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Libros escritos por Sai Baba

28. Ruedan Diez Cabezas

28. RUEDAN DIEZ CABEZAS

Cuando Rayana escuchó las noticias de esa tragedia, habló con pesar: "¿Quién se imaginó que la guerra iba a terminar así y que todo culminaría en un desastre tan lamentable?". La noticia de la muerte de Narantaka esparció el terror en todo Lanka. Muchos sabios eruditos se acercaron a Rayana, su desolado padre, para darle consuelo y alivio, mas todo era inútil, pues él desdeñaba tales consejos. Cuando Rayana se recobró y escuchó los lamentos de la esposa de Narantaka, la ira se apoderó de él, se olvidó de todo y sólo pensó en la venganza.

La noche llegó a su fin y clareó el día sin que Rayana se diera cuenta, por la ira que lo embargaba. Los Vanaras se situaron en las cuatro puertas de la ciudad, alistándose para derribarlas y poder entrar. Rayana reunió a los guerreros Rakshasas y se dirigió a ellos diciéndoles: "Soldados, si sus corazones tiemblan ante la inminente batalla, es mejor que abandonen las filas en este instante. No huyan cuando comience la batalla; si lo hacen, les cortaré la cabeza con mis manos". Al amenazarlos pensó que iban a luchar hasta morir. Después ordenó que le entregaran el carro de combate más veloz y mandó tocar los tambores y trompetas de guerra. Como montañas de un negro intenso, los guerreros Rakshasas marcharon en filas ordenadas. Una serie de malos augurios los asaltaron; sin embargo, Rayana, vanagloriándose de su gran poderío, los ignoró. Las armas que portaba cayeron de sus manos, el conductor del carruaje sufrió una caída. Los elefantes y los caballos que encabezaban el ejército empezaron a inquietarse. Los perros y lobos de los alrededores aullaban lastimeramente; los búhos ululaban siniestros, como si anunciaran la tragedia que se avecinaba sobre Lanka.

Las fuerzas Rakshasas caballería, elefantes e infantería marcharon hacia las puertas de la ciudad, listas para enfrentarse a sus enemigos. La tierra se estremecía al paso de tan imponente ejército, cuyo esplendor era indescriptible. Las fuerzas capitaneadas por Rayana brillaban de manera similar al ejército que el dios de la primavera guía cada año, con todo su colorido, música y alegría. Tambores, trompetas, clarines tocaban en majestuoso torrente de heroísmo y aventura. De improviso, los monos y los osos acometieron a los Rakshasas, cayendo sobre ellos como si fuesen pesadas montañas cuyas alas hubieran sido cercenadas por las flechas de un extraño poder; los atacaron corno si fueran la misma muerte. Sus armas más letales eran sus dientes y sus uñas, y arrojaban contra el enemigo colinas y enormes árboles. Con su retumbante grita: "¡Victoria a nuestro Señor Sri Rama!", hicieron que los corazones de elefante de los Rakshasas temblaran de miedo. Muy pronto, la batalla se convirtió en una serie de duelos entre los Rakshasas y los Vanaras. Los gritos de "¡Victoria a Rama!" se combinaban con los de "¡Victoria a Rayana!". Los Rakshasas peleaban como si fuesen emisarios de la misma muerte. Los Vanaras, aunque sangraban de muchas heridas, derribaban a sus enemigos con sus puños y los desgarraban con sus dientes. Los pateaban en las costillas, los destrozaban con sus garras y los partían en dos; les sacaban las entrañas y las enrollaban alrededor de sus cuellos.

Rayana, alarmado ante la gran mortandad entre su ejército, tomó su arca y disparó a los soldados que huían del campo de batalla para salvar su vida. Los Vanaras, al ver a Rayana atacar con furia a sus propios guerreros, gritaron de alegría y se arrojaron sobre él en gran número, lanzándole picos y árboles. Al sentirse atacado, Rayana arengó a sus soldados para que se mantuvieran firmes en el combate, y éstos arremetieron con redoblada furia, obligando a que los Vanaras corrieran despavoridos en todas direcciones, incapaces de soportar el ataque. Se lamentaban gritando: "¡Oh, señor Sugriva, sálvanos!". La tierra y el cielo se oscurecieron por fa lluvia de flechas disparadas por Rayana, provocando que los Vanaras corrieran hacia los rincones más alejados de la Tierra para salvar sus vidas. El caos prevalecía en el campo de batalla.

