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Libros escritos por Sai Baba

20. Panchavati

20. PANCHAVATI

Rama deseaba permanecer por algún tiempo en Panchavati, a orillas dei Godavari, de manera que llamó a su hermano y le dijo: "Lakshmana, hermano, construye en el fugar que tú elijas una pequeña cabaña para vivir en ella".

Lakshmana recibió esa orden como una puñalada y, postrándose a los pies de Rama, exclamó angustiado: "¡Dime qué crimen he cometido para merecer esta cruel orden!°. Sita y Rama quedaron sorprendidos al ver su reacción y Rama dijo: "Lakshmana, no me explico qué es lo que te ha entristecido. ¿Acaso has oído alguna vez salir de mi boca una sola palabra cruel? ¿Acaso me he vuelto loco para proferir palabras duras y desagradables contra ti o cualquier otra persona? Tú siempre estás atento a cumplir mis deseos y necesidades como el mismo aliento de vida; ¿cómo, entonces, podría hablarte en términos tan crueles? Tu angustia no tiene razón de ser. Después de todo, sólo te pedí que escogieras algún lugar a tu gusto y construyeras en él una choza para que podamos vivir en ella. ¿No es así?"

Al oír esto, Lakshmana se cubrió las orejas con las manos, protestando con tristeza: "¡Rama, Rama, no soporto escuchar tus palabras!". Rama quedó sorprendido a9 ver ese gesto de dolor, pero Lakshmana se incorporó y frente a él, con las palmas de las manos unidas, le suplicó: "Señor, no hay nadie en Mí que pueda decir "yo"; mi único tesoro, mi única posesión son Sita y Rama. No tengo ningún deseo ni voluntad propios; mi deseo y voluntad son el deseo de Rama, la voluntad de Rama, la orden de Rama. Obedecer es mi deseo y mi voluntad. Yo soy el esclavo que cuida de ustedes y de nada más. ¿Cómo, entonces, puedo soportar que me ordenes que escoja un sitio acorde con mis deseos para construir la cabaña? ¡Como si yo pudiera o quisiera escoger! Si tuviera preferencias, ¿cómo podría ser un buen servidor de Rama?, ¿cómo podría merecer tal privilegio y fortuna? Ello sólo significaría que no merezco vivir en esta tierra y que mi existencia sólo es una carga y una vergüenza". Lakshmana sollozaba, incapaz de calmar su dolor.

Al ver su sufrimiento, Rama lo consoló con dulces palabras: "Hermano, tienes un corazón santo. Lo que te ordené fue en un sentido estrictamente mundano y ordinario. No creas que tu hermano ignora tu inmensa devoción; no te acongojes".

Rama le sonrió a Lakshmana y continuó diciendo: "Hermano, la pureza de tu devoción y tu sinceridad al servirme me deleitan; tus intenciones son nobles. En adelante no te causaré dolor con tales palabras. Te hablé usando un lenguaje común, eso es todo; no tomes mis palabras a mal. Ven, vayamos y busquemos juntos un lugar adecuado". Diciendo esto, tomó a Sita y a Lakshmana de las manos. Después de caminar alguna distancia, Rama se detuvo y dijo: "Construye la cabaña aquí".

Al escucharlo, Lakshmana exclamó con alegría: "¡Ah, ahora sí estoy realmente feliz! Mi deber es el de llevar a cabo tus órdenes, no el de ejercer mi voluntad". Se postró a los pies de su hermano mayor y de inmediato se incorporó feliz y contento. Entonces, comenzó la tarea de juntar hierbas y ramas para construir la cabaña que había de ser el hogar de los tres.

Sita y Rama se percataron de que Lakshmana tenía una mente muy sensitiva y una inteligencia delicada y sutil y sintieron gran alegría al recordar su profunda fe y devoción. Ella le confesó a Rama, en varias ocasiones, que la vida en la selva le parecía más encantadora que la vida en Ayodhya, gracias al servicio que Lakshmana brindaba con infinita devoción a su hermano.

Cuando Sita y Rama vieron la cabaña construida por Lakshmana, quedaron cautivados por su belleza, sencillez, comodidad y la atmósfera inspiradora donde brillaba. Sita entró en la cabaña y se maravilló por la habilidad y buen gusto desplegados por su cuñado y lo elogió por la rapidez con que la había terminado, sin descuidar ningún detalle. A partir de entonces, los tres vivieron días muy felices en esa cabaña.

La noticia de que Rama había establecido su hogar en Panchavati y que vivía en una cabaña similar a las de los habitantes de la región se extendió por toda el área, de manera que diariamente llegaban grupos de ascetas para rendirle homenaje. Todos obtuvieron el darshan y la gran fortuna de hablar con Rama. Después, no sin cierta renuencia, retornaban, alabándolo durante el camino a sus ermitas.

