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Libros escritos por Sai Baba

25. El Puente

25. EL PUENTE

Mirando hacia el mar, Rama preguntó a los ahí presentes cómo pensaban cruzarlo. Muchos Vanaras sugirieron diversas formas para hacerlo, pero al final Vibhishana se incorporó y dijo a Rama: "Señor, el océano debe su origen a tus antepasados, Sagara y sus hijos. Él es el "preceptor" de tu linaje y basta con que tú decidas que debe ser cruzado, para que los Vanaras puedan hacerlo fácilmente".

De repente, Vibhishana descubrió a un mensajero enviado por Ravana, y de inmediato los Vanaras lo ataron y condujeron hasta donde estaba Sugriva, su jefe, quien ordenó que lo mutilaran. Pero cuando los Vanaras se disponían a ejecutar la orden, éste lanzó un grito de pánico y suplicó: "¡Oh, Vanaras! ¡Por Rama, no me corten la nariz y las orejas!". Lakshmana escuchó el patético grito y pidió que el Rakshasa fuera llevado ante su presencia; le habló suavemente y reprendió a los Vanaras por haber torturado al emisario de Ravana. Lakshmana escribió una carta y la puso en manos del mensajero, diciéndose: "Entrega esta misiva a Ravana y repítele estas palabras: `¡Oh, destructor de la fortuna de tu propio clan! Transforma tu corazón al menos por este día y póstrate a los pies de Rama'. Él te perdonará. No diezmes y destruyas la tribu de los Rakshasas tan sólo para mantener en pie tus ardides. Entiende que no existe otro medio para que evites la muerte, que es inminente". Con estas terminantes y graves advertencias, el mensajero fue enviado de regreso con su amo. El hombre estaba rebosante de júbilo por haber escapado con vida y gritaba: °¡Victoria al Señor Ramachandra!". Se inclinó a los pies de Rama, antes de regresar a su hogar.

Al llegar a la corte de Rayana, narró lo sucedido y empezó a describir con inmenso placer el majestuoso encanto de Rama; después entregó a su rey la carta que Lakshmana le había confiado. Ravana~le preguntó acerca de su hermano, Vibhishana, pues deseaba saber cómo se encontraba. "¡Qué vergüenza! exclamó . Sus días están contados; muy pronto la muerte lo devorará. Es una plaga que creció en este granero, abandonó a Lanka y se unió al ejército de mi enemigo. La mala fortuna lo asediará hasta su muerte". Se volvió al mensajero y le preguntó: "Y sobre tu objetivo al visitar su campamento, ¿acaso no les hablaste de nuestro poderío militar y de nuestra inquebrantable determinación? Díme qué averiguaste acerca de su poder y destreza". Suka, el mensajero, se puso de pie frente al trono con las manos unidas y dijo: "Señor, te ruego me concedas tu gracia y escuches con calma lo que voy a decir: en el mismo instante en que tu hermano selló su amistad con Rama, fue nombrado emperador de Lanka. Al percatarse de mi llegada a su campamento en calidad de emisario tuyo, los Vanaras me capturaron y me torturaron de muchas formas. Yo invoqué el nombre de Rama y le pedí que me salvase, y gracias a ello me permitieron regresar sin ser mutilado, con mis orejas y nariz intactas.

"Aun si tuviera mil lenguas, no podría describir el poder de esos ejércitos de Vanaras. ¡Qué constelación de heroicos guerreros! Hay Vanaras de diferentes colores, de todas las edades y grados, y de estatura y fuerza gigantescas. Uno tiembla aterrorizado al verlos; incluso imaginarlos o pensar en ellos es una experiencia devastadora. ¡Imagina el poder de aquel Vanara que mató a tu hijo y redujo la ciudad a cenizas! Todo eso demuestra que ellos son el reflejo y eco del invencible poderío de Rama. Hasta el más pequeño de los monos se convierte, por esa razón, en un monstruo horripilante. Hay monos guerreros con diversos nombres y cada uno está dotado con la fuerza de muchas manadas de elefantes. Dwivida, Mainda, Nila, Nala, Angada, Vikata, Dadhimuka, Kesari, Kumuda, Daja, Gavaksha, Jambavanta, son los generales. Cada uno iguala en poder y habilidad militar a su jefe, Sugriva. Y existen otros cientos de miles con igual fuerza. Su número es incalculable; su furia y ferocidad podrían destruir la tierra, el cielo y las regiones inferiores como si fueran briznas de paja.

"Señor, escuché que existen dieciocho padmas y cada padma tiene un valiente general a la cabeza. ¡Emperador!, no encontré un solo Vanara, ni entre los más altos ni en los inferiores, que dudara de la victoria. Tampoco se percibe en ellos el menor síntoma de nerviosismo en la víspera de la batalla. Todos se encuentran en este momento preparándose para destruir esta ciudad. Sólo esperan la señal de Rama, la cual aún no han recibido.

"Aunque el océano no cediera y les impidiese el paso, ellos están decididos a construir un puente de piedras y a triunfar en la empresa. Muestran los dientes y los rechinan, alardeando que estrujarán a Rayana hasta deformarlo y convertirlo en pulpa. Aquél que escucha su alborozo y sus desafiantes gritos no puede dejar de sentir temor. Al oír el nombre de Rayana se encolerizan tanto que arrancan árboles gigantescos, blandiéndolos en feroz muestra de odio. Se mecen y se balancean, agitándose y gritando, por el ansia que tienen de destruir esta ciudad.

"También hay entre ellos unos osos igual de temibles y, coronando todo, tienen a Rama de comandante, el cual es capaz de imponer su voluntad sobre millones de deidades de la muerte. Cientos de miles de Adiseshas (serpiente sobre la cual reposa el Señor Vishnú), cada una bendita con mil cabezas y mil lenguas, no podrían ejercer justicia al describir el heroísmo y poderío militar de Rama. Una sola flecha disparada por su arco puede incluso secar el océano .

La reacción de Rayana ante el informé de su espía y mensajero fue una estruendosa carcajada. Le dijo: "¡Qué pena me das! Al concederle importancia al alardeo de los monos que rodean a Rama y de ese archicobarde de Vibhishana, has valorado en exceso a ese tonto. Resulta totalmente absurdo hablar de la fuerza y heroísmo de unos simples monos. ¡Basta! ¡Basta! ¿Acaso podrían alguna vez ser tan poderosos los simios?