Lakshmana, al percatarse de la situación, se armó con su arco y flechas, se postró ante Sri Rama para recibir sus bendiciones y se dirigió al campo de batalla. Hizo frente a Rayana y lo increpó de esta forma: "¡Villano!, ¿qué beneficio obtienes al decapitar a monos y osos? Mírame, de pie ante ti, como la muerte misma, pues yo soy e! espíritu del tiempo que ha llegado para acabar con tu vida en la Tierra". Rayana le respondió: "¿Que no te conozco? Tú eres el que destruyó a mi hijo; te he estado buscando desde hace mucho tiempo. Mi corazón sólo encontrará alivio cuando te haya matado".

Rayana lanzó un grito iracundo y disparó muchas flechas a Lakshmana, pero éste con mucha habilidad las hizo añicos y a !a vez disparó temibles flechas a Rayana, las cuales hicieron blanco en su carro de combate, destrozándolo y matando a su conductor. Lakshmana volvió a lanzar una lluvia de cien mortales flechas, que acertaron en el rostro y el pecho de Rayana, derribándolo y causando que perdiera el conocimiento por el tremendo impacto y el dolor de las heridas. Sin embargo, se recuperó rápidamente y con verdadera furia arrojó contra Lakshmana la temible y poderosa arma que le había conferido el primero de la Trinidad, Brahma. Cuando el arma lo golpeó, Lakshmana rodó por el suelo inconsciente. Hanumán, al verlo caer, se apresuró a ir en su auxilio, gritando imprecaciones en contra de Rayana. Éste le asestó un golpe tan fuerte, que hizo que Hanumán se revolcara de dolor, pero de inmediato se recuperó y le devolvió el golpe con mayor fuerza. Rayana se sorprendió ante el impacto y deseó que el puño de Hanumán se volviera cenizas; jamás se había imaginado que el puño de un mono pudiera golpear tan fuerte como el trueno. Mientras tanto, Lakshmana se había recuperado del golpe y se puso de pie, listo para continuar la batalla. Rayana tuvo que recibir el auxilio de otro carro de combate, pues de nuevo yacía inconsciente. Su auriga lo recogió y con destreza condujo el carro hacia Lanka. Rayana recuperó el conocimiento en cuanto Ilegaron a la ciudad y ordenó que se efectuara el Patalahoma, un ritual especial para causar la destrucción total de los enemigos y asegurar la victoria. ¡Qué tonto era al pensar que podía vencer a Rama! Los espías de los Vanaras corrieron a llevar la noticia del ritual a Vibhishana, quien fue a avisarle sin demora a Rama, diciéndole: "Señor, Ravana está llevando a cabo un ritual, el mismo que Meghanada realizó en el pasado. Esta ceremonia también debe ser impedida por los monos, para que Ravana no obtenga los beneficios que espera alcanzar de ella; si permitimos que este ritual alcance su culminación, será muy difícil vencer a Ravana".

Al amanecer del día siguiente, acatando las órdenes de Rama, Angada y Hanumán emprendieron la marcha hacia el lugar donde se llevaría a cabo el ritual, junto con un buen número de Vanaras. Saltando con gran bullicio se aproximaron al palacio de Ravana, llegaron adonde éste estaba y le lanzaron injurias: "¡Eh tú, oficiante sacrílego!, ¿has huido de la batalla y te encuentras a salvo en casa, meditando cómodamente?". Angada se atrevió a acercarse y le dio un puntapié. Ravana estaba preparándose, en completo silencio y "meditación". Hasta el menor movimiento o pérdida de la atención lo descalificaría y haría indigno y así, aquel ritual que estaba a punto de iniciar para alcanzar la victoria, resultaría infructuoso. Angada y los monos aprovecharon esta circunstancia: algunos de ellos clavaron sus dientes en Ravana y otros jalaron con fuerza su corona de pelo. Esto último fue lo que lo sacó de quicio; enfurecido, se puso de pie y atrapó a unos cuantos monos, les dio vueltas por el cuello y trató de aplastarlos contra el suelo. Pronto se entabló una pelea entre Ravana y los Vanaras, ocasionando que el ritual que aquél había planeado ejecutar no llegara a feliz término, y esto lo hundió en el dolor.