Algunos más llegaban con el propósito de resolver las dudas que los importunaban al estudiar las escrituras y definir e interpretar los códigos de moral o los textos referentes a los rituales. Otros le rezaban a Rama buscando aclarar, con su ayuda, si las prácticas ascéticas que seguían eran correctas y benéficas, puesto que Rama era el maestro de todos los dharmas (deberes del hombre) y conocía todas las escrituras hasta en sus últimos detalles, y así, quedaban completamente satisfechos con sus respuestas e indicaciones. Respecto de la naturaleza de las preguntas y respuestas, es conveniente entender con claridad los cuatro grados de preguntas. Se clasifican, en general, en cuatro grupos: 1) triviales; 2) inferiores; 3) aceptables y 4) loables. Las preguntas que se hacen con el fin de conducir a otra persona hacia una controversia, para luego infligirle una derrota humillante son "triviales". Las que se hacen para demostrar que uno es muy astuto y hábil son "inferiores". Preguntas que tratan de mostrar el intelecto y la facultad de razonamiento del interlocutor son "aceptables". Las preguntas hechas con el deseo sincero de despejar las dudas que uno tiene son "loables" y pertenecen a la categoría más elevada. No es necesario aclarar que los sabios, los monjes y los ascetas abordaban a Rama sólo con cuestionamientos del cuarto grupo.

Rama y Lakshmana se colmaron de dicha cuando vieron llegar a los ascetas. Muchos de ellos quedaban rendidos de admiración y gratitud cuando escuchaban a Rama exponer ideales tan sencillos, tan fáciles de entender y realizar, tan fieles a las prescripciones de los Shastras y las escrituras, y tan libres de complejidades. Entonaron himnos de alabanza y adoración: "!Oh, maestro supremo! exclamaban ¡Oh, ser omnisciente que conoces el pasado, el presente y el futuro! ¿Quién más podría ser nuestro señor y libertador? Tú resides en el corazón de los sabios; hemos logrado verte entre nosotros como resultado de las austeridades que efectuamos. ¡Oh, cuán afortunados somos, cómo se han cumplido nuestros anhelos!». Renuentes, se separaban de Rama derramando lágrimas de gozo y de pesar.

Algunos permanecían bajo la sombra de algún árbol, a corta distancia de la cabaña de Rama, con la determinación de no regresar a sus ermitas. Juntaban frutas y raíces en las cercanías y seguían con la mirada a Rama, esperando ser favorecidos con un darshan más. En los momentos en que él salía de la cabaña y caminaba cerca de ellos, se extasiaban con su divina e imborrable figura, asomándose ocultos tras algún árbol o arbusto. De esa manera, vivían sus días completamente felices.

Rama robaba los corazones de todas aquéllos que llegaban a su presencia. Muchos, en su devoción centrada sólo en él, enloquecían; sentían que contemplar aquel rostro y repetir ese nombre era toda la austeridad que necesitaban practicar de allí en adelante. Rama tes hablaba a toda hora acerca del dharma (la rectitud) y las disciplinas espirituales, a todos aquéllos que se reunían en derredor de él.

Muchas veces llamaba a Lakshmana a su lado y le decía: "Hermano, si he venido a cumplir con esta santa tarea, ¿cómo podría hacerla permaneciendo en Ayodhya? ¿Cómo podría escenificar los siguientes capítulos del Ramayana estando allá? Éste es el propósito por el cual he venido: fomentar y proteger el bien y lo sagrado, destruir el mal y la falsedad que amenazan la paz y el bienestar del mundo, propiciar el buen comportamiento y los buenos actos... ésos son los fines a los cuales me dedicaré de ahora en adelante". Así fue coma informó a su hermano sobre lo que había resuelto hacer y la intención y el significado de su encarnación como hombre sobre la Tierra.

De vez en cuando, promovía a Lakshmana a la categoría de ser el vehículo para transmitir sus enseñanzas dirigidas a elevar a la humanidad, instruyéndolo acerca de los ideales dé la moralidad y el progreso. "Lakshmana le dijo una vez el apego al cuerpo y a las posesiones de cualquier clase, el egoísmo que crea el antagonismo de «tú» y «yo», los lazos que crecen entre el individuo y su mujer, sus hijos y sus propiedades, todos son consecuencia de la ilusión primaria: maya. Esa ilusión es básica, misteriosa y maravillosa. Maya establece su dominio sobre todos !os seres y todas las cosas, sobre todas las especies de criaturas vivientes. Los diez indriyas (los cinco sentidos de percepción y los cinco sentidos de acción) tienen, cada uno, su deidad que los preside, y con ellos como instrumento, maya (la ilusión) percibe el mundo objetivo y obtiene placer de ello. Cada parte y cada partícula de ese placer es producida por maya y, por lo tanto, es ilusorio, fugaz y superficial.