He escuchado demasiado acerca del poder y la fuerza de ese tal Sugriva. ¿Y qué puede hacer el pusilánime de Vibhishana, ahora convertido en su ministro? ¿Acaso puede aportar a Rama riqueza, recursos ó victoria?"

El mensajero tan sólo se lamentó en su interior y deploró la falta de inteligencia de Ravana. Unió las manos en señal de reverencia y permaneció callado. Entonces Ravana abrió el sobre que contenía la carta que Lakshmana le había enviado y, tras leerla con detenimiento, se la dio a su ministro para decirle: "Eres como el pájaro thitiri, temeroso de que el cielo se desplome sobre sus polluelos. ¡Pobrecillo!, cubre a sus críos colocando su cabeza sobre ellos como escudo. ¿Acaso puede caer el cielo y matar a las aves? ¿Acaso pueden triunfar esos anacoretas, esos sacerdotes dominados por los rituales, que tratan de asustarme con simple palabrería?". Suka, el mensajero, escuchó por un momento los desplantes de Ravana, después lo interrumpió con las siguientes palabras: "Señor, lo que acabo de decir es sólo la verdad. Lee con sumo cuidado el contenido de esa carta y actúa sin resentimiento u orgullo. ¡Escucha!, haz a un lado la hostilidad que ha nacido en ti. Rama es compasivo y tierno de corazón, él es el amo de los tres mundos, y sólo basta que te acerques a él para que te cuide y preserve de todo daño; él perdonará todos tus errores. Entrégale a Sita. Escucha mi plegaria". El mensajero le imploró a Ravana para que se salvara de !a ruina.

Al tiempo que el mensajero le rogaba, los ojos de Ravana se tornaban rojos de cólera y desprecio, hasta que explotó con un rugido: "¡Qué! ¿Me tomas acaso por un criminal? ¿Acaso te envié para que te rindieras a los pies de esos infantes fanfarrones del bosque? ¡La audacia y la impertinencia no pueden ir más lejos!". Levantándose de su trono, echó a patadas al mensajero. El Rakshasa Suka huyó hacia el campamento de Rama y pidió asilo. Al verlo nuevamente entre ellos, los Vanaras quisieron tomar venganza. No obstante, se contuvieron y esperaron las órdenes de Rama. Sugriva lo llevó ante él, y Suka se postró a sus pies y le relató con detalle lo ocurrido. Le rogó ser aceptado como lo había sido Vibhishana y que fuese protegido por su nuevo señor. Rama, la encarnación misma de la compasión, convocó a los dirigentes Vanaras ante él y les ordenó acoger a su nuevo hermano. Suka, colmado de gratitud, declaró que su vida había alcanzado su meta final.

Rama pidió a Lakshmana que le trajera su arco y su flecha y, una vez que los tuvo consigo, dijo: "Las personas soberbias no merecen dulzura; los crueles y malvados no merecen la suavidad; los miserables empedernidos no merecen la enseñanza moral; los egoístas no merecen consejo; 109 codiciosos no pueden beneficiarse cuando se les habla de la renuncia; las personas invadidas por la ira no merecen recibir el consejo de ser pacíficos; los que son víctima de la lujuria no merecen que se les lean las escrituras; las salinas no merecen que se las siembre. De igual manera, este océano que no cede a las nobles peticiones no merece piedad", y diciendo esto, tensó su arco con una flecha. Lakshmana temió por lo que le ocurriría al océano; éste también sintió temor y la temperatura de sus aguas se elevó sólo al ver que Rama se preparaba para disparar la flecha hacia las profundidades. Los seres que ahí habitaban sintieron gran angustia. Las olas, atemorizadas, comenzaron a gritar; una tras otra rompieron hacia el lugar donde Rama se encontraba y suavemente tocaron sus pies, como implorando clemencia. En ese momento, se escuchó una voz que parecía venir del cielo: "Señor, hay dos generales en el campamento, Nala y Nila, fue fueron malditos por un sabio. Esa maldición ahora puede convertirse en bendición. Escucha la historia". Y el propio océano procedió a contar a Rama los detalles de esa trágica maldición.

"Hace tiempo, muchos ermitaños vivían en sus cabañas a orillas de un río. Cuando eran jóvenes, Nala y Nila penetraron en esas ermitas mientras los sabios se encontraban en profunda meditación; tomaron los sagrados iconos llamados saligrams, los cuales eran venerados por tc3san.onjes, y los usaron para pescar en las aguas del río. Los sabios se enfurecieron ante tal sacrilegio y les lanzaron la siguiente maldición: `¡Muchachos!, que cualquier objeto que arrojen al agua jamás pueda hundirse, que permanezca flotando exactamente donde lo hayan arrojado, aunque las aguas fluyan en rápido torrente'. Por lo tanto, cada piedra que ellos arrojan flota en el lugar mismo en el que cae. Haz que tu nombre sea grabado en cada roca y en cada piedra; tu nombre es ligero, no pesa en absoluto.

Así, incluso inmensas montañas que sean arrojadas al mar flotarán y formarán un puente. Yo también haré mi contribución, pues cuando se busca la verdad, la naturaleza entera debe servir al buscador". Rama decidió no disparar la flecha que había preparado, pero dado que una vez que su arco ha sido tensado debe encontrar un blanco, la lanzó hacia un área boscosa en la lejanía y, como resultado, ésta se convirtió en un desierto.

Después, convocó a sus ministros y les ordenó construir un puente que cruzara el océano. Hanumán dijo: "Señor, tu nombre es el puente que puede llevar con seguridad al hombre a través del océano de la vida. ¿Qué puente podría ser más fuerte y seguro que ése?". Jambavan, el veterano general, dijo: "Señor, tu poder, que es un impetuoso fuego, puede secar esta masa de agua; pero es seguro que se volverá a llenar hasta el bosque, con las lágrimas de todas las viudas que quedarán en Lanka después de la batalla que tendremos contra Ravana y sus ejércitos".

Rama sonrió ante la sincera lealtad y el valor de esos devotos. Jambavan entonces les recordó a Nala y Nila aquello que había dicho la invisible fuente que no era otro que el propio océano acerca del provecho que ahora podían obtener de la maldición lanzada sobre ellos en su juventud. Les ordenó que, teniendo a Rama en sus corazones, arrojaran colinas, peñas, montañas y rocas al mar. Al momento, los héroes Vanaras corrieron en todas direcciones y trajeron colinas enteras sobre sus cabezas y hombros, como si fuesen ligeras pelotas. Formando una larga hilera, pasaron las colinas de mano en mano, mientras repetían en voz alta el nombre de Rama. De vez en cuando arrancaban también inmensos árboles y los llevaban hacia el sitio en el que el puente se estaba construyendo, donde Nala y Ni'tá los arrojaban al agua.