Más tarde, le informaron a Rama lo que había acontecido. Vibhishana y los demás se sintieron felices porque se había frustrado aquel rito. Ravana se sentía muy decepcionado al no haber culminado con éxito el sacrificio; sin embargo, tenía que retornar al campo de batalla como era su deber. En cuanto partió de su palacio, malos augurios salieron a su encuentro. Unos milanos volaron en círculos sobre su cabeza y sus manos, y la corona resbaló de su cabeza, pero no prestó atención a estas advertencias. Ordenó que tocaran los tambores y los clarines. Cientos de miles de Rakshasas se reunieron al oírse la señal, y el ejército avanzó para librar una batalla a muerte contra Rama. Éste se armó de su carcaj* y su arco y se dirigió al campo de batalla; con su robusto pecho y largos brazos, su magnífica presencia llena de encanto, de pie en el campo de batalla era la figura misma de la fuerza heroica, y aun los dioses se reunieron para ofrecerle reverencia a quien salvaría a la humanidad de las hordas Rakshasas. El ejército Vanara siguió a Rama, en perfecta formación y alerta ante cualquier orden. Como las nubes que lanzan a la tierra rayos y ocasionan inundaciones destructivas similares al día del diluvio, las fuerzas Vanaras se movían rápidamente hacia los Rakshasas, listas para aniquilarlos. Los picos de montañas que los combatientes arrojaban contra el enemigo caían produciendo un estruendo semejante al de los truenos. En un instante, los carros de combate, los elefantes y la caballería de _las fuerzas Rakshasas fueron destruidos. Miles y miles de Rakshasas caían al suelo, y corrían ríos de sangre; Ravana perdió a todos sus guerreros, se dio cuenta de que estaba solo y rodeado de gran cantidad de monos y osos, así que decidió usar sus poderes mágicos. Aplicó su magia sobre todos los Vanaras, menos sobre Rama. Pero Rama decidió lo contrario: mediante su voluntad, hizo que Ravana viera por dondequiera que mirara un vasto océano de hordas Vanaras, con Rama y Lakshmana a la vanguardia. Al ver esto, Ravana se dio cuenta de que su magia era inútil. Poco después, Rama llamó a su presencia a los Vanaras y les dijo con gran seriedad: "Todos ustedes están muy cansados por la larga y difícil batalla. Vayan a descansar y observen la pelea entre Rama y Ravana".

No bien Rama había terminado de pronunciar esas palabras, cuando Ravana se arrojó sobre él, lanzando un grito amenazador. Rama sonrió y le respondió con dulce voz: "Tonto, primero escucha lo que te voy a decir: En el mundo hay tres tipos de hombres: el primero es como el árbol patali, el cual florece maravillosamente, pero sus flores no se convierten en fruto. Aquéllos que sólo se dedican a hablar y no practican ni un ápice de lo que dicen son de este tipo. El segundo es como el árbol del baniano, que da flores y frutos. Aquéllos que practican todo cuanto predican son de esta clase. El tercer tipo es como el árbol de la nanjea: no tiene flor, sólo frutos. El mejor tipo de hombre no parlotea ni presume, ni habla en voz alta; son hombres callados que actúan sin presunción. Tú eres un simple bravucón; tu inmoralidad ha ocasionado la ruina de tu raza".

Ravana no estaba de humor para escuchar esas imputaciones y le increpó: "¿Qué? ¿Te atreves a enseñarme a mí?", y empezó a proferir insultos. De pronto, disparó un torrente de flechas hacia Rama y éste le lanzó a su vez una flecha de fuego. Las flechas de Ravana se volvieron cenizas al chocar con la que Rama había lanzado. Ravana arrojó contra Rama millones de discos con puntas afiladas y tres lanzas, pero el daño que pensaba causar su malvado corazón rio surtió efecto. Rama tensó su arco y le lanzó una gran cantidad de flechas mortales, las cuales volaron hacia Ravana como mensajeros de la muerte, como cobras ansiosas de inyectar su letal veneno.

