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Libros escritos por Sai Baba

10. Las dos gracias

10. LAS DOS GRACIAS

Los himnos védicos resonaban por todas partes. Los ayudantes del palacio habían traído agua sagrada del río Sarayu en recipientes de oro para el baño ceremonial de Rama y Sita. Los eruditos recitaron himnos pidiendo bendiciones para los desposados; la oración era muy emocionante y placentera al oído.

Mantara, la nodriza de Kaikeyi, venía de regreso la noche anterior, y presenció la algarabía del pueblo y preguntó la causa. Así fue como se enteró de la inminente coronación de Ramachandra, y de que ésa era la causa de esta alegría y gratitud. También vio a las nodrizas de Kausalya y Sumitra vestidas con saris blancos como jazmines, y arregladas con costosas joyas, caminando de prisa por aquí y por allá. No soportaba seguir viendo aquello ni por un momento más. Todo el cuerpo se le crispó, y sintió que se le clavaban aguijones de escorpión. Corrió hacia el palacio de Kaikeyi y, encontrando que la reina ya se había retirado a sus aposentos, se acercó a la puerta y gritó: "¡Madre madre! ¡Abre la puerta, se trata de algo muy urgente! ¡Tu vida misma está en peligro! Se aproxima un terremoto". Al escuchar sus angustiosas palabras, que brotaban como cascadas una tras otra, la reina rápidamente abrió la puerta y preguntó con temor: °¿Por qué? ¿Qué ha sucedido? ¿Cuál es la calamidad? ¿Se ha hundido algo? ¿Cuál es el motivo de toda esta ansiedad?" A lo que respondió Mantara: "No, nada mío ha sido destruido. Tu vida es la que se está destruyendo, eso es todo. De ahora en adelante tendrás que vivir llena de angustias". Llorando, le dijo todo el lamentable estado que le esperaba a la reina haciendo gestos, quejidos y lamentos.

Kaikeyi no podía imaginarse por qué. "El emperador está bien, ¿verdad? ¿Y Rama, Lakshmana, Kausalya y Sumitra? No les pasa nada a ellos, ¿no es así? Entonces, si todos están bien y ningún daño los amenaza, no tengo por qué estar preocupada. ¿Qué me puede suceder a mí? Si algún daño les ha sucedido, por favor, dímelo, Mantara. ¡Dímelo ya!", insistió la reina. Volteó la cabeza de la nodriza hacia ella, sostuvo su barbilla y le rogó que le diera una respuesta.

Mantara le dijo: "Nada malo les ha sucedido. ¡Pero han decidido retorcerle el cuello a tu hijo!", y prorrumpió en patético llanto. Ante esto, Kaikeyi le respondió: "¡Estás cometiendo un error, Mantara! El emperador no es una persona así, ni tampoco Rama, ni Lakshmana, ni mis hermanas Kausalya y Sumitra. Mis hermanas aman a mi hijo inclusive más que a los suyos. Tu declaración sólo revela tu entendimiento retorcido, eso es todo. ¡Eso no es verdad! Bueno, todavía no me has dicho qué es lo que en verdad sucede, ven y dame los detalles".

Mantara le preguntó: "¿Qué es lo que pasa? Mañana al amanecer Ramachandra será coronado rey. La reina mayor, llena de alegría, está regalando carísimos vestidos de seda y joyas a sus nodrizas. Le ha pedido a Rama que regale oro y vacas en cantidad. Empeñados en todas estas actividades de celebración, te están descuidando a ti. No lo puedo soportar, no lo tolero. Sin embargo, eres incapaz de comprender las implicaciones. Sueñas que no hay nadie más afortunada que tú. Tu buena suerte se está agotando rápidamente. Para tu marido y sus esposas, te has vuelto una persona insignificante. No pasará mucho tiempo antes de que tomes el deplorable lugar de una sirvienta. Te aconsejo que estés alerta si no quieres ser humillada. Despierta de tu letargo, planea lo que vas a hacer teniendo plena conciencia de las consecuencias. Decide cuál es el medio por el cual puedes escapar de la calamidad que te amenaza y se acerca rápidamente.

"Cuando Rama sea rey, el imperio entero estará bajo el dominio de Kausalya, recuérdalo. Tú también tendrás que bailar según su tonada así como lo harán todos los demás". Mantara estaba actuando su papel y derramaba lágrimas falsas para reforzar su malvada estratagema.

