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Libros escritos por Sai Baba

9. Preparativos para la coronación

9. PREPARATIVOS PARA LA CORONACIÓN

El príncipe de Kekaya el tío materno de Bharata se acercó a Dasarata y le dijo que ya había pasado mucho tiempo desde que había salido de su reino, que su padre estaba esperando verlo regresar, que hubiera sido feliz de presenciar las festividades, pero su padre no había sabido de la boda de Bharata; dijo que se sentiría muy triste de saber que la boda de su nieto se había celebrado en su ausencia, pero que esa decepción podría mitigarse en algo si Bharata iba con él para que se pudieran organizar algunas festividades allá para su satisfacción y placer.

Dasarata consultó con sus esposas y llamó a Bharata a su presencia. "Hijo, tu tío materno, Yudhajit, ha venido para llevarte con él; cuando me pidió que le permitiera llevarte con él yo no acepté, pero me ha dicho que tu abuelo está ansioso por verte, así que prepárense para ir con él", ordenó Dasarata. Entonces Bharata le dijo: "Padre, sería muy bueno si Satrugna también viniera conmigo". Así que a él también se le dijo que se preparara para ir, y ambos partieron a la ciudad de Girivraja con sus respectivas esposas.

Movido por su respeto hacia los mayores, Bharata hizo los preparativos para partir con su esposa sin ninguna objeción ni ningún argumento en contra. Estaba dotado del más elevado intelecto; además era dueño de sí mismo, de sus sentidos y deseos. Bharata y Satrugna, con sus esposas, viajaron muy felices y llegaron a la ciudad de Girivraja. El abuelo ansiaba verlo y mostrarle su cariño. Se apresuró a acariciarlo al igual que a Satrugna, los sentó cerca de él y les preguntó sobre la salud y felicidad de la gente de Ayodhya; les dijo que se veían exhaustos por las largas horas de viaje e insistió en que descansaran y los guió a las residencias asignadas para ellos; desde ese momento los trató con más afecto que a sus propios hijos y estaba pendiente de sus mínimas necesidades.

Aunque el abuelo se preocupaba por su comodidad y alegría, los hermanos parecían sufrir algún descontento secreto; no podían soportar la separación de su anciano padre y de Rama, et cual era el aliento mismo de su existencia. Conversaban entre ellos constantemente sólo acerca de Dasarata y de Rama. Todo el tiempo, la ansiedad por la salud y bienestar de su padre los atormentaba a pesar de ellos mismos, y no les permitía tener paz en la mente.

Mientras sus sentimientos eran así en Girivraja, en Ayodhya no pasaba ni un solo momento sin que Dasarata sintiera anhelo por sus hijos; se sentía vacío sin ellos. Muchas veces se preguntaba a sí mismo: "¿Por qué los habré mandado? ¡Oh, qué bueno habría Sido si no hubiera consentido que se fueran!" Los cuatro hijos eran como cuatro brazos para Dasarata; ahora estaba desprovisto de dos. Un día, Rama vio a su padre sumido en sus pensamientos debido a la separación de Bharata y Satrugna. Se acercó a su padre y sentándose junto a él le dijo suaves y dulces palabras, haciéndolo sentirse feliz. Rama era sumamente gentil. No importaba cuán duramente hablaran los demás, el solía responder dulce y suavemente. Aunque los otros pudieran hacerle daño, nunca pensaba en contra de ellos, sólo buscaba ser bueno y poderlos servir. Cada vez que tenía tiempo solía platicar con los monjes mayores, venerables brahmines y eruditos acerca de los códigos de la buena conducta y moralidad. Analizaba los misterios del pensamiento vedántico en palabras sencillas y, como un buscador común, planteaba sus problemas ante los eruditos para resolverlos con su ayuda. Los sabios y eruditos, maestros en la ciencia del Vedanta y la investigación filosófica, sentían júbilo ante las explicaciones dadas por Rama de los intrincados aspectos que él mismo preguntaba; alababan de mil distintas maneras su inteligencia y lo profundo de su erudición.