Rama se dio cuenta de que tan pronto una flecha le cortaba la cabeza, otra crecía en el mismo lugar. Ajeno a su inminente muerte, Ravana estaba inmerso en el orgullo y, exaltado, retó a Rama. Era una visión horrible. Las cabezas que rodaban por el suelo inquirían: "¿Dónde está Rama? ¿Dónde está Lakshmana? ¿Dónde está Sugriva?". Las cabezas que perma= necían en el tronco rechinaban los dientes, preguntaban por Vibhishana y proferían insultos contra él. Decían: "¡Hermano mío! ¡Debía darte vergüenza el esperar con ansia las noticias de la muerte de tu hermano para que puedas subir al trono! Tú no eres un héroe, eres un asceta cobarde, ¡maldito seas!; nadie debería verte a la cara". Pronto, las cabezas cercenadas reaparecieron y Ravana peleó con más fiereza e indómito valor. Lakshmana, Sugriva y Angada lo observaban, admirando su fortaleza. Finalmente, Rama resolvió que el fin de Ravana no debía esperar más, pues sus iniquidades se multiplicaban día a día. Nala, Nila y otros héroes Vanaras le lanzaban rocas a Ravana, lastimándolo gravemente. Mas como empezó a oscurecer, la batalla terminó por ese día. En la noche, Trijata se sentó cerca de Sita para narrarle la batalla entre Rama y Ravana; le contó que cada vez que Rama decapitaba una cabeza, otra surgía de inmediato para ocupar su lugar. Al oír aquello, el rostro de Sita palideció ante tales hechos y se sumió en la tristeza. Trijata se apesadumbró al verla en ese estado y le dijo: "No te angusties, el corazón de Ravana tiene tu forma enclavada en él. Ésa es la razón por la cual las cabezas crecen". Entonces, Sita sintió tristeza y ala vez alegría cuando Trijata se apresuró a agregar: "Sita, no tengas duda, su fin está cerca. Rama triunfará, él te recuerda cada vez que le lanza una flecha, pues también tiene tu forma en su corazón. Así, el final se prolonga hasta que llegue el momento en que Ravana te olvide por un instante: en ese momento estará sentenciado a muerte y morirá en ese mismo instante".

Al día siguiente, Ravana inundó el campo de batalla con sus poderes mágicos. El campo estaba infestado de sus creaciones: fantasmas, seres espectrales y espíritus perversos armados con arcos y_flechas. Espíritus femeninos bailaban blandiendo espadas con una mano y bebiendo sangre en cráneos con la otra. "¡Atrapa, pega, mata!", gritaban con voces estridentes. En cualquier dirección que los Vanaras avanzaran se levantaban murallas de fuego. Los monos y los osos estaban atónitos. Una densa lluvia de arena caía sin interrupción sobre las fuerzas Vanaras. Ravana rugía de alegría al ver el aprieto de sus enemigos, mientras Lakshmana y Sugriva mostraban su impotencia al no poder luchar; los guerreros le rogaban patéticamente a Rama para que los ayudara. A la vez, Rama era asediado por muchos Hanumanes creados por la magia de Ravana; cada uno de ellos cargaba enormes montañas e intentaba atrapar a Rama con su cola, las cuales se enroscaban y crecían por kilómetros en todas direcciones, pero Rama brillaba totalmente despreocupado y sin sufrir daño alguno, azul como un fresco capullo, en medio de toda esa carnicería y confusión. Él sabía que todo era producto de la magia Rakshasa. Se reía para sus adentros por los esfuerzos que hacía Ravana por engañarlo. Con una sola flecha que lanzó destruyó los efectos de esa magia. Los monos y los osos vieron las horribles visiones desaparecer en un instante y se pusieron felices. Todo se desvaneció como la neblina ante los rayos del Sol, en cuanto fue alcanzado por la flecha de Rama. Entonces, los Vanaras arrojaron una lluvia de piedras a Ravana y se lanzaron contra él, atacándolo con sus armas. Rama escogió una flecha muy filosa, la disparó contra Ravana y así pudo cortarle una cabeza, mas en un instante volvió a crecer otra. Esto sucedió una y otra vez. Rama observaba ese fenómeno y hasta parecía disfrutarlo, pues le recordaba el fenómeno de la codicia que viene a reemplazar a la ganancia: en cuanto algo se ha ganado u obtenido, nace la codicia por tener más. Comparaba a la cabeza que caía, con lo obtenido y la que crecía, con la codicia.

La batalla que se libró entre Rama y Ravana fue de una fiereza sin igual. Dice el dicho: "El océano es como el océano y el cielo como el cielo; no se pueden comparar con ningún otro fenómeno". Así también, la batalla entre Rama y Ravana sólo se puede comparar con ella misma. La lucha duró dieciocho días; no obstante, Rama no estaba cansado en lo más mínimo. Todo era para él como un pasatiempo. Restaban unos cuantos días para que se cumplieran los catorce años del exilio, por lo que bien podía disponer de cierto tiempo para el juego de la guerra. Si Rama decidía el final, ¿cómo iba a posponer Rayana su fin o cambiar esa decisión? Cuando el fin del combate estaba próximo, todo conspiró para que se cirnieran malos augurios sobre Rayana. Los perros aullaban, los zorros gemían, los burros rebuznaban, los pájaros y las bestias se lamentaban, bolas de fuego caían del cielo e inmensas llamas surgían de todas direcciones. El corazón de la reina Mandodari, presintiendo la tragedia, latía fuerte y rápido. Las imágenes de todas las casas y templos de la isla derramaban lágrimas en abundancia; los tornados destruían colinas y valles. Alertados por estos signos calamitosos, los dioses supieron que el fin de los Rakshasas estaba cerca y se reunieron para presenciar desde arriba el triunfo de la rectitud y gritar "¡Jai, jai.!", dando la bienvenida a la victoria.