"Maya tiene dos formas; una de ellas se llama vidyamaya y fa otra avidyamaya. La ilusión denominada avidya es muy perversa, causa una miseria sin límites. Aquéllos que se dejan arrastrar por ella se hundirán en las profundidades del cambio constante, la eterna maraña de alegría y pena. La ilusión denominada vidya es la que ha creado el cosmos por impulso del Señor, pues ella no tiene poder innato propio. Sólo en presencia del Señor puede crear el cosmos de tres cualidades. Las tres cualidades son: satva, rajas y tomas, las cuales, cada una por separado o combinadas, son características de los seres: satva representa el temperamento puro y equilibrado; rajas, el temperamento sanguíneo o emocional, activo, y tomas, el temperamento obtuso, indolente, inerte.

"El verdadero sabio, que ha conocido la Realidad, es aquél que ha abandonado los derechos y obligaciones de casta y sociedad, de edad y posición, y vive siempre con la conciencia de que todo esto es Brahman (Dios). Ha entendido que aquí no existe la diversidad; todo es Uno. Sabe que el cosmos entero está constituido por el mismo y único Brahman, que no puede haber una segunda entidad aparte de Brahman.

"¡Oh Lakshmana!, debes saber que la Trinidad (Brahma, Vishnú y Rudra) sólo es el reflejo del Dios único en cada uno de los tres ramales o atributos, satva, rajas y famas (pureza, dinamismo e inercia). El atributo de rajas (dinámico) está personificado por Brahma, el aspecto satva (puro), por Vishnú, y el de famas (inercia) se conoce como Rudra, o sea Shiva o Ishwara. Todo el cosmos, incluido el mundo, es manifestación del Brahman único a través de uno u otro, o bien a través de alguna combinación de los tres atributos. Así pues, el hombre sabio irá más allá de estos tres ramales, buscando el origen en el Uno. Unicamente él merecerá el nombre de monje, pues no tiene apego alguno, es decir, no tiene preferencia ni aversión".

A veces, Rama estaba en compañía de Sita y Lakshmana y les explicaba que mientras el individuo no entienda correctamente la afinidad que tiene con maya, la ilusión, y con el Supremo Brahman, nunca se podrá liberar para fundirse en el Supremo; tendrá que seguir siendo sólo un individuo, atado por los lazos de la ilusión a las limitaciones impuestas por el nombre y la forma. Pero decía Rama en el instante en que el individuo descubra y llegue a saber que no es sino la imagen del Supremo y que la diferencia entre el Supremo y él no tiene base alguna en la realidad, entonces la ilusión desaparecerá como la neblina al salir el Sol. Éste es el genuino conocimiento del ser, pues el Supremo es el Alma Universal (Paramatma) y el individuo es la misma Alma Universal visto como un reflejo en el cuerpo con nombre y forma, el upadi.

"Actúen de acuerdo con las reglas de conducta fijadas para la posición a la que han llegado y el deber que les toca cumplir.

Haciéndolo, lograrán desapego. Practiquen el yoga, o sea, la búsqueda de la unión con el Supremo; con ello obtendrán sabiduría. Esta sabiduría es la última etapa del progreso espiritual; lleva a la consumación. Adorar al Supremo con el amor más grande posible se llama bhakti, devoción. Sobre un ser así, derramo mi gracia. La devoción les otorgará prosperidad plena. La devoción emana del corazón, de manera espontánea. No depende de objetos o personas externas. También puede conferir sabiduría a la persona que se ha dedicado al Supremo; la alegría que proporciona a un hombre la devoción es única e inconmensurable. ¿Por qué una persona se decide a caminar por el sendero de la devoción? Todo empieza con la compasión de algún sabio bueno y dedicado a Dios, un alma realizada. Este sendero guía rápidamente a los hombres hacia mi". Escuchando palabras como éstas, Sita y Lakshmana olvidaban dónde estaban y bajo qué condiciones; Rama tampoco parecía darse cuenta de todo lo que sucedía, a causa del entusiasmo con que se explayaba sobre la grandeza del sendero espiritual. Dedicaban largos períodos a la introspección y exploración del deleite interno.

Un día, Lakshmana meditaba sobre esas profundas verdades y valiosas directivas, mientras montaba guardia alrededor de la cabaña. Sus ojos se posaron en una pequeña planta de limonero que luchaba por crecer bajo la espesa sombra de un árbol. Sintió deseo de trasplantarla a un lugar más soleado cerca de la cabaña para cuidarla y ayudarla a que creciera. La estaba desenterrando con todas sus raicitas, con gran amor y atención, cuando apareció la perversa hermana de Ravana, Surpanaka.