Todo ese día trabajaron sin pensar en descansar o en comer, construyendo una longitud de catorce yojanas. Tras un sueño reparador, se levantaron antes del amanecer, durante las horas auspiciosas, y continuaron con la labor exclamando con alegría: "¡Victoria a Sri Ramachandra, nuestro señor!" y se apresuraban hacia los diversos confines de la región, en busca de colinas y montañas. Las llevaban a la orilla del mar y las apilaban para que Nala y Nila las arrojasen.

El segundo día, el puente se extendió otras veinte yojanas; al tercero, lograron construir veintiuna más; el cuarto día la extensión del puente aumentó veintidós yojanas, y el quinto día, construyendo otras veintitrés, completaron el puente de cien yojanas, con un feliz esfuerzo final.

De esta manera, Nala y Nila, ignorando el cansancio y la necesidad de reposar, llevaron a cabo la tarea que Rama les había asignado. Cumplieron su misión y anunciaron en presencia de Rama, que el puente estaba listo, porque su nombre y su forma habían estado siempre presentes en aquéllos que se habían propuesto terminarlo.

Se le informó a Rama, por medio de Sugriva, que el puente de cien yojanas que había ordenado ya estaba terminado y listo para usarse. Rama y Lakshmana quedaron complacidos ante la devoción y el sentido del deber de los Vanaras, quienes habían realizado el trabajo rápido y bien. Rama le ordenó a Sugrivá, el jefe de los monos, que hiciera correr la voz, a lo largo de la línea de Vanaras, de que cada uno dejara en el mismo lugar en que se encontrara, la colina que estuviese transportando y descansara un poco antes de regresar. Sugriva dio la orden a los que se hallaban, hombro con hombro, pasándose las rocas y picos para el puente. Instantáneamente, Hanumán traía una gran montaña desde el norte, y cuando escuchó lo que Rama había ordenado, la dejó caer cerca de Brindavan, por donde iba cruzando. Simultáneamente, la montaña lanzó un hondo gemido que sorprendió a Hanumán: "¡Ay! lloró ésta . He perdido la oportunidad de servir a Rama", y nada lograba consolarla o tranquilizarla. Cuando Hanumán le comunicó el hecho a Rama, éste, mostrando aprecio por aquella actitud, sonrió y dijo: "¡Ah!, incluso las montañas anhelan ansiosamente participar en esta tarea". Después dijo a Hanumán: "Ve rápido y consuela a esa montaña; dile que no se entristezca, que en la próxima era de Dwapara (tercer ciclo del mundo) la sostendré en alto sobre la palma de mi mano durante siete días y siete noches. Al escuchar esto, ella se pondrá feliz". Y así, esa montaña se convirtió en la colina Govardhana, que el Señor sostuvo en su mano, como lo prometió en la era de Threta.

Al quinto día, Rama se sentó en la playa y se sintió muy satisfecho al ver el puente. "¡Oh, Vanaras! dijo su devoción y capacidad de servicio son indescriptibles. Con su sentido del deber se han ganado mi corazón". En ese momento, Vibhishana se presentó ante Rama y le dijo: "Señor, mañana debemos entrar en Lanka, por lo cual deseo pedirte algo". Rama le preguntó: "¿De qué se trata?, dime", y Vibhishana continuó: "Rayana es un devoto adorador de Shiva; siente inmenso apego por ese aspecto de Dios. Sin embargo, con seguridad encontrará la muerte en tus manos, por lo tanto, te ruego que para conmemorar su devoción a Shiva, erijas aquí, en la víspera de nuestro avance hacia Lanka atravesando este puente, un Shivalingam (símbolo de la energía creadora de Shiva), para que en los próximos siglos, cuando la gente entre en Lanka por esta ruta, pueda adorarlo y recordar estos hechos. Todos aquéllos que lo adoren serán afortunados, y el lingam (símbolo de la creación) será alabado por ellos como la imagen erigida por Rama. Y aun cuando el correr del tiempo erosione y destruya el puente, este punto podrá ser identificado por las futuras generaciones gracias a la imagen venerada aqui'.

A Rama le pareció excelente tal sugerencia y respondió: "Cumpliré tu deseo; eres el futuro gobernante de Lanka y para complacerte estoy dispuesto a realizar tus deseos, cualesquiera éstos sean". Al escucharlo, Sugriva ordenó a los Vanaras que hirieran todos !os preparativos necesarios; consiguió un fingam impresionante, encomendando al propio Hanumán tal empresa. Rama ejecutó la ablución ceremonial para el lingam con agua de mar, invocando para éste gracia y vitalidad. Las palabras de Rama tenían el efecto de los mantras y las fórmulas sagradas, por lo tanto, no se requería nada más para santificar el lingam (fusión de la forma con lo sin forma). Los Vanaras cantaron himnos y sus gritos de éxtasis resonaron en los cielos. Entre las exclamaciones de ¡jai, jai! que lanzaban las hordas que los rodeaban, Lakshmana y Sugriva ayudaron a Rama a instalar el lingam en su posición correcta y a completar la ceremonia de la consagración.

Después, los Vanaras iniciaron la marcha sobre el puente, formados en perfecta fila, llevando la imagen de Rama en la mente y su nombre en la lengua. La escena era sublime. Rama y Lakshmana se pararon sobre el puente y miraron al mar agitarse en ambos lados; ante la presencia de Rama el océano de compasión los espíritus del interior del océano se elevaron. Las olas se alzaban para atrapar la imagen de Rama, los habitantes del mar saltaban sobre las aguas y retozaban alegremente al verlo, olvidando durante unos momentos su naturaleza para contemplar con ansia la divina forma de Rama. Los Vanaras habían instalado un campamento al otro extremo del puente, de manera que, cuando la vanguardia alcanzó la cima, la noticia se esparció por toda la isla. Muy pronto, Rama, Lakshrnana, Sugriva y Vibhishana, quienes cruzaron lentamente, llegaron también a la entrada principal del fuerte de Lanka. Obedeciendo las órdenes de Rama, los Vanaras arrancaron árboles enteros y, bailando alegremente, comieron los frutos y arrojaron las ramas grandes y pequeñas sobre las almenas, alcanzando la ciudad. Lanzaron rocas enormes sobre la muralla y éstas cayeron en las calles. Después buscaron a Rakshasas que estuvieran fuera de la fortaleza y los atormentaron, amenazándolos con torcerles el cuello. Nadie pudo evitar que los monos cometieran tales locuras.