Kaikeyi se impresionó por su lealtad, pero no estaba convencida de la rectitud de sus argumentos. Ella dijo: "Mantara ¿qué te ha sucedido?, ¿te has vuelto loca? Estás hablando como loca. Si Rama es nombrado rey, será el augurio más feliz para el imperio entero. Ten, toma este collar mío como una recompensa, como un regalo por haberme traído a mí primero estas buenas noticias. Sé feliz, que estés llena de alegría. La coronación de Rama quizá me da más alegría a mí que a la misma Kausalya. Mi dicha ante estas buenas noticias es ¡limitada. Ramachandra también me ama a mí más que a su madre, me venera más. No escucharé tales imputaciones acerca de una persona tan pura y amorosa. Tu razón te falla, está gravemente afectada". Kaikeyi reprimió a Mantara enérgicamente.

Pero Mantara se sintió todavía más agredida y se alteró más. " Mi razón es clara y fresca; la tuya es la que está mal. No te das cuenta del terrible destino que te espera. Te atas ciegamente a tu antigua fe y a tu apego. Estoy ansiosa y preocupada por tu felicidad y tu autorrespeto. Los otros sólo están actuando y pretendiendo engañarte. No tienen respeto por ti en sus corazones. El emperador no siente amor por sus otras reinas; está enamorado sólo de la mayor, de Kausalya. Sólo para complacerte, él podrá decirte palabras melodiosas algunas veces, eso es todo, no siente amor en su corazón por ti. Considera esto. Esa gente no te informó, no te consultaron acerca de este propósito porque ellos no tienen ni la más mínima consideración o respeto por ti. ¿Te han hablado de ello alguna vez? Considera cuántas veces generalmente deliberan y planean para poder llegar a una decisión así. No puede haber una coronación tan repentina, no cae del cielo un día así como así ¿no es cierto? Pero, han arreglado todo en silencio y en secreto."

"Todo esto es una intriga de Kausalya", dijo Mantara. Kaikeyi no podía seguir sufriendo; entonces la interrumpió: "¡Basta ya, Mantara! Mi hermana es incapaz de tal intriga, nunca descendería tan bajo, no podría suceder jamás. No lo será nunca. ¿Y el emperador? El es más noble, más recto que mis propias hermanas. No puedes encontrar en él ni siquiera un rasgo de mentira o maldad. Han de haberse decidido por la coronación rápidamente por alguna buena razón. Las celebraciones de la boda, que hubieran tomado mucho tiempo, fue algo que resolvió rápidamente, ¿no es así? De manera que también la coronación de Rama se ha de haber decidido de igual forma. El emperador mismo dará la razón especial que lo indujo a decidir esto. A ti no te ha importado conocer la verdad; has creado toda clase de absurdas razones y temores sin fundamento sobre inocentes personas. En pocas horas todo se aclarará; ten paciencia".

Mantara temió que su intriga sufriera una derrota. Estaba en peligro del fracaso total, así que descendió a las peores tácticas de persuasión. "Querida madre, medita esto con un poco más de profundidad; he oído muchas cosas mientras andaba fuera del palacio. De hecho, este asunto de la coronación se decidió desde hace varios meses. Esa es la razón por la cual Bharata y Satrugna fueron enviados lejos de la capital. Presentían que su presencia causaría complicaciones, y tenían muy buenas razones para pensarlo así, porque de otra manera, ¿a quién se le ocurriría preparar la coronación estando ellos ausentes? ¿Te has vuelto incapaz de hacerte esta simple pregunta? Hace mucho tiempo, cuando te tomó por esposa, Dasarata prometió y dio su palabra de que el hijo que naciera de ti sería coronado rey de esta nación; tú podrías haberlo olvidado, pero yo no. Por el miedo de que estando Bharata presente en esta ocasión, se pudiera recordar la promesa hecha y que pudiera ser un obstáculo para sus planes, se le mandó lejos de aquí, a la casa de su abuelo. Una vez que se lleve a cabo la coronación, nada se podría hacer para invalidarla. Para poder hacer este malvado truco, mantuvieron la idea en secreto y no te la comunicaron; piensa en esto un momento, en el designio interno. Tú no piensas en esos asuntos, tú crees que todo lo que es blanco es leche y los demás se han aprovechado de tu inocencia. Tú únicamente te regocijas por el amor que le tienes a Rama y en tu apasionamiento recitas: «Rama, Rama». Bueno, deja todo lo demás de lado. ¿Acaso ese Rama a quien amas tanto siquiera te informó de esta gran fortuna que le ha sucedido?"