Rama lanzó a Rayana treinta y una flechas al mismo tiempo, que salieron disparadas como cobras mortales. Una de las flechas penetró en el "recipiente de néctar" que Rayana tenía bajo su ombligo, y el resto cercenó sus cabezas y manos. Cuando las cabezas y miembros rodaron por el suelo, saltaron en una danza frenética todavía con vida durante un tiempo, hasta que por fin se quedaron inmóviles. De esa manera, Rayana dejó de vivir y alcanzó el cielo, durante el decimocuarto día de la mitad brillante del mes de Chaitra.

En ese momento se escucharon tambores celestiales resonar en el cielo, y el esplendoroso espíritu de Ravana se fundió en Rama. Atónitos por esa visión, los guerreros Vanaras quedaron mudos de asombro. También estaban admirados del valor y heroísmo de Rama durante los dieciocho días de la batalla contra Ravana. Exclamaban a una voz: "¡Victoria, victoria a Rama!"

Al oír que Ravana había muerto, la.reina Mandodari cayó desmayada. Cuando recuperó el conocimiento se apresuró a ir llorando a gritos y en compañía de sus doncellas, hacia donde se encontraba el destrozado cuerpo. Recogió las cabezas, sintiéndose muy triste por el trágico fin de su señor y recordó con respeto las hazañas de Ravana en el pasado. Exclamó: "Señor, tú habías vencido y subyugado a la creación entera; los gobernantes de las ocho direcciones estaban a tus pies, pidiéndote protección. ¿De qué valió toda esa gloria? ¿De qué te sirvieron las austeridades y el ascetismo que llevaste a cabo? Tenía que ser éste tu destino a pesar de todo el poder que habías obtenido. Esto te sucedió desde que te separaste de Rama. No pudiste vencer a la lujuria, pues aquél que se convierte en esclavo de ella no puede escapar del castigo, aunque sea tan poderoso como el dios de la muerte, Kala. Ciego por la lujuria, no púdiste evitar este trágico fin; la lujuria te llevó a ignorar a Rama, ocasionándote con ello la muerte. Rayana, Rama ha encarnado con el propósito de destruir con el fuego de su ira el bosque del vicio Rakshasa; te lo dije muchas veces, pero tu cruel destino te hacía sordo a mis ruegos. Te dije que él no era un simple hombre. Confiaste tontamente en tu fuerza y tu inteligencia, en tus enormes tesoros y en el gran número de Rakshasas a quienes gobernabas. ¿Acaso no te rogué con mis manos asidas a tus pies que te rindieras a Rama, el océano de misericordia, y así salvaras a los Rakshasas de la aniquilación? Sin embargo, no escuchaste mis súplicas, pues estabas constantemente ocupado en hacerles daño a los demás, ya que tal acción te causaba gran alegría. Muy rara vez intentabas conferir beneficios a los demás; tus metas siempre se hallaban en acciones y pensamientos pecaminosos. A pesar de todo, Rama te confirió su bendición y tu espíritu se fundió en él. ¡qué compasivo es Rama! Moriste en sus manos. Eso es una suerte que muy pocos pueden alcanzar. Él vino a este mundo en forma humana, con el propósito específico de matarte. El camino hacia la destrucción de la raza Rakshasa fue trazado por el mismo gobernante Rakshasa. ¡Esto será conocido como tu más grande logro! ¡Tal es el ejemplo supremo de tu habilidad protectora! ¿Es éste el resultado de todas tus austeridades y de tu disciplina espiritual? ¡Rama!, ¿has hecho esto para probar que nadie puede escapar a las consecuencias de sus acciones? ¿Qué mayor ejemplo puede existir del cumplimiento de esa ley? Esta calamidad, ocasionada por él mismo, está aquí para que todos la puedan ver y aprender de ella".