En muy poco tiempo, Rayana se enteró de que el enemigo estaba en el puente. Aunque poseía diez gargantas, Rayana normalmente utilizaba sólo una para comunicarse con los demás, pero en ese momento rugió con las diez gargantas, lleno de ira y odio, olvidando que hablar con diez gargantas era un mal augurio. Desde hacía mucho tiempo pesaba sobre él una maldición que le aseguraba que el día que llegase a hablar con todas ellas, su final estaría próximo. Al instante de haber rugido, recordó la maldición y se asustó; sin embargo, por mucho que intentó controlar las otras nueve gargantas, su voz siguió emitiéndose a través de ellas. Los Rakshasas que presenciaron ese extraño suceso se dieron cuenta de que su destrucción era inminente, ahora que Rama y sus soldados Vanaras habían llegado a Lanka. Se sentaron con sus esposas e hijos y se lamentaron porque sus vidas terminarían ese día o al siguiente, decidiendo entonces disponer del poco tiempo que les quedaba de vida, en francachelas y placeres. "Cuando se aproxima la calamidad, el buen juicio se aleja", reza el adagio.

Aun sabiendo que la maldición se tornaría realidad, Rayana ignoró la advertencia y se dijo que nada malo podría suceder. Se recluyó en los aposentos de la reina, pues temía que sus ministros pudieran notar en su desencajado rostro, que se encontraba abatido por la certeza de la maldición. Ravana se hundió en la ansiedad y la angustia, y el temor lo acosaba: "¿Me cortarán las orejas y las narices de mis diez cabezas, como hicieron con mi hermana? se preguntaba . ¿O me cortarán todas las cabezas?"

Vio a la reina Mandodari en su recámara, y ella de inmediato descubrió que Ravana se sentía perdido, por lo cual decidió darle sus sabios consejos. Tomó las manos de él entre las suyas, y con dulce voz le dijo: "Señor, por favor escúchame, desecha la ira que sientes, oye mis palabras y piensa en ellas cuidadosamente. No debemos intentar vencer con odio y haciendo uso de la fuerza, a quienes podemos ganar con reverencia y devoción. En tales circunstancias, debemos recurrir a un razonamiento inteligente. Nada bueno obtendrás con oponerte a tan sagradas personas; no saldrás victorioso si te enfrentas a Rama. La luciérnaga no puede derrotar al Sol.

"Escúchame: toma a Sita, aunque sea en este tardío instante, y al devolverla intacta a Rama, póstrate ante él y ruega su perdón. No arruines tu vida ni destruyas a Lanka, sacrificando la vida de sus mujeres y niños. Obstinarte en tu intento de entablar una lucha es contrario a la devoción y dedicación a Dios que te han otorgado fama. Si persistes en esa horrenda decisión, el mismo Shiva, a quien le eres muy querido, te abandonará. Sólo con buenos actos puedes ganar la gracia de Dios. ¿Cómo podría Dios recompensar y apreciar acciones tan abominables?"

Mandodari le habló de este modo durante largo tiempo, tratando de corregir sus errores y de salvarlo de la destrucción. "Señor, me eres tan preciado como mi propia vida; por favor, pon atención a mis palabras: Rama no es un príncipe humano común; ¡él es quien destruyó a Madu y a Kaitaba, encarnada otra vez!; él mató a Hiranyaksha y a Hiranyakasipu; él es el Señor que pisoteó la cabeza del emperador Bali y acabó con el orgullo de Karthairviyarjuna, el de los mil brazos. ¿Cómo es que alardeas del poder de tus únicos veinte brazos? Él es adorado por el mundo entero y posee la forma más auspiciosa.

"Hace mucho tiempo, me dijiste que Brahma te había dicho que Dios encarnaría como Rama para liberar a la Tierra de la crueldad y el vicio. ¿No lo recuerdas? Consciente de todo esto, ¿por qué no abandonas este sendero y reconoces la verdad? Devuélvele a Rama la cima de la castidad, la diadema de la virtud, la incomparable joya de la belleza, Sita. Permite que podamos coronar a nuestro hijo como emperador de esta tierra y vivir el resto de nuestros días en paz y completa alegría, junto a la presencia de Rama.

"¡Ah, qué afortunado es tu hermano, pues está a la fresca sombra de la gracia de Rama. Aún no es demasiado tarde. En este mismo instante corre hacia Rama, quien se encuentra en la entrada misma de Lanka, y póstrate.a sus pies implorando su perdón".

Mandodari lloraba inconsolable mientras hablaba; se postró a los pies de su señor y le rogó que aceptara a tiempo la advertencia y que hiciera lo necesario para salvarse a sí mismo y salvar a su imperio, a su pueblo y a su reputación. Ravana hizo que se levantara. Secó sus lágrimas y le dijo: "Querida mía, ¿por qué estás tan agitada? ¿De dónde proviene todo este miedo, esta falta de valor? No existe en el mundo nadie más poderoso que yo. Los gobernantes de las ocho direcciones han sido derrotados por el poder de mi brazo y la muerte no osa acercarse a mí; no sucumbas ante el temor. Alabas a ese delicado de Rama en mi presencia, sin darte cuenta de la extensión y magnitud de mi poderío". Después de decir esas palabras, se alejó de la reina y entró en el salón de audiencias, sentándose de inmediato en su trono. Mandodari observó sus movimientos y el cariz de sus pensamientos y se dijo a sí misma: "¡Vaya tonto! Éste es el destino inevitable de aquéllos que no renuncian a su orgullo; los buenos consejos no entran en sus mentes. Cuando uno sufre de fiebre, lo dulce tiene un sabor amargo, y él padece ahora la venenosa fiebre del orgullo, por lo tanto, rechaza el nectarino consejo como si fuese veneno. ¿Qué más puedo hacer ahora?". Imaginó las calamidades y aflicciones que le aguardaban a Lanka y sintió que sería mejor acabar con su vida antes que presenciar y compartir toda esa miseria y dolor. Apesadumbrada y pensando en Rama, entró en su cuarto y se arrojó sobre la cama.

