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Libros escritos por Sai Baba

27. La Región Inferior

27. LA REGIÓN INFERIOR

Rama estrechó a Vibhishana, Hanumán, Nala, Nila y otros más, enterneciéndolos con aquel abrazo divino; con dicho contacto, el dolor que los torturaba desapareció al instante y las heridas de sus cuerpos sanaron. Los Vanaras estaban encantados al ver la dicha reflejada en el rostro de Rama, y éste los envolvió con una mirada llena de compasión.

Mientras tanto, Sulochana, la esposa de Meghanada, recibía la noticia de la muerte de su consorte por boca de sus doncellas, que llegaron presurosas a su lado para darle la fatal noticia. "Hasta ahora siempre creí que esta sencilla tarea la podía cumplir fácilmente ya fuera Meghanada o Kumbhakarna, pero ahora compruebo su fracaso. Me avergüenza que Meghanada haya caído víctima del ataque de los simios. Aquéllos que mueren a manos de los monos, ¿cómo pueden llamarse héroes?", dijo Rayana, y trató de consolar a Sulochana con estas palabras: "Respetable consorte de Meghanada, olvida tu pena. No creas que yo soy un héroe como ellos, no; yo te traeré consuelo dentro de una hora, o tal vez antes. Podrás observar en el campo de batalla mi terrible poder: arrancaré las cabezas de aquéllos que causaron la muerte de tu esposo y las traeré conmigo; lo cumpliré, no hay duda de ello". Rayana alardeaba así en presencia de Sulochana. La ira inflamaba su cuerpo y estaba loco de rabia.

Al escuchar estas palabras, la sabia y virtuosa Sulochana dijo: "Oh, decacéfalo, ¿puede haber en tu corazón alguna esperanza de obtener la victoria? Estás sumido en la densa oscuridad del engaño. Yo había reprimido mi resentimiento y desilusión durante mucho tiempo porque sentía que oponerse al suegro era impropio, y en este caso también es inútil tratar de convencerte. Tu furor es la principal causa de la destrucción de los Rakshasas que habitaron esta isla. Permíteme que te lo diga: es imposible que ganes esta guerra; ésa es la verdad, la indiscutible verdad".

Sulochana se puso de pie repentinamente y, sollozando, se dirigió hacia las habitaciones de Mandodari, la reina, madre de Meghanada. Al llegar allí, se postró a los pies de su suegra y dijo: "Esta calamidad fue provocada por tu esposo y por nadie más, y tú tampoco podrás escapar de esta desgracia, que seguramente se presentará hoy o mañana". Su dolorido corazón la instó a pronunciar palabras duras y crueles. Mandodari también se apenó mucho cuando reflexionó acerca de los deseos perversos de Rayana y el orgullo de ostentar tanta maldad; lloró al admitir la verdad de las palabras de Sulochana. Las dos mujeres permanecieron sentadas durante largo rato y luego hablaron exaltando las virtudes de Rama, así como la sencillez y castidad de Sita, pensando que si tan sólo pudiesen ver durante unos instantes a aquella persona divina, sus vidas habrían valido la pena.

Rayana no podía soportar ser testigo de la agonía de su nuera, la desdichada Sulochana. Aquellos reproches le desgarraban el corazón como filosas dagas; el dolor era tan profundo por la pérdida de un hijo tan brillante y cariñoso, que cayó de bruces y en su desesperación estrellaba su cabeza contra el suelo. Levantándose, dio rienda suelta a su congoja ante la figura de Shiva, en su templo predilecto. Al verlo, los ministros de su corte se acercaron a él para reconfortarlo: "Oh rey, ¿por qué te afliges en vano? Los hijos, las esposas y todos aquellos seres que amamos, son como el resplandor del relámpago que ilumina la oscura nube por un instante: vienen y se van. La vida es un destello, no dura. Sabiendo esto, no es propio que te sumas en la ignorancia y te lamentes por tales pérdidas. Éste es el momento de planear el futuro: formula un plan para destruir al enemigo que está ante nuestras puertas". Trataban de infundirle consuelo y recordarle la tarea urgente de acabar con sus enemigos. Finalmente, Ravana, juntando sus veinte manos, le rezó a Shiva postrándose ante él con reverencia.

Mientras esto sucedía en la Tierra, Ahiravana, que habitaba en las regiones inferiores, al ver el dolor de Ravana pensó para sus adentros: "¿Cómo es posible que le suceda esto? ¡Él tiene a todo el mundo bajo su control y en un puño! Nadie lo puede vencer".

