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Libros escritos por Sai Baba

10.EL CONOCIMIENTO DEL ALMA ES EL CAMINO

Los problemas mundiales están asumiendo hoy en día formas desconocidas y adquiriendo mayores proporciones. Han dejado de ser individuales y locales. Se han vuelto globales y afectan a toda la humanidad. Por una parte, la Ciencia y la Tecnología avanzan en desarrollos cósmicos. La maravilla que significan los plásticos, la electrónica y la computación está alcanzando grandes alturas. Por otra parte, el género humano se ve afligido por continuas crisis políticas y económicas, nacionales y provinciales, por rivalidades religiosas, raciales y de casta, por prejuicios y por revueltas que han alcanzado incluso hasta los ámbitos académicos. Ello ha hecho cundir la indisciplina y el libertinaje en todo el mundo.

Todo lo cual refleja una situación desequilibrada y contradictoria. ¿Cuál es realmente la causa? ¿Reside ésta en la alarmante declinación que han experimentado la religión y la moral en la mente humana? El género humano tiene a su alcance muchos medios y métodos a través de los cuales podría lograr sabiduría y paz. Puede extraer una guía de incalculable valor de los Vedas y los Shastras, del Brahmasutra, de la Biblia, del Corán y del Zendavesta, del Gran Saheb y de muchos otros de los textos sagrados, que rebasan los mil. En esa tierra (Bharath) no hay escasez de monasterios y de órdenes religiosas, exponentes de disciplinas y doctrinas espirituales, eruditos y ancianos venerables. Sin embargo, con todo esto, la mente humana está degenerando en los aspectos ético, espiritual y religioso de la vida, de manera constante y progresiva. ¿Qué razón hay para esta declinación?

Actualmente, los hombres han llegado a ser mucho más perversos de lo que nunca antes lo habían sido. Más que en ninguna era pasada, hacen uso de su inteligencia y su talento para solazarse en la crueldad. Parece que el hombre gozara de tal manera infligiéndole dolor a otros que, como lo revela la historia, se han librado 15.000 guerras en los últimos 5.500 años... y no se muestran signos de que este espantoso pasatiempo vaya a terminar. Una inminente guerra nuclear significaría la destrucción de la raza humana. ¿Y cuál es, exactamente, la causa de toda esta ansiedad y este horror? Resulta patente que aún predomina la bestia en el hombre; aún no ha sido dominada. Sólo cuando esto se haya logrado, podremos alcanzar paz y alegría.

El odio, la envidia, la codicia, el deseo de sobresalir, de competir y de compararse con otros... todos estos rasgos negativos han de ser arrancados de raíz. Estos rasgos están viciando, no ya solamente a la generalidad de los hombres, sino también a los ascetas, los monjes, los superiores de instituciones religiosas y eruditos, entre los cuales la envidia y la codicia han causado verdaderos estragos. Cuando todos estos maestros y preceptores que se proyectan como encarnación de ideales exhiben toda esta gama de características tan bajas, ¿cómo podrían corregir al mundo? Su único aporte es la intensificación de esta corrupción.

Lo que el mundo de hoy necesita no es un nuevo orden ni una nueva educación, ni un nuevo sistema ni una nueva sociedad, ni una nueva religión. El remedio debe buscarse en una mente y un corazón llenos de virtud, de una piedad que debe echar raíces y germinar en todo lugar, en especial en la mente y el corazón de los jóvenes y los niños. Los buenos y los piadosos deben hacer suyo el deber de promover esta tarea, como la única gran disciplina espiritual que haya de emprenderse.

Para lograr el éxito en esta tarea, la gran ayuda la constituye sólo el Brahma Vidya, pero el hombre actual ha puesto toda su fe en adquirir y acumular, se ha vuelto incapaz para renunciar a algo o desprenderse de algo. Carece de fe en la verdad. Se siente atraído por la falsedad, y siente que la verdad no es más que un impedimento. Ello le impide darse cuenta de que la muerte es la feliz consumación de una vida gloriosa y, por ende, muere miserablemente y sumido en la angustia.