Tan pronto como sus ojos vieron a Lakshmana, fue atraída hacia él, por el halo de bondad y esplendor que iluminaba su cuerpo; quedó muda por la inesperada visión. Se transformó rápidamente en una linda jovencita y se acercó a Lakshmana con ademanes amorosos, pero él la ignoró y continuó con su tarea. Surpanaka no pudo soportar por mucho tiempo ese desdén, se le acercó y con voz patética le rogó: "¡Señor!, ¿por qué me hundes en la desesperación? ¡Calma mi insoportable pasión!, ¡posa en mí tu amorosa mirada que otorga felicidad!". Lakshmana desoyó aquel ruego y sólo se limitó a sonreír para sus adentros por tal audacia; prosiguió con su tarea de trasplantar el limonero. Surpanaka perdió la paciencia y se preparó para atraerlo hacia sí, pero Lakshmana resistió diciendo: "Madre, yo soy esclavo de Sri Rama, no soy hombre libre; cualquier actividad que haga, por pequeña que sea, la hago sólo por orden de él". Al escuchar sus palabras, y curiosos por saber con quién estaba hablando, Sita y Rama salieron de la cabaña. Rama vio a Surpanaka y la reconoció, no obstante la apariencia que había asumido, y se preparó para cualquier eventualidad. Entre tanto, Surpanaka lanzaba insultos a Lakshmana al ver que no podía seducirlo, gritándole: "¡Cobarde, villano!", y reía fuertemente y con desprecio por su rechazo. No había visto a Rama; toda su atención estaba centrada en Lakshmana. Y volviendo a suplicarle, insistía: "Hombre encantador, cásate conmigo y sé feliz. Yo puedo ser tu deleite y servirte con la mayor lealtad". Lakshmana trató de rechazarla diciendo: "Hermosa mujer, soy un esclavo; si yo me casara contigo, tú tendrías que llevar una vida de esclava y, para terminar, dijo bromeando : ahí tienes a mi amo, Rama; si te casas con é!, yo seré tu esclavo". Surpanaka creyó que ésa era una buena idea y volviéndose hacia ta cabaña que Lakshmana le había señalado, vio junto a la puerta a una hermosísima mujer que sonreía y junto a ella, ¡la personificación misma de la belleza masculina!

Surpanaka quedó prendada de Rama con el amor más apasionado, se adelantó presurosa hacia él y expresó llorando su desesperación: "¡Dios del amor, dios de la belleza, acéptame como tuya!". También Rama quiso tratarla con cierta cortesía y divertirse con la ridícula escena que se desarrollaba ante él. Sonriendo dijo: "Oh bella mujer, no puedo tomarte en matrimonio, pues me encuentro bajo juramento de monogamia y tengo aquí a mi mujer. Mi hermano Lakshmana tiene esposa, pero ella se encuentra ausente, así que si lo deseas, cásate con él, es la persona indicada para ti; acércatele". Al oírlo, la mujer corrió hacia donde se encontraba Lakshmana y comenzó nuevamente sus reclamos, y le dijo: "Tu hermano ha accedido a que te cases conmigo, de modo que no te niegues, ¡acéptame!". Ahora su actitud era muy humilde y gentil. Lakshmana reconoció lo absurdo de la situación y quiso aumentar la diversión. La mandó con Rama y Rama la mandó nuevamente con Lakshmana, y así sucesivamente hasta que ella, desesperada y ciega de pasión, volvió a ser el ente demoníaco que era en realidad. Su perversa mente le hizo creer que Sita era la que impedía su lujuriosa aventura, pues Rama no se podía casar con ella porque Sita estaba a su lado. Pensó que si la eliminaba, Rama cedería a sus requerimientos. Así pues, se arrojó sobre Sita para matar

a y tragársela, pues era un demonio hasta la médula. Al ver esto, Lakshmana se puso tenso y miró a Rama para recibir órdenes, éste se dio cuenta de que la mujer había ido muy lejos y que era urgente detenerla, pero sabía que no era necesario usar un hacha cuando bastaban las uñas; levantó la mano y contó hasta cuatro con sus dedos mirando a Lakshmana, quien captó de inmediato el significado de la orden, pues contando hasta cuatro Rama indicaba los cuatro Vedas, que en conjunto se llaman Sruthi, es decir, "lo oído", que significa la oreja: Lakshmana, que tenía una inteligencia aguda y siempre alerta, podía interpretar con acierto el más leve gesto de Rama. Éste había levantado la mano hacia el cielo. El cielo, o Akasha, es la quinta fuerza elemental, caracterizada por el sonido; el sonido es el símbolo de Brahmán, conocido como Sabda Brahmán, o sea, Dios. Dios reside en el cielo y éste también se indica con la mano levantada señalando hacia arriba. El cielo también es conocido en sánscrito como naka; rraka también tiene otro significado, que es "nariz". Tan pronto como Rama hizo esas dos señales, Lakshmana saltó hacia la demonio blandiendo su espada; la arrojó al suelo y exclamando que su afrenta debía ser castigada, le cortó las orejas y la nariz. Surpanaka lanzó tal alarido que la selva se estremeció. Retomó su forma verdadera de ogresa y gritó: "¿Es justo esto? ¿Cómo puedes deformar tan cruelmente a una mujer que se ha acercado a ti? Voy a traer a mi hermano Rayana para que vengue esta afrenta". Diciendo esto, desapareció en la espesura de la selva.