Ahiravana, otro de los hijos de Ravana, no rendía culto a dios alguno sino a la diosa Devi Kamada. Inmediatamente pensó en ella y la diosa le reveló el lugar donde se encontraba Ravana en ese momento, de modo que pudo aparecérsele a Ravana en el mismo templo de Shiva. Se postró a los pies de Rayana, a la vez que pronunciaba su nombre. Le preguntó por qué se encontraba tan deprimido y Rayana le comentó todo lo que había sucedido desde que la nariz y las orejas de Surpanaka habían sido cortadas por Lakshmana. Este relato entristeció grandemente a Ahiravana y dijo: "El sendero de la moralidad es adorado por todos en el mundo; al desviarse de ese sendero y preferir el camino de la inmoralidad, el temor se apodera del corazón. En vez de prestar atención al pasado y al futuro y al curso probable de los acontecimientos, te has embarcado en esta tonta y fatal guerra. Como consecuencia, has destruido a tu raza y a tu dinastía. Has ignorado el grado de heroísmo y poder latente que existe en el «hombre» y despreciado a los más ilustres de ellos, corno si fueran los de menos valía y los más ruines. Sin embargo, trataré de capturar a Rama y a Lakshmana y me los llevaré a las regiones inferiores. Los sacrificaré como ofrenda a mi diosa Kamada. Con ello daré inmensa fama al nombre de los Rakshasas".

Diciendo esto, se postró nuevamente ante Rayana y rindió pleitesía a la diosa Kamada; luego hizó)su aparición en el campamento de Rama y los Vanaras. Gracias a su poder sobrenatural invocó al espíritu de las tinieblas y envolvió a los Vanaras en profunda oscuridad. Nadie podía ver ni la palma de sus manos frente a sus ojos, tal era lo espeso de la negrura que reinaba alrededor. Los Vanaras vigilaban celosamente el campamento, a tal grado que ni la muerte se atrevía a cruzar aquel lugar. Hanumán, el guardián de los Vanaras, extendió su cola a tal longitud que cercó con ella todo el campamento con varías vueltas hasta formar una muralla de¡ tamaño de una cadena de montañas. El mismo Hanumán se situó como guardián en el único paso por el cual se podía entrar o salir de esa inexpugnable fortaleza.

Ahiravana, al ver aquel muro formado con la cola de Hanumán, fue invadido por un gran temor; no concebía estrategia alguna capaz de vencer esa defensa. Repentinamente, tuvo una idea: se convirtió en un falso Vibhishana, se acercó a Hanumán y le dijo: "Amigo, necesito llegar a la presencia de Rama. Con su permiso salí del campamento para efectuar mis oraciones y ritos vespertinos; he terminado y si no acudo pronto, incurriré en el pecado de desobediencia a su mandato. Te ruego, pues, me dejes entrar en pl campo". Hanumán quedó convencido con tales palabras y con el aspecto de la persona que le hablaba, pues ante él se encontraba Vibhishana, y le permitió la entrada. El falso Vibhishana halló a Nala, Nila y Sugriva durmiendo profundamente, ya que estaban exhaustos por la lucha de¡ día anterior. También Rama dormía, sosteniendo con su mano la de su hermano Lakshmana. El falso Vibhishana que se le aproximaba no pasó inadvertido para Rama. Él había encarnado, adoptando la forma humana, con el propósito de destruir a los Rakshasas hasta aniquilarlos. Su tarea quedaría inconclusa si los descendientes de Ravana sobrevivían en las regiones bajas; por eso fingió ignorar el plan que Ahiravana estaba a punto de llevar a cabo. La gente común no puede saber ni entender sus acciones; sólo él sabe dónde, cuánáo y por qué medios alguien debe ser exterminado. Él dirige su drama a su modo.

El Rakshasa recitó el mantra Mohana, que tenía el poder de hacer que quienquiera que él decidiese cayera inconsciente. De tal forma, los héroes Vanaras durmieron aún más profundamente. Luego amarró a Rama y a Lakshmana y se los llevó a sus dominios en las profundidades de la Tierra, hacia la región llamada Patala.

