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Libros escritos por Sai Baba

7. Ganando a Sita

7. GANANDO A SITA

Mientras tanto, un joven discípulo llegó con unas hojas de palma escritas y las puso en manos de Viswamitra. El gran sabio vio algunas y las pasó a un asceta venerable que estaba sentado a su lado y le pidió al anciano que leyera en voz alta para que todos pudieran oír.

Leyó que el emperador Janaka de Mitila había resuelto celebrar un yajna que expresara la más elevada gloria de la Rectitud, y que rogaba a Viswamitra le diera la dicha de su presencia con sus discípulos. Cuando escucharon, todos exclamaron: "Subham, Subham"(Que eso pueda ser cumplido). Viswamitra dijo: "¡Hijos! ahora que ya podemos caminar por el bosque libres del miedo a los demonios, he decidido iniciar mañana mismo el viaje hacia Mitila con todos los residentes de esta ermita".

A1 escuchar esto, Rama dijo: "Maestro, en verdad es una fuente de alegría. Y ya que no hay nada más que quieras de nosotros, regresaremos a Ayodhya, si nos das tu permiso". Y Viswamitra dijo: "Yo le prometí a Dasarata algunas otras cosas; tengo que mantener mi palabra, ¿no es así? Le prometí que sería yo mismo quien los llevara de regreso, así que no pueden regresar sin mí. Un magnífico ritual se celebrará en la ciudad de Mitila. No hay suficiente tiempo para llevarlos a Ayodhya y después llegar a Mitila el día en el que la ceremonia empieza. Si ustedes dos me acompañan a Mitila, podrán presenciar el rito y seguir hacia Ayodhya conmigo desde ahi'.

Al escuchar estas palabras que parecían no tener ni la mínima incertidumbre, Rama también le contestó decididamente, sin sopesar pros y contras: "Maestro, ya que mi voto principal es la obediencia a mi padre, tengo que hacerte una súplica". Viswamitra le dijo: "Ven, dime cuál es". Rama le contestó: " Mi padre me dijo que cuidáramos del ritual de Viswamitra para que no hubiera ningún sacrilegio, y que cuando el gran sabio estuviera feliz, regresáramos con la victoria; no nos ordenó que asistiéramos a ningún otro rito. ¿No debería recibir permiso de mi padre para ir hacia Mitila?"

Viswamitra respondió: "Rama, Dasarata no sólo afirmó eso. El dijo: «Ve y obedece todo lo que el sabio te ordene hacer; no dejes de cumplir sus órdenes ni en lo más mínimo». A mí me dijo: «Maestro, debes responsabilizarte totalmente de mis hijos, tú mismo debes traérmelos de regreso». Tú escuchaste lo que él dijo cuando salimos de Ayodhya. Así que sigue mis indicaciones ahora; ven conmigo a Mitila, y desde ahí iremos a Ayodhya, yo y tú y todos mis discípulos". Rama comprendió la verdad en ese plan y movió la cabeza en señal de asentimiento. "Haremos lo que tú desees", respondió.

Se dieron instrucciones para que todos estuvieran listos antes del amanecer para el viaje a Mitila. Viswamitra se levantó temprano y llevó a los muchachos al río para sus abluciones. Se sentía emocionado de poderles narrar las pruebas que los demonios le hacían pasar cada vez que intentaba, en el pasado, llevar a cabo un ritual; les contó cómo sus medidas para contraatacar fallaban, les expresó su gratitud por la destrucción de los demonios, la cual había dado seguridad a la ermita y a las regiones circundantes. Describió cómo ahora la gente estaba felizmente aliviada del miedo y tenía paz y dicha sin mácula.

El lugar era silencioso, tranquilo y reconfortante. Sentados en la mullida arena, el sabio Viswamitra les contaba sobre las características especiales y el significado del ritual que llevaría a cabo el emperador Janaka.

Durante su descripción, se refirió a un arco precioso que Janaka tenía en su poder, un arco único en potencia y que brillaba con un raro esplendor; les dijo que no perdieran la oportunidad de verlo. Ante esto, Rama preguntó cómo había llegado el arco a manos de Janaka, y Viswamitra contestó: "Escucha, hijo, hace muchos años, el emperador de Mitila, llamado Devarata, celebró un gran ritual de una forma que ningún mortal hubiera osado realizar; un ritual que podía conferir enormes beneficios espirituales y que satisfizo tanto a los dioses, que le obsequiaron ese divino arco en señal de su aprecio.

"Es el arco de Shiva. Janaka lo adora con los debidos ritos diariamente. Ofrece flores y pasta de sándalo y ondea llama de alcanfor e incienso en su honor; ofrece comida y frutas ante la divina presencia del arco. El arco está tan cargado de divinidad que nadie puede sostenerlo ni templarlo, sea deidad, demonio, ángel o espíritu. Muchos príncipes que han intentado templarlo se han sentido tristes por su fracaso. Rama, ustedes son dignos y podrán examinarlo. Durante ese yajna, es muy probable que el arco esté expuesto y entonces podrán verlo; definitivamente, ésta es una buena oportunidad". Viswamitra continuó describiendo el maravilloso poder del arco. Lakshmana llevó sus ojos en la dirección en que se encontraba Mitila. Mientras tanto, Rama dijo con deleite: "Seguro, lo debemos ver. Mañana iremos contigo". Viswamitra se sintió feliz de escuchar aquello.

Cayó la. noche y se levantaron para regresar a la Ermita de los Logros. Viswamitra llamó a todos los residentes del recinto y les ordenó que se prepararan para ir a Mitila tan pronto como amaneciera. Algunos de ellos preguntaron entonces: "Maestro, ¿cómo se va a continuar con los programas del ashram si no hay quien se quede aquí?" El sabio respondió: "Si cada uno cumple con sus obligaciones, dondequiera que esté, ése será el programa del ashram. No hay ninguna rutina en especial para una ermita que no sean sus eremitas; ellos constituyen la ermita; aquellos que buscan apoyo, constituyen el ashram, y sin los ashritas (los que dependen), tampoco puede haber ashram. Cuando los ashritas están conmigo, ¿por qué preocuparse por la rutina del ashram? Asimismo, los discípulos son aquellos a quienes se debe cuidar, aquellos que deben cumplir las disciplinas. Más aún, ya que el lugar ahora está libre del miedo a los demonios, nada malo le puede pasar al recinto. El Creador es nuestro refugio, nuestro apoyo, y cuando de él dependemos, él nos cuida". Viswamitra hablaba de una manera poco común y continuó: "Llévense consigo lo que necesitan para sus rituales diarios así como los instrumentos y las vasijas que pertenecen al ashram; no hay ninguna necesidad de dejar nada aquí".

Algunos novicios preguntaron: "Maestro, ¿cuándo regresaremos? Si nos dices, podremos escoger lo que necesitaremos; ¿para qué cargarnos con más de lo que es esencial?"

Viswamitra contestó: "El tiempo no es sirviente del cuerpo, sino que el cuerpo es el sirviente del tiempo, por eso uno nunca puede decir cuándo. ¿Regresaré aquí? Lo ignoro". Cuando escucharon esto, los corazones de todos los residentes se conturbaron mucho. Se les cayó al suelo la ropa, vasija o utensilios que tenían en las manos. No podían encontrar palabras para decir algo. No alcanzaban a protestar ni se atrevían a cuestionar al maestro.

Así que recolectaron pasto kusa, madera sagrada para el fuego sacrificial y vasijas y utensilios ceremoniales, lo más que pudieron. El significado de las palabras de Viswamitra era un misterio, así que cada uno de ellos las interpretó a su manera.

Al amanecer del día siguiente, todos estaban listos, y cuando se cerraban y aseguraban las puertas, Viswamitra dijo: "¡No cierren las puertas! Déjenlas abiertas, esto no es nuestro. Todos los que vengan podrán entrar; esta ermita debe dar la bienvenida a todo el que llegue, siempre. Hoy, el lazo entre nosotros y este recinto se ha deshecho. ¡Crezcan en alegría de ahora en adelante, ustedes, dioses patrones de esta región! He logrado el éxito en mi empresa; acepten mi ofrenda de amor a cambio: nunca más serán molestados por los demonios. Ahora pueden vivir en paz con toda su progenie, prósperos y felices. Me voy de la Ermita de los Logros. He resuelto vivir en los Himalayas, al norte del sagrado Ganges". Y Viswamitra se postró en señal de respeto a las deidades del bosque.

Después inició su viaje con Rama, Lakshmana y los monjes de la ermita. Los residentes del santuario comprendieron entonces que su lugar era donde Viswamitra estaba, y no los bosques y chozas donde habían vivido durante tanto tiempo. Sentían que la región del Himalaya era igualmente buena para ellos; así que también ofrecieron su gratitud y reverencia a las deidades del bosque y a las viviendas y comenzaron su camino siguiendo al sabio.

Cuando tomaron rumbo al norte, vieron atrás de ellos siguiendo sus huellas a miles de venados, pavos reales, pájaros y animales de la jungla corriendo con sus colas levantadas. Viswamitra, volviéndose hacia ellos, les dijo: °¡Habitantes de la jungla! Los lugares a donde me dirijo no van de acuerdo con su manera de vivir ni con su seguridad. Este bosque es su lugar natural. No se entristezcan por la separación, no nos sigan; permanezcan aquí. Dios les otorgará paz y alegría". Y se alejó de ellos también, reiniciando su viaje.

El recorrido de ese día los condujo hasta la ribera del Sona; por fuerza tenían que pasar la noche en ese lugar. Se dieron un baño en el río y realizaron las abluciones de la tarde. Después se reunieron con el maestro, ansiosos de escuchar sus relatos. Rama preguntó: "Venerado Señor, esta región parece ser rica y próspera, ¿cómo se llama y cuál es su historia?, me gustaría conocerla". Viswamitra respondió: "Rama, Brahma tuvo un hijo de su voluntad; se llamó Kusa, era un gran asceta, estricto en sus votos, héroe en las aventuras espirituales, estudioso de la ciencia de la moral. Se casó con la hija del noble gobernador Vidarba. Los dos vivían en la conciencia y la práctica de los cuatro fines de la vida humana: rectitud, prosperidad, afecto y liberación. Tuvieron cuatro hijos Kusamba, Kusanaba, Adhurtarajaka y Vasu , cada uno igual que su padre en virtud y muy evolucionados en cuanto a rectitud, integridad y otras excelencias de la casta de los guerreros. Kusa dividió al mundo en cuatro partes y asignó una a cada uno de ellos, diciéndoles: «Hijos, gobiernen la parte que les he dado y progresen». De ahí en adelante, iniciaron sus nuevas tareas y cumplieron la orden de su padre. Cada uno de ellos empezó por construir una capital para su reino. Kusamba construyó Kausambi; Kusanaba, Mahodaya; Adhurtarajaka edificó Dharmaranya, y Vasu, Girivraja. Esta región es parte del reino de Vasu; tenemos alrededor de nosotros cinco montañas y, por lo tanto, esta ciudad se llama Girivraja (conjunto de montañas). Este río, Sona, también es conocido como Sumagadi, y por eso a esta región se le llama Magada. Aquí, el río fluye de este a oeste como una guirnalda de jazmines alrededor de los valles. El rey Vasu bendijo las tierras a ambos lados de la corriente para que fueran siempre verdes y fértiles.

"El segundo hijo, Kusanaba, era un pilar de la Rectitud. Tenía muchas hijas, pero ningún varón. Les enseñó el buen comportamiento de acuerdo con las leyes y reglas establecidas en las Escrituras. Enfatizó que la tolerancia era el regalo más grande que uno le puede ofrecer a otro, es el sacrificio que otorga los frutos más prolíficos, la manera más benéfica de ser honesto y la raíz de todo pensamiento y acción rectos. Les enseñó esta lección desde que mamaban del pecho materno. Años más tarde se casaron todas ellas con el rey de Kampilya, llamado Brahmadata. Cuando todas se fueron a esa ciudad, su casa se quedó vacía y desolada.

'°«¡Ay! se quejaba el rey , este palacio que brillaba y resonaba por el ingenio y las risas, hoy se ha vuelto silencioso y oscuro. Las hijas, no importa cuántas tengas, se irán del hogar paterno dejándolo melancólico y en la monotonía. Si sólo tuviera un hijo, esta calamidad no me habría oprimido». Así empezó a surgir su deseo de un hijo.

"Justo entonces, su padre fue a visitarlo y le preguntó la razón por la cual se veía tan triste y lleno de preocupación. Entonces el hijo le habló de su ansiedad. Kusa lo reprendió por preocuparse tanto por esa razón en particular y lo bendijo para que pronto tuviera un hijo. Y así se fue. Al hijo que nació lo llamó Gadhi, quien se convirtió en un príncipe muy virtuoso; desde que nació, en el linaje de Kusa se le conoció como Kousika.

"Sus hermanas perdieron a su marido, y después de un tiempo, como esposas respetuosas, se inmolaron y ganaron el cielo. Nacieron en los Himalayas como ríos sagrados, los cuales se unieron para formar el famoso río Kousiki. Kousika estaba muy apegado a la mayor de las hermanas, Sathyavani, de manera que fijó su residencia en la ribera de ese río, se estableció en la Ermita de los Logros y celebró el sagrado rito que había resuelto llevar a cabo con rectitud ceremonial.

"Rama, gracias a tu heroísmo, el yajna que yo había resuelto celebrar ha llegado a su fin de manera exitosa. Ha dado su fruto y mis votos se han cumplido".

Ante esto, los monjes que se habían reunido alrededor del sabio exclamaron: "¡Qué maravilloso! En verdad somos afortunados de haber podido escuchar la historia de los venerables antecesores de nuestro maestro. ¡Qué gran fuente de dicha es esta historia! El linaje Kusa en verdad es sagrado. Los nacidos en esta dinastía son iguales a Brahma en santidad. Qué afortunados somos de tener esta oportunidad de servir a la encarnación visible de todo lo que este linaje representa: el sabio Viswamitra. Esta oportunidad tiene que ser el fruto del mérito acumulado a través de muchas vidas en el pasado".