Rama se dirigía a sus súbditos antes de que ellos le hablaran a él, así de ardiente era su amor hacia ellos. Amorosamente les preguntaba acerca de su bienestar y se sentía lleno de compasión por ellos. Por eso lo amaban los súbditos como a su más querido amigo, como a su más amado pariente, y lo veneraban por su afectuoso interés por ellos. Rama seguía estrictamente las reglas dictadas por la tradición, cualquiera que fuera la inconveniencia o la incomodidad. A quienquiera que él hablara, le regalaba una encantadora sonrisa, una mirada alegre y una dulzura enorme en sus palabras. Nadie notaba en él ni el más mínimo rasgo de ira, disgusto, desesperación u odio.

El era la encarnación de la compasión y la simpatía. Estaba ansioso por rescatar a todos aquellos que sometieran sus deseos a su voluntad. Los hábitos indeseables de los cuales la realeza es presa fácil jamás pudieron adherírsele, incluso ni acercársele. No era una víctima de los malos hábitos de hablar demasiado o con frivolidad. A pesar de esto, si alguien quería lucir ante él su inteligencia para argumentar, jamás lo frustraba con otro argumento más inteligente para ponerlo en su lugar. No conocía la enfermedad del cuerpo o la ansiedad de la mente. Reconocía las necesidades de la gente, e inclusive antes de que se lo expusieran, él consideraba la respuesta que se podía dar para remediar el problema, después de pedir permiso a Dasarata y haber interesado a los ministros en la solución. Dasarata tampoco obstruía los deseos de Rama en ninguna forma; los cumplía al enterarse de ellos. Rama ponía mucha atención hasta en el más pequeño detalle del gobierno y tomaba precauciones adecuadas para ver que los problemas y asuntos complejos no surgieran nuevamente una vez que habían sido resueltos. Otra excelencia evidente en Rama era que nunca revelaba por anticipado lo que había decidido. Y hasta que no se decidía completamente por una solución, nadie podía saberla o anticiparla. Su ira y resentimiento, o su satisfacción, jamás eran fútiles. No se retrasaba ni se permitía a sí mismo ser engañado o ser desviado. Con tales características supremas, Rama brillaba lleno de gloria. Dasarata estaba feliz de observar la manera en que estaba ganando el amor y la lealtad de su pueblo. Oía de los ministros, sacerdotes y otros, la creciente fama de Rama, y se emocionaba.

Una noche, Dasarata estaba sediento; no le gustaba despertar a las reinas, así el mismo vertió agua en un pequeño tazón, de una jarra que estaba cerca de la cama, y cuando la estaba bebiendo, observó que su pulso no era firme, la mano le estaba temblando. Después de eso ya no pudo dormir. Su mente se perdió en infinidad de pensamientos. Por último, se percató de que la vejez le había traído esa debilidad; entonces decidió no reinar más tiempo. Cualquier intento de gobernar a la gente sin la fortaleza de sus músculos ni de su voluntad, sólo podía traer confusión y calamidad. Contaba los minutos desde ese momento para que, en cuanto amaneciera, pudiera comunicar su decisión a los ministros. Finalmente, la noche se desvaneció y llegó la luz.

Al terminar sus abluciones matutinas y completar sus ritos de adoración diaria, le pidió a sus ayudantes que reunieran a los ministros, a los líderes de la gente y a los sacerdotes para una reunión en el palacio. Obedeciendo la orden del emperador, se reunieron rápidamente y lo esperaron. Dasarata se postró a los pies de Vasishta y le informó de los sucesos durante la noche y el flujo de pensamientos que le surgieron. Le dijo que había decidido poner la carga del reinado sobre Rama. Pidió que no se pusiera ninguna objeción a su propuesta. Deseaba que todos los preparativos.r.e hicieran pronto para la realización de ese deseo.