Mientras tanto, Ravana reunió a sus ministros y les ordenó realizar los preparativos para la inminente batalla. "¡Rakshasas! les dijo los Vanaras, los Jambavantas y los hombres que nos están atacando ahora no son siquiera un bocado para nosotros. No pierdan el valor; no vacilen o discutan y luchen hasta el final. Prepárense", gritó. Sin embargo, Prahasta se levantó de su asiento y con las palmas de las manos juntas les dijo: "Rakshasas, no debemos alejamos del sendero correcto. Señor, tus ministros hablan conforme a tus deseos, pero eso no nos asegura el triunfo. Un solo mono cruzó el océano, invadió nuestra ciudad y realizó muchas hazañas. En aquel momento, ni nuestros ministros ni nuestro ejército lograron detener su destructiva invasión.

"Tú dices que los monos no son sino pequeños bocados para nuestros estómagos. Ahora bien, cuando ese mono estuvo aquí, ¿dónde estaban nuestras bocas? ¿Acaso no estaban hambrientas? Cuando la ciudad entera quedó reducida a un montón de escombros, estos ministros no tuvieron, evidentemente, apetito para comerlo. Señor, las palabras que brotan de los labios de estos ministros pueden parecerte muy agradables, pero con el correr del tiempo sólo nos traerán terribles calamidades. Reflexiona. Rama ha acampado en nuestro monte Sunila, atravesó el océano sobre un puente construido por ellos y trae consigo un enorme ejército de Vanaras, ¿puede esa persona ser un hombre común? Desecha tal suposición si eso es lo que crees.

"No parlotees como la lengua cuando se le da rienda suelta e ignora la nana retórica de estos ministros. Tampoco me consideres un cobarde, temeroso de la batalla; confía en mí y cree en lo atinado y urgente de mi consejo. Toma a Sita contigo ahora mismo y entrégala a él, implorando clemencia; eso nos salvará a nosotros y a Lanka y podremos proclamar que rescatamos a nuestro pueblo de la destrucción. Ése es el triunfo que podemos alcanzar. De lo contrario, encara la derrota y el desastre. Decídete en este instante; tu ilustre nombre perdurará hasta que el Sol y la Luna se extingan; evita que tu nombre sea repudiado mientras esos astros brillen".

Rayana contestó con terrible ira y absoluto desprecio. Temblaba furioso ante el desagrable consejo que Prahasta le había dado y, alzando la voz hasta convertirla en un salvaje rugido, se dirigió a éste con un torrente de injurias: "¡Necio! ¿Quién te ha enseñado estos ardides?¿De dónde proviene tal sabiduría? Dicen que una chispa se origina en un macizo de bambú. Prahasta, has nacido en mi clan como chispa para destruirlo". Ravana rechiñó los dientes ferozmente, le gritó crueles insultos y, por último, pateó a Prahasta hasta expulsarlo del salón. Antes de irse, Prahasta reafirmó su posición, condenando a su padre y al presuntuoso orgullo que lo había cegado. "Rayana dijo será la causa de la destrucción de la dinastía". Se consoló diciéndose que ninguna medicina puede resultarle útil a quien está herido de muerte y en espera de exhalar su último aliento. "Por lo tanto se dijo mi consejo le parece fútil a mi padre°. Fue con su madre y le relató lo sucedido. Ambos estuvieron de acuerdo en que nada podían decir o hacer para obligarlo a volver al camino correcto, por lo cual se sentaron juntos y quedaron absortos en la contemplación de Rama y su majestuosidad.

Los Vanaras levantaron un agradable campamento para Rama y Lakshmana en el monte Sunila, les arreglaron cómodos lechos, con montones de hierbas, hojas y flores. Rama apareció en cuanto éstos quedaron listos y se recostó sobre la cama para complacerlos. Un poco después, colocó su cabeza sobre el regazo de Sugriva y se durmió. Arcos y flechas permanecían listos a ambos lados de la cama. Los Vanaras se rascaban las palmas de las manos, por la comezón que les causaba el deseo de golpear a Rayana y matarlo; tan sólo esperaban la orden de Rama para atacar. El afortunado Hanumán y Angada, el príncipe de la corona, reverentemente estaban dando masaje a los pies de Rama; Lakshmana permanecía a! pie de la cama, listo con su arco y flecha, observando con fijeza el rostro de Rama. En ese momento, Rama miró hacia el este y sus ojos quedaron fijos en la Luna que ascendía sobre el horizonte. "Amigos dijo observen la Luna. Hay una mancha oscura sobre ella, ¿no la ven?", preguntó. Cada uno dijo algo sobre la mancha, según la percibía, pero Hanumán expresó: "Señor, yo no veo mancha alguna sobre la Luna, la veo como el reflejo de tu rostro, de manera que no veo la oscuridad que mencionas ni ningún otro defecto en ella".

Esa noche, Rama convivió con los Vanaras hasta el amanecer, en amena charla y placentera compañía. Cuando el día comenzó a brillar, tomó su baño en el mar y llevó a cabo en la playa los rituales prescritos. Poco después convocó a los ministros de Sugriva y a otros líderes y les dio instrucciones sobre la tarea por realizar. Más tarde, éstos se reunieron y acordaron que Angada, el hijo de Va¡¡ y futuro heredero del reino Vanara, fuese enviado como embajador ante Rayana, antes de sitiar a Lanka. Rama llamó a Angada y le dijo: "Hijo, eres fuerte y virtuoso, tienes que llevar mi mensaje a Rayana y prevenirlo con sumo cuidado e inteligencia y suavidad, para evitar que se enfade más". Fue instruido acerca del tono que debería emplear y el contenido del mensaje que debería llevar a Rayana y, después de postrarse a los pies de Rama, emprendió la marcha. Antes de irse dijo: "Señor, te ruego me bendigas con la auspiciosa mirada de tus ojos. Soy en verdad afortunado de que se me confíe esta tarea. No importa lo que me suceda al ejecutarla, estoy dispuesto a ofrecerte mi propia vida".

El corazón de Rama se conmovió al escuchar esas palabras y se aproximó para abrazar a Angada, lo acercó a su pecho y colocó la palma de su mano sobre su cabeza, para bendecirlo.