Mantara, con su mente torcida, empleó muchos argumentos desviados para nublar y ensuciar la mente pura y sin egoísmo de Kaikeyi.

Continuó diciendo: "Madre, ¿quién en esta ciudad de Ayodhya te presta atención? ¿Quién te trata aquí como debe ser? Todos están unidos en contra tuya. Eres una extraña aquí. Hasta podrían llegar a echarte de Ayodhya dentro de poco; no desistirán de cometer tal maldad. El emperador es un hábil farsante, un talentoso impostor. Cuando se te acerca, habla dulcemente para satisfacer sus antojos; luego se va triunfante. No te das cuenta de tu error, el cual no te permite tener la jerarquía que mereces.

"Madre, debes recordarlo: los reyes están gobernados por la lujuria y no por el amor. Tu padre sabía este hecho; por lo tanto, no estaba de acuerdo en darte en matrimonio a este pretendiente de avanzada edad. Después de prolongadas negociaciones y confabulaciones y con la intercesión del sabio Garga, fue que se decidió que tú fueras dada en matrimonio, y el pretendiente fue obligado a acceder a muchas condiciones.

"Hoy esos acuerdos se han arrojado a las llamas; a tu hijo lo han engañado; mientras tanto, todos están actuando silenciosamente su feliz drama. De otra manera, ¿por qué aprovechar esta oportunidad de que tu hijo se encuentra fuera? ¿Por qué han de apurarse tanto al grado de que ningún gobernador de otros Estados más que los limítrofes, pueda venir a la coronación? ¿Acaso no ves cómo se revela su mentalidad inferior? ¡Qué llenos de perversidad están!

"Si se invitara a gobernantes vecinos, con seguridad tu padre no perdería la oportunidad de asistir. Naturalmente, él tendrá que recordarles a todos la promesa que se le hizo. Así pues, el plan consiste en llevar a cabo la coronación sin informarle a nadie; después lo saben bien ya nada se puede hacer. Ese es el propósito de esta conspiración, así que estás advertida a tiempo; si se desaprovecha este momento, tu destino será tan despreciable como el de un perro. Por lo tanto, no pierdas tiempo; medítalo profundamente y decide alguna estrategia para evitar que la coronación se lleve a cabo". Mantara azuzó así el fuego de la ira y el odio. Kaikeyi por fin cedió a sus maquinaciones. Dijo: "Escuchando tus palabras siento que cada declaración que haces es más verdadera que la anterior. ¡Sí, de seguro! Este no es un asunto que pueda esperar. ¿Qué debo hacer? Si me indicas cuál es el paso que debo dar, lo pondré en acción".

Cuando Kaikeyi dio señas claras de haber caído en sus engaños, Mantara se sobrecogió de orgullo y alegría. Luego empezó a hablar con más seguridad. "Madre, no hay necesidad de pensarlo más. Los argumentos que pueden apoyar tu demanda son fuertes. Aquel día, cuando el emperador agradecido aceptó tu oportuna ayuda, ¿no te ofreció dos regalos?, ¿no te dijo que te daría lo que pidieras? ¿Y no le dijiste que no necesitabas nada, que te reservarías el regalo y le pedirías los dos deseos cuando tuvieras necesidad de ellos? Hoy esos dos deseos servirán a las mil maravillas. Puedes pedirle que te los otorgue ahora, ¿no es así?" Cuando Mantara hubo hablado así tan enfática y claramente, Kaikeyi levantó su cabeza como si estuviera alarmada y dijo:

¡Ay, Mantara, qué hábil eres! Aunque en apariencia eres una horrible jorobada, en recursos e inteligencia eres extremadamente agraciada. Tu falta de belleza se compensa con tus habilidades intelectuales. Dime cómo debo asegurarme estos dos dones y cuáles han de ser".