Sumantra, el jefe de ministros, anunció esta decisión a la concurrencia; los ministros, cortesanos, ciudadanos, sacerdotes y eruditos que estaban ahí reunidos aclamaron la noticia con jubilosa aprobación. Gritaron: "¡Qué afortunados somos!, ¡qué suerte!" Sus aplausos llegaban hasta el cielo. Vasishta se levantó de su asiento y dijo: "¡Emperador! No necesitas preocuparte por esto en lo más mínimo. Rama está preparado para este gran papel, así que podemos esperar un poco y celebrarlo en gran escala invitando a todos aquellos que deseen estar presentes. Sugiero que esperemos un mes o dos, para que la coronación de Rama se lleve a cabo magníficamente como todos lo deseamos". Sin embargo, Dasarata exclamó: "¡Mahatma! Nada está más allá de tu saber; eres omnisciente. Cuando el rey pierde la fortaleza de sus miembros, no merece llevar las riendas de un gobierno. Es una mala señal que un rey, cuya vejez lo ha debilitado, tenga la codicia de continuar en el trono. Indica que hay avaricia en su corazón. Sabiendo todo esto, si lo postergo habré fallado en el deber que distingo con toda claridad. Perdóname, pero no trates de demorar esta ceremonia. Dame permiso para designar a Rama como heredero al trono dentro de los próximos dos o tres días". Dasarata rogó así, con gran humildad y profunda reverencia.

Vasishta levantó a Dasarata y le dio sus bendiciones. Dijo: "Soberano, la boda de Rama también sucedió repentinamente. Cayó del cielo como una gracia. Así que tus súbditos no tuvieron oportunidad de compartir la alegría de esa ocasión tan importante. Si la coronación también se resuelve rápidamente, no sólo le causará dolor a los gobernantes de muchas partes de esta tierra, sino aún más, sería una fuente de gran tristeza para los hermanos Bharata y Satrugna. Además, Janaka, que se ha convertido en tu pariente y amigo, no podrá asistir. Te sugiero, por lo tanto, que consideres estos puntos antes de establecer la fecha".

Entonces el jefe de los ministros se puso de pie y dijo: "¡Que el venerado preceptor de la familia me perdone! La decisión del emperador tiene el aprecio y la aprobación de todos. Ramachandra es, como su nombre lo indica, como la luna, la cual repele el calor que quema y deja la frescura y la comodidad en todos. El quita el dolor causado por el odio, la maldad, la codicia y la envidia. Por ningún motivo debería haber demora para coronarlo. Por favor, da las órdenes necesarias para ese fin. Emperador, oro por el bien de toda la población de este imperio".

Cuando el emperador y el jefe de los ministros le rogaron así, Vasishta no pudo mantener su punto de vista más tiempo. Dijo que era necesario saber lo que la gente pensaba sobre este asunto. Dasarata se puso de pie y con una mirada rápida vio a sus ministros, a los líderes de los ciudadanos, a los sabios y sacerdotes, así como a todos los demás reunidos en la vasta asamblea, la cual aclamaba la auspiciosa propuesta a una sola voz que parecía un trueno. En medio de esa excitación, un ciudadano que pertenecía a un grupo muy importante se puso de pie y gritó: "¡Gran rey!, los poderosos monarcas de tu linaje nos han cuidado a nosotros, los súbditos de este imperio, como si fuéramos sus propios hijos. La región de Kosala ha logrado prosperidad y paz a través del cuidado y afecto de los Ikshvaku. Tu hijo mayor, Rama, es rico en virtudes, es un fiel seguidor del dharma, tan heroico como el jefe de los dioses, y más que todo, posee la habilidad de gobernar los tres mundos. Es en verdad nuestra buena fortuna que tú hayas concebido la idea de coronarlo como príncipe heredero. Esta es nuestra buena suerte, es un hecho indiscutible del cual nadie puede tener duda alguna".

