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Libros escritos por Sai Baba

6.LOS AVATARES

El destino ineludible de cada ser viviente es el logro de la plenitud, y no puede ser evitado ni negado por medio alguno. Nuestra actual condición de imperfección es consecuencia de nuestras actividades durante vidas previas. Es decir, los pensamientos, sentimientos, emociones, pasiones y actos durante vidas pasadas son la causa de las condiciones actuales. Del mismo modo, nuestras condiciones futuras están siendo configuradas por nuestras obras, deseos, pensamientos y sentimientos presentes. En otras palabras, nosotros mismos somos la causa de nuestra fortuna o nuestra desdicha. Esto no quiere decir que no debamos buscar la ayuda de otros para apoyar nuestra buena suerte y evitar la mala. De hecho, la ayuda es esencial para todos en general, con excepción, quizá, de una pequeña minoría. Cuando uno recibe esta ayuda, la conciencia se purifica y sublima, y se acelera el progreso espiritual. Al final, uno logra la perfección y la plenitud.

Esta vivificante inspiración no se logra devorando libros. Se puede llegar a ella únicamente cuando un elemento mente hace contacto con otro elemento mente. Aunque uno se pasara toda la vida estudiando un libro tras otro y con ello llegara a ser extraordinariamente dotado intelectualmente, no se podría avanzar ni un ápice respecto del cultivo del espíritu. No tiene sentido alguno el declarar que, por el hecho de haber llegado a la cumbre de la inteligencia, una persona haya progresado y haya tenido éxito en alcanzar también la cumbre de la sabiduría espiritual. La erudición y la cultura no se relacionan como causa y efecto. Por muy versado que uno sea en el conocimiento mundano, sin el cultivo de la mente este saber no será sino una acumulación de desperdicios. El sistema educacional que enseñe cultura y permita que la cultura inunde y purifique el saber que se ha recopilado, será realmente bueno y fructífero.

Puede que la inteligencia se agudice y se expanda como resultado del estudio de libros o, en otros términos, como resultado de la educación secular. Incluso puede que uno llegue a pronunciar maravillosos discursos sobre temas espirituales. Sin embargo, no se puede sostener que la vida espiritual de uno haya avanzado proporcionalmente. La enseñanza que nos imparte otra persona puede no haber entrado en nuestro corazón ni transformado nuestra naturaleza. Esta es la razón por la cual el saber sin un cultivo intensivo del espíritu siempre resulta estéril.

Sólo el gran ser que lleva la verdad del Alma impresa en el corazón es el que debe ser aceptado como gurú (maestro). Sólo el individuo capaz de aceptar esta verdad y ansioso por conocerla podrá ser aceptado como discípulo. La simiente debe ser portadora, en forma latente, del principio de vida, y el campo debe ser arado y preparado para la siembra. Si se cumplen ambas condiciones, será abundante la cosecha espiritual. El que escucha deberá poseer un intelecto claro y receptivo, ya que de otro modo no podrá comprender los principios filosóficos que conforman la base del conocimiento. Tanto el gurú como el discípulo deberán tener este nivel, ya que los que no respondan a esta autoridad y calificaciones no harán sino jugar y entretenerse sin propósito alguno en el campo espiritual.

Existen también gurús que poseen una estatura mucho mayor y capacidades mucho más profundas que estos sabios y cultos maestros que mencionamos. Ellos son los avatares, las encarnaciones humanas de Dios. Ellos, por un mero acto de voluntad, pueden conferir la fuerza espiritual. Ellos ordenan, y por la fuerza misma de esa orden, el más ínfimo puede elevarse a la altura del que ha alcanzado su meta. Esta clase de personas son gurús de gurús. Representan la más alta manifestación de Dios en la forma humana.

AI hombre le resulta imposible visualizar á Dios de ninguna otra manera que no sea la forma humana. Es por ello que Dios, respondiendo a las plegarias de los hombres, aparece ante ellos en la forma humana, única visión que éstos pueden vivenciar como real. Cuando el ser humano trata de representar o de visualizar a Dios de cualquier otra forma, aun realizando los mayores esfuerzos, no logra sino llegar a formas muy inferiores a la real. En tanto seamos humanos, jamás llegaremos a ser capaces, aun recurriendo a toda nuestra imaginación, de representarnos a Dios en ninguna forma que vaya más allá de la humana. De modo que hay que esperar la oportunidad de percibir la realidad de la Persona, cuando, por uno mismo, se logre alcanzar un nivel que se sitúe por encima y más allá de lo humano.

La investigación superficial que es capaz de llevar a cabo la razón humana no alimentada por la sabiduría, no nos lleva más que a percibir la nada. Cuando en su presencia alguna persona así critique a los avatares, háganle la siguiente pregunta: ¿Entiendes el significado de los términos omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia? El hombre está limitado a la naturaleza física con la que entra en contacto a través de sus sentidos, de modo que es impotente frente a estas ideas y su comprensión. El docto orador no sabrá más sobre ellas que el analfabeto común. Sin embargo, pese a ser ignorantes respecto de estos vastos horizontes del pensamiento, estos oradores pueden llegar a crear confusión y desasosiego con sus enseñanzas.

En realidad, la educación espiritual constituye la experiencia de la verdad, y no debe confundirse la experiencia de la verdad con el agrado que pueda despertar en nosotros una oratoria brillante; esa experiencia se produce solamente en el más íntimo tabernáculo del ser.

Así como ha sido creado, el ser humano actual es un ser limitado, incapaz de ver a Dios más que como hombre. No hay otra alternativa posible. Cuando los búfalos ansíen adorar a Dios, dentro de las limitaciones que les impone su naturaleza de búfalos, no podrán imaginar a Dios sino como el Búfalo Cósmico. Y así también, el hombre imagina al Principio Divino como al Purusha Cósmico (Creador del Universo), con figura, miembros y cualidades humanas.

Hombre, búfalo, pez... todos pueden compararse a recipientes o envases. Imaginemos que estos recipientes van hacia el ilimitado Océano de la Divinidad para llenarse en él. ¿No es cierto que cada uno se llenará únicamente de acuerdo con su propia forma y tamaño? El recipiente humano recibirá y aceptará a Dios como teniendo forma humana, el recipiente búfalo como teniendo la forma del búfalo y el recipiente pez como teniendo la forma del pez. Todos estos recipientes formas contendrán la misma agua del Océano de la Divinidad.

Es así que cuando los hombres visualizan a Dios, lo ven como humano. Cada cual proyectará en Dios su propia forma.