Surpanaka se dirigió hacía el bosque Dandaka, donde estaban los jefes demonios Khara y Dushana, lamentándose ante ellos: "¿Cómo pueden soportar en silencio este insulto y la injuria que se le ha hecho a su hermana? ¿De qué les sirve el valor y el poder que ostentan? Sería mejor que los quemaran vivos hasta convertirlos en cenizas. ¿Acaso a ustedes puede llamárselos hombres? ¡Es una vergüenza el heroísmo del que ustedes presumen!". Ellos, sin entender lo que había sucedido e ignorando quién le había deformado el rostro sin piedad, le preguntaron: "Hermana, ¿quién fue el que te hirió? ¡Dínoslo, nosotros te vengaremos usando todo nuestro poder!"

Surpanaka comenzó a narrar con detalle lo que le había acontecido. Primero describió el encanto y la belleza de Rama y Lakshmana y al oírla, los hermanos se enfurecieron y preguntaron por qué perdía su tiempo en trivialidades. "Dinos, ¿quién te lastimó, quién te desfiguró la cara?". De inmediato ella les relató todos los pormenores del incidente en el bosque.

Khara v Dushana se enardecieran ante la condición de su hermana, reunieron un ejército de catorce mil ogros y emprendieron la marcha hacia donde se encontraban Rama y Lakshrrmana, les hermanos que habían dañado a Surpanaka. Los guerreros ogros eran indomables, ni en sueños podían ser vencidos, no conocían ni retirada ni derrota; eran imbatibles en combate. Como montañas aladas se movían con rapidez por !os valles, sembrando el terror mientras la tierra temblaba bajo sus pies. Cada uno de ellos estaba armado hasta los dientes con toda clase de mortíferas armas.

La mutilada Surpanaka, con la cara ensangrentada, caminaba al frente del ejército, ansiosa de venganza, guiándolo hacia el claro del bosque donde se había enfrentado con los hermanos. Sin embargo, constituía un mal agüero para la incursión; un rostro sangrante, sin orejas ni nariz, un ser deforme, era de mal agüero, y Surpanaka personificaba todo eso. Los Rakshasas no se daban cuenta de los pros y contras de aquellos augurios y fa manera en que podrían influir en el campo de batalla; confiaban en su poderío físico y bélico, así como en sus nefastas estratagemas. Por ello, nunca obtenían la victoria al enfrentarse al poder de las fuerzas divinas y del dharma (la rectitud), pues, ¿quién puede enfrentarse al poder nacida de la observancia del dharma y de la gracia de Dios? Los Rakshasas nunca cultivaron la virtud ni la devoción a la Divinidad; concentraron todas sus energías y habilidades en acumular poder físico. Orgullosos de sus armas, su fuerza y maldad, avanzaban a grandes zancadas hacia la selva, haciendo resonar sus trompetas, rugiendo como leones, barritando como elefantes salvajes, alardeando de sus proezas y girando locamente en fieras danzas. ¡Nunca sospecharon siquiera que su arremetida se comparaba con el ataque de un gorrión contra un águila!

A cierta distancia, Surpanaka señaló a sus hermanos la ermita donde se encontraba Rama. Para enardecer a los ogros en un mayor frenesí, el ejército gritaba al unísono: "¡Mata, atrapa, asesina!", mientras avanzaba. Cuando se acercaron a la ermita, los hermanos desafiaron a Rama vociferando: "¡Desdichado ser que te has atrevido a deformar a nuestra hermana, si puedes, ¡salva tu vida de la extinción!"

Rama ya se había percatado de su acercamiento y dio instrucciones a Lakshmana para dejar a Sita a buen resguardo en una cueva y estar en guardia. "No te preocupes por mí, nada grave podrá sucederme", dijo Rama. Lakshmana conocía su poder y por eso obedeció. No tenía duda alguna de la victoria de Rama, así que llevó a Sita a la cueva y permaneció en guardia con su arco y flechas listos para cualquier emergencia.

