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Libros escritos por Sai Baba

18. Las Sandalias en el Trono

18. LAS SANDALIAS EN EL TRONO

En el sexto día de su estancia, Bharata llamó a su hermano Satrugna, a sus ayudantes y seguidores, después de efectuarse los ritos matutinos y las ceremonias devocionales. Buscó el momento propicio para abordar a Rama, se armó de valor y se postró a sus pies. Con las manos unidas, Bharata exclamó: "¡Oh, marca auspiciosa de la frente de la línea real de Ikshvaku!, tú has cumplido todos mis deseos, por mí has decidido sufrir miserias y soportar problemas de todo tipo, por mi seguridad y bienestar. Señor, estaré en espera de tus órdenes cuando regreses y sirviéndote en el reino. Enséñame el camino por el cual pueda deleitar mis ojos en tus pies de loto cuando el exilio termine. Dame el valor que necesito para sobrevivir estos catorce años de separación. Rama, tus súbditos, sus familias, los ciudadanos del vasto imperio, los brahmanes, los pandits, todos son espiritualmente sinceros, están apegados a ti por sentimientos de devoción reverencial. Ellos soportan los tormentos de la miseria apoyados en el amor que les profesas. Ya no me importa ni el logro de la auto rrealización si para obtenerlo tengo que separarme de ti. Tú conoces los sentimientos internos de tus siervos y sus más hondos deseos. Tú me puedes guiar y conducir a la meta aquí y en el más allá. Esta convicción es el sustento y la fuerza por la cual existo, y gracias a esa convicción, trato a esta agonía como si fuesen hojas secas. Hasta ahora he expuesto mis penas como si me estuvieran matando. Esto fue un error de mi parte, no vaciles en reprenderme por esta falta".

Al escucharlo, los presentes aprobaron sus palabras diciendo: "Así como Hamsa, el cisne celestial, es capaz de separar el agua de la leche cuando están mezcladas y bebe sólo la leche, así Bharata ha separado la verdad de la mentira y ha expresado la verdad".

Rama, al escuchar aquellas palabras provenientes del corazón puro de su hermano, se compadeció de su angustia y le respondió: "Hermano, para ti que resides en casa y para nosotros, que vivimos en el bosque, existe el Uno que nos nutre, nos sustenta y nos hace valer. Tú tienes, en la vida mundana, al preceptor Vasishta y al emperador Janaka, como guardianes y guías. No puede existir problema alguno que nos aqueje, ni a ti ni a mí, aun en sueños; nada puede sucedernos.

"Nuestro más alto deber es acatar estrictamente las órdenes de nuestro padre; sólo el hacer eso nos otorga todo el bien que deseamos y nos ayuda para obtener renombre duradero. Ese camino es el aprobado por los Vedas. Los Vedas declaran que cualquiera que reverencie las órdenes del preceptor, el padre y la madre, y camine por el sendero correcto, será un noble ejemplo para todos.

"Siempre debes estar consciente de esta verdad; aleja el velo del dolor, asume la responsabilidad del imperio, reina durante catorce años teniendo a la justicia y a la rectitud como tus ideales. El rey es la cara del estado; así como ésta, al comer y beber fortalece y activa al cuerpo, el rey alimenta y sostiene a cada sector de su pueblo. La mente alberga todo tipo de gustos y aversiones; así también, el rey es el responsable de todos los movimientos y cambios en el campo político".

Rama expuso a Bharata una útil doctrina de ética política. Sin embargo, éste se hallaba demasiado agotado para tener paz mental como resultado de los consejos de Rama. Las madres, maestros y ministros quedaron inmóviles, sobrecogidos, por la inminente partida.

De pronto, Rama, en su infinita gracia, se desató sus sandalias y se las dio a Bharata, quien con reverencia las aceptó y las colocó sobre su cabeza. Las lágrimas corrieron de sus ojos como los ríos gemelos, el Ganges y el Yamuna.

