos frutos que comieron con deleite; al caer la noche, disfrutaron de un placentero reposo.

Despertaron al amanecer y después de terminar sus abluciones matutinas, iniciaron la siguiente etapa de su viaje. Al poco tiempo, se encontraban en las profundidades del bosque; los picachos, la oscura y tenebrosa masa de árboles, el rugido estremecedor de los caudalosos ríos, les producían una sensación de temor y misterio.

Justo en medio de esa tenebrosa región, llegaron a un jardín, que mostraba estar al cuidado de un hombre; un poco más allá, vieron una encantadora ermita. Era el ashram (comunidad espiritual) del sabio Valmiki. A un costado de la ermita se elevaban las cumbres de una alta montaña; al otro lado, abajo y a lo lejos, fluía un murmurante arroyo. La ermita era la imagen misma de la belleza; brillaba como una piedra preciosa sobre esa alfombra verde. Sita sintió gran alivio y calma cuando sus ojos se posaron en ese paisaje.

Al saber, por boca de sus discípulos, que los viajeros cruzaban su jardín, Valmiki salió de su ermita y se situó en la puerta. Sita, Rama y Lakshmana se apresuraron a postrarse a los pies del sabio, quien caminó hacia ellos y, como si los hubiera conocido desde hacía tiempo, les dio la bienvenida con un caluroso abrazo, invitándolos a que entraran en la ermita. El sabio Valmiki ofreció a Rama un asiento cómodo, ya que lo amaba como a su propia vida, y lo mismo hizo con Sita y Lakshmana; ordenó que trajeran frutos y se los ofreció. Después se sentó frente a ellos, observando a Rama para saciar la sed de sus ojos.

Con humildad, Rama se dirigió al sabio diciéndole: "Venerable entre los sabios, tú conoces el pasado, el presente y el futuro, por lo tanto, la razón por la que me he adentrado en este bosque es tan clara para ti como tener una frutilla en la mano. Sin embargo, siento que cumplo con mi deber informándote por qué estamos aquí yo, mi esposa y mi hermano". Después, le narró cómo la reina Kaikeyi lo había exiliado a la jungla, habiendo designado a su hermano Bharata gobernador del reino, de acuerdo con la promesa hecha por su padre.

El sabio escuchó la historia, y con la alegría reflejada en el rostro dijo: "Rama, porque has cumplido los deseos de tu padre, ahora puedo ver satisfechos los míos. Mis austeridades, votos y anhelos han dado fruto el día de hoy; debo otorgar a Kaikeyi mi más profunda gratitud y parte de la bienaventuranza que ahora disfruto".

Valmiki permaneció largo rato en silencio, con los ojos cerrados, tratando de mantener bajo control las emociones de gratitud y alegría que lo embargaban; los ojos se le anegaron en lágrimas.

Rama rompió el silencio diciendo: "Descansaremos en donde tú nos lo indiques, dinos algún lugar en el que no causemos ningún problema y no perturbemos a ningún ermitaño, aconséjanos por favor; construiremos una cabaña y ahí acamparemos algún tiempo".

Esas palabras, que provenían de un corazón puro y sincero, conmovieron al sabio, y dijo: "¡Oh Rama, en verdad que soy bendito!, tú eres como la bandera que proclama la gloria de la dinastía Raghu. ¿Por qué razón hablas así? Eres la fuerza que impulsa el camino establecido por los Vedas y el poder que lo salvaguarda de cualquier daño; Sita es la mitad ilusoria de tu personalidad, tu maya. Ella crea, mantiene y destruye, según tu voluntad, mundo tras mundo. Lakshmana es la base misma de aquello que se mueve y de lo que permanece inmóvil, la serpiente de las cien capuchas, la Sesha Naga primaria que sostiene al universo. Han asumido forma para realizar los deseos de los dioses: restablecer la rectitud en el mundo. Tú, estoy seguro, destruirás los corazones demoníacos muy pronto. Protegerás a los buenos y a los compasivos.