Mandodari se lamentó mucho tiempo, postrada ante los despojos de su señor. Comprendió, gracias a su sabiduría, que Rama era el Alma universal, el Absoluto. Los dioses que la observaban desde el cielo la admiraron por la actitud que asumía en ese doloroso momento. Vibhishana también se conmovió de los lamentos de Mandodari y estuvo de acuerdo en que lo que ella había dicho era lo correcto. Rama y Lakshmana se acercaron a Vibhishana, lo consolaron y le pidieron que llevara a cabo los ritos funerales para su hermano. Con el fin de cumplir con ese deber, él también (levó a cabo todos los ritos prescritos, en.los lugares adecuados para el ceremonial. Mandodari y otras mujeres también ofrendaron agua santificada con mantras y ti¡. Vibhishana realizó las exequias con orden y sin ningún percance, teniendo en todo momento el consuelo de Rama. Éste le explicó que las maldiciones que Ravana había atraído sobre sí a causa de sus pecados habían madurado y fructificado y, por lo tanto, no existía ninguna razón para lamentar su muerte.

Rama llamó a Lakshmana, Sugriva, Jambavanta y Angada y les pidió que fueran a Lanka con Nala, Nila y los demás, para nombrar a Vibhishana emperador de Lanka. Les pidió que partieran sin demora, pues el decimocuarto año del exilio que su padre había decretado para él, terminaba al día siguiente. Sin embargo, Vibhishana protestó y le rogó: "¿Para qué necesito un imperio? En vez de eso, por favor manténme en la inmediata presencia de tus pies de loto. Desde este día, Lanka es tuya, trata a Lanka como parte de Ayodhya", insistía. Pero Rama no estaba de acuerdo y le hizo mención de una serie de principios políticos, aclarándole que su orden era irrevocable. Entonces, Vibhishana le solicitó que fuera él mismo quien lo coronara con sus propias manos. Rama contestó: "No. Habiendo observado y seguido las órdenes de mi padre durante trece años, once meses y veintinueve días, no sería propio que en el último día no cumpliera mi palabra. Estoy en el exilio como él lo deseó y durante éste no debo entrar en ninguna ciudad o asentamiento humano; tú conoces bien esta regla". Diciendo esto, bendijo a Vibhistlana y le encomendó a Lakshmana que fuera a Lanka e instalara al nuevo emperador en el trono.

Inclinándose con reverencia y prestos a cumplir esa misión, Lakshmana, Sugriva, Angada, Naia, Nila y los demás emprendieron el camino hacia la ciudad; cuando llegaron al palacio de Lanka pusieron la corona en la cabeza de Vibhishana y trazaron en su frente la auspiciosa señal de autoridad. Vibhishana se postró ante la asamblea de Vanaras y reconociendo su amistoso auxilio, les prometió cumplir con el verdadero propósito de su vida, siguiendo su ejemplo y beneficiándose de su ayuda. "Gobernaré sobre esta tierra como ministro de Rama, no la aceptaré como mía; he dedicado todo mi ser a Rama". Sufrió mucho al recordar todas las crueldades y daños causados por Ravana, sus hijos y sus guerreros a las hordas Vanaras, pero se consoló al pensar que todo había sucedido por la voluntad suprema de Rama. Pronto, todos regresaron hacia donde estaba Rama y se postraron a sus pies reverentemente.

Después, Rama llamó a Hanumán y le dijo: "Hanumán, héroe incomparable, marcha a Lanka a cumplir una misión más para mí: comunícale a Sita todo lo que ha sucedido y regresa para informarme el estado en que se encuentra ella". Hanumán se dispuso a acatar la orden. Cuando llegó a Lanka, fue al lugar donde Sita se encontraba y se postró a sus sagrados pies. Inmediatamente, ella comprendió que traía un mensaje de Rama y le preguntó: "¿Están a salvo Rama, Lakshmana y las fuerzas Vanaras? ¿Está fama, el océano de compasión, feliz y a salvo?". Hanumán respondió con las palmas unidas e inclinándose con reverencia: "Rama está a salvo y feliz. Ha dado muerte a Ravana y ha nombrado a Vibhishana emperador de esta tierra". Sita se sintió feliz al oír las noticias de la victoria de Rama y la caída de Ravana. Su rostro resplandeció de dicha y lágrimas de alegría corrieron por sus mejillas. Le dijo: "¡Oh guía de los Vanaras!, ¿qué te puedo ofrecer como regalo por haberme traído la mejor de las noticias? Nada puede igualar en valor las palabras de consuelo que has pronunciado". Hanumán respondió: "Madre, la alegría que demostraste y el florecimiento de tu felicidad me han otorgado el regalo de los tres mundos. ¿Qué otra cosa puedo pedir? ¿Qué mayor fortuna se puede obtener que ver a Rama victorioso sobre el enemigo y feliz con su hermano?". Al decir esas palabras, se postró una vez más a los pies de Sita, y ella dijo: "¡Oh, grande entre los Vanaras! He estado sumida en la agonía estos diez meses de separación de mi señor, y desde entonces no he podido ver ni saber nada del mundo exterior. Peo sé qué día de la semana es hoy, ni si estamos en la mitad brillante o la mitad oscura de la Luna, ni qué día es de esa mitad. Cualquiera sea, tú me has dado la más auspiciosa noticia, así que llamaré a este día el día Mangala, que significa el día que trajo prosperidad y alegría. Que éste sea un día sagrado y que tú, el portador de esta noticia, seas adorado en especial este día más que en ningún otro de la semana". Al oír esto, Hanumán se postró a sus pies y luego se puso de pie con las palmas unidas.