Bharata no encontraba palabras para expresar su felicidad. ¡Éstas no son las sandalias usadas por el océano de misericordia; son los guardianes de la vida y prosperidad de la humanidad! Éstos son los cofres que guardan el precioso tesoro del amor filial de Rama, son las puertas que protegen el fuerte que guarda la regia fama del clan Raghu. Éstas son dos manos que están dedicadas por siempre a tareas positivas y amorosas. Son los verdaderos ojos del universo, los símbolos de Sita y Rama contenidos en ellas". Bharata exaltó las "sandalias" de esta forma y bailó a su alrededor, con verdadera felicidad y agradecimiento.

Todos los presentes cayeron a los pies de Rama y reconocieron lo sublime de su gracia. Bharata se postró a los pies de Rama y rogó que le permitiera partir. Rama apreció el espíritu de contentamiento con el que había recibido las sandalias, atrajo hacia sí a Bharata y lo abrazó con gran cariño.

Satrugna también cayó a los pies de Rama, quien lo abrazó con afecto y le dio instrucciones para gobernar el reino y llevar a cabo las tareas que le correspondían. "Considera a Bharata como a Rama mismo le dijo sé su sostén y consejero y ayúdalo a implantar paz y prosperidad en el reino".

Después, Bharata y Satrugna abrazaron a Lakshmana con amor fraternal Jiciendo: "¡Hermano, tu suerte es inmensa, tuya es la mejor de las suertes! En todos los mundos no hay alguien tan afortunado como tú". Alabaron a Lakshmana y pidieron permiso para partir. Lakshmana también los llamó y les dijo que las sandalias de Rama eran las fuentes de todo auspicio y que ellos, que habían ganado el regalo, eran los más afortunados. Les recomendó que actuaran dignamente de acuerdo con el regalo y que ganaran la gracia de Rama para siempre. "Éste es su deber", les dijo.

Más tarde, los hermanos fueron hasta donde se encontraba Sita y cayeron a sus pies; no pudieron contener su dolor y rompieron en sollozos. Ella los consoló suave y dulcemente diciéndoles: "¿Acaso existe algo más en el mundo que no sea la armadura de Rama para proteger a quien sea? Ustedes son en verdad benditos. Los catorce años pasarán tan ligeros que parecerán catorce segundos, y el imperio gozará de paz y abundancia con el regreso de Rama. Gobiérnenlo con paciencia y devoción, sin desviarse de los lineamientos que él les ha señalado. Al obedecerlo estrictamente podrán asegurar los frutos de sus deseos".

Después, Bharata y Satrugna fueron directamente ante el emperador Janaka y cayeron a sus pies con reverencia y dijeron: "Señor, tú tienes tal compasión que has venido a Ayodhya cuando te enteraste de la muerte de nuestro padre y de¡ exilio de Rama. Al ver nuestro sufrimiento, nos consolaste en esos días críticos; nos diste el consejo adecuado. Para realizar tu propio deseo, te sometiste por ti mismo a todas estas fatigas y dificultades al venir a esta espesura; compartiste nuestro dolor . y has contribuido a persuadir a Rama para que regresara a Ayodhya. Cuando nuestros ruegos fallaron, tú nos consolaste y enseñaste a soportar la desilusión y angustia y nos enriqueciste con tus bendiciones; te ofrecemos nuestra gratitud reverente. ¿Qué más podemos decir o hacer? Tus bendiciones son el auxilio que más requerimos".

Janaka escuchó estas palabras llenas de sinceridad y gratitud de los dos hermanos y apreció sus sentimientos, su carácter y conducta, los acercó hacia sí y acariciándolos amorosamente les dijo: "¡Hijos, que caminen siempre por el sendero que ha establecido Rama y ganen así su gracia! Yo regresaré de aquí a Mitila". Los ministros, reyes, brahmanes, sabios, ascetas y otros que habían llegado con los hermanos fueron uno tras uno hacia Rama, Lakshmana y Sita y, cayendo a sus pies, se despidieron de ellos y retornaron a sus casas, con el corazón agobiado de pesar.

Sita, Rama y Lakshmana fueron hacia donde estaban las madres y se postraron ante ellas. Las consolaron diciendo: "No se preocupen en lo más mínimo; desempeñen correctamente sus obligaciones y responsabilidades, tengan siempre presentes los deseos e ideales que nuestro padre puso ante ustedes". Les dijeron que ellos vivirían feliz y tranquilamente esos catorce años como si fuesen catorce segundos y retornarían dichosos a Ayodhya. Estas palabras reconfortaron los corazones de las reinas.