Después, Angada avanzó hacia Lanka, llevando a Rama en su corazón y su forma en la mente. Rechazó a todos los que intentaron detenerlo en el camino, mostrando gran confianza en sí mismo y mucho valor. En el trayecto se topó con el hijo de Rayana; el príncipe Rakshasa se dirigió a él de esta manera: "¡Hey, mono!, ¿quién eres y de dónde vienes?", a lo que él contestó: "Soy Angada, embajador de Rama". Al oír aquello, el Rakshasa alzó la pierna para patearlo, pero Angada era muy rápido, lo tomó por el pie y levantándolo, hizo girar su cuerpo hasta estrellarlo contra el suelo. Los Rakshasas que vieron tal escena quedaron paralizados de miedo; se percataron de que el mono tenía gran poder y se alejaron discretamente. Se corrió la voz de que el mono que había incendiado Lanka estaba de regreso y aquello causó gran confusión y terror. Angada se dio cuenta de que, dondequiera que iba, numerosos habitantes vigilaban, temerosos, sus movimientos. Sin embargo, no tuvo necesidad de luchar contra ellos, pues los Rakshasas huían al verlo.

Por fin llegó, sin mostrar temor alguno, hasta el mismo salón de audiencias de Rayana. Uno de los guardias se apresuró a notificar a éste la llegada de Angada y Rayana ordenó llevar ante sí al enviado de Rama. Por lo tanto, Angada fue conducido ante el emperador Rakshasa. Al verlo, Angada creyó que Rayana era una montaña viviente, de color negro; sus veinte manos eran como ramas de un árbol gigantesco. Caminó hacia él sin temor alguno en su corazón; sin embargo, todos los presentes en el salón se estremecieron y quedaron atónitos al verlo entrar y aproximarse a Rayana. Éste le preguntó quién era, y Angada contestó: "Soy el enviado de Rama". Rayana le preguntó cuál era el propósito de su visita. "¡Oh, Rayana! contestó Angada tú y mi padre fueron grandes amigos; por esa amistad y pensando en tu bienestar, he venido, por orden de Rama, a darte un buen consejo". Angada continuó suave y persuasivamente: "Tú raptaste a la madre de todos los mundos, la hija de Janaka. No fuiste capaz de resistirte al orgullo, la lujuria y la avaricia. Bien, lo pasado, pasado. Si al menos hoy, en este preciso instante, reconoces la iniquidad de tu proceder y actúas como yo te diga, Rama te perdonará. Decídete a hacer sin demora lo que te indico, pues de lo contrario, enterrarás en este suelo y con tu propia mano a tu pueblo y a tu reino". Después de que Angada terminó de hablar, Rayana exclamó: "¡Oh, tú, el más vil de los Vanaras! Eres realmente un tonto. ¿Acaso no sabes que yo soy enemigo de tu «Dios»? ¿Cómo te llamas? ¿Cuál fue la relación entre tu padre y yo? Ten cuidado de las consecuencias que pueden ocasionarte tus palabras".

Angada rió abiertamente ante ese desplante y dijo: "¡Oh, monarca de los Rakshasas! Mi nombre es Angada y mi padre era Va¡¡; ustedes dos eran amigos". Al escuchar lo que Angada acababa de decir, Rayana guardó silencio y se puso tenso, pero pronto reaccionó y dijo: "Es cierto, recuerdo que hace tiempo existía un mono con ese nombre. ¿Así que tú eres su hijo? ¡Hola, Angada! Al parecer has nacido en ese montón de arbustos como una chispa que pronto habrá de destruirlo". Angada rió con fuerza al escuchar la exaltada respuesta de Rayana y le dijo: "Rayana, tus días han llegado a su fin y pronto alcanzarás a tu viejo amigo Va¡¡. Él puede hablarte acerca de las consecuencias que ocasiona oponerse a Rama, y aunque tienes veinte ojos, sólo eres un ciego; aunque tienes veinte orejas, eres un sordo. Atrapado en la densa oscuridad de la ignorancia, te pavoneas con orgullo y te proclamas grandioso. El pueblo que pretendes salvar será arrasado; ése es el plan. ¡Pecador! ¡Bárbaro salvaje! ¡Villano cegado por el orgullo! ¡Demonio!"

Cuando Angada rechinó los dientes con ira y lanzó ese torrente de insultos, Rayana se levantó de su trono y gritó: "¡Tú, mono!, destructor de tu propia raza, como conozco y observo las reglas de moralidad política, he guardado silencio ante tu impertinencia. Ten cuidado, mi paciencia tiene un límite". Rayana miró fijamente a Angada, con rabia contenida, pero éste no se dejó impresionar por aquel desplante y respondió: "¡Oh, rey de los Rakshasas!, he escuchado mucho acerca de tu rectitud, tus virtudes y moral política. Reflexiona acerca de los maravillosos logros que ha obtenido tu rectitud. Raptar a la esposa de otro, devorar al mensajero enviado debidamente por tu hermano mayor, Kubera, esto es lo más sobresaliente de tu moralidad política. Te jactas de esos actos sin el menor asomo de vergüenza, y todavía te atreves a hablar de tus virtudes y tu moral. Le prendiste fuego a la cola del mensajero que llegó a tu reino y aún así proclamas sin rubor que te sujetas a las reglas. Tal es el comportamiento de los Rakshasas. Tu boca no tiene derecho a pronunciar la palabra «moralidad»; eres el más vil de los pecadores".

Al escuchar que Angada contestaba sin titubeos ni dudas, los cortesanos que llenaban el salón quedaron atónitos y asustados, preguntándose qué sería lo que les esperaba. Rayana reanudó la discusión, diciendo: "¡Escucha, mono! ¿Existe un solo héroe en tu campamento que se me pueda enfrentar en el campo de batalla? Tu señor está abatido por la tristeza que le causa la separación de su esposa; está languideciendo y desfallece día tras día. Y su hermano está afectado y débil por presenciar tal agonía. En cuanto a Sugriva, él te odia y se opone a ti, ya que eres el heredero del reino, e igual que un par de pájaros peleando a la orilla de un río, ambos caerán al agua algún día. Los dos han puesto sus ojos sobre el mismo reino, ¿cómo podrían entonces pelear con denuedo y éxito contra mí? Mi hermano, en quien aparentemente confían, es un cobarde. Jambavanta, otro de sus líderes, es demasiado viejo para ser de utilidad. Nala y N¡la no son nada más que constructores de puentes, ignorantes del arte de blandir espadas".