Sita le rogó a Hanumán: "Concédeme la gracia de reunirme con la encarnación del encanto y la compasión, mi señor Rama. ¿No sabes que toda esta batalla y matanza fueron por mí, para que pudiese ser devuelta a mi señor? Llévame pronto a los pies de loto de Rama", dijo con ansiedad.

Hanumán no podía soportar la angustia que era evidente en las palabras de Sita, saltó hasta el cielo y en un instante llegó hasta Rama, a quien narró todo lo que había sucedido durante su encuentro con Sita. Rama reunió a Angada, Vibhishana y a los demás y les dijo que marcharan al lugar donde Sita se encontraba, para que la llevasen hasta su presencia. Así, se dirigieron hacia el Ashokavana, el jardín donde había permanecido cautiva durante largo tiempo. Cuando llegaron ante ella, Vibhishana le dijo a Sita que podía darse un baño, vestir finas ropas de seda y engalanarse con joyas antes de partir, pero ella se negó a tal sugerencia diciendo: "Rama es la joya más preciosa que yo tengo, esa única joya es suficiente para mí y verlo será el baño con el cual estaré satisfecha. La postración que haré ante él será la ropa de seda para mí; no me gustaría usar nada que alguna vez haya sido propiedad de Ravana". Vibhishana se conmovió ante la profundidad de aquel anhelo y pidió a las doncellas que respetaran sus deseos. Ellas también dijeron que Sita deseaba con desesperación recibir el darshan de su Señor.

Con prontitud, trajeron un palanquín para que Sita viajara en él. Los Vanaras lo cargaron en sus hombros y las mujeres Rakshasas que habían sobrevivido, los guerreros Vanaras y muchos otros bailaban de alegría a ambos lados del camino, al paso del palanquín de Sita. Se paraban de puntillas y hasta saltaban para poder tercer una visión más clara y cercana de ella, pero Sita no miraba ni a la derecha ni a la izquierda; inclinó su cabeza y se concentró en un solo pensamiento: Rama.

Cuando todavía restaba una corta distancia para llegar ante Rama, Sita se bajó del palanquín, pues sintió que debía aproximarse a su señor con humildad y caminó lentamente hacia Rama. Los Vanaras que estaban de pie a lo largo del camino se postraron a sus pies y exclamaron "¡Jai, jai, Sita Ram!" Cuando Sita estaba bastante cerca, Rama dijo que no debía llegar hasta él en ese momento, pues tenía que pasar la prueba del fuego.

Al oír esto, los Vanaras callaron y se quedaron atónitos de desesperación, pero aun así tuvieron que ir a recolectar ramas secas para encender el fuego para la prueba. Los Vanaras habían cargado en sus hombros enormes montañas y piedras, durante la guerra contra Ravana, pero ahora encontraban que las pequeñas ramas secas pesaban mucho, porque sus corazones estaban apesadumbrados ante la prueba que Sita debía pasar. Rama, por supuesto, sabía que Sita era intachable y la encarnación misma de la virtud. Vibhishana, Angada, Sugriva y los demás sabían que la prueba de fuego era sólo para convencer al mundo. El hecho era que el shakti que "era" Sita había sido transmitido e instalado en el fuego, cuando estuvieron en el bosque Dandaka. La Sita que estaba en Lanka era sólo el cuerpo. El shakti o esencia vital había permanecido en el fuego, sustentado por éste. Ahora ella tenía que pasar a través del fuego para que pudiera emerger como la verdadera Sita, la gran energía universal encarnada.