Después de algún tiempo, los Vanaras despertaron y al ver que Rama y Lakshmana no se encontraban a su lado, !a desesperación los invadió. El lugar en el cual los hermanos habían dormido, era ahora un hondo abismo. Pronto se oyeron gritos y lamentos por todo el campamento. Los Vanaras se sintieron tan miserables como el cielo sin Luna o como la flor de loto sin agua. Comenzaron a buscar por doquier a los hermanos; muchos corrieron hacia la playa, otros buscaron en los linderos de¡ campo, pero nadie descubrió señal alguna. Los Vanaras perdieron toda esperanza y se dejaron abatir por la tristeza y la desesperación. "Todos los guerreros Rakshasas han sido destruidos, sólo Ravana ha sobrevivido; sus días también se acercaban a su fin; ¡en qué momento nos ha venido a caer esta desgracia!". De esta forma lamentaban su infortunio. El mismo Sugriva, rey de los simios, cayó inconsciente al suelo. Vibhishana no había tenido noticia de lo ocurrido, pues regresaba con las ropas aún mojadas, después de haberse bañado en el mar y efectuado sus ritos matinales. Los Vanaras corrieron a su encuentro para decirle que Rama y Lakshmana habían desaparecido de¡ campamento. Vibhishana sintió en un instante el golpe de la tristeza, pero como él sabía los trucos que los Rakshasas eran capaces de efectuar usando sus poderes sobrenaturales, pronto adivinó lo sucedido y les dijo: "Vengan, vayamos al campamento". Eso les infundió un leve consuelo. Cuando habló con Hanurnán, el cual se encontraba junto a la puerta principal, quedó sorprendido y atemorizado. Al ver esto, Hanumán le preguntó intrigado: "¿Por qué te sorprendes? Tú acabas de cruzar por esta puerta hace apenas un rato, ¿no me pediste permiso para entrar?". Ahora sí Vibhishana veía todo con claridad, y al sospechar lo que había sucedido se dirigió a los Vanaras para decirles: "¡Vanaras!, no tienen por qué angustiarse. Ahiravana, el hijo deBavana, es un maestro en esta clase de trucos; él vive en Patala, la región inferior. A juzgar por lo hondo de este abismo, estoy seguro de que es él quien (levó a Rama y a Lakshmana a sus dominios, hasta las profundidades de la Tierra; estoy totalmente seguro, pues nadie más que él puede asumir mi forma. No se desanimen. Lo más indicado será que alguno de nosotros, el más poderoso, se dirija allá". Vibhishana miró a su alrededor y al ver a Hanumán exclamó: "¡Hanumán!., tu fuerza física y mental son conocidas en todo el mundo. Marcha de inmediato a Patala y trae de regreso a esos océanos de bondad, Rama y Lakshmana".

Vibhishana también indicó la ruta que Hanumán había de tomar para llegar a Patala, donde vivía Ahiravana. Sugriva, Angada y Jambavanta, derramando lágrimas de alegría, abrazaron a Hanumán, quien solicitó permiso a su amo, el rey Sugriva, para partir. Antes de emprender el camino para cumplir con su misión, les dijo a los Vanaras: "No teman, no se preocupen en lo más mínimo. Quienquiera sea el enemigo, lo destruiré aunque me cueste la vida. Muy pronto me verán frente a ustedes con Rama y Lakshmana. De eso pueden estar seguros". Con estas palabras y exclamando "¡Jai Rama!, ¡Jai Rama!" (victoria a Rama, victoria a Rama), Hanumán inició el viaje. Al llegar ala región de Patala, descansó un rato bajo un árbol. De improviso, escuchó la conversación de dos pájaros que se encontraban en la copa del mismo. Hanumán conocía el lenguaje de las aves, así que escuchó con atención lo que decían. "Querido amigo dijo uno de los pájaros Ahiravana ha capturado a los hermanos Rama y Lakshmana y ha hecho los preparativos para sacrificarlos a la diosa Kamada ahora mismo, para después arrojar los santos cuerpos. Vamos a darnos un verdadero festín; éste va a ser un día de fiesta para nosotros". Hanumán se levantó súbitamente, como una cobra cuya cola ha sido pisada. Rugió y saltó como una gran (lama y exclamó: "¡Ay!, mucho me temo lo que le pudo haber sucedido a mi Señor", y gimió lleno de angustia.

Al llegar ala ciudad de Ahiravana, de inmediato tuvo un enfrentamiento en la entrada principal con Makaradhvaja, el guardia con cuerpo de mono, al cual venció finalmente. Mas al ver que se trataba de un mono, antes de la batalla averiguó quién era y de dónde provenía; Hanumán supo ganarse la confianza del guardia y logró averiguar el estado en que se encontraban Rama y Lakshmana. También supo que los hermanos iban a ser conducidos al amanecer, al templo de la diosa Kamada para ser sacrificados.