Cuando el ciudadano habló así, en nombre de todos los súbditos del reino, Dasarata se dirigió a la concurrencia diciendo: "¡Miembros de esta asamblea! Todos estos años he gobernado siguiendo los pasos dados por mis antepasados y he cuidado de su bienestar y prosperidad lo mejor que he podido, con un sincero deseo de promover el bien en el mundo entero. Todos los años de mi vida los he pasado al abrigo de esta sombrilla blanca que está sobre mi trono, pero ahora soy un hombre viejo. Me he dado cuenta de que el vigor y vitalidad de estos miembros han declinado. Este cuerpo gastado necesita descanso; eso es lo que he decidido. No es tarea fácil, no es una misión insignificante gobernar un reino, ya que es la dedicación de uno mismo al dharma. El dharma se puede mantener inquebrantable a través del proceso del gobierno sólo por una persona dedicada a la disciplina espiritual constantemente y por aquel que está dotado con un riguroso control de los sentidos. He llevado esta carga durante tanto tiempo que estoy exhausto por el esfuerzo. Si todos ustedes están de' acuerdo y les parece bien mi plan, les diré todo acerca de él. Jamás actuaré en contra de sus deseos y preferencias.

"No hay presión sobre ustedes; no teman ni sientan que yo los estoy forzando a cumplir mis deseos, o que es una orden real, la cual tienen que obedecer por fuerza. Lo dejo a su libre albedrío y a su juicio. En caso de que algún otro arreglo les parezca más benéfico, están en perfecta libertad de presentarlo ante nosotros para su consideración. Por lo tanto, conferencien entre ustedes e infórmenme al anochecer lo que hayan acordado".

Antes de que Dasarata terminara de hablar, la asamblea estaba impaciente y excitada, como un grupo de pavos bajo nubes cargadas a punto de romper en copiosas lluvias. Gritaban su consentimiento, su gratitud y su alegría. "Tú sólo deseas lo que es nuestro propio deseo. No queremos ningún otro regalo. En verdad que ésta es demasiada suerte. Ramachandra, ¡viva! Dasarata, ¡viva!" Las aclamaciones llegaban al cielo. Escuchando la reacción popular, Dasarata se sentía entre alegre y aprensivo.

Se quedó sorprendido por aquella espontánea explosión de lealtad y afecto. Recobrando la compostura después de un momento, Dasarata miró a la asamblea y empezó a hablar: "¡Miembros de esta asamblea! Ninguna labor es más importante para mí que acceder a vuestros deseos. Yo coronaré, sin duda alguna, a Rama como rey. Sin embargo, también siento un poco de temor. Se los quiero explicar y quisiera recibir consolación de parte de ustedes. Deseo que me digan su opinión y me den la satisfacción que busco. El hecho es que cuando estuve a punto de exponerles la propuesta de coronar a Rama, inclusive antes de que la formulara, ustedes proclamaron que lo coronara sin ninguna duda y que él tenía capacidades ¡limitadas para gobernar este reino con eficiencia. Viendo este hecho directamente, es obvio que ustedes están un poco insatisfechos con mi gobierno, o que algunas de mis leyes están en contra de sus intereses o inclinaciones. ¿Acaso he mostrado alguna tendencia opuesta a la justicia? ¿Están ansiosos por coronar a Rama como rey debido a que dudan de mi habilidad para seguirlos gobernando para su bienestar? Los invito a que señalen mis fallas o los errores que he cometido, sin temor y en detalle. Escucharé con gusto su exposición".

Uno de los líderes del pueblo se puso de pie y dijo: "La capacidad e inteligencia de Rama van más allá de cualquier descripción.

Y tú, rey, eres igual al dios de los dioses; tú eres como Shankara, con la misma divina compasión y disposición para conferir todo lo que se le pida en beneficio de los súbditos. Eres Vishnu en tu ha. bilidad para cuidarnos. Debemos ser tremendamente malvados si alguna vez hemos causado problemas durante tu gobierno. Aquellos que lo hacen son terribles pecadores. Tú has llegado a esta resolución porque estás ansioso de hacernos el bien y quieres hacernos felices. Obedecemos tus órdenes sin cuestionar". Al oír esto, Dasarata se volvió hacia su sacerdote en jefe y le dijo: "jOh grande entre los brahmines!, has escuchado los deseos de la gente; no demores más, junta todos los materiales que se necesitan para la ceremonia de coronación. Construyan los recintos y plataformas que las Escrituras prescriben para los ritos y los lugares para ofrecer los sacrificios".