Angada interrumpió esa diatriba con la suya: "Rayana, un pequeño mono entró en tu ciudad y la incendió. ¿Acaso algún tonto creyó que eso era posible? Y ahora que sabes que en verdad ocurrió, tratas de negar que tal mono es un valeroso combatiente. No me provoca la menor ira que opines que no hay nadie en nuestro ejército capaz de derrotarte en batalla. Sí, los textos que hablan de la moral establecen que tanto la amistad como la enemistad deben darse sólo entre iguales. ¿Podría alguien alabar a un león por vencer a una rana? Sin duda alguna,, si Rama intenta matarte, tal acción sería impropia de su jerarquía y dignidad. Matar a tan malvado y despreciable enemigo rebajaría su majestad. Las normas que rigen la conducta de la casta de los guerreros, a la que él pertenece, son nobles y elevadas. Tú no eres más que un vil, vulgar y vicioso pecador que debe encontrar la muerte, víctima de simples monos".

Rayana estalló en sonoras carcajadas: "¡Mono infecto! Eres un ser que baila alegremente y salta con descaro aquí y allá, según te tiran de la cuerda atada a la cintura. Aprendes los trucos que tu amo te enseña y los repites cuando él te lo ordena, para poder recoger unas cuantas monedas de los transeúntes".

Angada no soportó esos sarcásticos comentarios y exclamó: "Pareces haber aprendido sólo cosas acerca de los animales; no te has preocupado por aprender nada acerca del Señor, acerca de Dios, sobre el destino y la muerte. ¡Vaya! ¿Acaso no te han enseñado los monos más de lo que tú sabes? Ellos han destruido tus parques y matado a tu hijo, han convertido tu ciudad en un montón de cenizas. Sí, todavía tienen que realizar una hazaña más; deben aplicarte el castigo adecuado. Te hemos permitido escapar al destino que debes enfrentar.

"Yo creí que tu corazón sanaría mediante el atinado consejo y la amarga verdad: Pero no, no tienes vergüenza, ignoras lo que es el arrepentimiento y careces de moral y rectitud. ¡Qué lástima! La ira que sientes contra Vibhishana aún te hace rechinar los dientes, y lo llamas cobarde y traidor. Estás fatigando a la tierra con el peso de su cuerpo; mientras más pronto seas eliminado, será mejor. Eres peor que los perros que pululan por las calles; ellos no tienen tus vicios. Pronto te darás cuenta de que sus vidas son mejores que la tuya".

Angada lanzó todo tipo de insultos a Rayana, sin consideración ni miramiento alguno; éste no pudo soportar tan iracundas reprimendas y exclamó: "¡Angada!, sabes que yo soy el héroe, el temible y poderoso que levantó el monte Kailasa con su enorme fuerza y valor. Yo, Rayana, soy quien colocó, no flores, sino mis propias cabezas arrancadas del cuerpo por mí mismo, como ofrendas a los pies de Shiva. Soy el devoto cuyo poder ha reconocido el propio Shiva, el guerrero cuyo nombre aterroriza a los más audaces y cuya imagen siembra el pánico; calla esa palabrería de alabanzas a ti y a tus amos". Pero Angada no estaba dispuesto a guardar silencio y continuó con su retahíla: "¡Oh, necio engreído!, no hables sólo por hablar. Usa tu aliento para mejores fines; canta canciones de alabanza a Rama y entrégate a él. De lo contrario, su flecha hará que tus cabezas rueden y los Vanaras las patearán con júbilo como en un juego de pelota. Sucede que soy el mensajero de Sugriva, nuestro jefe, y desafortunadamente no tengo órdenes de Sri Rama para matarte y no quisiera quitarle a nadie esa oportunidad; de no ser por esto, ya te habría quitado la vida en un santiamén y habría arrojado tu cadáver al océano".

Angada creció hasta tomar una apariencia feroz, mientras pronunciaba esa amenaza. Como un león, palmeó el suelo con las manos; la tierra tembló tan violentamente por impacto de esos golpes, que las coronas de las diez cabezas de Rayana fueron a dar al suelo, y él mismo cayó de su trono pero recobró el equilibrio de inmediato. Angada recogió cuatro de las diez coronas y las arrojó con tanta fuerza y atinada puntería, que cayeron en el campamento de Rama, justo frente a él. Los Vanaras que se encontraban ahí quedaron maravillados ante aquellos extraños objetos, a la vez que describían la excelencia y belleza de las joyas. Rama sabía lo que eran y dijo que, en su trayecto, éstas habían semejado a Rahu y Kethu , los cuales provocan eclipses.

Mientras tanto, Rayana ordenó: "Aten a este mono; no permitan que se vaya; devórenlo", y se retiró presuroso hacia los apartamentos interiores. Angada gritó: "¡Qué vergüenza! ¿Para qué todo este alarde de fuerza y poder? Ve, sumérgete en las profundidades del océano y contén la respiración hasta que mueras. ¡Ladrón de mujeres! ¡Necio, lascivo, patán! Te arrancaré la lengua en el campo de batalla y la arrojaré como alimento a los cuervos; estás advertido". Angada rechinaba los dientes por la ira y el odio, cuando Rayana se volvió y ordenó a los Rakshasas que se hallaban en el salón: "Levántenlo por las piernas y arrójenlo contra el suelo; hagan astillas su cabeza". Al oír esto, Meghanada sujetó a Angada de las piernas, jalándolo con gran fuerza para hacerlo caer. Los demás lo imitaron, pero a pesar de que eran varios, no lograron mover sus pies ni un milímetro. Todos cayeron al suelo, llenos de humillación y desconcierto. Entonces, Devakantaka lo intentó de muchas formas y también falló vergonzosamente. Por último, el propio Rayana intentó la imposible tarea. Sujetó a Angada por los pies y trató de levantarlo para estrellarlo contra el suelo. Angada se rió de la ingenuidad de Rayana y le dijo: "Rayana, no son éstos los pies que debes abrazar; coloca tus manos en los pies de Rama con un genuino gesto de rendición; eso te liberará del miedo y la esclavitud".

Después de decir esas palabras, Angada sacudió los pies para librarse de las manos de Rayana. El impacto fue tan inesperado y tan fuerte, que Rayana se golpeó contra el suelo y perdió el conocimiento. Su gloria y esplendor quedaron destruidos. La vergüenza se reflejó en sus múltiples caras; semejaba una Luna a plena luz del día, pálida y apagada. Angada notó aquel estado de ánimo y sintió que no debía continuar el diálogo con ese cobarde. Rama, recordó, le había dicho que únicamente le diera consejos a Rayana. "Este tipo no tomará en consideración ningún consejo, no aceptará su error ni se corregirá. Se aferra a su viciosa naturaleza; tan sólo la guerra lo curará". Y habiendo tomado esa decisión, Angada marchó hacia la sagrada cercanía de los pies de Rama. Al llegar ante él, le relató todo lo ocurrido.