Hanumán le preguntó a Makaradhvaja, el guardián mono de Patala, dónde tenía detenidos a los dos hermanos el cruel soberano de las regiones bajas. El guardián le dijo todo con lujo de detalles; sin embargo, le advirtió que no le permitiría la entrada en la región, pues tenía que obedecer a su señor y ser fiel a él y a sus intereses. "Cualquiera sea el dolor que tenga que sufrir, no te permitiré entrar dijo si yo me muestro condescendiente contigo porque también eres un mono, desprestigiaría a todos los simios, convirtiéndolos en seres malagradecidos e indignos de confianza. Mi señor Ahiravana es para mí tan adorable como lo es tu señor Rama para ti. Por ello, por más que yo te aprecie, no vacilaré en cumplir mi deber; debo obedecer su mandato: sólo podrás entrar después de vencerme en combate", dijo en tono desafiante. Hanumán apreció sus sentimientos y su sentido del deber y le dio gusto ver que Makaradhvaja era un fiel guardián; aceptó el desafío y combatió con el guardia. Como la fiera batalla se prolongaba, Hanumán decidió terminarla, de manera que enrolló su cola en el cuerpo de Makaradhvaja y con fuerte impulso lo arrojó lejos de Patala. Enseguida, Hanumán valientemente se adentró en la ciudad. Observó que un portador de flores cruzaba el portón llevando una enorme y bella guirnalda. Considerando que ésa era la mejor oportunidad de llegar al sitio que quería, rápidamente asumió una forma microscópica y se ocultó en la guirnalda. Ésta no aumentó de peso, siguió tan ligera como siempre. El florista, ajeno a lo que sucedía, le entregó la guirnalda a Ahiravana y él la colocó alrededor del cuello de la diosa Kamada. También le ofrendó diversos alimentos santificados. Hanumán, desde su posición ventajosa en la guirnalda alrededor del cuello de la diosa, se comía los alimentos tan pronto como eran colocados ante la diosa. Los RafCShasas, al ver que la comida iba desapareciendo, se felicitaban de que su diosa se hubiera dignado aceptar su devoción. Ahiravana también estaba feliz, pues pensaba: "Este día mis oraciones han sido escuchadas; mi dicha ha alcanzado la cima".

Mientras tanto, los cuerpos de los hermanos Rama y Lakshmana eran decorados en la misma forma que los animales destinados para el sacrificio. Gigantescos guerreros Rakshasas los sujetaron de los brazos y los condujeron al altar de los sacrificios. Hanumán, con su mente llena de adoración, hizo una reverencia de obediencia a Rama, desde donde se encontraba. Los guardias colocaron a los hermanos justo frente a la diosa, blandiendo sus afiladas espadas cerca de sus cuellos. Ahiravana dijo que la ofrenda sacrificial de la vida de los hermanos se ejecutaría en el preciso momento en que la llama sagrada se moviera. Rama y Lakshmana, que eran en realidad seres divinos desempeñando el papel de humanos, ya habían descubierto que H.~Lnumán era quien había comido los alimentos ofrecidos por Ahiravana a la deidad y eso los puso de buen humor. Al verlos sonrientes y animados, Ahiravana se puso furioso y espetó: "Si los pocos momentos que les quedan de vida les producen tanta hilaridad, no me opongo, sean felices mientras les dure. En unos momentos más podrán sonreír en el reino de Yama, el soberano de fa muerte". No prestó más atención a los hermanos y siguió gozando en su interior la triste suerte que les esperaba, a la vez que profería pálabras crueles para herirlos aún más. En eso, el sacerdote se puso de pie y tributando reverencia a su señor, le informó que el código de moral política exige que a las víctimas se les permita rezar si así lo desean, para que su ángel guardián les conceda paz después de la muerte. El jefe de los Rakshasas se puso de pie y exclamó: "¡Príncipes, si tienen algún protector, éste es el momento de expresarle su gratitud, ya que sólo les quedan pocos minutos de vida!". Rama y Lakshmana se miraron y sonrieron.

En ese mismo instante, Hanumán lanzó un terrible rugido. Al escucharlo, los Rakshasas se imaginaron que su diosa se había manifestado expresando su ira. Hanumán saltó desde la guirnalda y asumió su forma que causaba terror y tomando la espada que la diosa tenía en la mano, arrojó a Ahiravana al suelo y le asestó tales golpes con ella que lo hizo pedazos. Pero ese cuerpo estaba hecho de una dureza diamantina que había adquirido el misterioso don de que los pedazos se juntaran nuevamente hasta que el cuerpo quedara completo. Finalmente, Hanumán se convirtió en Rama y gritando "¡Jai Rama!" tomó la cabeza con una de sus manos y con la otra le cortó el cuello. Antes de que las piezas se volvieran a juntar, arrojó la cabeza a la llameante hoguera en el foso de los sacrificios, frente a la diosa.