Viswamitra los interrumpió y dijo: "No hubiera hablado de todo esto, pero la pregunta de Rama me empujó a darle la respuesta, de otra manera yo no habría dado detalles con respecto a este cuerpo y sus antecedentes. Ya se hizo de noche, descansemos, la demora en irnos a dormir podría disminuir nuestro rendimiento mañana. Rama, mira, la luna está atisbando entre las ramas de los árboles para verte. Manda sus frescos rayos para refrescar a la tierra que ha recibido durante una larga jornada los ardientes rayos del sol". Esa noche, todos comentaron la historia de los antepasados del maestro.

Se levantaron muy temprano y pronto estuvieron a tiempo para continuar su viaje. Se acercaron a Viswamitra y se postraron a sus pies. Luego se pararon a cada lado de él y esperaron sus instrucciones. Rama dijo: "Maestro, el río Sona no es muy profundo en este lugar. El agua es clara y podemos cruzarlo. No se necesita bote". Viswamitra respondió: "Hijo, tú no conoces este lugar y no sabes el lugar exacto por donde debemos cruzar. Yo iré primero; tú me seguirás". El sabio caminó por el lecho del río. Todos tenían sus atados colgados de los hombros. Luego de cruzar, como iban a paso lento, hacia el mediodía llegaron al río Janavi.

El primer indicio que tuvieron del río fue el ruido de las aves de la ribera. Todos los corazones se deleitaron ante la belleza de la escena. Se bañaron en las puras y diáfanas aguas y, conscientes de la sagrada historia del río, ofrecieron oblaciones a los dioses y a los ancestros. Prendieron el fuego sagrado en la ribera e hicieron los rituales de sacrificio prescriptos por los Shastras. Luego recolectaron fruta de los árboles circundantes y después de saciar su hambre con ella, bebieron del agua nectarina del Janavi para saciar su sed.

Rama y Lakshmana caminaron hacia el árbol bajo cuya sombra Viswamitra estaba reclinado y se sentaron a su lado, reverencialmente. Rama preguntó: "Maestro, ¿por qué se dice que el Ganges fluye como tres ríos en los tres mundos? ¿Cómo llega el Ganges al océano, el cual es el Señor de cada arroyo y río en todo el mundo? Por favor, dímelo y seré feliz". Viswamitra respondió: "Hijo, la cordillera de los Himalayas es la base de todo este mundo: es el hogar para todos los animales y todas las plantas. Himavan, deidad de esta cordillera, tiene dos hijas: Ganga y Uma; Ganga es la mayor de las dos. Ambas eran adoradas por todos. Los dioses pidieron que Ganga les fuera entregada para poder tener prosperidad. Así que Himavan les dio a Ganga, para recibir sus bendiciones y beneficiar a los tres mundos.

"La hija menor, Uma, entró en una vida de extremo ascetismo. Se sometió a una ardua disciplina espiritual, surgida de un desapego supremo por todo lo mundano. Himavan quiso casarla, pero a pesar de todos sus esfuerzos no lo pudo lograr. Finalmente, persuadió a Rudra (Shiva) para que aceptara casarse con ella. De esta manera ella también se volvió digna de la adoración de los tres mundos.

"El Ganga que ven aquí es la Ganga que los dioses se llevaron consigo y que ha venido a la Tierra y tiene tres niveles, uno en el cielo, uno en la tierra y otro subterráneo".

El sabio Viswamitra seguía su viaje hacia la ciudad de Mitila con Rama y Lakshmana, así como algunos de sus discípulos, regalándoles, día y noche, pintorescas descripciones sobre su propia historia, de los acontecimientos históricos acaecidos en los lugares por donde pasaban, así como los anales de las diferentes dinastías que gobernaban las regiones por las que cruzaban.

Esa tarde, cuando estaba sentado haciendo sus abluciones rituales, Rama le recordó que quería saber el origen de aquel río sagrado. Viswamitra respondió: "¡Ramachandra! Tus ancestros son responsables de que Ganga viniera a la Tierra. Como resultado de sus buenas acciones, las personas que habitan la Tierra se santifican cuando se bañan en las aguas sagradas y llevan a cabo ritos ceremoniales y abluciones tanto al amanecer como al atardecer. El Ganges es el río supremo de pureza divina. Sus aguas nectarinas pueden conferir inmortalidad. La primogénita Ganga habitaba en los cabellos de Shiva, y por esa razón es especialmente auspiciosa. Otorga todo lo que es benéfico". Al oír a Viswamitra elogiar al río en tales términos, Rama dijo: "¿Cómo fue que mis ancestros pudieron traer a la Tierra un río con atributos tan sorprendentes de poder y pureza? Si nos puedes describir la historia nos daría una gran alegría".

Cuando Viswamitra escuchó esa petición hecha con tanta humildad, dijo: "Escucha. Hace mucho tiempo Ayodhya fue gobernada por un emperador llamado Sagara, un monarca justo y valiente. Fascinado por sus cualidades, tanto de mente como de corazón, el rey de Vidarba le dio en matrimonio a su bienamada hija Kesini. Ella también era una estricta seguidora del camino del dharma; nunca se alejaba de la senda de la verdad.

"Sin embargo, y a pesar de que habían pasado muchos años, no fueron bendecidos con progenie. Por eso Sagara se casó con la encantadora hija de Arishtanemi, llamada Sumati; la tomó como segunda esposa, de acuerdo con Kesini. Pero ella también resultó estéril, así que el rey decidió pasar el resto de su vida en ascetismo. Se fue a la orilla de un río donde el sabio Brigu tenía su ermita. Con sus dos esposas, vivió en la más severa disciplina de los anacoretas.

"Así pasó mucho tiempo. Un día, al romper el alba, el sabio Brigu, firme defensor de la verdad, apareció ante él y dijo: «Oh rey, deja de atormentar tu cuerpo. Tú ganarás renombre en este mundo: muy pronto serás bendecido con la dicha de un hijo». Tan pronto como escuchó estas palabras de compasión y gracia, Sagara abrió los ojos y vio al santo delante de él. Inmediatamente se postró a sus pies y dijo a sus esposas que hicieran lo mismo y le rogó que las bendijera.

"La reina mayor, Kesini, inclinó su cabeza y se postró a sus pies, pronunciando un himno de adoración. Brigu le preguntó: «Madre, ¿deseas un solo hijo para que la continuidad de tu descendencia no se rompa, o deseas un número mayor de hijos que estén dotados con enorme fuerza física y sean famosos?» Ella respondió que con un solo hijo sería suficiente y rogó que su deseo le fuera concedido. Brigu aceptó su petición y la bendijo.

"Cuando Sumati, la segunda esposa, se postró ante él, le hizo la misma pregunta. Ella deseó muchos hijos fuertes y valientes, y el sabio le otorgó el deseo y la bendijo para que se cumpliera.

"Feliz por las bendiciones del sabio, Sagara regresó a su ciudad, acompañado de sus esposas. Grabaron en su mente las bendiciones que habían recibido y pasaron el tiempo confiadamente. En pocos meses, ambas reinas concibieron y esperaron el feliz momento. Cuando los nueve meses pasaron, Kesini dio a luz un hijo y Sumati a muchos.

"Conforme pasaban los días, los hijos empezaron a jugar con otros niños de la misma edad y más tarde salían del palacio en busca de compañeros y nuevos juegos. El hijo de Kesini, Aswamanja, los llevaba a la orilla del río Sarayu, pero se deleitaba empujando a los niños al río y reía gozoso cuando se ahogaban. Pronto se ganó una terrible reputación de asesino.

"Cuando llegaron a la adolescencia, Sagara seleccionó a las novias para cada uno de ellos y se celebraron las bodas. Pero como Aswamanja continuaba con sus crímenes, los habitantes de Ayodhya tenían el corazón apesadumbrado por esa incorregible maldad. Un día se acercaron a Sagara y entre lamentaciones le hablaron sobre las atrocidades de su hijo mayor. Entonces el rey ordenó que Aswamanja dejara la ciudad inmediatamente, exiliado a la selva. Aswamanja tenía un hijo, y tuvo que dejar a su esposa y a su niño al cuidado de sus padres.

"Los años pasaron, y Amsumanta, el hijo de Aswamanja, creció y ganó fama en todo el mundo por amoroso, virtuoso y valiente. Una vez, Sagara decidió llevar a cabo el gran sacrificio del caballo, y fijó una fecha favorable para iniciar el rito...". Cuando Viswamitra estaba en este punto de la narración, Rama le preguntó: "Maestro, ¿el sacrificio del caballo se llevó a cabo en Ayodhya o escogió alguna ribera sagrada?" Viswamitra sonrió y contestó: "Rama, me doy cuenta de qué atento estás a lo referente a los sacrificios y cuán respetuosa es tu actitud hacia los sabios. Los describiré en detalle como deseas. Escucha: hay una cordillera sagrada frente a los Himalayas llamada Vindya. La región en medio de estas dos cordilleras es famosa por todos los rituales y sacrificios que se llevan a cabo. Así pues, el sacrificio del caballo se hizo en esa región. Asistieron expertos en la recitación de himnos védicos, y en el eco de las montañas se escuchaba una y otra vez la fuerte y correcta dicción de las fórmulas rituales prescriptas. Miles observaban con gran alegría aquella ceremonia sin igual. Se condujo a un caballo bellamente enjaezado y se le adoró; luego se le dejó que fuera adonde quisiera. Para poder librar de cualquier obstáculo a su libre movimiento (lo cual significaría, en quien se opusiera, la ambición de ser libre de la dominación de su soberano Sagara), Amsumanta siguió al caballo con un ejército muy bien armado para poder enfrentarse a cualquier situación. Luego de recorrer el reino, nadie se había opuesto a su paso, así que el caballo fue conducido de regreso. Sin embargo, en el momento preciso en que el sacrificio se tenía que realizar en el estilo védico ortodoxo, el caballo no aparecía por ninguna parte. A este respecto, se cree que la pérdida del animal y no poder encontrarlo en el momento auspicioso trae malas consecuencias a los organizadores del ritual. Así que Sagara se sentía muy contrariado, y mandó a los numerosos hijos de su segunda esposa, bien armados, a buscar el caballo y traerlo de nuevo al altar donde se llevaba a cabo el ritual. Pidieron ayuda de los dioses y hasta de los demonios y buscaron en todas partes, incluso hasta escarbaron, no fuera a ser que el caballo hubiera sido escondido bajo tierra por sus captores. No obstante su esfuerzo, tuvieron que regresar y hablar del fracaso de su misión.

"Sagara se enfureció. «¿De qué sirven tantos hijos si sólo saben decir que no pueden hacer nada? ¿Por qué se paran frente a mí con esas caras? Vayan y no regresen hasta que hayan recuperado el caballo.»

"Los hijos reaccionaron al escuchar estas iracundas palabras, y regresaron determinados a no dejar ni un rincón sin examinar. Montañas, lomas, lagos, ríos, cuevas, ciudades y pueblos, bosques y desiertos... para qué alargar la lista; buscaron cuidadosamente en cada prado, en cada metro de tierra. Durante su búsqueda encontraron a un ermitaño profundamente inmerso en meditación, y el caballo estaba ahí, pastando con toda calma.

"Al verlo, sintieron mucha alegría, pero también ira cuando sus miradas cayeron en el ermitaño. Oscilaban entre estas emociones conflictivas. Su razón falló; sus corazones se endurecieron. Le gritaron al ermitaño: «¡Bruto, villano, has robado nuestro caballo y lo escondiste aquí!» Lentamente el sabio Kapila abrió los ojos y miró a su alrededor. Los hijos de Sagara le arrojaron piedras, e incluso querían golpearlo.

"Como Kapila vio que las palabras y las explicaciones eran inútiles contra aquellos rufianes, decidió tratarlos de otra manera, así que, con sólo posar su mirada en ellos, los convirtió en cenizas.

"Mientras tanto Sagara estaba enormemente preocupado por la inusitada demora. No podía dejar la ceremonia a medias, pero ¿cómo podía llevarla a buen término? Al ver su preocupación, su nieto Amsumanta se postró a sus pies y se ofreció a buscar al caballo y a sus tíos y traer noticias. Sagara lo bendijo y lo mandó a cumplir esa tarea.

"Amsumanta se dedicó a buscarlos, noche y día, hasta que lo logró. Vio señales de que sus tíos habían sido convertidos en un montón de cenizas. Estaba ansioso de llevar a cabo las ceremonias funerarias para aquellas almas, pero no encontró pozo, estanque o arroyo, lo que era importante para depositar las ofrendas del funeral. Lleno de pena, siguió buscando. Entonces, un anciano se cruzó por su camino y le dijo: «¡No permitas que te venza la tristeza, querido niño! Tus tíos fueron convertidos en cenizas por el sabio Kapila, por el bien del mundo. Por eso no te contentes con ofrecer tus rituales con aguas mundanas. Consigue agua sagrada del celestial Ganges, Trae el Ganges a la tierra para que las aguas sagradas corran por las cenizas. Así, esas almas habrán sido salvadas. Pero primero llévate el caballo para que el sacrificio concluya gloriosamente. Después podrás pensar en alguna manera para traer el sagrado Ganges a la tierra». Amsumanta se postró a los pies del ermitaño y se apresuró a llegar con su abuelo, que aún mantenía el ritual en espera del animal consagrado.

"Sagara lo esperaba con tal ansiedad que no había podido dormir, así que cuando llevaron el caballo, él y los sacerdotes védicos estaban muy contentos. Amsumanta creyó que no sería adecuado avisar en ese momento que sus tíos habían fallecido por la maldición de un sabio. Así que dejó que llegara a término el ritual, y que se repartieran los regalos a los sacerdotes e invitados.