Rayana entró en los aposentos de las reinas, sobrecogido por el temor y la vergüenza. Mandodari vio la pálida y apesadumbrada apariencia de Ravana y le dijo: "Renuncia a tu obstinada necedad, pues si continúa la enemistad contra Rama sólo traerá desastres al reino. No pudiste atravesar la línea trazada por Lakshmana, ¿cómo esperas, pues, derrotarlos en batalla? Tus poderes y fuerza no son más que hojas secas ante ellos; tus seguidores no fueron capaces de dominar a los mensajeros, ¿crees que podrás vencerlos cuando millones de ellos invadan estas tierras? No pudiste mover los pies de Angada un solo milímetro y, sin embargo, esperas poder capturar y atar a millones de Vanaras. Me apena que, a pesar de tu vasta experiencia, aún te aferres obstinadamente a semejante decisión.

"Nuestro hijo fue asesinado, tu ciudad, reducida a un montón de cenizas y tus parques arrasados; innumerables Rakshasas encontraron la muerte al ser lanzados como muñecos. ¿Dónde estaban tu fuerza y destreza? Tus alardes no podrán causar daño alguno a esos Vanaras.

"¡Señor! rogó Mandodari perdóname por estas palabras. Estás por completo equivocado al considerar a Rama un hombre común, pues él es el amo del universo, es un héroe invencible. Tú ya estás consciente de la magnitud de su poder y valor, ¿o no? Reflexiona seriamente acerca de los hechos narrados por Angada. ¡Recuerda! Ocupaste un trono al lado de varios reyes, en el salón de Janaka, para demostrar tu fuerza y destreza; sin embargo, no fuiste capaz de mover ni un ápice el arco de Shiva, mientras que Rama lo tensó como si se tratara de un juguete y lo arrojó, partiéndolo en dos. Tú presenciaste aquella demostración de fuerza con tus propios ojos y, si aún así persistes en tu necedad, esto es indicio de que tu destrucción está cercana.

"¿Qué pudiste hacer cuando a tu hermana Surpanaka le cortaron la nariz y las orejas? ¿No te avergüenza seguir presumiendo de tu fuerza y heroísmo después de todos esos incidentes? Rama mató a Va¡¡ con una sola flecha, ¿era acaso Vali un enemigo cualquiera? Ahora, Rama ha venido con su ejército de Vanaras y ha acampado en la colina Suvela. Él es la encarnación de la rectitud y la moral, de lo contrario, ¿por qué te habría enviado un emisario para que te dijera que aún podías salvarte? Este mensajero ha tratado de volver tu mente hacia Rama, pero tú no renuncias a tu orgullo y no aprecias el sentimiento moral que motiva a Rama, ni comprendes las virtudes que animaron a la suprema mente al haberte enviado a este emisario. ¡Estás provocando el derrumbe de tu propio reino! ¿Qué pudiste hacer ahora para expulsar a Angada, el embajador, cuando penetró en el salón de audiencias? Existen en su campamento miles, no, cientos de miles de Vanaras más poderosos y destructivos que éste. Escucha mis consejos y olvida esta demoníaca pasión; ve y ríndete ante Rama". Esos sabios consejos recordaron a Ravana lo sucedido en el pasado, e hirieron su corazón como punzantes flechas.

Al amanecer del día siguiente, Ravana entró en el salón de audiencias como la personificación del vicioso orgullo y se instaló en su trono. En su cabeza bullían sin cesar las palabras de Angada y de Mandodari: planes, temores, proyectos y suposiciones, como si la tierra y el cielo giraran a su alrededor. Sin embargo, ninguno parecía tener el suficiente peso para que la hiciera razonar; así, el día de la destrucción del demoníaco clan de los Rakshasas se acercaba. Ravana se dirigió a un .Rakshasa llamado Vidyutjiva y le dijo: "Camarada, usa tu destreza mágica y reproduce la cabeza de Rama, así como su arco y sus flechas. Al verlos, Sita pensará que son los auténticos y quedará abatida por el dolor".

Vidyutjiva se levantó de su asiento de inmediato y salió del salón. Hizo una réplica exacta tanto del arco y de las flechas como de la cabeza de Rama. Ravana quedó satisfecho ante el asombroso parecido, tomó las reproducciones y se dirigió a Asokavana, el lugar en el que Sita estaba confinada. Mostrándoselas, dijo: "¡Oh, Sita! Mira, éstos son el arco, las flechas y la cabeza de la persona por la que has estado desfalleciendo y a quien has alabado noche y día. He aniquilado a las hordas Vanaras; Lakshmana consiguió salvarse, huyendo del campo de batalla. Para convencerte de que todo esto realmente ha sucedido, te he traído esta cabeza, este arco y estas flechas. Míralos". Después, colocó las imitaciones frente a ella. Sita, por un instante se angustió; sin embargo, recordó que no existía nadie en los catorce mundos que pudiera arrancar la cabeza de Rama, y así supo que se trataba de un vil truco planeado para aterrorizarla. Desechó aquella amenazante duda y le dijo: "Rayana, no hay duda de que el día de tu destrucción ha llegado, de lo contrario no se te habría ocurrido algo tan abominable. No tienes siquiera el valor de aproximarte a Rama, ¿cómo, entonces, esperas matarlo? Tal anhelo no se puede realizar ni en sueños. Éste es un sucio truco de magia que no logra engañarme". Sita profirió burlas e insultos a Ravana, mientras exaltados gritos de "¡Victoria! ¡Victoria al Señor Rama! ¡Victoria al Señor Rama!", se escuchaban por doquier. Los Vanaras habían entrado en la ciudad desde todas las direcciones. Ravana se apresuró a regresar a su palacio y al salón de audiencias.

Sarama, la noble esposa de Vibhishana, se aproximó a Sita y la consoló diciéndole: "Madre, Ravana es un ladino y todo lo que hace son simples trucos. Nadie puede atreverse a herir a Rama; en este momento, él está entrando triunfal en Lanka, con sus ejércitos Vanaras. La ciudad está siendo partida en mil pedazos, tan sólo con los gritos de los monos".