";Rama! tú eres el testigo eterno de la obra llamada 'Mundo'. El universo es 'lo visto' y tú eres el testigo; hasta los dioses se equivocan cuando miden tu realidad y gloria; ¿cómo pueden entonces los mortales comprender tu misterio? Sólo aquéllos que han recibido tu gracia, la sabiduría, pueden afirmar haber conocido algo de tu majestad y verdad. Has tomado esta forma humana para promover la paz y la seguridad de los hombres buenos y de los dioses; como consecuencia, hablas y te comportas como uno de nosotros; sólo los ignorantes pueden creer que eres un hombre entre los hombres. Todos somos marionetas que actuamos conforme mueves los hilos.

¿Quiénes somos nosotros para indicarte que actúes de determinada manera y te digamos dónde puedes descansar? Rama, ¿tratas de engañarnos a nosotros los ascetas con tus palabras? ¡Oh, qué maravillosa es tu obra! ¡Qué realista es tu actuación! ¿No sé acaso que tú eres el director de este drama cósmico? No comprendo por qué me preguntas a mí el lugar en el que puedas descansar. ¿Qué sitio puedo recomendarte? ¿Acaso hay algún lugar en el universo en el que tú no estés? Responde a esta pregunta y podré señalarte el lugar en el cual puedan descansar". Lleno de extremo deleite, a Valmiki se le agotaron las palabras y quedó contemplando el encantador rostro de Rama.

Rama rió para sí al escuchar al venerable sabio y éste habló nuevamente con voz suave y dulce y una sonrisa en su resplandeciente rostro: "Rama, yo sé que vives en el corazón de tus devotos, te diré el mejor lugar donde tú y los tuyos pueden descansar. Escucha: puedes residir ahí con Sita y Lakshmana, selecciona aquéllos cuyos "oídos", como el océano, reciben gustosos el relato de tus hazañas y son felices escuchando las narraciones de tus actos divinos; aquéllos cuyas "lenguas" están ocupadas repitiendo tu nombre y saboreando su nectarina dulzura; aquéllos cuyas "gargantas" se regocijan en la recitación de tus alabanzas y tus palabras que son suaves y dulces; aquéllos cuyos "ojos" anhelan ver tu forma del color azul de las nubes, como el pájaro chataka anhela el primer chubasco; aquéllos cuyo anhelo es descubrirte en cualquier lugar y se deleitan cuando los encuentras, ¡oh Rama!, habita ahí con Sita y Lakshmana.

"Rama, si deseas que me explaye más, escucha: permanece en el corazón de la persona que pasa por alto el mal en otros y los ama por lo bueno que hay en ellos; que sigue el viaje de la vida por el camino de la moralidad e integridad, que cumple los límites de conducta y comportamiento establecidos y que tiene fe en pensamiento, palabra y acción, en que el universo es tu creación y el mundo, en su totalidad, es tu cuerpo. Mas ya que ahora has asumido este cuerpo humano y estás aquí para cumplir las órdenes de tu padre y tu madre, me aventuro a responder: pueden descansar en la colina Chitrakuta; tiene todo lo necesario para una estancia cómoda: es un lugar sagrado, encantador y bello; la atmósfera está saturada de amor y paz, los leones y los elefantes deambulan ahí juntos, sin hostilidad. El río Mandakini, alabado en los Vedas, corre alrededor de esa colina; sabios como Athri viven ahí en ermitas, las cuales pueden ustedes visitar y hacer aún más sagradas. Confieran sus bendiciones a ese lugar sagrado y a ese río divino".

Rama accedió y pidiendo permiso para partir, reanudó su viaje con Sita y Lakshmana. Poco después avistaron el Mandakini y, felices de poderse bañar en sus aguas sagradas, llevaron a cabo los ritos ceremoniales prescritos. Descansaron durante un rato bajo la sombra de un árbol y comieron algunos frutos, antes de caminar por el bosque admirando el verdor del lugar.

Rama habló con Lakshmana así: "Lakshmana, no encuentro el sitio indicado para construir una cabaña de hojas y bambú para nuestra estancia en este lugar, así que selecciona y fija un lugar".

Al escucharlo, Lakshmana cayó a los pies de Rama, evidentemente angustiado, y le dijo: "¿Qué mal he cometido para que me hables de esta manera? ¿Es ésta una sentencia por algún pecado cometido?, ¿estás poniéndome a prueba, o acaso estás bromeando o burlándote de mí?". Sentía una gran pena y se puso de pie con la cabeza abatida por el miedo y la ansiedad.