"Después que todo hubo terminado, Amsumanta hizo un relato detallado de lo que había sucedido a sus tíos, y animó a su abuelo a que trajera el sagrado río Ganges a la tierra donde descansaban las cenizas, y a Sagara le pareció acertada la sugerencia. Se sometió a muchas disciplinas ascéticas, ceremonias y rituales que, de acuerdo con el consejo de los mayores, inducirían al Ganges a concederle la gracia que él pedía, pero no tuvo éxito. Día a día su salud se debilitaba por la pena, por la pérdida de sus hijos y por no haber podido asegurarles un brillante futuro. Por último, este hombre decepcionado se deshizo de su cuerpo.

"Rama, entonces los ministros coronaron a Amsumanta luego de haber consultado la voluntad del pueblo. El rey gobernó impecablemente porque su moralidad y espiritualidad eran muy firmes. Cuidaba a la gente como si fueran niños nacidos de su propia progenie. Cuando envejeció, le cedió el trono a su hijo D¡lipa, y se retiró a los Himalayas para llevar a cabo las disciplinas ascéticas que él mismo quería imponerse. Su propósito no sólo era la auto rrealización; quería traer el río Ganges por el bien y salvación de sus tíos fallecidos. Sin embargo, tuvo que dejar su cuerpo sin haber podido cumplir su deseo.

"D¡lipa también tenía el mismo anhelo, ya que sabía cuán intensamente su padre y su abuelo habían ansiado aquella consumación: lograr traer el Ganges a la tierra. Así que lo intentó por distintos medios. Hizo muchos ~as difíciles siguiendo el consejo de los sabios. El dolor de no poder cumplir con el ideal de la familia lo invadió y se volvió un enfermo crónico. Al ver que su fuerza física y mental se debilitaba, puso a su hijo Bhagirata en el trono y le confió la misión que él no había podido cumplir. Poco después, D¡lipa también falleció.

"Bhagirata, que brillaba por su resplandor espiritual, prometió lograr la labor que le había encargado su padre. Aunque gobernó satisfactoriamente, estaba triste por no tener un hijo que continuara su linaje. Esto, junto con la tarea suprema de traer el río Ganges, lo forzó a entregar el gobierno a sus ministros y retirarse en silencio al famoso Gokarnakshetra, donde se quedó practicando severas austeridades, como soportar el calor del sol y comer sólo una vez al mes. Por fin, apreciando su austeridad, Dios se compadeció de él: «Hijo. Pide cualquier gracia y te la otorgaré».

"Bhagirata tuvo la visión del Uno con el brillo de mil soles. Se postró sobrecogido de gratitud y devoción: «¡Señor, haz que el Ganges celestial venga a la tierra, para que mis bisabuelos puedan salvarse de la perdición y puedan regresar al Cielo. Favoréceme también con hijos para que la dinastía lkshvaku no se extinga conmigo como su último representante. Que mi linaje pueda continuar y florecer». Se aferró a los pies del Señor haciendo su súplica.

"El Señor respondió: «Hijo, el primero de tus deseos es muy difícil de cumplir, sin embargo, lo haré. En cuanto a lo de tu descendencia, sí, tendrás un hijo y tu dinastía continuará y florecerá. ¡Levántate!» Bhagirata se puso de pie y el Señor continuó: «Bhagirata, el Ganges es muy caudaloso y rápido, así que cuando caiga del cielo, la tierra no va a poder soportar su impacto. Por tal razón, y como gobernador de esta tierra, tienes que reflexionar sobre el problema y encontrar los medios con los cuales se pueda evitar ese desastre. Cuando el Ganges descienda a la tierra, el efecto será terrible, por eso se debe hacer que el río caiga primero sobre la cabeza de Shiva; de ahí, las aguas se pueden llevar ala tierra sin que su impacto sea tan tremendo. Esta es la mejor manera para evitar dañar a los habitantes de la tierra. Considéralo muy bien». Y después de hablar así, el Señor se fue.

"Desde ese momento Bhagirata empezó a practicar sus austeridades para propiciar a Shiva y, por último, logró ganar su favor y su consentimiento para recibir al Ganges directamente sobre su cabeza cuando descendiera del cielo. Y así fue como el gran río cayó sobre Shiva y luego fluyó desde su cabeza hasta la tierra, en siete ramales distintos: Hladini, Nalini y Pavani, que corrieron hacia el este; Subhikshu, Sita y Sindu fluyeron hacia el oeste, y el séptimo siguió los pasos de Bhagirata, es decir, hacia los montículos de cenizas de sus bisabuelos, quienes esperaban ser rescatados del infierno.

" El río fluyó por la ruta que Bhagirata tomó, y a lo largo del camino los hombres se beneficiaban del río sagrado purificándose en él; fueron liberados de los efectos de sus pecados por la influencia purificadora del Ganges celestial. Los bisabuelos también se redimieron gracias a los ritos fúnebres que se realizaron en la ribera de la tres veces sagrada corriente.

"Ya que Bhagirata trajo el Ganges a la tierra, el río recibió el

nombre de Bhagirati. Después que las ceremonias de los antepasados terminaron, Bhagirata regresó a Ayodhya, feliz de haber podido cumplir, con la gracia divina, los más vehementes deseos de su padre y de su abuelo. Gobernó el imperio por muchos años recibiendo el homenaje espontáneo de sus contentos súbditos. Por último, él también abandonó su cuerpo".

Cuando Viswamitra relató la historia de sus antepasados, Rama y Lakshmana quedaron maravillados. Pero el sabio dijo que ya era medianoche y que todos debían ir a dormir, así que se postraron ante su preceptor y se acostaron sobre las mullidas arenas de la ribera. Sin embargo, Rama y Lakshmana no podían dormir, se recostaron sólo por obedecer a su maestro, no porque necesitaran descansar. Se acostaron imaginando la maravillosa historia del Ganges descendiendo del cielo, hasta que se dieron cuenta de que había amanecido. Entonces hicieron las abluciones y rituales matutinos en el río y se prepararon para el viaje que todavía tenían por delante. Tan pronto como unos discípulos les avisaron que la embarcación estaba lista, todos se dirigieron a ella, tomaron sus lugares y cruzaron el río sagrado. Llegaron a la ribera norte y empezaron la siguiente etapa de su viaje, admirando el escenario selvático por el que pasaban.

Luego avistaron una ciudad llena de preciosos edificios. Rama se dirigió a Viswamitra preguntándole: "Maestro, desde esta hermosa colina estamos viendo una gran ciudad. ¿A qué reino pertenece?" El sabio le contestó: "Rama, parece que estuviera cerca, pero de hecho nos va a tomar bastante tiempo llegar allá. Tal vez sea por la tarde. Te contaré la historia del origen y fortuna de esa ciudad cuando estemos llegando a ella. Mientras tanto, continuemos". Rama escuchó las palabras del sabio con una sonrisa en los labios; entendió el significado de esta orden y caminó sin decir nada.

Cuando descendieron al valle, no encontraban ninguna señal de la ciudad ni casas; no obstante, desde arriba parecía que la ciudad estaba muy cerca. Caminando, hallaron que aunque ya atardecía, no podían llegar a la ciudad aún. Tal como Viswamitra había dicho, la ciudad se encontraba muy lejos. Al caer la noche se detuvieron y, después de un baño, hicieron los rituales como indican los Shastras. Mientras descansaban, Rama volvió a hacer la pregunta. "Maestro, ¿nos podrías contar acerca de la ciudad?", y Viswamitra dijo: "Rama, yo también estaba pensando en eso ahora mismo. Aunque me doy cuenta de que tú sabes cómo funcionan todas las mentes; aun así el velo de maya (la apariencia de realidad) esconde el hecho y precipita al hombre por caminos equivocados. No todos pueden ser los amos de su mente. Cuando personas como yo encontramos que es imposible mantenerla bajo control, ¿qué podría decir del hombre ordinario? ¡En el mismo momento en que me vino a la mente el pensamiento de que te habías olvidado de preguntar acerca de la historia de la ciudad, tú me preguntaste! No necesito ninguna prueba más que indique que tú eres el que todo lo sabe.

"¡Rama! En el principio de los tiempos, Kasyapa tuvo dos esposas, Aditi y Diti. Los hijos de Diti eran famosos por su fuerza física, y los de Aditi por su grandeza moral. Cada día que pasaba crecían en fortaleza. Los padres se sentían felices por ello, observándolos crecer rápido y fuertes.

"Un día, los hijos de ambas se reunieron para discutir la forma de evitar la vejez, y finalmente llegaron a la conclusión de que el néctar (amrita) que se obtiene de batir el océano de leche, curaría las enfermedades, el envejecimiento y la muerte. Por lo tanto, pronto se pusieron en marcha para realizar esa tarea. La montaña Mandara fue arrancada y echada en el océano para que sirviera como vara en el batido. La serpiente Vasuki fue escogida como cuerda para amarrarla alrededor de la montaña con el fin de moverla con rapidez. Cuando llevaban un buen rato batiendo, la serpiente Vasuki empezó a vomitar su veneno. Estaba enfurecida debido al dolor que le causaban los colmillos al chocar con las rocas del pico de la montaña. Las fumarolas venenosas rugían como grandes llamaradas.

"Al ver esto, los hijos de Diti y Aditi estaban mortalmente asustados, creían que se quemarían hasta quedar convertidos en cenizas en aquel holocausto. Le imploraron al Señor para que los socorriera. Cuando Vishnu apareció ante ellos, los hijos de Diti clamaron patéticamente: «¡Señor, sálvanos! ¡Acaba con este aterrador desastre!» El Señor se convirtió en Shiva y dijo: «Queridos míos, yo soy el mayor de los dioses, y por lo tanto, soy digno de recibir el primer fruto de este batido». Luego bebió sin demora el veneno que les estaba causando pánico.

"Después, los hijos de Diti y Aditi continuaron batiendo el océano. Otra calamidad los amenazó entonces: la montaña Mandara empezó a hundirse, y le rogaron nuevamente al Señor Vishnu, quien reapareció y dijo: «Queridos niños, no se asusten». El Señor entonces tomó la forma de tortuga y poniéndose bajo la montaña, la elevó en su caparazón y la mantuvo a salvo hasta que el batido terminó. Los hijos de Kasyapa estaban muy agradecidos y felices. Alabaron al Señor profusamente.

"Del océano de leche emergió un dios con un báculo y una vasija con agua en sus manos. Su nombre era Dhanvantari. Cuando los hijos de Diti y Aditi lo estaban viendo, brotó del océano una sustancia dulce y espesa (rasa) de la cual se formó una bola que, a su vez, pronto se derritió y disolvió; de ella surgió un grupo de doncellas, a las que, debido a que nacieron del rasa, se les conoce como Apsaras: Ellas trataron de muchas maneras de persuadir a los hijos de Diti y Aditi a que se casaran con ellas; rogaron y rogaron, pero todos sus esfuerzos fueron en vano; por eso vivieron solteras, libres y veleidosas. Luego, de las olas surgió Varuni, la hija del dios del agua; ella tenía un cáliz lleno de licor. Los hijos de Diti lo rechazaron, pero los hijos de Aditi sí lo bebieron. Aquellos que rehusaron el licor (sura) se conocen como asuras (demonios), y aquellos que lo aceptaron, como suras (dioses).

"Por último, de ese océano de leche surgió el ansiado néctar. ¿Quiénes debían beberlo? Aquí surgió una controversia entre los hijos de Diti y los de Aditi. En la terrible batalla que siguió, los hijos de Aditi empezaron a destruir a los hijos de Diti. Parecía que esta batalla sería una lucha de extinción total. La tierra temblaba cuando chocaban las armas. El miedo y la ansiedad esparcieron sus oscuras nubes sobre el mundo. De pronto, Vishnu apareció ante los combatientes en la forma de subyugante y encantadora mujer, quien cautivó los corazones de todos y alejó sus mentes del combate en el cual se habían enfrascado. Encantó a todos, pero durante su aparición el preciado néctar desapareció.

"Todos los hijos de Diti habían muerto. La pena de la madre era inconsolable. Kasyapa no podía volverla a la normalidad. Fallaban sus intentos por enseñarle lo efímero de las cosas. Se lamentaba y gemía como si el fin del mundo hubiera llegado.

"Finalmente Diti se tranquilizó; se acercó a Kasyapa y, tratando de ocultar su dolor, dijo: «Señor, ¿es esto justo? Las dos tuvimos hijos tuyos. Ahora me he quedado sin hijos. ¿Debo lamentarme para siempre? Ni siquiera uno de mis hijos está vivo. Mejor que tener muchos hijos de corta vida, es preferible tener uno pero que viva muchos años, ¿no es así?», y se soltó llorando. Kasyapa entonces la consoló y le dijo que hiciera austeridades con el fin de propiciar a los dioses, para que con la gracia de ellos tuviera un hijo que pudiera vivir muchos años. Le aconsejó que olvidara su pena, pues eso impediría que se cumpliera su deseo. Animada por él y teniendo sus bendiciones, se fue inmediatamente y empezó sus austeridades con el propósito de recibir la gracia de los dioses, la que le permitiera tener un hijo que fuera capaz de vencer al dios de los dioses, ¡a Indra mismo!

"Kasyapa le dijo: «La austeridad no es una disciplina fácil. Uno debe mantenerse puro hasta el final; debe llevar a cabo ayunos y cumplir sus votos sin infringirlos en lo más mínimo; sólo entonces los dioses estarán complacidos y te otorgarán su gracia».

"Diti llegó a la región conocida como Kusaplava y empezó un riguroso ascetismo. Sabiendo a lo que estaba resuelta, Indra quiso probarla y llegó a ella disfrazado como su ayudante. El ruego de Diti fue escuchado; se embarazó por medio de la gracia Divina. Pasaron los días y los meses; Indra estaba a su lado, como su ayudante. En una ocasión, durante las horas calientes del mediodía, vencida por el sueño, se acostó con el pelo suelto, con la cabeza a los pies de la cama. Esto iba en contra de las reglas estrictas de la pureza ceremonial que debía guardar con tenacidad. De esta manera, Indra tuvo su oportunidad; notó que la postura era indebida y contraria a los mandamientos sástricos, de manera que la castigó fragmentando el feto en su vientre. Los fragmentos empezaron a llorar dentro del seno porque sus miembros y segmentos se habían roto; «su asistente», Indra, les habló suavemente: ¡Maa ruda! (no lloren). Diti tuvo intensas hemorragias, se lamentaba de su destino y lloró desconsoladamente.