Se postraron a los pies de Kaikeyi y le dijeron que ella no tenía ni un ápice de responsabilidad por el exilio de Rama, y que siempre sería merecedora de su veneración y estima, pues nunca había intentado dañar a nadie. Afirmaron que siempre orarían por ella y le suplicaron que no se preocupara por ellos. Le infundieron mucho valor para soportar el peso de su arrepentimiento y le dijeron: "Bharata perdió el control y enfurecido habló a la ligera y en forma impertinente cuando se enteró de la muerte de su padre y de¡ exilio de su hermano. Su pasión se exaltó y su sangre hirvió contra quien pensó que era responsable de esos sucesos y no tuvo en cuenta el hecho de que tú eras su madre". Rama, Sita y Lakshmana le suplicaron que no culpara a Bharata por ese incidente, que lo perdonara por ese arrebato.

Mientras Rama hablaba, Kaikeyi estaba abatida por la vergüenza que le causaba recordar su iniquidad. No podía ver a Rama a la cara y pensaba para sí: "¡Ay de mí! He causado tanta miseria y sufrimiento a este hijo dotado de un corazón compasivo y una mente llena de virtudes, un hijo que es oro puro. ¿No soy yo la culpable de su exilio en esa jungla terrorífica? ¡Oh, que acto tan diabólico he cometido! ¿Acaso lo hice sólo yo o fue Rama quien decidió el curso de los acontecimientos y me usó a mí como instrumento? Cualquiera sea la verdad, no puedo escapar. He cometido el mayor pecado".

Kaikeyi estaba sobrecogida de dolor ante el pasado irrevocable. Tomó las manos de Sita con desesperación, pidiéndole perdón, pero enseguida exclamó: "No, no es justo que perdones a una pecadora que ocasionó tanto daño a una mujer tan pura y tierna", y continuó lamentándose de su infortunio. Más tarde, la gente de Ayodhya que había ido se despidió de Sita, Rama y Lakshmana, subió a sus carruajes y partió en orden.

Sita, Rama y Lakshmana se acercaron a cada carruaje antes de que partiera y consolaron y confortaron a sus ocupantes. Luego, los tres se postraron a los pies de¡ preceptor y se disculparon ante él, diciendo que les habían causado a él y a su consorte muchos problemas; expresaron pena y tristeza por no haber podido servirles como hubieran deseado y su deber se los exigía. Después, pidieron permiso para quedarse.

Vasishta era un brahmajñani (conocedor de¡ Absoluto) y un maharishi (aquél que ha visto la Visión Interior y la Realidad), por lo cual podía conocer los sentimientos de Sita y otros; así apreció la devoción y la humildad de los hermanos y de Sita y su estricta adhesión al camino del dharma (la rectitud). Vasishta y su consorte no podían alejarse de la presencia de Rama, pues estaban muy apegados a las virtudes que él encarnaba. El cuadro de los tres, de pie en plena jungla, con sus palmas unidas despidiendo a cada carruaje que pasaba y a sus respectivos ocupantes, derretía hasta al más duro corazón. Vasishta y su consorte, Arundhati, estaban conmovidos al ver su inmensa compasión.

Rama, cuando vio al jefe de los nishadas entre sus seguidores, caminó hacia él y, extendiendo sus brazos, lo abrazó más cálidamente que cuando estrechó a su propio hermano.

Consoló a Guha pidiéndole con afecto que tuviera calma y persuadiéndolo de que aceptara la separación, sabiamente.

Guha, impotente para cambiar el curso de los acontecimientos, cayó a los pies de Rama; se levantó después con el corazón henchido de dolor y partió sin desviar la mirada de la encantadora figura de Rama tanto como pudo divisarla. Sita, Rama y Lakshmana se sentaron bajo un frondoso árbol, hasta que el último de ellos se fue.