Rama, sorprendido ante ese comportamiento, acercándose a él lo abrazó y le dijo: "Hermano, ¿qué te ha sucedido? ¿Por qué te has puesto tan triste? No adivino qué es lo que te acongoja, dímelo por favor; no prolongues más mi duda y mi pena".

Lakshmana respondió inmediatamente: "Hermano, yo te lo he entregado todo, no tengo ni gustos ni aversiones, lo que es placentero para ti lo es para mí, tú lo sabes. Sin embargo, ahora me pides que escoja un lugar que me guste y construya una cabaña; mi corazón ha sufrido cuando me pides que ejerza mi voluntad. Ordéname, dime dónde debe ser construida y lo haré; sé misericordioso, no me hables de esta manera; bendíceme aceptando la entrega que, de todo mi ser, hago a tus pies: voluntad, inteligencia, mente, sentidos, cuerpo, todo, sin excepción ni reserva. Yo soy tu siervo y te sigo con la esperanza de tener la oportunidad de servirte; úsame, ordéname y tus órdenes serán obedecidas".

Como Lakshmana rogó y suplicó tan sinceramente, Rama lo consoló diciéndole: "Lakshmana, ¿por qué te preocupas por un asunto de poca importancia? No lo tomes tan a pecho. Yo te dije eso de una manera casual; estoy consciente de la lealtad de tu corazón. Ven conmigo, voy a elegir el lugar". Con Sita y Lakshmana a su lado, caminó hacia el bosque y muy pronto vieron la orilla r, )rte del río Mandakini. El largo de la ribera era curvo como un arco que parecía estar sostenido por el pico Chitrakuta, que se alzaba detrás de él, como un héroe. Se sentía como si las flechas que estaban a punto de ser disparadas fueran el control de los sentidos y de la mente, la caridad y renunciación, y el blanco al que intentara destruir fuera la banda de los pecados. Rama describió así el lugar y añadió: "Este héroe no se apartará de la pelea", y ordenó que la cabaña fuera construida en ese cautivador sitio.

Lakshmana les pidió a Rama y a Sita que descansaran bajo un árbol, y se fue a recoger palos, hojas y cortezas de los árboles para hacer cuerdas. Después de haber recolectado ese material procedió a construir una choza lo suficientemente amplia para los tres; cavó hoyos, enterró estacas y trabajó rápido para terminar la construcción. Cuando Sita y Rama despertaron después de haber descansado, vieron la choza ante su ojos: era muy bella y espaciosa, un hermoso hogar. Rama ayudó a Lakshmana en su trabajo y al ver a su hermano en el techo dándole los toques finales, le pasó las cuerdas para amarrar los montones de hierba seca a los palos que atravesaban lo alto para hacer el techo más grueso. Sita también quiso ayudar y arrancó algunas hojas de las ramas que Lakshmana había traído, pasando montones de ellas a las manos de Rama para que éste se las diera a Lakshmana. La cabaña ya estaba terminada y todavía no había caído la tarde. Rama observó durante largo rato la cabaña y alabó la devoción y habilidad de su hermano y de Sita. A ésta también le gustó la casa y dijo que nunca había visto un sitio tan encantador para vivir, que durante mucho tiempo había anhelado vivir en un lugar así, y le dijo a Rama que su deseo por fin se cumplía.

Cuando Lakshmana bajó del techo, caminó alrededor de la cabaña para examinar si algo más le hacía falta. Después, le pidió permiso a Rama para ir al Mandakini a bañarse. Poco después, Sita y Rama también fueron al río a bañarse; cuando regresaron comieron de los frutos que Lakshmana había recolectado en la mañana y después durmieron en su nuevo hogar.

Antes de que transcurriera un día más, la noticia de que Rama, Sita y Lakshmana vivían en el monte rhitrakuta se divulgó entre los ermitaños del bosque y éstos llevaron a sus discípulos y hermanos a la cabaña para recibir el darshan. Rama les preguntó acerca de su salud y de su progreso, así como sobre las posibles dificultades que afrontaban. Rama les aseguró que cuando necesitaran ayuda, él y su hermano siempre estarían dispuestos a ir en su auxilio.