"Indra se puso enfrente de ella con las palmas unidas y dijo: «Madre, perdóname, pero actuaste en contra de las reglas de la pureza y rompiste tu voto. Tu pelo estaba suelto y tu cabeza en el lugar donde se ponen los pies. Al dormir así, faltaste a tus austeridades; cuando tu enemigo, que está esperando una oportunidad para frustrar tu fortuna, la tiene, ¿se quedará callado? Soy Indra que he tomado esta forma. Tú orabas por un hijo que pudiera matarme, ¿no es así? El feto en tu vientre sería quien me iba a destruir, así que aproveché la oportunidad para anular a mi enemigo, incluso no lo destruí con acciones condenables. Tú sabías que era esencial que siguieras estrictamente el voto para que tu plan tuviera éxito; debías haberte asegurado de no violar el código. El feto ha sido cortado en siete fragmentos y les he dicho: Maa ruda. Así que nacerán como los siete marutas divinos (dioses del aire); te confiero esta gracia». Indra habló así y regresó al cielo.

"Rama, éste es el lugar donde Indra y Diti mantuvieron ese diálogo y ese compromiso. Aquí lkshvaku tuvo un hijo de Alamba Devi, que se llamó Visala. En su honor este reino lleva su nombre. Visala tuvo a Hemachandra el poderoso, un gran filósofo, quien a su vez tuvo a Subadra, y éste a Dhumraswa, y su hijo se llamó Srinjaya, y el hijo de Srinjaya fue Sahadeva. Sahadeva llegó a ser muy rico; era un fuerte pilar de la rectitud y la moral y fue un valeroso gobernante del reino durante un período muy largo. Su hijo Somadata tuvo a Kakusta, y Sumati fue hijo de este heroico monarca; asimismo, él también es un gobernante virtuoso y recto; en pureza y santidad es igual a los dioses. ¡Rama! hoy entraremos en la ciudad de Vísala y dormiremos ahí; mañana llegaremos a la ciudad del emperador Janaka". Cuando escucharon esto, todos se sintieron felices. Las noticias de la llegada de Viswamitra le fueron comunicadas a Sumati por los mensajeros, y él se apresuró a recibirlo con cortesanos, ministros, eruditos y sacerdotes, rogándole que entrara a la ciudad y santificara el palacio con su visita.

Viswamitra estaba complacido con su humildad y reverencia. Dulcemente preguntó por su salud y bienestar, así como por su reino. Mantuvieron una conversación durante un rato acerca de los asuntos del reino y de la dinastía, cuando los ojos de Sumati se posaron en los hermanos Rama y Lakshmana. Estaba tan fascinado por su encanto y dignidad, que preguntó a Viswamitra quiénes eran esos "cachorros de león"; Viswamitra le contestó: "Sumati, ésa es una larga historia que ahora no tengo tiempo de contarte. Te hablaré de ella cuando lleguemos". Entonces Sumati guió hacia la ciudad a todos los monjes y ascetas, así como a Rama y Lakshmana. Viswamitra caminó y platicó con Sumati durante todo el trayecto asuntos relacionados con el reino. Al llegar a las puertas de la ciudad, se alcanzaba a oír música y vocerío. Los sacerdotes recitaron himnos de las Escrituras, de bienvenida y buenos deseos.

Después de la fiesta de recepción organizada por el rey de Vísala, Viswamitra describió a la concurrencia realeza, sacerdotes y eruditos su propio santuario, la Ermita de los Logros, y el ritual que había celebrado, así como la heroica manera en que Rama y Lakshmana habían defendido los recintos del sacrificio de los terribles demonios. Todos aquellos que oyeron hablar de la habilidad y el valor de los príncipes se maravillaron. Los vieron con admiración, y sintieron que Nara y Narayana habían vuelto a venir. Se postraron ante ellos, inundados por un sentimiento de reverencia.

Como ya era tarde, Rama y Lakshmana se postraron a los pies de Viswamitra y, con su permiso, se fueron a las habitaciones que les habían asignado. Se levantaron antes del amanecer, hicieron sus abluciones y ritos matutinos y fueron con su preceptor, a buen tiempo para proseguir la siguiente etapa de su viaje. Expresaron su agradecimiento al rey Sumati, y continuaron hacia Mitila.

Sumati los acompañó un trecho y después se despidió del sabio y de los demás. Viswamitra caminó con sus discípulos y los príncipes. Hacia el mediodía, llegaron a una inmensa campiña, la cual había albergado un enorme número de ermitas muchos años atrás, de las cuales sólo quedaban ruinas. Uno podía ver altares que alguna vez habían recibido amoroso cuidado, así como lugares donde el fuego sagrado había sido alimentado. Rama notó que era un lugar santificado por ascetas y sabios, y a Viswamitra le llamó la atención lo acertado de sus conjeturas. Viswamitra sonrió y dijo: "Rama, has observado correctamente. Estoy muy contento. Te diré por qué se fue el gran personaje que habitaba en este lugar. Escucha: Hasta los dioses aclamaban este recinto sagrado. Esta es la ermita de Gautama Maharshi. Durante muchos años, él habitó aquí con su esposa Ahalya. Con gusto pasaba por las más severas austeridades y los ritos más complejos. Esta campiña resplandecía con grandeza espiritual, brillaba y estaba llena de paz y dicha. Cada día era una jornada sagrada para las personas que aquí habitaban. Ahalya, la esposa del sabio, era una mujer poseedora de grandes virtudes y una estrella de perfecta belleza. No había nadie igual a ella en hermosura y encanto; por eso Gautama la mantenía siempre bajo vigilancia, la cuidaba mucho. Un día, mientras el gran sabio estaba ausente de la ermita, Indra, el jefe de los dioses, vino al lugar, disfrazado del mismo Gautama. La virtuosa Ahalya lo confundió con su señor y lo atendió con reverencia, pero el verdadero Gautama entró y descubrió su aparente infidelidad. Reconoció a Indra a pesar de su disfraz y se enfureció terriblemente: «¡Ser de mente maligna!», gritó, pero Indra había desaparecido ya.

"Se volvió hacia Ahalya y en su ira rugió: «Te has propuesto destruir esta ermita dando rienda suelta al vicio, ¿no es así? Pues no permaneceré aquí ni un minuto más. No tolero ni ver tu cara. Y tú, tú te moverás escondida entre los arbustos viviendo como un duende en el aire, sin comida ni bebida. Me voy de aquí». Gautama odió aquel lugar que había sido profanado por el engaño.

"Ahalya lloró hasta que el corazón se le salió; alegaba ser inocente de cualquier pecado, de haber sido engañada por el disfraz, y motivada por la veneración hacia su señor, se abrazó a sus pies y rogó ser perdonada. Gautama se ablandó un poco ante sus ruegos; ahora la verdad era clara para él, pero ya que uno no puede retractarse de sus propias palabras, dijo: «¡Ahalya, tú sabes que yo he prometido que jamás iré en contra de la palabra dada, así que tendrás que permanecer entre arbustos y espinos, triste y hambrienta hasta que Rama, el hijo de Dasarata, venga por este camino. Al verte, derramará su gracia sobre ti permitiéndote tocar sus pies, y te hablará con gran compasión; su bendición a través de la vista, el contacto físico y el habla te purificarán, y brillarás, con tu verdadera forma y encanto. Entonces me reuniré contigo».` Diciendo esto, Gautama dejó el lugar dirigiéndose hacia la región de los Himalayas. Desde ese momento, Ahalya perdió su nombre y su forma, vive del aire y está cumpliendo cabalmente su austeridad, deseosa de reunirse con su señor. Desde entonces esta campiña, que alguna vez fue hermosa, empezó a descuidarse".

Cuando Viswamitra narró esta historia, Ramachandra expresó mucha sorpresa: "¿Qué? ¿Me estás diciendo que ella está esperándome? ¡Pobrecita!; dime dónde está". Y al tiempo que Rama avanzaba, Viswamitra y Lakshmana lo siguieron a prudente distancia. Pasó entre los enmarañados matorrales y encontró una cabaña más allá de unos arbustos espinosos.

Ahalya, absorta en austeridades, se había mantenido alejada de los ojos de los dioses, demonios y hombres, había olvidado su nombre y su forma; no le interesaba comer ni dormir, existía solamente como un pedazo de roca. Parecía la luna escondida entre las nubes, o el fuego del sacrificio cubierto por espesas cortinas de humo; cuando Rama se aproximó, su pie tocó a Ahalya.

Ahalya levantó su cabeza, y al ver la encantadora forma divina de Rama, tomó sus pies exclamando: "¡Ah, me he salvado! Oh, Dios, has venido a rescatarme del pecado, por fin se ha conmovido tu corazón". Mostró su agradecimiento con múltiples alabanzas. Se levantó como la luna detrás de las nubes, radiante y fresca, y en ese momento Gautama, quien era un gran maestro de los misterios del yoga, apareció entre ellos, pues sabía que Rama había rescatado a su esposa. El la aceptó purificada luego de su rigurosa austeridad y de haber sido bendecida por Rama. Tanto marido como mujer se postraron a los pies de Rama y Lakshmana, llenos de la bienaventuranza que habían recibido. Gautama veneró y honró a Viswamitra. El grupo de discípulos estaba asombrado ante la maravilla que había presenciado; vieron a los hermanos con una mirada de éxtasis. Viswamitra se despidió de Gautama, y caminó hacia el noreste con Rama y Lakshmana a su lado.

Por la tarde se aproximaron a una ciudad. El sabio la señaló diciendo: "Esa es Mitila, ese vasto conglomerado de magníficos edificios". Los hermanos, así como los discípulos del sabio, saltaron de alegría, y a partir de ese momento empezaron a caminar más rápido, olvidándose del agotamiento físico; así, pronto llegaron a la entrada principal de la ciudad.

Dondequiera que miraban, veían ascetas y sacerdotes recitando los Vedas. Vieron muchas casas donde tenían fuegos de sacrificio alimentados con ofrendas rituales. Debajo de cada árbol, cobijándose en su sombra, había grupos de personas cerca de sus carretas de bueyes, en las que se habían transportado de todas partes del país. Había hombres y mujeres, viejos, jóvenes y niños, pertenecientes a todas las castas y oficios, personas de todos los niveles de vida reunidos en cada rincón; era como estarse moviendo en un río de alegría. La ciudad estaba llena de gente que iba de un lado a otro por todas las calles. El sabio y sus seguidores llegaron a la orilla de un estanque con poca gente, y ahí decidieron acomodarse. La hora de las abluciones vespertinas había llegado; se dieron un baño y terminaron los ritos prescriptos.

Cuando el yajna era inminente, cortesanos y guerreros del palacio iban hacia los monjes que llegaban en todo momento, para preguntarles sus nombres, sus maestros y las ermitas de donde provenían, su nivel espiritual y si habían sido o no invitados especialmente para la ocasión. El emperador Janaka insistía en que toda esa información se le debía comunicar sin demora.

Mientras tanto, Viswamitra había terminado sus abluciones y ritos; se sentó junto al estanque con sus discípulos y los hermanos, quienes parecían estrellas gemelas caídas a la Tierra desde el cielo. Y cuando el sabio les estaba describiendo las glorias de Mitila, un mensajero de la corte se aproximó a ellos y muy amablemente dijo: "Maestro, por favor dime quién eres y de dónde has venido. Somos mensajeros del rey. Obedecemos órdenes y cumplimos con nuestro deber. Si nos dices tu nombre, podemos informarle al rey de tu llegada".

Cuando el mensajero se apresuró directamente al palacio y le dijo al emperador Janaka que el sabio Viswamitra había llegado, el monarca hizo los arreglos apropiados para la recepción del gran sabio; mandó a los principales sacerdotes y eruditos de la corte bajo la guía de Sathananda hacia donde se encontraba Viswamitra.

El grupo se aproximó al estanque recitando himnos védicos de bienvenida y buenos deseos, y Viswamitra se dio cuenta de que venían a llevarlos a la presencia del emperador, y pidió a Rama y a Lakshmana que se prepararan. Mientras tanto, Sathanan da honró a Viswamitra en la verdadera tradición védica, tal como merecía un gran maestro: se postró a sus pies; le ofreció un refrigerio consagrado con mantras védicos y anunció con humildad ejemplar que había venido con otros cortesanos bajo las órdenes del emperador para darle a él y a todos los que lo acompañaban, la más sincera bienvenida. Condujeron al sabio y a los demás a la ciudad, precedidos por músicos que tocaban sus instrumentos.

En cuanto llegaron al camino real, el mismo emperador Janaka avanzó hacia ellos acompañado de ministros y cortesanos y sus parientes más cercanos. Janalca se postró ante Viswamitra diciendo: "Señor, he cumplido hoy mi más grande ambición. Mitila ha obtenido, con tu llegada, un resplandor único". Luego le preguntó acerca de su bienestar y el de sus estudiantes y discípulos. Sus ojos se fijaron en los dos muchachos, Rama y Lakshmana. Le llamaron la atención como encarnaciones de resplandor solar. Durante unos segundos no pudo encontrar palabras; ni siquiera supo dónde se encontraba. Con gran esfuerzo, recuperó suficiente conciencia para preguntar a Viswamitra: "Maestro, ¿quiénes son? Parecen los mismos dioses gemelos, los aurigas divinos, parece que acabaran de llegar del cielo para darme su gracia. Tienen el dulce encanto de esos dioses, tal vez son el sol y la luna que han venido a la Tierra. ¿Cómo ha sido posible que estas juveniles encarnaciones hayan llegado hasta aquí caminando toda esa distancia como simples miembros del grupo guiado por ti? ¿Acaso se conocieron en el camino y es así como llegaron juntos?" Janaka hacía una pregunta tras otra como si hablara consigo mismo, olvidando dónde estaba y lo que en verdad quería saber.