Rama estaba de pie frente a la ermita, una sonrisa iluminaba su rostro y su arco Kodanda, bien tenso, estaba listo para el enfrentamiento. Pasó la mano suavemente sobre su cabello enmarañado y los ogros vieron un resplandor de billones de deslumbrantes rayos que salían de su corona de pelo. Los brazos de Rama les parecieron enormes serpientes con múltiples cabezas. Así como un león mira a un elefante, rugiendo y mostrando sus afilados dientes, gozando de antemano la victoria sobre la presa, Rama, el león, lucía desafiante y terrible ante un montón de asustados elefantes. Los gritos de: "¡Allí está el que la desfiguró!, ¡atrápenlo!, ¡mátenlo!", se oían entre el tumulto, pero nadie se atrevía a dar un paso adelante para atacar. Por más que eran acicateados, ninguno de ellos reunía suficiente valor para acercarse a Rama.

Las maldiciones y gritos de los ogros retumbaron en la selva y los animales salvajes, llenos de pánico, corrieron atropelladamente en busca de refugio. Algunos llegaron a la cueva en la cual se encontraba Sita; Lakshmana se compadeció de su angustia y permitió que entraran para que perdieran el miedo y calmaran su ansiedad. Los recibió y dio refugio, pues sabía que se encontraban atemorizados.

Los ogros que rodeaban a Rama quedaron tan dominados por su belleza y encanto, que no podían hacer nada sino mirar fijamente su gloria y esplendor; muchos se deleitaban en describir su gracia, muchos otros se perdieron en la admiración y aprecio que les provocaba; todos quedaron prendados de Rama con lazos de amor y reverencia. Ninguno de ellos pudo levantar un arma contra él, ¡ni siquiera lanzarle una mirada de ira!

Surpanaka también se unió a las alabanzas y les dijo a Khara y Dushana, quienes permanecían mudos de admiración junto a ella: "Hermanos, ¡qué belleza tan incomparable se encuentra ante nosotros! ¡Nunca había visto tanto encanto, tanta gracia, armonía tan pura y físico tan perfecto! No lo maten, atrápenlo sin dañarlo y tráiganmelo".

Los hermanos también habían quedado extasiados y respondieron: "Hermana, nosotros tampoco habíamos visto tal personificación de la belleza. Cuanto más nos acercamos, más nos ata a su persona y más fascinados quedamos por su encanto. No nos queda un ápice de rencor u odio hacia él. Cuanto más lo miramos, más profunda se vuelve la alegría que surge dentro de nosotros. Tal vez este sentimiento sea lo que llaman ananda (Dicha Divina) los sabios que viven aquí".

Khara no tenía la menor intención de hablar con Rama personalmente, de manera que mandó un mensajero para que averiguara quién era él, cuál era su nombre, de dónde venía, por qué había venido a la selva para vivir en ella, etcétera.

El mensajero se acercó a Rama y le hizo las preguntas que se le habían encomendado. Rama esbozó una sonrisa y le dijo: "Escucha, yo soy un kshatriya (guerrero) que ha venido a este bosque para cazar animales salvajes. Igual que tu amo, no temo ni siquiera al dios de la muerte. Si tú te sientes capaz, ven, enfréntate conmigo en batalla y gana; si no, vuelve a tu casa junto con tu ejército y sálvense de la destrucción; no mataré a los que huyan del campo". Esta respuesta fue llevada por el mensajero a Khara y Dushana. Al oírla, los hermanos tomaron sus lanzas, hachas, mazas y arcos y lanzando un gran alarido cuyo eco retumbó en los cielos, dispararon una lluvia de flechas sobre Rama, pero éste las partió. en pedazos con una sola de sus flechas. Otros flechazos de Rama hacia ellos causaron tanta devastación como la que causa el fuego o el rayo. Los ogros retrocedieron ante el ataque, lanzando ayes de dolor: "¡Oh madre, oh padre!, ¡ayyy!, ¡sálvennos!"

Al ver que huían, Khara, Dushana y otro hermano más joven, Trisira, gritaron: "¡Rakshasas, no huyan de la batalla! Todo aquél que huya será sacrificado al instante por nuestros soldados". Al escuchar esto, los Rakshasas pensaron: "Será mucho mejor morir a manos de Rama que a las de cualquier otro o lejos de su presencia". Y así, volvieron a las filas y avanzaron hacia el sitio donde Rama se hallaba. Sin embargo, no podían presentar batalla. Estaban tan fascinados por el hechizo y esplendor de Rama, que quedaban paralizados mirando con embeleso la divina belleza.

Al ver aquello, Rama disparó la flecha llamada Sammohana, la cual tenía el efecto de engañar y confundir al enemigo. Como resultado, cada soldado veía al más próximo como la persona a la que debía destruir. Khara y Dushana les hablan ordenado matar a Rama y así, uno caía sobre el otro exclamando: "¡Aquí está Rama! ¡Aquí está Rama!", y se mataban unos a otros con gran regocijo. Todo el campo quedó regado de miembros mutilados de los ogros; la sangre corría a raudales por la selva, y buitres y cuervos se precipitaban prestos a devorar la carroña. ¡Catorce mil ogros se enfrentaron en batalla, ese día, a una sola persona! Todos los ogros murieron, exclamando "¡Rama! ¡Rama!" al caer; Khara y Dushana también murieron junto con sus leales soldados.