Se postró a los pies de Vasishta, el preceptor de la familia, pidiéndole que supervisara los arreglos, y le rogó: "Maestro, van a ayudar todos los que puedan; no tardemos más en espera de aquellos que tienen que venir desde lejos. Pueden tener igual alegría cuando oigan que Rama ha sido coronado. No sugieras, como una razón para postergarla, la necesidad de invitar a Kekaya o a Janaka y esperar a que lleguen. Otórganos permiso para llevar a cabo el sagrado rito de la coronación lo más pronto posible".

"¡Soberano! respondió Vasishta , he arreglado todo; podemos proseguir tan pronto como lo desees. He ordenado que las cien vasijas sagradas, la piel de tigre, el recinto cubierto para el sacrificio, los materiales establecidos en las Escrituras para los rituales de adoración, las hierbas y flores, todos estén listos al amanecer. Esto no es todo; he pedido que las cuatro divisiones de las fuerzas armadas estén en forma, y también que el elefante Satrunjaya, el que tiene todos los signos auspiciosos en que los Shastras insisten, sea vestido magníficamente. La sombrilla blanca de resplandor y la bandera real de la dinastía imperial también van a estar listas en el palacio. El momento auspicioso también ha sido seleccionado: será mañana." Cuando Vasishta anunció las buenas noticias, la gente experimentó éxtasis de gratitud y saltaba de alegría.

Los caminos fueron barridos y limpiados a conciencia. Sobre ellos y en las paredes se pintaron elaborados diseños y se colgaron adornos, se erigieron arcos sobre los que iban toldos para dar sombra a lo largo de las calles; cada uno de los ciudadanos estaba ocupado y feliz. La ciudad entera trabajaba diligentemente.

Los sacerdotes y los jefes de los ciudadanos pidieron permiso para retirarse y salir del palacio; parecía un verdadero río de entusiasmo y excitada conversación. Los ministros y Vasishta se dirigieron hacia los salones internos con el emperador.

Dasarata mandó llamar a Rama, y reuniéndose con él en el salón de audiencias, le explicó todas las formalidades de la ceremonia y los rituales relacionados con la coronación. Le recordó que debía estar listo antes del amanecer y le explicó los pasos preliminares que debía llevar a cabo. Lakshmana escuchó la noticia y corrió hacia Kausalya, la madre, para llevarle la buena nueva; ella no podía contenerse de tanta felicidad, sólo esperaba que Rama fuera a verla. Faltaba muy poco tiempo y la ciudad entera estaba ansiosa por la coronación. A muchos kilómetros alrededor, en las aldeas y hasta en los Estados vecinos, se enteraron rápidamente, ya que las buenas noticias vuelan. Nadie esperaba a nadie; tan pronto como oían se apresuraban hacia la capital. El flujo de personas por todos los caminos que iban a Ayodhya se volvió algo incontrolable.

Ramachandra escuchaba lo que Dasarata le detallaba, pero no respondía; sus sentimientos iban más allá de las palabras. No podía expresar lo que pasaba por su mente, así que permanecía en silencio. Entonces Dasarata lo acosó: "¡Hijo! ¿Por qué no veo en ti ni una señal de alegría de ser coronado mañana? ¿No te gusta la idea de ser emperador? ¿O es un signo de temor por sentir que estamos poniendo sobre tu cabeza el peso del estado?" A pesar de sus ruegos cariñosos, Rama no decía nada a su padre. Por fin dijo: "Padre, no entiendo por qué estás actuando con tanta prisa. Mis queridos hermanos Bharata y Satrugna no están aquí ahora. Mi abuelo está muy lejos y a lo mejor no podrá llegar aquí a tiempo; quizá mi suegro tampoco pueda llegar, así como los gobernantes de otros Estados, príncipes y reyes; quizá para ellos también sea difícil asistir. Mi mente se preocupa porque estamos desilusionando a tantas personas. No acepto la idea de la celebración cuando de seguro muchos van a sentir pena". Pidiendo perdón por sus sentimientos, se postró a los pies de su padre.