Viswamitra vio su ansiedad y no pudo refrenar su sonrisa y dijo: "Estos son los hijos del emperador Dasarata de Ayodhya. Sus nombres son Rama y Lakshmana. El valor y las destrezas de estos muchachos son sorprendentes y milagrosas". El sabio quería decir mucho más pero pensó que sería mejor contarle acerca de ellos después de llegar al lugar donde se iban a quedar, así que caminaron hacia el sitio que les habían designado.

Tenía la estructura de un templo pequeño y bonito situado en el centro de un precioso jardín y estaba deliciosamente decorado con verdes hojas y festones. El lugar era totalmente silencioso, parecía como si estuviera cargado de paz proveniente del mismo cielo. Estaba bastante cerca del palacio real. Después de mostrarles sus habitaciones, Janaka se postró a los pies del sabio nuevamente, diciendo: "Tu llegada me ha otorgado enorme fortaleza y alegría. Estoy seguro de que tal regalo de la fortuna me ha llegado como resultado de un mérito ganado en muchas vidas. Ahora me iré. De acuerdo con los sacerdotes oficiantes, aún quedan doce días antes de que empiece el yajna. Por favor, quédate en esta ciudad y bendíceme con tu presencia".

Viswamitra le aseguró que no tenía ninguna objeción a su propuesta y de esta manera quitó de su mente cualquier duda que Janaka hubiera podido tener; por su parte, Rama y Lakshmana se miraron como diciendo que serían demasiados días.

Se hicieron arreglos para que pudieran descansar y dormir sin ser perturbados esa noche; del palacio les llevaron leche, fruta y otros alimentos. "Mañana vendré al amanecer para recibir tu darshan dijo Janaka al retirarse . No es propio demorar más tu descanso, pues han llegado de un largo viaje." Janaka regresó con los sacerdotes, sabios y eruditos.

Rama y Lakshmana hablaron entre ellos sobre la devoción y la humildad del emperador y la luz de paz y alegría que brillaba en su rostro. Se sentaron al lado del maestro y compartieron la fruta y la leche. Después de pedir permiso, se fueron a sus habitaciones para descansar.

Esa noche durmieron profundamente. Cuando la luz del día se esparció lentamente por la ciudad, se oyó música de cornetas y tambores por todas partes, los sacerdotes recitaron himnos védicos. Rama y Lakshmana se levantaron y terminaron su baño y otros rituales y se acercaron a Viswamitra. El sabio les dio leche y dijo: "Hijos, Janaka llegará en cualquier momento. Tomen su desayuno y prepárense". Pronto, ellos y los más jóvenes discípulos del sabio tomaron la leche y las frutas, se lavaron las manos y en silencio se reunieron alrededor de su preceptor y se sentaron respetuosamente junto a él.

Mientras tanto, se supo que el emperador Janaka se dirigía al lugar del preceptor real para rendirle homenaje; el sonido de las caracolas y los nueve instrumentos tradicionales anunciaba la cercanía del gobernante del reino. Janaka entró con la auspiciosa pasta de sándalo y los granos de arroz en las manos mientras Sathananda y el grupo entraban en la sagrada residencia. Con el deleite de la gratitud lavó los pies del sabio.

Después de haberse postrado a los pies de Viswamitra, Janaka se paró al lado de la silla alta que habían puesto enfrente del pedestal para que el sabio se sentara. En cuanto Viswamitra se lo indicó, Janaka ocupó su propio lugar. Rama y Lakshmana se sentaron a la derecha del maestro sobre una alfombra en el suelo. Janaka dijo: "Gran sabio, ¿qué es lo que deseas ahora? Estoy listo para aceptarlo y honrarte. Por favor, dímelo". Janaka juntó las palmas de sus manos en oración. Ante esto, Viswamitra sonrió y dijo: "La otra noche, ya que no había tiempo, no podía contarte con detalle. Ahora te platicaré acerca de estos príncipes, Rama y Lakshmana, pues deseabas oír esa historia. Pero si no tienes tiempo ahora, te lo podré contar en algún otro momento". Janaka exclamó: "Maestro, ¿qué otro trabajo más importante puedo tener que experimentar la bienaventuranza de conversar contigo? Esta oportunidad sólo puede ser el fruto de una larga austeridad. Estoy lleno de alegría ante la expectación de que me cuentes acerca de ellos; lo considero una gran suerte".

Viswamitra narró entonces los incidentes que acaecieron desde su aparición en la corte de Dasarata, hasta el ritual y la manera heroica en que los jóvenes burlaron los intentos de los demonios para profanar el ceremonial. Describió la valentía y habilidad de los muchachos en la batalla contra los demonios y alabó sus logros. Durante la narración, lágrimas de alegría y gratitud salieron de los ojos del sabio y continuamente tuvo que enjugárselas con una punta de su propia vestimenta.

Al escuchar estas palabras y llenar sus ojos con la majestuosidad y encantadora belleza de los muchachos, Janaka experimentó gran delectación, el deleite que a menudo sentía durante el samadhi (estado de bienaventuranza) cuando meditaba. Sintió que los muchachos eran encarnaciones de divino esplendor. Aunque a menudo trataba de mirar hacia otro lado, sus ojos estaban sedientos sólo de la visión de aquellas caras semejantes a un loto que provocaban la iluminación. Difícilmente podía Janaka ocultar la expresión de su éxtasis interno y se sentó viéndolos fijamente de manera humilde y reverente. Ni por un momento sintió que era un emperador y que aquellos jóvenes eran los hijos de otro monarca. Tenía la indeleble impresión de que habían venido del Cielo a la Tierra, y el sentimiento se fortaleció con la descripción de sus habilidades y fuerzas sobrehumanas. Se daba cuenta de que eran seres extraños, emparentados sólo con Dios, ya que llevaron a cabo con éxito, inclusive antes de haber entrado a la adolescencia, la custodia de un sacrificio que el célebre Viswamitra no podía llevar a cabo a causa de las alteraciones que sufría. ¡Qué maravilla!

Después, la narración fue resumida por el sabio con el inicio del viaje hacia Mitila, y los relatos del sabio a los hermanos también le fueron explicados a Janaka. Cuando la historia de la purificación y liberación de Ahalya, la esposa del sabio Gautama, en la ermita que estaba cerca de la capital, les fue relatada, Sathananda se sorprendió enormemente y dijo: "¡Qué! ¿Mi madre ha sido liberada de la maldición? ¿Estas divinas personas han retornado la santidad a mi madre y la han devuelto a mi padre? ¡Ah! Sin ninguna duda son divinos". Ríos de lágrimas de gratitud y alegría brotaron de sus ojos y de la emoción no podía ni moverse, parecía una columna. Viswamitra lo observó y dijo: "¡Hijo! No te sorprendas tanto con lo que ha sucedido hasta ahora. En los días siguientes ocurrirán cosas mucho más sorprendentes, que causarán admiración y bienaventuranza por su gloria sobrehumana. Tus padres también llegarán a la ciudad de Mitila mañana o pasado, y podrás oír de sus bocas la maravillosa historia de Rama y Lakshmana. Cálmate".

Ante esto, el emperador Janaka dijo: "¡Maestro, qué afortunados son los padres que tienen a estos hijos divinos! ¡Qué afortunado soy yo, que han venido a mi casa!" Se dirigió hacia Rama y Lakshmana y les dijo: "Queridos míos, discúlpenme si la residencia que les dispuse no es de su agrado o no es adecuada para su nivel. Si así lo desean, les daré un lugar más apropiado. Si quieren, puedo mostrarles la ciudad, ya que ustedes son viajeros que han llegado a Mitila, pidan lo que quieran sin reservas; me sentiré feliz cuando me lo pidan". A estas palabras, pronunciadas con bondad y humildad ejemplares, Rama contestó de una manera que revelaba el respeto que sentía hacia Janaka.

Dijo: "¡Maharaja! No somos sino niños, así que no creemos que haya que hacer ninguna cosa. Nos sentimos felices. No hay ninguna necesidad de molestarse arreglando algún otro lugar para nosotros. Sin embargo, si tanto nos aprecias, te pedimos que nos cumplas un deseo...", y sin mencionarlo que era miró a su preceptor; entonces el sabio habló: "Janaka, la misión por la que los príncipes vinieron desde Ayodhya terminó cuando el ritual que me propuse se llevó a cabo sin profanaciones. Rama y Lakshmana pidieron permiso para regresar a casa. Mientras tanto, recibí tu invitación con respecto al yajna que vas a llevar a cabo, así que le pedí a estos muchachos que me acompañaran a Mitila. Entonces Rama replicó que ya que su padre le había dado permiso sólo para cuidar el ritual de mi ermita, no quería ir más lejos y continuar alejado de su padre más de lo permitido. Sin embargo, yo les platiqué acerca de las armas divinas que tú posees, objetos que naturalmente están ansiosos de ver y manejar. Les describí el arco que tienes aquí, el arco de Shiva, el cual merece ser visto por ellos. Les conté la historia de ese arco. Fue entonces cuando decidieron acompañarme hasta acá, anhelando verlo. No tienen ningún deseo de pasear por la ciudad ni de visitar lugares interesantes; arcos, flechas, armas que pueden cuidar a los buenos y castigar a los malvados; esto es lo que les llama la atención en primer lugar". Janaka sintió que no tenía necesidad de oír más y dijo: "En ese caso haré los arreglos necesarios para que traigan el arco al salón de los rituales cuanto antes", y pidió que se le preguntara al preceptor Sathananda acerca de la hora auspiciosa para llevarlo.

Mientras tanto, Rama le preguntó a Janaka: "Maharaja, nos deleitaría saber cómo fue que ese arco divino llegó a tu propiedad". Janaka dio los detalles con evidente alegría. "Queridos míos: seis generaciones después de Nimi, el gran ancestro de mi dinastía, el rey llamado Devarata gobernaba este reino. Los dioses pusieron este arco de¡ Señor Shiva a su custodia en el palacio. Ha estado con nosotros desde entonces; es el arma de los dioses, y por eso aseguro que no es ningún arco común. ¡Pesa miles de toneladas! Nadie lo ha podido levantar hasta ahora porque, ¿quién podría alzar ese peso? Muchas veces en el pasado traté de descubrir quién podría manejar el arco o cuando menos levantarlo para que la gente lo viera, e invité a que las personas trataran, pero todavía no he visto quién lo haga. Todos los reyes y príncipes que han tratado, han fallado y han regresado humillados. No han podido levantarlo, ni siquiera moverlo un poquito. Un día, cuando estaba quitando el césped de¡ lugar donde iba a llevar a cabo un ritual, descubrí una vasija en un surco de la tierra. Cuando la levanté y examiné, encontré en ella a una encantadora niña. Y ya que la niña llegó a nosotros de¡ surco (sita), la llamamos Sita y la criamos como nuestra hija. Un día, cuando estaba jugando con sus compañeras, su pelota rodó debajo de la larga caja donde se guardaba el arco de Shiva; cuanto más se afanaban por recuperar la pelota, más se metía bajo la caja. Sin embargo, nuestra niña se rió de las dificultades de los guardias de palacio y de sus compañeras. Con su tierna manita movió la caja y recuperó su pelota para asombro de todos. Me enteré de esto a través de las reinas, quienes lo supieron por el asombrado grupo que estaba con ella en aquel momento.

"Ese día resolví dar en matrimonio a Sita a aquel que probara ser digno de casarse con ella al empuñar el arco. Desde entonces muchos príncipes han tratado de levantarlo y tensarlo para ganarse a Sita, pero todos han fallado vergonzosamente. Se sentían heridos y ofendidos; decían que yo los había humillado a propósito, y en su resentimiento y desesperación, se agruparon y atacaron la ciudad de Mitila con sus fuerzas unidas. La batalla duró un año completo. En consecuencia, mi ejército estaba exhausto, y yo temía por el destino de la ciudad. No tuve otro recurso que hacer austeridades para ganar la gracia de los dioses, quienes, complacidos, me bendijeron con refuerzos adicionales de infantería, caballería, elefantes y carrozas. Es decir, que la ayuda vino de las regiones situadas tras las fuerzas sitiadoras, y cuando éstas fueron atacadas por la retaguardia, se logró dispersar al enemigo. Durante esas campañas de venganza, pude conservar el arco; lo cuidaba como a la niña de mis ojos. Su misterioso poder está más allá de cualquier descripción.

"¡Rama! ¡Ramachandra! No te negaré el deseo que quieres cumplir; si estás de acuerdo, el arco será traído a este salón de rituales. También anunciaré que cualquiera que se atreva a levantarlo y tensarlo, lo podrá hacer." Cuando Janaka habló con tanta autoridad, Rama y Lakshmana se miraron uno al otro y no dijeron nada porque estaban esperando la instrucción de¡ maestro, a quien habían seguido desde tan lejos.

Justo entonces Viswamitra, quien sabía de la fuerza y destreza de los hermanos, dijo que lo que Janaka proponía se podía llevar a cabo, y que no tenía que temer que algún obstáculo se pusiera en su camino. Janaka también anunció que daría a Sita en matrimonio a quien pudiera levantar y empuñar el arco, ya que había prometido que Sita se casaría sólo con quien pudiera hacerlo. Viswamitra también apoyó aquello.

Janaka pidió permiso para retirarse, y se dirigió al palacio resuelto a llevar el arco al salón de rituales. Se anunció a todos los reyes y príncipes que el arco estaría expuesto. El vehículo de ocho ruedas que contenía la caja con el arco fue empujado y arrastrado hacia el salón por un gran número de hombres muy fuertes, pero no lo pudieron mover ni siquiera un paso. Así que más hombres de enormes proporciones tuvieron que ir para ayudar a cargar las pesadas cadenas que estaban atadas al vehículo. Cuando finalmente se pudo transportar el arco al sagrado lugar, los sacerdotes recitaron himnos para darle la auspiciosa bienvenida.