Justo en ese momento, Makaradhvaja.logró llegar al templo y a la presencia de la diosa. Al verlo, Hanumán rescató la corona de oro de la cabeza de Ahiravana y, colocándola en su cabeza, lo nombró señor y gobernante de Patala, aconsejándole mostrar siempre agradecimiento, lealtad y devoción a los hermanos. Acto seguido, pidió a Rama y Lakshmana que se sentaran en sus hombros y de un solo salto se alejó de Patala, hasta posarse suavemente en medio de las hordas de Vanaras que en ese momento los seguían buscando con sus millones de ojos. Vibhishana y otros no pudieron contener su desbordante alegría cuando vieron a los hermanos sanos y salvos. Se postraron a los pies de Rama y Lakshmana, abrazaron a Hanumán y derramaron lágrimas de gratitud. Los Vanaras alabaron a Hanumán de muchísimas maneras: lo levantaron en hombros, lo alimentaron y lo miraban embelesados, abrazándolo con mil muestras de amor. Vibhishana, de pie frente a Rama, dijo: "¡Señor, ¿qué puedo decir acerca de tu divino juego, tu pasatiempo? Sólo tú puedes revelarnos el significado de ese drama. Viniste aquí con la resolución de acabar con los Rakshasas, aun los residentes de las regiones inferiores. Toda esta actuación ha sido yo lo sé para llevarla a efecto".

Hasta los oídos de Ravana llegó la noticia de que Rama y Lakshmana habían sido rescatados del reinó de Ahiravana por Hanumán y de la trágica muerte de su hijo. No pudo soportar tan agobiante pena y cayó al suelo lamentando=a gritos su pérdida; las lágrimas fluían a raudales de sus ojos. Mandodari, la reina, llegó hasta él y trató de consolarlo para aminorar su pena. Él no prestó oídos a sus palabras, cuyo suave consuelo sólo logró enfurecerlo más y más; sin embargo, haciendo un esfuerzo para controlarse, se incorporó con brusquedad para recibir a un ministro. Era un anciano sabio muy respetado, de nombre Sindhuranata, que había tenido estrecha relación con Vibhishana cuando éste vivía en Lanka. Le impartió consejos acerca de la virtud y la moral y sobre la mortalidad del hombre y lo que lo rodeaba. Ravana no prestó atención a sus consejos, más bien los despreció. El ministro se llenó de tristeza al ver la forma en que reaccionaba Ravana y pensó: "En tiempos de desgracia, la inteligencia también se nubla. ¡Pobre hombre! Su actitud lo está conduciendo al desastre y así, hasta el consejo más dulce le sabe amargo". Pero aun así, por compasión, siguió consolándolo.

Ravana habló con amargura: "Mis amigos y parientes han sido eliminados, ya no queda uno con vida". Justo entonces, otro anciano ministro dijo: "¿Por qué dices eso? Te queda otro hijo, Narantaka, que tiene a su mando setecientos veinte millones de Rakshasas; llámalo y pídele ayuda. Manda inmediatamente a un mensajero. Él podrá destruir al enemigo, no lo dudes".

Al escuchar esas palabras, Rayana se animó. Envió a un mensajero de nombre Dhumaketu, con instrucciones de traer al astuto Narantaka. Al llegar ante Narantaka, el mensajero le narró las tragedias que habían ocurrido en Lanka y le comunicó el urgente llamado de Rayana para que le brindara ayuda. Narantaka se aprestó al instante a marchar con sus hordas y en cuanto llegó al campo de los Vanaras los atacó. Desde la lejanía, Hanumán lo había visto llegar y se dispuso a enfrentarlo. Cuando Narantaka lo vio en su forma aterrorizante, su aspecto le infundió gran temor. Le preguntó a Dhumaketu quién era y éste le contestó que era Hanumán, el héroe invencible que había dado muerte a todos sus hermanos. Al escuchar aquello, Narantaka se enfureció aún más; colocó flechas en su arco y las lanzó contra Hanumán, pero éste las atrapó todas con una mano y las hizo pedazos. Se acercó a Narantaka golpeándose fuertemente el pecho con su puño, lo levantó en vilo y dándole vueltas lo arrojó a una de las regiones inferiores llamada Rasatala. Millones de Rakshasas seguidores de Narantaka fueron lanzados al mar, los carros del ejército quedaron hechos pedazos y también los aurigas fueron aniquilados.