Los ermitaños aclararon que no tenían dificultades ni problemas: "Rama, el hecho de que hayamos tenido la oportunidad de verte ha logrado que nuestras vidas estén libres de problemas; no tenemos dificultades, y ninguna aquejará nuestras vidas. Tu gracia es suficiente protección para nosotros". Tomaron asiento y quedaron sorprendidos ante el maravilloso encanto de la personalidad de Rama. Éste dio la bienvenida a los ascetas y los trató con afecto; sólo el verlo y estar junto a él reconfortaba el corazón de los visitantes y les infundía consuelo, confianza y serenidad.

Una gran calma inundó sus conciencias. Rama es, sobre todo, amor; hizo felices a los habitantes del bosque, habló con ellos y sació la sed de amor que los atormentaba. Toda persona que acudía a él, ya fuera asceta o cazador, recibía instrucciones adecuadas a sus aspiraciones, y con su simpatía y consejo los elevaba a un nivel superior. Aquéllos que acudían a él, regresaban dichosos de tal experiencia; hablando entre ellos de su virtud y de su compasión, llegaban a sus hogares exaltándolo y felicitándose por haberlo conocido. El bosque en el cual habían decidido residir brillaba con una nueva gloria y se estremecía con una nueva dicha desde el primer día que entraron en su cabaña. Era encantador a la vista y su frescura deleitaba la mente. Las comunidades de ascetas que vivían en el bosque vieron desaparecer de sus vidas el miedo y la ansiedad, y en su lugar crecer y florecer la bienaventuranza. Hasta los cazadores de duro corazón empezaron a acatar las reglas de la moral, convirtiéndose muy pronto en joyas de la raza humana. La cordillera Vindhyan estaba triste, pues el monte Chitrakuta había sido afortunado al recibir a tales huéspedes; no, no sólo ésta, sino todas las cordilleras estaban tristes porque no habían podido atraer a Rama para que estableciera en alguna de ellas su residencia.

Lakshmana tenía la oportunidad única de deleitarse con la imagen de los pies de loto de Sita y Rama; así, inmerso en el cariño que le mostraban, se olvidó de todo lo demás y se sumergió en el supremo éxtasis espiritual, Sat Chit Ananda (ser, conciencia y bienaventuranza). No recordaba a su madre, Sumitra Devi, su esposa Urmila o a sus otros parientes, ni siquiera en sueños. Sita tampoco recordaba a sus parientes ni a sus padres o a las ciudades de Mitila y Ayodhya. Ella sólo tenía ojos y mente fijos en los pies de loto de Sri Ramachandra. Ése era el verdadero festival para sus ojos; observaba la multitud de sabios y sus esposas acudir hacia Rama para recibir instrucción y guía. El tiempo transcurría sin que ella notara el paso del día y la noche. El pájaro chacora se deleita hasta el punto de olvidarse de sí mismo cuando la Luna brilla en el cielo; así también se deleitaba Sita, fijando sus ojos en el rostro de Rama. Para ella, la cabaña de bambú y pasto era tan bella que se olvidó del palacio de Mitila, donde nació y vivió hasta su adolescencia, y del palacio de Ayodhya, donde residió por años como princesa y nuera del rey. Esa cabaña era para ella más placentera y palaciega que todas las mansiones juntas.

Una y otra vez, Rama relataba historias de antiguos y famosos héroes de los Puranas y describía los logros de personas que han tenido la oportunidad de alcanzar la perfección en los misterios de la austeridad. Éstas eran escuchadas por Sita y Lakshmana con entusiasmo; entre estos relatos, Rama solía recordar a sus padres, así como la pena de estar separado de ellos. En esas ocasiones, a Sita se le llenaban los ojos de lágrimas al recordar a su suegro y a su suegra. Lloraba cada vez que se acordaba del pesar de la reina Kausalya, mas se reconfortaba al saber que estaba al lado de Rama, el león entre los hombres, y además no era conveniente sentir tristeza o ansiedad ante su presencia; sucediera lo que sucediese, debería dársele la bienvenida como un lila (juego cósmico) de su Señor. Así, Sita vivió sus días con una felicidad inquebrantable en esa cabaña, en compañía de Rama y Lakshmana. Ellos también la cuidaban, como los párpados al ojo, del menor disturbio o ruido que pudiera inquietarla; ninguna preocupación los afectaba, ni la menor huella de dolor o pena, ni sombra de tristeza opacaban su felicidad en Chitrakuta.