Rompió el alba. Los nueve instrumentos tradicionales elevaron una hermosa melodía que alcanzó la cúpula de los cielos. Se escuchó el estruendo de las caracolas. La auspiciosidad del día fue propiciada mediante canciones y rituales. El emperador Janaka entró al recinto acompañado por un grupo de sacerdotes y de, ayudantes que llevaban lo necesario para la adoración del arco divino. Mucho antes de ese momento, el recinto se llenó de reyes, príncipes, ministros, cortesanos, sabios y eruditos. Tan pronto como Janaka entró, la concurrencia en pleno se levantó para rendir homenaje al gobernante de la región. Los eruditos védicos declamaron himnos en voz alta invocando a los dioses para que otorgaran su gracia; sus voces llegaron al unísono al cielo. Otros recitaban pasajes de los Vedas. Todos estaban tan llenos de expectación que veían maravillados sin siquiera pestañear.

Janaka caminó reverentemente alrededor del vehículo y colocó ante el arco una ofrenda floral, mientras se cantaba para propiciarlo. Se inclinó ante el arco divino y después se dirigió a la distinguida asamblea: "¡Me postro ante los sabios y les doy la bienvenida a todos los que han venido a esta reunión! Durante muchos años, mis antepasados, así como muchos otros monarcas, han venerado este arco divino, como todos ustedes saben. Además, también es bien sabido que nadie, sea dios o demonio, genio, sílfide, duende, Garuda, el destructor de serpientes, o Mahoraga, la gran serpiente, nadie ha sido capaz de levantar el arco, sostenerlo y tensarlo. Todos los que lo han intentado han regresado humillados. A pesar de eso, este día he decidido nuevamente traer el arco a este sagrado recinto. Cualquiera de los aquí reunidos que desee tener la oportunidad de levantar este arco, tensarlo o ponerle una flecha, puede hacerlo, ahí está". Con estas palabras, Janaka se inclinó ante la concurrencia juntando las palmas de sus manos y luego se sentó en el Trono del León.

Viswamitra miró a Rama con una sonrisa, y el muchacho rápidamente se acercó al vehículo y con su brazo izquierdo alzó la tapa de hierro y con el derecho levantó sin ningún trabajo el arco que se encontraba en la caja. Sosteniendo el arco miró a su alrededor, a la vez que todos lo miraban sorprendidos. Los miles que presenciaron esta maravilla ciudadanos, reyes y príncipes, sabios y mayores aplaudieron tan vigorosamente que el cielo les devolvió los aplausos como un eco. Pronto, Rama tensó el magnífico arco. Con gran facilidad puso una flecha y jaló hasta su oreja para disparar, pero he aquí que el arco se rompió.

Todos los que estaban ahí sintieron confusión y miedo por el extraño e inesperado estallido. Algunas personas se desmayaron, otras gritaban aterrorizadas, varias corrían llenas de pánico. Los sabios pronunciaban oraciones a Dios. Toda la concurrencia, excepto Janaka, Viswamitra y los hermanos Rama y Lakshmana, estaban sumidos en un inexplicable e inconsolable terror.

Mientras tanto, Janaka se levantó de su asiento, se postró ante Viswamitra y le dijo: "Maestro, no hay nadie en la Tierra que pueda proclamar ser más fuerte que Rama; su fuerza no es de este mundo. Voy a cumplir mi palabra, daré a Sita en matrimonio a aquel que levantó, dobló y rompió este arco".

Viswamitra le contestó: "Janaka, sería bueno que le comunicaran las noticias al emperador Dasarata y que el auspicioso matrimonio se celebrara cuando venga. Esa es mi opinión; Rama es tan obediente con su padre que no admitiría casarse hasta que Dasarata diera su aprobación". Entonces Janaka llamó a su presencia a los sacerdotes y a sus ministros y les ordenó que partieran en cuanto amaneciera. Así que abordaron sus carrozas tiradas por veloces caballos, y llegaron a Ayodhya en la mañana del cuarto día. Detuvieron sus carrozas frente a la puerta principal del palacio imperial para que no hubiera demora en darle la noticia al emperador. Cuando los guardias preguntaron sus nombres y su misión, los ministros les pidieron que avisaran al emperador que venían desde Mitila con un importante mensaje. Los guardias informaron a Dasarata inmediatamente y los ministros fueron llamados ante su presencia.

A pesar de su avanzada edad, la figura de Dasarata tenía un porte de divino esplendor. Al llegar ante su venerable presencia, los sacerdotes y ministros de Mitila se postraron a sus pies sin dudas ni reservas. Se levantaron y dijeron: "Maharaja, somos mensajeros del emperador Janaka, quien nos ha comisionado para que te preguntemos sobre tu bienestar y el de tu reino. Hemos sido enviados con la aprobación del sabio Viswamitra, con el consentimiento del preceptor real, el gran Sathananda, y por el maharaja Janaka, para traerte un mensaje muy importante'.'.

La cara de Dasarata se iluminó con una sonrisa, su serenidad era imperturbable. Estaba sorprendido por la humildad y buenos modales de los delegados de Mitila. Dijo: "¡Ministros de la corte de Mitila, no hay ninguna deficiencia en la administración del reino de Ayodhya, ningún impedimento para llevar a cabo rituales como el sacrificio en honor a Agni, no hay ninguna infelicidad en mis súbditos, ni obstáculo alguno para el avance de la moralidad y la espiritualidad. Mis súbditos son prósperos y progresan hacia la meta más elevada. Me siento feliz de decirles esto. Yo también deseo saber acerca de la salud y bienestar de Janaka, el emperador de Mitila, deseo saber sobre los ritos ininterrumpidos en su reino, de acuerdo con las prescripciones de los Vedas. Me pueden comunicar sin reserva el mensaje que han traído. Estoy ansioso de oírlos".

Cuando Dasarata les dio permiso tan dulcemente, el sacerdote superior se levantó de su asiento y dijo: "Gran soberano, nuestro señor Janaka había prometido que su hija Sita Dev¡ sería dada en matrimonio a alguien de heroica fortaleza; sin duda ya estarás enterado de esto; también sabrás que muchos príncipes han tratado de hacer la prueba y han regresado humillados. Por la voluntad divina, tus dos hijos, Rama y Lakshmana, acompañaron al sabio Viswamitra, ansiosos de ver el gran ritual que nuestro maharaja iba a celebrar, y sucedió que Rama, tu hijo mayor, ganó a Sita Devi gracias a su incomparable valor. ¡Maharaja, qué podemos decir! ¿Cómo podríamos describir aquello? En presencia de los distinguidos sabios, reyes y príncipes reunidos, Rama levantó el arco de Shiva, lo sostuvo y lo tensó. Más aún, rompió en dos partes, como jugando, el ingobernable arco sagrado. Y como se había hecho la promesa de que Sita sería entregada a quien levantara el arco de Shiva, se reunieron los sabios, así como nuestro maharaja, y decidieron darla en matrimonio a Rama.

"Hemos sido enviados para pedir y recibir tu consentimiento, a ofrecerte la cordial bienvenida, a invitarte a ti y al preceptor, a los sacerdotes, ministros, cortesanos, a todos tus parientes, ayudantes y seguidores, a la ciudad de Mitila. Nuestro maharaja desea celebrar el matrimonio de su hija después de haber recibido tu bendición. Hemos sido enviados a tu presencia para poder informarte esto".

Los sacerdotes y ministros permanecieron con las manos juntas, en actitud reverente, esperando la respuesta de Dasarata, pero éste daba vueltas en su mente con mucho cuidado y mandó llamar a los sabios Vasishta, Vamadeva y otros, para consultarlos antes de dar una palabra en respuesta; también invitó al más destacado de los sacerdotes de la corte. Cuando todos llegaron, pidió al grupo de Mitila que repitieran su mensaje. Cuando escucharon la noticia, quiso oír sus comentarios. Dasarata se inclinó primero ante Vasishta y le rogó que diera su aprobación. Vasishta, Vamadeva y los otros respondieron con alegres aclamaciones: "¡Qué auspicioso, qué auspicioso!" Y se preguntaban: "¿Para qué seguir pensándolo? ¡Que se hagan los preparativos para el viaje a Mitila!"

Los ministros saltaban de alegría; las noticias del matrimonio de Rama se difundieron en un instante por toda la ciudad, así como por las habitaciones del palacio donde estaban las reinas. Los ciudadanos exclamaban: "¡Gloria! ¡Gloria!" Ayudantes y sirvientes rápidamente hicieron los preparativos para el viaje. Joyas, sedas, brocados y otros regalos fueron empacados en grandes cantidades y variedades; incontables carrozas fueron cargadas con todo aquello.

El emperador, la escolta imperial, Vasishta, el preceptor real, sacerdotes y otros brahmines y eruditos subieron a sus carrozas. Era como si toda Ayodhya se mudara a Mitila para asistir a la boda. Dasarata hizo los arreglos para que fueran todos los que quisieran ir. No se dejó a nadie que estuviera deseoso de asistir. Parecía como si los caballos compartieran la alegría que colmaba los corazones de cocheros y pasajeros; cabalgaron rápidamente, sin disminuir la velocidad ni mostrar signos de agotamiento. Dos noches y dos días duró el viaje, pues a la tercera jornada llegaron a Mitila.

Janaka le dio la bienvenida al emperador Dasarata en la misma entrada de la ciudad. Saludó a los ministros, sabios y sacerdotes, tal como sus posiciones y jerarquías lo indicaban. Hizo arreglos para que pasaran la noche. En cuanto amaneció, Dasarata envió por los oficiantes, por las reinas y los cortesanos y les avisó que estuvieran preparados cuando los llamara. Mientras tanto, Janaka llegó a la mansión donde se encontraba Dasarata y lo llevó al lugar en que se estaba celebrando el yajna. Se habían asignado lugares para el preceptor, el emperador y su corte, de acuerdo con su rango y autoridad.

Cuando todos hubieron ocupado sus lugares, Janaka le dio la bienvenida a Dasarata con las siguientes palabras: "Tu llegada a Mitila con tan grandes sabios y sacerdotes, tu corte y escolta, augura muy buena fortuna para nosotros. Es el fruto del bien que hemos realizado en otras vidas. Estoy seguro de que tu mente está llena de felicidad por el valor y la victoria de tu hijo. Estoy por emparentarme con la dinastía Raghu, resplandeciente con el ¡limitado heroísmo de sus acciones. Mi dinastía está por ser santificada más que nunca por este parentesco. Yo creo que eso es resultado de las bendiciones derramadas por mis antepasados. ¡Maharaja!, esta mañana, el ritual que hemos celebrado terminará. He pensado celebrar el matrimonio de Sita y Rama después de que concluya el ritual. Te ruego que des tu consentimiento".

Dasarata se estremeció de felicidad. Su cara se iluminó con una brillante sonrisa. Dijo: "Maharaja, tú eres el donante; la tradición declara que el regalo se debe recibir cuando la dulce voluntad de aquél lo disponga. De manera que estoy preparado para recibir el regalo cuando gustes". Janaka se sintió feliz de escuchar a Dasarata hablar con tanta sabiduría y calor, que derretía el corazón con afecto.

Para entonces, Rama y Lakshmana llegaron con el sabio Viswamitra; se postraron ante su padre y sus preceptores, Vasishta, Vamadeva y otros. Los ojos de Dasarata brillaron por el gozo cuando se posaron en sus hijos, a quienes tanto había extrañado. Los atrajo hacia sí, puso sus manos en sus hombros y los abrazó fuertemente contra su pecho. Al contemplar la felicidad del padre que acariciaba a sus hijos, los sacerdotes y ministros se olvidaron de sí mismos. Estaban perdidos en aquella contemplación.

Dasarata conversó íntimamente con sus hijos, y escuchó las sencillas y dulces descripciones del yajna que habían cuidado para que las fuerzas demoníacas no lo estropearan; asimismo, le contaron los incidentes del viaje desde la ermita de Viswamitra hasta la ciudad de Mitila. También la escucharon Vasishta, Vamadeva y otros sabios, así como Bharata y Satrugna, Sumantra y demás ministros, cortesanos y nobles. Todos los escuchas pasaron la noche recordando la maravilla y misterio de la trama de la narración.

Mientras tanto, Janaka estaba muy ocupado en los preparativos de la boda. Pasaba casi todo el tiempo en el palacio. Invitó a la corte al sacerdote principal, Sathananda, y reverentemente le pidió que empezara a reunir los hombres y los materiales necesarios para los varios ritos preliminares antes del rito básico de la boda. El sabio replicó: "Maharaja, el yajna apenas hoy terminó. En los siguientes dos o tres días, según sé, hay algunas horas auspiciosas para esas ceremonias. Te puedo dar más detalles, si lo deseas".

Janaka dijo a Sathananda, saludándolo con las palmas de las manos juntas: °¡Maestro! Anoche recibí el consentimiento del emperador Dasarata. Es un signo de buena fortuna. Mi hermano menor, Kusadwaja, no está aquí ahora; todos estos días estuvo ocupado trayendo lo necesario para la ejecución del yajna. No quisiera celebrar esta auspiciosa ceremonia sin que él esté a mi lado. No lo quiero privar de esta alegría. He mandado traerlo. Creo que sería mejor si fijamos el día y la hora después que haya llegado". Sathananda respondió: °¡Bien, bien!, eso nos hará felices a todos", y así diciendo se alejó del palacio.

Janaka mandó mensajeros con instrucciones de que trajeran a su hermano a Mitila. Pronto lo encontraron en su ciudad, Sankasya, debido a que viajaron en veloces caballos, los más rápidos. Le avisaron detalladamente sobre los acontecimientos de Mitila, y Kusadwaja estaba feliz, así que irradiaba bienaventuranza. Entonces reunió a toda su familia, así como a su séquito, con rapidez; hizo que las carrozas se cargaran con ofrendas y regalos preciosos, y salió esa misma noche y rápidamente llegó a Mitila.