Los ascetas y sabios que fueron testigos de esta dantesca batalla se dieron cuenta del valor sin igual de Rama y se sintieron felices al saber que el fin de Rayana también era inminente, a manos de tan formidable héroe. Quedaba confirmada su creencia de que Rama era la divina Providencia que había venido a borrar de la faz de la Tierra a toda la raza de ogros y Rakshasas, asegurando con ello la paz y prosperidad de la humanidad.

Tan pronto como hubo terminado el fiero encuentro, Sita y Lakshmana se acercaron a Rama postrándose ante él; él levantó con suavidad a Lakshmana y le describió la suerte de los catorce mi! ogros y sus jefes durante la batalla que sólo había durado media hora. Narró en detalle los incidentes, intercalando en el relato muestras de júbilo, pudiendo apenas contener la risa. Mientras tanto, los ojos de Sita escudriñaban el cuerpo de Rama para asegurarse de que no había sufrido ni un rasguño. Al día siguitnte, grupos de ascetas y sabios acompañados de sus discípulos visitaron el ashram Panchavati, pues habían tenido noticia de la destrucción del ejército de ogros, lograda sin ayuda alguna por el príncipe de Ayodhya. Alababan a Rama por su valentía y habilidad con el arco. Muchos de ellos, que habían adquirido el don de la premonición, se acercaban a Rama con humildad para decirle: "Oh maestro, debes mantenerte alerta en los próximos días. Los Rakshasas no admiten ningún tipo de límites o normas que la justicia y la rectitud les quieran imponer. Su único propósito es causar daño a todos y a todo; su principal meta es la de satisfacer sus propios deseos; no les importa cómo lo logren ni por qué medios. Tienen un hermano mayor, llamado Rayana, que posee poderes muy superiores a los de ellos. Su ejército cuenta con varios millones de soldados. Esa turbulenta mujer seguramente irá con él para quejarse de su suerte y él tratará de tomar venganza contra aquéllos que la desfiguraron".

De esta manera advirtieron a Rama y a Lakshmana del posible peligro que los acecharía. Rama los escuchó sonriendo y dijo: "Sí, sí, yo estoy por completo enterado de la situación. He venido precisamente a resolver este problema". Movió la cabeza como si estuviera esperando con ansiedad ese feliz encuentro con Ravana, pero no habló más y permaneció sentado sin mostrar preocupación alguna.

Miró a Lakshmana y con un guiño le dijo: "Lo has oído, ¿no es así?", y volviéndose hacia los sabios, Rama dijo: "Les ruego que no se asusten ni se preocupen; estoy preparado para enfrentarme a cualquier situación". Quedaron llenos de consuelo y reconfortados ante tal promesa. Rama les infundía fe y valor y los instó a volver a sus ermitas confiados en que podían continuar sus estudios y prácticas espirituales con paz y tranquilidad, sin ser molestados por las hordas de Rakshasas.

Tal y como los sabios lo habían predicho, Surpanaka, sin perder tiempo, se presentó ante su hermano Ravana, desgarrando el aire con su llanto. Al oírla, los Rakshasas de Lanka tuvieron miedo de que alguna calamidad se hubiese apoderado de su tierra; salieron a las calles y comenzaron a discutir en grupos sobre cuál podría ser la causa. Surpanaka irrumpió en la sala de audiencias de Ravana, el emperador de los Rakshasas, lanzando furiosos insultos que sorprendieron y atemorizaron a todos los presentes.

Su apariencia era monstruosa: su cuerpo estaba ensangrentado y sus palabras, envenenadas por la ira. Ravana se percató de que alguien le había causado gran daño y se conmocionó al verla en tan grave estado. Desde su trono rugió: "¡Hermana! Dinos qué ha pasado, sin ocultar nada". Surpanaka respondió: "Hermano, si eres un verdadero Rakshasa, si los poderes sobrehumanos que adquiriste después de tantos años de ascetismo son reales, entonces ven; el momento ha llegado para que muestres tu valor, tu arrojo y tu heroísmo. ¡Levántate!, no ignores las calamidades que te esperan, no pierdas más el tiempo, extraviado en la intoxicación que causa la bebida. No has prestado oídos a los sucesos que han ocurrido en Panchavati, ni sabes quién ha llegado a ese lugar ni con qué propósito. Príncipes resueltos a destruir a los Rakshasas han entrado en la selva de Dandaka y han abatido a miles de soldados Rakshasas; hicieron pedazos a los hermanos Khara y Dushana; han borrado de la existencia, en un abrir y cerrar de ojos, a miles que se les opusieron. Su heroísmo no se puede describir, su belleza personal, ¡ay!..." En ese momento Surpanaka guardó silencio, recordando e! esplendor que la había cautivado. Al escuchar su historia, Ravana se puso incontrolablemente furioso. Rechinaba !os dientes y golpeaba sus muslos en un arranque de desafío. "¿Qué? ¿Esas personas mataron a Khara y Dushana? Seguramente no conocían el nombre mío, yo que soy su sostén; quizá nada saben acerca de mi fuerza y de mi poder de venganza".