La gente proclama incesantemente y repite como loro las palabras verdad, no violencia, justicia y amor. Sostiene que no hay religión superior a la verdad. Mas resulta sorprendente que lo único que el hombre no desea tener es justamente esa verdad.

El hombre anhela saberlo todo, pero no anhela saber la verdad. Y, sobre todo, no muestra el menor deseo de conocer la verdad acerca de sí mismo. Su atención no se orienta en este sentido. Y, aunque lo hiciera, sería sólo para justificar sus propios temores y prejuicios. Por lo tanto, es indispensable que el hombre comience a descartar sus flaquezas y su tendencia a causar daño.

Aquello que no se encuentra ni en el principio ni el final, sino que se manifiesta sólo en el intervalo, en el período que media entre ambos, no puede ser verdaderamente real. Es mithya" y no sathya (verdad). El Cosmos no existía antes de emerger, ni podrá seguir existiendo después de haberse sumergido, es decir, después de pralaya (día de la disolución final). Aquello que se evidencia en el intermedio sólo podrá ser una verdad aparente, una verdad temporal y limitada. !`lo puede ser la verdad invariable e inalterable.

Este es el lineamiento sobre el cual el hombre debería considerar el valor y la validez de cada objeto en el Universo. El cuerpo, por ejemplo, no estaba antes de nacer y no está después de la muerte. Es como una olla de barro; existe con ese nombre y forma sólo por algún tiempo, para reasumir luego su naturaleza de barro. La "olla" no es sino barro al que se le han agregado, por medios artificiales, una forma y un nombre. Sean cuales fueren los objetos, todo en el Universo está inexorablemente sujeto al impacto del tiempo y Ilusión, apariencia. Mezcla de verdad y falsedad, está condenado a la muerte y la destrucción. El árbol y el suelo, la casa y el cuerpo, el rey y el reino, todos y cada uno enfrentan la misma consumación. El hombre ignora la manera en que puede llegar a tomar conciencia de lo inmortal en él. Está enamorado del conocimiento que concierne al mundo fenoménico. Aquellos que se dejan llevar por esta fácil tentación son como quienes abandonan el jardín del Edén y se lanzan hacia la jungla de vegetación venenosa. Estos le vuelven las espaldas a su origen, al Alma. Se dejan fascinar por la imagen, los fenómenos visibles, observables. Con esta actitud sólo se proclaman como ignorantes consumados y no como conocedores o buscadores de la verdad.

El hombre debería saber que ni un gramo de felicidad genuina puede obtenerse de los "tres mundos", las "tres divisiones del tiempo" y los "tres niveles de conciencia de la vida diaria" (vigilia, sueño y sueño profundo). Sólo los necios entre los hombres buscan satisfacerse en base ala felicidad ficticia y limitada que brindan las actividades mundanas. Los sabios conocen mejor. Aquellos que pasan de largo ante los sabrosos racimos de uvas dulces y se abalanzan hacia los abrojos son "camellos", resulta imposible clasificarlos como otra especie.

Desde la distancia, las cumbres de las montañas son encantadoras; cuando uno se acerca a ellas, nos confrontan con aterradoras junglas. Así también, el mundo parece encantador en tanto los hombres no hayan sondeado en su significado y su valor. Cuando se hace uso de la discriminación para profundizar en su valor, se logra develar la verdad de que ni la jungla familiar ni la del mundo nos pueden entregar una felicidad genuina. Sólo el Alma puede proporcionar esa dicha. ¿El lago que nos parece refrescante e invitador en tanto dura el espejismo, puede calmar nuestra sed? Si uno se engaña creyéndolo, y corre hacia ese espejo de agua inexistente, sólo se pondrá más sediento. No obtendrá ningún beneficio.

Es por ello que hay que buscar aprender el Atma Vidya, el proceso por medio del cual uno se hace consciente de la propia realidad del Alma. Al aprenderla y vivirla, uno puede calmar su propia sed y ayudar a calmar la sed de todo el género humano.