Sita aceptó con gusto el rito, para que el mundo se convenciera de que su corazón era puro e inmaculado. Se sentía feliz al ver crepitar las llamas. Lakshmana, sin embargo, estaba abrumado por la pena, ya que él mismo era quien debía conducir el ritual. Sita lo consoló con un sabio consejo: "Lakshmana, cuando me casé, los brahmanes encendieron el fuego de la ceremonia y santificaron la celebración. Hoy, el fuego me dará un nuevo nacimiento; después me casaré con el Señor nuevamente. Alimenta bien el fuego, pues eso es lo correcto".

Lakshmana se conmovió ante el dolor que ella sentía por la separación, su anhelo por la reunificación, su lealtad a la rectitud y apego a la justicia y el análisis inteligente que hacía de la situación en que se encontraba. Derramó algunas lágrimas, unió sus palmas en reverencia y permaneció de pie en silencio; no encontraba palabras para expresar sus sentimientos. Con la mirada fija en Rama, apiló las ramas y les prendió fuego. Sita sentía felicidad al ver las llamas. El miedo no tenía cabida en su mente. Caminó hacia el fuego y de pie frente a él dijo: "¡Oh recipiente de ofrendas sagradas! Ni con la palabra, la acción o el pensamiento he abrigado en mi mente a ningún otro más que a Rama, mi señor. ¡Oh purificador!, tú resides en el corazón de todo ser viviente. Sé para mí tan fresco como la pasta de sándalo, cuando entre en ti". Se postró ante Rama y penetró en el fuego. El dios del elemento, Agni, apareció en la forma de un: brahmán, trayendo con él a la verdadera Sita y la ofreció a los pies de Rama, tal como el Señor del océano de leche ofreció a Lakshmi a los pies del Señor Vishnú. Ella resplandeció a la izquierda de Rama como un lirio de oro junto a un loto, azul totalmente abierto. Los dioses expresaron su alegría tocando tambores y trompetas.

Vibhishana se encaminó hacia la ciudad y en el carruaje aéreo llamado Pushpaka trajo ropas y joyas adecuadas para la Divinidad y las puso ante Rama. Rama pidió que el carro se elevara al cielo y que todos los valores que transportaba se desparramaran desde ahí a la gente. Vibhishana hizo lo que se le pedía. Los Vanaras recogían con regocijo las prendas y joyas que caían sobre ellos. Creyendo que las gemas eran frutas rojas y maduras, cuando se dieron cuenta de que eran joyas verdaderas las arrojaron al suelo con enfado. Rama y Sita disfrutaban y reían ante aquellas escenas. Muchos Vanaras y osos llevaban la ropa que les habían regalado y se acercaban a Rama para mostrarle su agradecimiento. Vestidos con ropas multicolores, bailaban de felicidad. Rama los miró con aprecio y les dijo: "¡Oh Vanaras! Gracias a sus proezas y valor fui capaz de destruir a Ravana y de investir a Vibhishana como emperador de Lanka. Ahora todos pueden regresar a sus hogares; siempre estaré con ustedes, de ahora en adelante ya no tienen por qué sentir temor". Rama los consoló y confortó prometiéndoles eterna, protección, asegurándoles que jamás volverían a sentir temor ante nadie ni a sufrir calamidad alguna. Los Vanaras y demás sentían gratitud por el amor que él les brindaba y que hizo desaparecer todos los temores de su mente; permanecieron de pie con las palmas unidas rindiéndole .homenaje y reverencia y dijeron: "Señor, tus palabras son acordes con tu majestad, nos confunden y nos dejan mudos. Nosotros somos débiles, tú eres nuestro protector y guardián, tú gobiernas los tres mundos; ¿puede una mosca decir alguna vez que ha ayudado al águila?, ¿puede una pequeña lámpara decir que con su luz revela al Sol?". Los Vanaras se postraron a los pies de Rama, con los ojos llenos de lágrimas.

Los Vanaras y los osos sabían que debían obedecer las órdenes de Rai la, aunque eran renuentes a separarse de su presencia. Se fueron a sus casas embargados de alegría y dolor a la vez, orándole a Rama para que siempre los bendijera, con su sagrada imagen grabada en sus mentes. Nala, Sugriva, Hanumán, Vibhishana y los otros líderes y guerreros no podían expresar sus sentimientos y se quedaron de pie, en silencio con la mirada fija en el rostro de Rama, tratando de mitigar su angustia. Observando la profundidad de su amor y apego, Rama los hizo sentarse en el carruaje aéreo Pushpaka, en el cual él iba ascendiendo.