Vasishta fue el que respondió: "Rama, estas objeciones también las planteamos nosotros; no creas que accedimos en silencio al deseo del emperador. Pensamos en todos los argumentos a favor y en contra y consultamos la opinión de la gente antes de decidir. No hagas ninguna réplica ahora, respeta el deseo del emperador; la coronación y la unción se llevará a cabo mañana mismo. Debes cumplir ciertas promesas; hoy no usarás la cama ni nada suave cuando te acuestes. Tú y Sita deben ayunar. Tan pronto como amanezca, los dos deben tomar un baño, después de haberse aplicado aceite sagrado en la cabeza; luego deben vestir ropa amarilla y prepararse, ya que la auspiciosa estrella Pushya, seleccionada para el rito sagrado, surgirá a esa hora. Por lo tanto, retírate a tus habitaciones ahora, no te demores". Tan pronto como el preceptor terminó, Rama se postró a los pies de su padre y de su preceptor y se retiró a sus habitaciones, acompañado de Sumantra, el fiel ministro. Ahora ya no tenía ninguna duda. Le dio la noticia a Sita, y luego fue rápidamente a los aposentos de su madre. Se postró ante ella y ella lo levantó tiernamente, y lo acarició con afecto, sobrecogida por la alegría; le pidió que a los sacerdotes les regalara las vacas que ella misma había conseguido con ese propósito; ya las habían decorado con costosos adornos. También hizo que Rama diera muchos regalos a los demás. Lakshmana y su madre estaban ahí en ese momento. Kausalya hizo que Rama se sentara a su lado y, enjugando las lágrimas de alegría que fluían libremente, le confesó: "¡Hijo, he esperado este precioso momento desde hace mucho tiempo! Mi anhelo se ha cumplido ahora. Estoy feliz. Mi vida ha valido la pena. ¡Oh joya querida, mi hijo de oro!, desde mañana serás rey. Que tengas larga vida. Gobierna el imperio; que el bienestar de la gente sea siempre tu ideal, que tu reinado sea feliz y seguro de acuerdo con los dictados de la justicia y la moralidad; acumula fama inmaculada y mantén la reputación y gloria ganada por los reyes de esta dinastía. Que obtengas mayor poder y majestuosidad que tu padre; el día que alcances esa posición, he de sentir que mi vida ha logrado su meta; mis votos, ayunos y vigilias habrán dado entonces su fruto".

Kausalya acarició el cabello de su hijo y con palabras dulces le dio su bendición y consejos muy valiosos, a los cuales Rama prestó cuidadosa atención. Después, bromeó inocentemente con Lakshmana: "Hermano, me puedes decir qué próspera princesa aceptará a este muchacho tan hermoso y tan alto", y el otro respondió: "Hermano, yo no necesito a ninguna gran princesa para que se case conmigo. En tu reino, si tú me asignas alguna responsabilidad, yo la cumpliré. Esa es suficiente buena fortuna para mí". Diciendo esto, se postró a los pies de Rama.

Rama dijo: "¡Lakshmana, tú eres mi aliento! Así que la mitad de la responsabilidad de mi reinado es tuya. Tú también te debes preparar, junto conmigo, para portar joyas y ropajes reales. Tú llevas la mitad de mi carga, tú tienes mi felicidad, mi fama y fortuna. Tú eres la mitad de todo lo que yo soy y de lo que seré".

Mientras Rama hablaba así, Sumitra derramaba lágrimas, bendiciendo tanto a Rama como a Lakshmana. Ella dijo: "Rama, el amor que existe entre tú y Lakshmana me da mucha alegría. Mi hijo no necesita una jerarquía más elevada, basta con que sea tu sirviente. Si es capaz de tener para siempre tu amor, eso es suficiente para él". Cuando terminó de hablar, Rama se postró a los pies de la madre. Lakshmana también hizo lo mismo y acompañó a su hermano a sus habitaciones. Rama había empezado el ayuno al anochecer, y se acostó sobre una alfombra hecha de la hierba sagrada llamada kusa.