Janaka se apresuró a encontrarlo; había estado contando los minutos. Abrazó cariñosamente a su hermano, lleno de una alegría inexpresable.

Kusadwaja se postró a los pies de su hermano mayor, después ante Sathananda, y luego los tres se sentaron en sillas elevadas para deliberar cómo debía ir haciéndose todo. Consultaron entre sí y, cuando finalmente decidieron lo que tendrían que hacer, mandaron traer al más respetado de los hombres, Sudhama, y se le dijo: "Ministro, ve a la presencia de Dasarata y ruégale que venga aquí, a este palacio, con sus ministros, sacerdotes, cortesanos, súbditos; todos los que quiera traer con él. Condúcelo con los honores debidos".

Sudhama llevó con él a un grupo de cortesanos y eruditos y a los sacerdotes reales; ya tenía preparadas unas carrozas bellamente decoradas para que transportaran al grupo imperial, y llegaron al palacio donde se hospedaba Dasarata. Le dijo dulce y suavemente el mensaje que había traído y con profundo respeto lo invitó al palacio de Janaka. Dasarata estaba listo; salió con su grupo y llegó al salón de Janaka muy pronto. Se saludaron mutuamente tal como la ocasión y su respectiva jerarquía lo ameritaba, y ocuparon los lugares destinados para ellos.

Después, Dasarata se levantó y dijo: "¡Janaka! Para la dinastía Ikshvaku, el sabio Vasishta es Dios en la Tierra. El es nuestro preceptor supremo. Puede hablar con completa autoridad acerca de las tradiciones de nuestra dinastía". En cuanto Dasarata se sentó, Vasishta se paró ante la asamblea y dijo: °¡Maestro de la Realeza! ¡Escuchen todos! Brahman, el Supremo inmanifestado, el Eterno, el Puro, mediante el ejercicio de su voluntad creó a Marichi; el hijo de Marichi era Kasyapa, y su hijo, Surya; el hijo de Surya fue Manu, quien tuvo un hijo llamado Vaivaswata, que gobernó sobre la gente y se ganó el apelativo de Prajapati ; le nació un hijo, lkshvaku, quien fue el primer soberano de Ayodhya; la dinastía misma se llamó lkshvaku; el hijo de lkshvaku fue Kukshi, el hijo de Kukshi, Vikukshi; su hijo fue Bana; el hijo de Bana fue Anaranya; Anaranya tuvo un hijo que se llamó Trisanku; el hijo de Trisanku fue Dhundumara; el hijo de Dhundumara fue Yuvanaswa; Mandhata fue el hijo de Yuvanaswa; su hijo Susandi tuvo dos hijos, Daivasandi y Presenjit; el famoso Bharata fue el hijo de Da¡vasandi; el hijo de Bharata fue Asita; cuando Asita gobernaba el reino, un grupo de Haihayas, Thalajangas y Sasibindus invadieron la región y Asita tuvo que huir a los Himalayas con sus dos reinas. Se refugió en la región llamada Bhrigu Prasravana, y después de algunos años, falleció ahí mismo.

"Ambas reinas estaban encintas cuando él murió. Buscaron asilo en la ermita de Chyavana, quien sintió compasión por el apuro de las reinas y las consoló diciendo: «Madres, no tengan miedo. Este es su hogar. Darán a luz a salvo. Tendrán bebés afortunados, resplandecientes». Y sus bendiciones fueron ciertas, pues en pocos días la reina mayor dio a luz un hijo llamado Sagara, a quien se nombró emperador de Ayodhya. Su hijo fue Asamanja, quien tuvo un hijo llamado Amusumanta; el hijo de Amusumanta fue D¡lipa, cuyo hijo fue llamado Bhagirata, quien tuvo a Kakusta, y su hijo fue Raghu, que tuvo a Pravarda; Pravarda tuvo a Sudarsana y Sudarsana a Agnivarna, y Sigraga fue el hijo de Agnivarna; Maru fue el hijo de Sigraga; después de él, el trono fue, de padre a hijo, de Prasuruka, Ambarisha y Nahusa. El hijo de Nahusa fue Yayati, y el de Yayati fue Nabaga, quien tuvo a Aja; Dasarata es el hijo mayor de Aja, y sus cuatro hijos, una joya preciosa cada uno: ellos son Rama, Lakshmana, Bharata y Satrugna. Rama, el mayor de los cuatro, levantó, tensó y rompió el arco de Shiva.

"¡Oh sabio real! Esta dinastía de soberanos es sagrada y pura. Todos los nacidos en ella han ganado iluminación espiritual y brillado con el mismo esplendor. Están enraizados en la rectitud, y sobre todo, tienen rango de héroes. Rama, Lakshmana, Bharata y Satrugna son lámparas preciosas que dan brillo a los anales de su familia.

"Debo sugerir ahora que sería deseable que esta auspiciosa ceremonia de matrimonio se celebrase también para Lakshmana, ya que él es el reflejo de Rama. Tu hija Urmila puede brillar muy bien como esposa de Lakshmana. No lo pienses más, resuelve de acuerdo a esto y haz los preparativos necesarios". Vasishta bendijo a la concurrencia y se volvió a sentar.

Después de escuchar la ascendencia de la dinastía lkshvaku de los labios del gran sabio Vasishta, Janaka se levantó de su trono y dijo: "¡Oh Brahmarishi! Cuando un descendiente de una noble dinastía va a dar a su hija en matrimonio, tiene que hacer mención de la gloria de su familia, ¿no es así? He resuelto seguir tu ejemplo y contarles nuestra historia, ya que me da una gran alegría renombrar los nombres de mis antepasados y recordar su majestuosidad. Mi nacimiento con este cuerpo ocurrió gracias a las bendiciones de los ancestros de mi dinastía y será justificado y su propósito cumplido sólo si yo los nombro ante esta enorme asamblea".

Janaka se puso de pie. Vasishta accedió a la petición y dio el permiso que se le pedía. Janaka entonces empezó la narración: "Brahmarishi, venerados preceptores, maharaja Dasarata: en un pasado muy distante, había un emperador llamado Nimi que caminaba firmemente por el sendero de la rectitud y, por lo tanto, era famoso por su fuerza y visión. Su hijo Miti construyó esta ciudad, Mitila, para que fuera la capital de su reino. El fue el primer soberano de esta región. Su reino era muy afamado y sus súbditos, felices y prósperos. Su hijo, Sudhavasu, tuvo un hijo, Nandhivardana, que gobernó después de él. El hijo de Nandhivardana fue Suketu, y el hijo de Suketu fue Devarata; Brahadrata fue el hijo de Devarata, y Mahavira fue el hijo de Brahadrata; Mahavira tuvo, como lo indica su nombre, gran valentía; su hijo Sudhrti tuvo un hijo llamado Dhristaketu. Y su hijo fue Haryaswa; Haryaswa tuvo un hijo llamado Maru, y éste a Prathindaka; el hijo de Prathindaka fue Kirthirata, quien tuvo un hijo llamado Devamida; su hijo fue Vibuda, quien tuvo un hijo, Kirthirata; y el hijo de él fue Maharoma, y el hijo de éste fue Hriswarupa, un talentoso gobernante, estricto seguidor de la rectitud, quien fue aclamado como mahatma (gran alma), un hombre santo que cumplió una misión en la Tierra. El es mi padre; en verdad me siento orgulloso de confesar que fue una persona ideal. La verdad es que estoy gobernando muy feliz en Mitila, dado el mérito adquirido y heredado por mis antepasados.

"Mi hermano Kusadwaja es más que un hermano para mí. Yo lo venero como a una personalidad divina. Es más un amigo que un hermano. Lo crié con tanto amor y afecto que he desarrollado un gran apego por él. Hace años, cuando el rey de Sankasya demandó que yo debía darle el arco de Shiva o bien ir a la guerra, yo me rehusé y él sitió la ciudad de Mitila. Esto fue el inicio de una amarga guerra entre nosotros durante la cual Sudhana murió, y yo nombré a mi hermano gobernador de Sankasya. Esa ciudad brilla en la ribera del Ikshumati. Vista desde lejos, recuerda a una de las carrozas celestiales de los dioses. Déjenme decirles ahora otra auspiciosa idea que los dioses me han inspirado.

"He hecho traer a mi hermano para que pueda compartir la alegría de las celebraciones nupciales. ¡Brahmarishi! Tú ordenaste que Rama se casara con Sita y que Lakshmana se casara con Urmila, mi otra hija. Acepto la orden con dicha inconmensurable. Sita es una dama celestial que será como una corona para el héroe. Inclino mi cabeza con humildad y doy con alegría a Urmila para Lakshmana.

"Tengo ahora otro ofrecimiento que hacerles. ¡Maharaja Dasarata! Tienes cuatro hijos, todos nacidos por la misma gracia celestial. ¿Por qué dejar que permanezcan solteros? Contribuiría a nuestra alegría si ellos también se casaran. Estamos bajo la constelación de Magha. Es un buen día para comenzar los ritos y llevar a cabo las ceremonias preliminares. Mañana, el día estará bajo la de Uttarapalguna; busco tu consentimiento para darte en matrimonio a las dos hijas de mi hermano: Mandavi para Bharata y Sruthakirti para Satrugna". Cuando terminó de decir esto, todos los que estaban reunidos en la gran asamblea aclamaron la propuesta exclamando: "¡Buena idea! ¡Buena idea!", y sus aplausos llegaban hasta el cielo.

Cuando el emperador Janaka hizo la sugerencia de ambas bodas la de Bharata y la de Satrugna ,los sabios Vasishta, Vamadeva, Viswamitra y otros deliberaron entre ellos. Dasarata fue fácilmente persuadido de aceptar y luego le informaron a Janaka así: "¡Oh rey! Las dos dinastías reales, la lkshvaku y la Videha, están llenas de tradiciones sagradas y su santidad no conoce límite. La grandeza de estas dos dinastías no se puede medir ni puede ser descripta por nadie, no importa cuán erudito o experto sea. Las dinastías de tan elevada jerarquía, o cualquiera que pueda ser asimilada a ellas en nobleza, no han aparecido antes en la Tierra. En verdad es un hecho muy auspicioso que estas dos se unan ahora con los lazos del matrimonio.

"Esto es altamente propicio, loable y sagrado. Además, nos sentimos felices de que las novias y los novios estén hechos el uno para el otro en todos los sentidos. ¡Janaka! Tu hermano Kusadwaja conoce y practica el dharma. Es muy bueno que él también tenga parentesco con Dasarata gracias a los lazos matrimoniales de sus hijas. Es una fuente de inmensa alegría. Por eso estamos listos a bendecir el matrimonio de sus hijas Mandavi y Sruthakirti con Bharata y Satrugna. Nuestro deseo es que estas dinastías reales se unan en matrimonio".

Janaka y Kusadwaja se postraron ante los sabios, embargados por el deleite de que se hubiera cumplido su deseo. "Este no es un acontecimiento ordinario. ¡Qué afortunados somos de haber sido bendecidos con esta consumación, qué suerte que los sabios estuvieran de acuerdo con esta propuesta y facilitaran el camino! Los sabios jamás alientan los sucesos impropios. Obedeceremos todas sus órdenes con reverencia", dijeron.

Vasishta dijo entonces: "¿Pero por qué hemos de posponer estas dos bodas para un día después o para algún otro día? Mañana es auspicioso para todos. Sería muy bueno si las cuatro bodas se celebraran el mismo día". Janaka entonces dijo: "En verdad que soy bendito, valioso preceptor. El emperador Dasarata ha sido desde hace tiempo tu discípulo, llevando a cabo todo lo que le ordenas. Mi hermano y yo, desde este día, también somos tus discípulos; todas nuestras cargas están sobre tus hombros; dinos cómo proceder, cómo actuar, y obedeceremos lo que nos ordenes". Se quedaron de pie esperando su respuesta con las palmas unidas, en actitud de humildad y reverencia. Ante esto, Dasarata se levantó y dijo: "¡Gobernador de Mitila! No puedo describir con palabras las virtudes que encuentro en ustedes dos. Han hecho excelentes arreglos para la recepción y estancia de tan magnífico séquito de maharajas y maharishis, así como de la enorme congregación que se ha reunido en esta ciudad. Ahora regresaré a mi residencia y llevaré a cabo los ritos de Nandi y Samavartana, siguiendo al pie de la letra las indicaciones védicas". Los hermanos lo honraron debidamente a medida que salía del salón y lo despidieron en la puerta principal como lo indicaba su jerarquía. Después se fueron a sus propios palacios para cumplir con sus obligaciones.

Dasarata llevó a cabo el rito Nandi. Muy temprano en la mañana había hecho que los cuatro hijos también celebraran el rito Samavartana. Puso adornos de oro en los cuernos a las vacas seleccionadas para regalarlas a los piadosos brahmines, junto con costosos recipientes para poderlas ordeñar. Era un deleite para los ojos la escena de los niños regalando las vacas; los ciudadanos de Mitila sintieron como si las deidades de las cuatro regiones estuvieran frente a ellos, con Brahma en el centro; así miraban a los cuatro hijos alrededor de Dasarata.

Mientras estaban dando estos regalos, llegó Yudhajit, el príncipe de Kaikeya, hermano de la reina Kaikeyi, madre de Bharata. Su padre estaba ansioso de poder tener a su nieto Bharata durante unos días con él, por eso había ido a Ayodhya, pero ahí se enteró de que la familia real se había ido a Mitila para celebrar la boda de Rama. Su padre dijo que no tenía conocimiento de aquella boda, ni de lo que estaba sucediendo, por eso él también había venido a Mitila, para poder presenciar la boda y también comunicar su deseo de abuelo que su nieto pasara con él una temporada. Dasarata estaba feliz de que hubiese podido ir.