Ravana seguía alardeando en voz alta, para que la gente que lo rodeaba escuchara sus hazañas. Surpanaka lo interrumpió exclamando: "¡Oh masa de maldad! Mientras tu archienemigo baila encima de tu cabeza, tú estás aquí sentado como un cobarde, enalteciéndote y alardeando de que eres invencible; eso no es digno de un emperador. Posiblemente ignores que hay renunciantes que se arruinan por las malas compañías, emperadores arruinados por ministros ineptos; la misma sabiduría queda arruinada por el deseo de ser reconocida; el sentido de la vergüenza se destruye por el vicio de la bebida; pues bien, hermano, no descuides ni el fuego, ni la enfermedad, ni el enemigo, o una víbora o un pecado, por la única razón de que son pequeños e insignificantes. Cuando crecen y se hacen grandes, tienden a infligir gran daño. Por eso apresúrate. No vaciles".

Las palabras de Surpanaka instilaron el veneno del odio en los oídos de Ravana. En eso, Kumbakarna, el otro hermano, que estaba presente, le preguntó a Surpanaka con una mordaz sonrisa: "Hermana, ¿quién te cortó las orejas y la nariz?". Con un gran alarido, ella repuso: "!Ay!, esta malvada acción fue ejecutada por esos mismos príncipes".

Entonces, Ravana la consoló durante unos momentos y luego le preguntó: "Hermana, la nariz y las orejas, una está al frente y las otras a los lados. No pueden haber sido cortadas con un solo golpe. Entonces dime, ¿acaso dormías profundamente cuando te las cortaron? Esto es en realidad sorprendente". La gente que se encontraba alrededor, también se preguntaba cómo pudo haber pasado aquello. Surpanaka contestó: "Hermano, yo perdí toda conciencia de mi cuerpo, hasta del lugar donde me encontraba, cuando esas suaves y dulces manos me tocaron. Cuando mis ojos se deleitaron con el encanto de sus hermosos rostros, no estaba consciente de lo que ellos hacían. La sola visión de aquellos príncipes me extasió tanto que perdí toda conciencia de mí y de mi alrededor. ¡Qué puedo decir del éxtasis que se apoderó de mí al hablar con ellos! Son todo sonrisas y alegría; no saben de otras actitudes o reacciones. Creo que hasta los corazones masculinos se fascinarían con su encanto. Son en verdad cautivantes imágenes dei dios del amor. Hasta ahora nunca mis ojos habían visto tal belleza. ¡Ante ellos son una vergüenza nuestros poderes de Rakshasas, nuestras viles estratagemas, nuestras figuras anormales y nuestra fea apariencia! Nosotros en realidad somos repugnantes. Míralos tan sólo una vez y jurarás que tengo razón. ¿Por qué? Khara y Dushana, que murieron en esa batalla, estaban indecisos de pelear contra ellos, protestaban y me rogaban: `¿Cómo quieres que sintamos enemistad contra silos, contra estas encarnaciones de la auspiciosidad y la belleza?"'

Los cortesanos y ministros reunidos en la sala escuchaban el relato con asombro, reverencia y deleite. Incluso a Rayana las palabras de Surpanaka lo aturdieron. La imagen que ella describía de Rama le producía gran placer y paz cuando pensaba en ella. En lo profundo de su ser sintió un gran deseo de posar sus ojos en esa inspiradora encarnación del encanto divino. Al escuchar Rayana a su hermana, la furia que había sentido crecer dentro de sí se fue desvaneciendo lentamente. Decidió investigar con calma qué había sucedido realmente en Panchavati.

Por ello, al dirigirse a su hermana, le habló así: "Hermana, ¿esos dos hermanos viven solos en Panchavati o hay con ellos otras personas? ¿No tienen seguidores, compañeros o cortesanos?". Surpanaka contestó: "No, no tienen guardias, ni siervos, ni guerreros. El mayor de los dos, de nombre Rama, tiene a su lado a una mujer dotada de la más grande belleza. Ella es aun más bella que ellos; es la diosa misma del amor en forma humana. Los dos hermanos residen en Panchavati con esa mujer; caminan libremente y sin temor por bosques y valles. De hecho, hasta ahora yo nunca había visto belleza femenina tan perfecta; no tiene igual, ni en el cielo, ni en la tierra".