Mientras tanto, el emperador Janaka se preparó también para partir a la cabeza de su caravana, hacia Mitila. Rama y Lakshmana se postraron ante sus suegros. Sita cayó a los pies de sus padres y éstos la abrazaron y acariciaron su cabeza y con ternura le dijeron: "Hija, tu valiente determinación y la devoción hacia tu marido nos otorgarán gran honor. Gracias a ti, nuestra familia y nuestro clan se han santificado. Tal vez hayamos llevado a cabo algún gran voto y realizado grandes austeridades; de otra forma no habrías nacido en nuestro linaje".

La exaltaron profusamente y le expresaron su felicidad asegurándole: "Sita, no puedes sufrir carencia alguna. Rama es el aliento de tu existencia. Sabemos que desde que vives a su sombra, no puede dañarte ningún mal. Sin embargo, al ser dos seres diferentes, problemas y confusiones pueden confrontarlos de vez en cuando. Éstos son el juego del destino, sólo nubes pasajeras". Janaka les refirió muchas verdades vedánticas, para brindarles consuelo y contento. Después también abandonó la ermita y emprendió el camino que lo llevaría más allá de los bosques. Sita, Rama y Lakshmana permanecieron a la sombra de ese árbol hasta que los habitantes de Ayodhya y Mitila desaparecieron de su vista; entonces regresaron a su cabaña de techo de paja y allí, mientras Rama describía con ardiente aprecio la devoción y fe de Bharata y Satrugna, su amor y lealtad ejemplares y el apego afectuoso de los habitantes del imperio, Sita y Lakshmana escuchaban atentamente y compartían los mismos sentimientos. Sus corazones se sentían doloridos por su partida; ellos hubieran deseado su presencia por más tiempo. A menudo, al conversar, recordaban la muerte de Dasarata y lloraban al rememorar el afecto que el emperador les profesaba. Al notar su pesadumbre, Rama esbozó una sonrisa y les habló del misterio de la vida y de la clave para su entendimiento. Así transcurrió ese día especial, en el silencio de aquel boscoso refugio.

Mientras tanto, el río de gente que emergía de los linderos de la jungla hacia las áreas pobladas cerca de Ayodhya, los ascetas, sabios, brahmanes, los hermanos Bharata y Satrugna, las reinas Kausalya, Kaikeyi y Sumitra, los ministros y todos los ciudadanos no podían contener el peso del dolor que se tornaba más agobiante mientras más se alejaban de la jungla rumbo a la ciudad. Durante el viaje iban recordando los sucesos de los cinco días que habían disfrutado en compañía de Rama y admirando los ideales que éste hacía realidad con su ejemplo y amor, su compasión y afecto. No se detuvieron ni a comer ni a dormir, pues no tenían hambre o sueño; la tristeza de la separación los abrumaba y hacía olvidar sus necesidades.

Al segundo día de viaje llegaron al caudaloso río Ganges; el jefe de los nishadas preparó barcas para cruzarlo y elaboró mucha comida para toda la gente y para los miembros de la corte. Sin embargo, nadie disfrutó de la hospitalidad que les brindaba, pues el dolor de alejarse de Sita, Rama y Lakshmana agobiaba sus corazones. Incapaces de agraviar a Guha y sin desear lastimarlo, se sentaron frente a los platillos, picotearon la comida y, levantándose rápidamente, tiraron el contenido. ¿Por qué? Incluso los caballos se negaban a comer. Vasishta, el preceptor real, se dio cuenta de ello y dijo: "¡Vean! Rama es el morador interno, el espíritu que vive en todos; él es la inteligencia, la conciencia que traza a cada ser".

Nadie tenía ningún deseo de detenerse para dormir unas horas. Bharata había resuelto viajar directamente a Ayodhya y llegar lo más pronto posible. Estaba ansioso de mostrar a los ciudadanos las sagradas sandalias de Rama para infundirles consuelo y valor, así que la caravana cruzó el río Gomathi y el Sarayu y llegó a los alrededores de Ayodhya a los cuatro días de viaje.