Esa noche, Dasarata habló cariñosamente con sus hijos y otras personas acerca de todos los felices acontecimientos. Nadie dormía. Todos esperaban impacientemente el amanecer de ese feliz día en que presenciarían la boda de sus queridos príncipes. Todos estaban tan entusiasmados y felices como si fueran sus propios hijos los que se iban a casar. Su dicha sólo se podía comparar ala bienaventuranza de Brahman mismo; ésa era la medida de su amor hacia Rama y sus hermanos.

Muy temprano, Janaka se dirigió al estrado donde se celebrarían los rituales de la boda; lo acompañaba un grupo de sabios de elevado nivel espiritual que deslumbraban con su resplandor. Luego realizó los ritos preliminares y aguardó a los novios y a los padres y familiares. Rama, Lakshmana, Bharata y Satrugna, fuego de haber llevado a cabo sus baños ceremoniales, vistieron ropajes amarillos de seda, también llevaban alrededor de su cabeza un turbante de la misma; asimismo, portaban joyas como diamantes y zafiros; los príncipes eran como dioses que descendían de los cielos y que cautivaban el corazón.

La hora auspiciosa llamada Vijaya se aproximaba y ellos se acercaron al estrado, precedidos por músicos cuya melodía se elevaba al cielo. Los consejeros de la corte y los gobernantes de otros reinos eran seguidos por sus siervos, que llevaban como regalos platones con joyas, sedas, monedas de oro y otros artículos auspiciosos necesarios para la ceremonia.

Todos los ciudadanos observaban sin parpadear la belleza y apostura de los valientes príncipes. Se decían unos a otros que la dignidad de su porte los señalaba como seres divinos y no humanos; exclamaban: "¡Pero qué encanto! ¡qué apostura!" Todos se sentían llenos de admiración. "Son habitantes del Cielo que han venido a la Tierra", susurraban entre ellos cuando los novios pasaban entre las gruesas filas de asistentes. Las mujeres juraban que nunca habían posado sus ojos en príncipes tan encantadores. Todas las ventanas y balcones estaban llenos de gente. Por fin, los príncipes llegaron a la plataforma y se sentaron.

Después, Janaka y su hermano Kusadwaja trajeron al estrado a sus respectivas hijas, quienes se habían purificado con los baños ceremoniales y engalanado ricamente, como lo merecían los novios en el día de su boda; llevaban velos y seguían a sus padres con un séquito de innumerables damas, quienes llevaban frutas y flores, fragantes polvos rojos y amarillos, granos de arroz, joyas, etcétera. Parecía que todos los tesoros de Mitila fluyeran como un río centelleante.

Los cuatro novios brillaban como lámparas magníficas. Rama, Lakshmana, Bharata y Satrugna ocuparon sus lugares frente a Sita, Urmila, Mandavi y Sruthakirti. Se puso una cortina de terciopelo entre ellos. Los residentes y nobles de Ayodhya se sentaron atrás de Dasarata, y los residentes de Mitila y los invitados por Janaka se acomodaron atrás de él en el estrado elevado.

Los ojos de todos eran atraídos por las ricas y artísticas decoraciones que adornaban el escenario de aquellas bodas. Todo era de oro, plata, flores, seda y terciopelo; los decorados y las banderas, candelabros y columnas, arcos y cornisas eran tan bellos que no se podía quitar la vista de ninguno de éstos una vez que sobre ellos caía la mirada. La vastedad del área estaba totalmente llena de parientes y gente que les deseaba el bien. Parecía que Mitila misma estaba experimentando la emoción de la boda y disfrutando las celebraciones como si fueran propias.

Pronto, Dasarata se puso de pie y cortésmente le preguntó al preceptor Vasishta: "¿Por qué demoramos?" Al oír esto, Janaka se puso de pie ante el sabio y, con las manos unidas en gesto de plegaria, le pidió que oficiara la ceremonia.

Vasishta accedió y, junto con Sathananda y Viswamitra, encendió el fuego sacrificial en el centro del estrado, mientras los eruditos y expertos en la recitación de los Vedas elevaban sus voces y repetían himnos apropiados para la auspiciosa ceremonia.

Acomodaron, alrededor del altar del fuego, platos decorados con flores y pasta de sándalo, llenos de germinados de nueve clases de granos. También había incensarios, cucharas sagradas para ofrecer las oblaciones en las llamas, vasijas de oro para el agua, tazas y todo lo indispensable para el rito. Esparcieron la hierba llamada kusa en el suelo, de tal manera que estuviera suave y plano como lo prescriben los textos. Después empezaron a poner las oblaciones en el fuego mientras recitaban los himnos que aseguraban felicidad y prosperidad a los novios; todos los ritos se llevaron a cabo con meticulosa exactitud y corrección. Los hilos de la ceremonia de iniciación fueron amarrados en las muñecas de los príncipes y las princesas.

El siguiente rito era el de entregar a las novias. Vasishta llamó a Janaka para que fuera al frente; se acercó al fuego sagrado, vestido con todo esplendor y joyas dignas de la realeza. Tal como le indicó el sabio, le tomó las manos a Sita y las puso en las palmas abiertas de Rama; sus ojos derramaban lágrimas de alegría; un coco, que simboliza prosperidad, había sido puesto en las palmas de Rama y después las manos de Sita descansaron en él. Janaka derramó leche sobre sus manos como parte de la ceremonia de dar ala novia.

Janaka le dijo las siguientes palabras: "¡Rama! He aquí a Sita, mi hija. Ella andará por tu camino de rectitud desde ahora en adelante. Acéptala. Ella trae prosperidad, paz y alegría. Toma su mano con las tuyas. Ella es sumamente virtuosa y sincera. Desde este momento, ella es tu sombra para siempre". Con estas palabras, derramó agua en las manos de Rama sellando así la unión.

Después se acercó adonde estaba Lakshmana y dijo: "Te estoy entregando a Urmila; acéptala", y con los mantras prescriptos, completó la ceremonia de dar a su hija al novio. Del mismo modo, se acercó a Bharata y, pronunciando los mantras védicos que tradicionalmente se citan en las bodas, le dio a Mandavi como novia. De la misma manera, Sruthakiti le fue entregada a Satrugna, derramando agua sagrada y recitando los Vedas. Después los eruditos védicos completaron los ritos y rituales acostumbrados, para que la gracia de Dios se derramara sobre las parejas recién casadas.

Después, Janaka se puso de pie y, parado en el centro del estrado, anunció a los novios: "Queridos míos, nuestras hijas deben ser instaladas como dueñas de sus hogares. El momento auspicioso ha llegado". Tan pronto como lo dijo, con las bendiciones y aprobación de Vasishta, los cuatro hermanos tomaron a sus novias de las manos y dieron vueltas en torno al fuego sacrificial, después, alrededor de Janaka y Vasishta el preceptor, y se postraron ante ellos.

Mientras estaban haciendo esta parte del ritual, una lluvia de flores cayó sobre ellos; música maravillosa surgió de una gran variedad de instrumentos. La distinguida concurrencia aclamó el momento y arrojó granos de arroz en sus cabezas, deseándoles a todos lo mejor en la vida. El júbilo con el que gritaban: "¡Felicidades! ¡Felicidades!" estremeció el cielo. Todos se deleitaban con este clamor. Los dioses tocaban música en el cielo, y se oía un delicioso sonido de tambores. Los habitantes del cielo cantaban alabanzas.

En el estrado, los músicos de la corte interpretaban las canciones tradicionales de boda, describiendo el esplendor de la ceremonia, alabándola y comparándola con la boda del Señor Shiva y Gauri.

Era una variedad de melodías que llenaba la atmósfera con vibraciones de regocijo. Los cuatro hermanos y sus novias permanecieron de pie en el estrado enfrente de la enorme concurrencia y se inclinaban agradeciendo los vítores y felicitaciones: "Que sean felices para siempre. Que todo sea bueno para ustedes".

Los hermanos, resplandecientes de heroísmo, juventud y belleza, fueron con sus esposas a los apartados ubicados detrás de las cortinas, desde donde sus madres observaban la ceremonia, para postrarse y ser bendecidos por ellas. Después regresaron al palacio que se le había asignado al grupo real. Desde ese día, y durante los tres siguientes, hubo una variedad de ceremonias y festivales maravillosos; tanto, que la gente de Ayodhya que había venido a Mitila, así como los habitantes de esta última, no podían distinguir entre la noche y el día. Era una festividad sin interrupción.

El día después de la boda, Viswamitra fue a ver a Dasarata y le dijo que su misión había terminado. Llamó a los hermanos para que se acercaran a él y los acarició con mucho cariño. Los bendijo profusamente, y dirigiéndose hacia Dasarata, expresó su intención de ir a los Himalayas. Al oír esto, Rama, Lakshmana, Bharata y Satrugna se postraron a los pies del santo. Viswamitra se dirigió entonces al palacio de Janaka y también le dijo que su deseo había fructificado triunfalmente. Bendijo a Janaka y alas novias Sita, Urmila, Mandavi y Sruthakirti ; ahí también anunció que se iba a los Himalayas. Dasarata y Janaka y muchos otros de Ayodhya y Mitila no querían dejar ir al sabio ni persuadirlo de que se quedara. Por último, se postraron ante él con gratitud y tomaron el polvo de sus pies cuando se fue, bendiciendo a todos.

El tercer día, cuando Dasarata expresó su deseo de partir hacia Ayodhya, Janaka no puso ninguna objeción, sino que hizo todos los arreglos para su partida. Reunió a los cortesanos y a las damas que iban a acompañar a las novias; mandó traer muchas carrozas con los artículos que se tenían que llevar. Les dio como regalos un gran número de elefantes, carrozas, caballos y vacas. A sus yernos les dio joyas en abundancia, así como una variedad de regalos invaluables que podían usarse en la vida diaria. Al amanecer del día siguiente, las carrozas estaban listas para partir. Las mujeres de la corte lloraban; a decir verdad, todas las mujeres de la ciudad estaban llorando ante la partida de las cuatro queridas princesas.

Incapaces de soportar el dolor de la separación de Sita y Urmila, las ancianas nodrizas rompieron en llanto. Las madres tomaron de las manos a sus yernos y les rogaron que trataran a sus hijas con gentileza y afecto. "No conocen la dureza ni la pena, han crecido con dulzura y ternura", les rogaban patéticamente. Lloraron como si perdieran sus propios ojos. Por último ascendieron a las carrozas y partieron. La ciudad se había colmado de tristeza, tanto como había estado de éxtasis los días anteriores.

Para Janaka era muy difícil separarse de Sita, hacía lo posible por enjugarse las lágrimas; acompañó al emperador Dasarata durante alguna distancia describiéndole las virtudes de la princesa y rogándole que la tratara con ternura; con lágrimas en los ojos le pidió que le informara frecuentemente acerca de su bienestar y felicidad. También habló de las otras novias y mostró gran ansiedad por ellas. Dasarata le respondió muy cariñosamente, le habló con suavidad haciendo lo posible por mitigar la agitación de su mente. Le dijo: "Janaka, nosotros no tenemos hijas, así que éstas son las hijas que durante tanto tiempo hemos ansiado acariciar. Para nosotros son tanto hijas como nueras. No les faltará nada, se les proveerá de todo lo necesario para su alegría y felicidad. No te preocupes ni sientas pena en lo más mínimo. Regresa con la total seguridad de nuestro afecto y amor por ellas". Y diciendo esto, Dasarata ordenó que la carroza se detuviera.

Janaka descendió de la carroza del emperador y se acercó a las novias, quienes estaban sentadas junto a los novios. Las con soló de distintas maneras, porque ellas también sentían el dolor de la separación del hogar donde eran cuidadas con tanto amor. Les infundió valor, y les recordó muchas citas de las Escrituras que hablaban de la lealtad al marido y a todos sus parientes. Les recordó cómo tenían que tratar a los sirvientes del hogar donde cada una de ellas se encontraría pronto. Aceptó sus respetuosas postraciones, las acarició una vez más y las bendijo. Cuando se volvió para partir hacia Mitila, soltó el llanto; sin embargo, subió a su carroza y se dirigió a su casa. Las carrozas muy pronto estuvieron a kilómetros de distancia. Cuando Janaka llegó a Mitila, las habitaciones del palacio estaban vacías, sin señales de vida; sin brillo de alegría, sin ninguna voz ni júbilo. No podía estar ahí ni por un instante. Mitila era la ciudad de la tristeza. Janaka mandó llamar al santo Sathananda y a los ministros, y para poder aliviar su mente de la pena, despachó una serie de asuntos que tenía que discutir. Entre asunto y asunto su mente vagaba en la tristeza una y otra vez, y hasta daba respuestas que ni siquiera estaban relacionadas con los problemas que surgían. A esto un ministro dijo: "Señor, parece que la separación de Sita ha causado gran pena en tu corazón, pero piensa que ningún padre se puede escapar de esta separación y de esta pena. Una vez que ella fue entregada al novio, es deber del padre reducir su apego gradualmente; esto no es desconocido para su majestad. Sabemos que Sita no es una princesa común; ella es un ángel divino, así que la separación de ella te debe causar mayor agonía, ¡oh rey! Pero si las hijas son divinas, también los yernos tienen divino resplandor. Parecen haber descendido del cielo. En Mitila, todos, jóvenes y ancianos, tuvieron ese sentimiento. En verdad es una maravillosa coincidencia que tales novios se hayan casado con ellas, merecedoras en todos los aspectos: físico, mental, intelectual; por sus características espirituales, por su jerarquía, riqueza, poder, honorable familia, santidad en la dinastía, así como por su fe religiosa. Esto no le sucede a todos. Por todo lo anterior, las hijas tendrán felicidad sin límite. Sus existencias tendrán más y más alegría a medida que pasen los años". Recordaron las maravillosas celebraciones de la boda y calmaron la mente agitada de Janaka. Se dedicaron a consolarlo y restablecerle la ecuanimidad y la paz mental.