Los ancianos, los niños y las mujeres de Ayodhya que no pudieron unirse a la multitud que había marchado para encontrarse con Rama estaban esperando las señales de su feliz regreso después de persuadir a Rama para que tomara el mando del reino. Sus ojos se habían cegado de ansiedad y cansancio. Cuando escucharon el ruido de los carruajes, corrieron hacia las calles para preguntarles a sus vecinos que regresaban: "¿Dónde está nuestro señor?". Mas como ya era muy de noche, regresaron a sus casas y se dispusieron a dormir, con la esperanza de poder ver a su amado príncipe al salir los primeros rayos del Sol. Un gran desconsuelo, así como una satisfacción, los esperaba a la mañana siguiente, pues se enteraron de que Rama no había regresado a la ciudad pero que había mandado sus sandalias en representación.

Mientras tanto, Bharata llamó al preceptor real y a los ministros de la corte y les asignó varias tareas de gobierno, dotándolos de autoridad para llevar a cabo su función. Llamó a Satrugna y le encargó la tarea de alentar y consolar a las reinas madres. Reunió a un grupo de brahmanes y pandits y frente a ellos, con las palmas juntas, les dijo que cumpliría sus deseos, ya fueran grandes o pequeños, pues sabía que ellos sólo buscaban el bienestar de la gente y de él mismo. Quería que le presentasen sus demandas, sin vacilaciones.

Solicitó la presencia de un grupo de ciudadanos de Ayodhya y de los líderes de todo el imperio y les describió lo que había acontecido en la capital y en el sitio donde Rama vivía exiliado. Les dio a conocer el resultado de las conversaciones que sostuvo con él y los instó a adorar y reverenciar sus sandalias durante los catorce años que estuviera ausente, como si fuesen la auténtica presencia del mismo Rama. "Ellas cuidarán de nosotros. Son nuestro refugio y nuestro bien dijo . Con plena confianza en que las sandalias reinarán sobre nosotros, vivamos con Rama instalado en nuestro corazón. Después de su regreso, Rama directamente reinará sobre nosotros, regalándonos el gozo de su presencia física y de su guía. Nuestra tarea desde este momento es esperar ese día feliz, orando en nuestros corazones".

Después, Bharata ordenó que en una hora auspiciosa las sagradas sandalias fueran instaladas en el trono, ya que sólo tenía en mente la felicidad de su pueblo: el preceptor real, los pandits, ascetas, sacerdotes, ministros, líderes de la población y todos los ciudadanos. Cuidó de que se hicieran grandes preparativos para celebrar tal acontecimiento.

Ese día se postró ante las madres, Kausalya, Sumitra y Kaikeyi y después subió al trono con las sandalias sobre su cabeza. Rogando las bendiciones de Vasishta y el permiso de éste y de todos los concurrentes, las colocó en el trono jurándoles lealtad reverente y puso todas sus responsabilidades bajo su custodia.

Más tarde, ese firme seguidor de la rectitud, ese incomparable héroe, Bharata, caminó hacia el valle Nandigrama, donde tenía una cabaña para alojarse. Llevaba el cabello atado en un nudo, igual que Rama y Lakshmana; su vestimenta estaba hecha de corteza de árbol como la de ellos y viviría en una cueva especialmente cavada en el suelo. Su comida y vestido serían similares a los de los ascetas de los bosques; sus actos, pensamientos y palabras también serían austeros y orientados hacia la espiritualidad.

Bharata renunció a la vida lujosa de Ayodhya, que Indra, el regente del cielo, encomiaba como inalcanzable y abandonó la vida de lujo del palacio real que aun Kubera, el dios de la riqueza, envidiaba. Él estaba feliz en ese pequeño pueblo, viviendo sin ser visto por otros, en esa cabaña de hierba y paja. Hizo el voto de no ver la cara de nadie más hasta que Rama regresara del exilio.

Su mente estaba fija en su hermano y en el día de su retorno. Su cuerpo se debilitaba con el transcurso de los días, pero el fulgor espiritual de su rostro brillaba más y más con el paso del tiempo. Su devoción hacia Rama creció en proporciones cada vez más vastas.

Se transformó en un alma pura que ha alcanzado la realización. En el firmamento de su corazón, las estrellas brillaban en gloriosas galaxias; bajo ellas, sus sentimientos y emociones fulguraban como el Océano de Leche, sereno, profundo y puro.