Mantara respondió: "Madre, una gracia será pedir que tu hijo sea coronado rey. La segunda, bien podría ser que Rama no se quedara en el imperio". Al oír sus sugerencias, dadas tan a la ligera, Kaikeyi cayó en una depresión reflexiva, y después de recuperarse, dijo: "iMantara!, podría ser una demanda justa que mi hijo fuera coronado, pero mi mente no accede a mandar a Rama fuera de¡ reino. Siento dolor de sólo pensarlo". Diciendo esto se dejó caer en el asiento. Mantara se dio cuenta de que debía actuar rápido. "Madre, ésta no es ocasión para sentir cobardía; la demora cambia hasta la ambrosía en veneno. No hay nada de malo en esto. Tienes que ser un poco dura, porque si no, no podremos tener éxito en nuestro plan. Esto no es nada en comparación al cruel daño causado por ellos. Si quieres que tu hijo gobierne como rey y que tú tengas la jerarquía de reina madre, entonces debes actuar. Si no, tragaré veneno y moriré. No puedo soportar verte sufrir mientras estoy viva." Mantara lloraba profusamente, como si estuviera llena de intenso amor hacia Kaikeyi.

Ella era la nodriza que crió a Kaikeyi, la había cuidado, había jugado con ella y la había atendido todos estos años; Kaikeyi sentía gran respeto y afecto hacia Mantara, así que ya no presentó ninguna objeción y empezó a calmar su angustia. "iMantara, no te preocupes! Sin ninguna duda haré lo que me has dicho para complacerte. Dime, ¿qué debo hacer ahora?"

Mantara le contestó: "Cuando te sugerí que pidieras que se mandara a Rama al exilio, a la selva que está más allá de¡ reino, no creas que no sopesé las consecuencias. Te lo dije después de haberlo pensado cuidadosamente". Ya que Kaikeyi no tenía ninguna experiencia en relación a los asuntos políticos y legales, Mantara dijo: "La ley declara que la posesión sin impedimentos y el disfrute de¡ usufructo durante doce años continuos otorga a la persona la propiedad, así que es mejor que fijemos una determinada cantidad de años para el exilio; digamos catorce. Cuando regrese después de ese tiempo, ya no podrá reclamar el reino, sería propiedad indiscutible de tu hijo". Mantara notó que la reina había aceptado la proposición de pedir las dos mercedes en la forma sugerida por ella. Así que dijo: "¡Madre! No demores más. Si le pides al emperador que cumpla su promesa como estás ahora, no podrás persuadirlo. Tienes que elaborar una trama de, ira, esparce las almohadas y las sábanas de tu recámara, tira tus joyas al suelo por los rincones, suéltate el pelo y enmaráñalo para que te vea salvaje; ¡actúa como si estuvieras decidida a quitarte la vida! Anda y tírate en el piso de¡ Salón de la Ira, la recámara donde se retiran las reinas que están agobiadas por la ira y el dolor, para que puedan ser encontradas y consoladas. No puedes ir así nada más y pedirle directamente las dos gracias. Simula estar pasando por una agonía desesperada y que sólo si se te otorgan esas mercedes te puedes salvar de la muerte. Sólo entonces estarás demandando tu derecho de consideración y aceptación. ¡Levántate, da el primer paso para el trabajo que tienes por delante!"

Cuando Mantara habló de esta manera tan convincente, Kaikeyi accedió y, después de llevar a cabo sus indicaciones, entró en el Salón de la ira y lamentó su destino y la inminente calamidad. Luego, Mantara se dejó caer en el suelo a un lado de la puerta, afuera, como si no supiera qué era lo que causaba tanto furor ahí adentro.

Mientras tanto, el emperador había terminado de hacer todos los preparativos para la ceremonia de coronación, y cuando salió de¡ salón de audiencias, sintió que en lugar de ir a los aposentos de Kausalya, primero debía comunicar las buenas nuevas a Kaikeyi; así que se apresuró hacia su palacio. Las doncellas que estaban de pie a todo lo largo de¡ pasillo se mostraban tristes y llenas de ansiedad; el emperador pensó que ellas no habían oído las buenas nuevas, ya que, de ser así, sus rostros hubieran estado iluminados. Las compadeció por no saber que Rama iba a ser coronado el día siguiente. Dirigió sus pasos a la recámara donde esperaba que estuviera la reina.

Al llegar, sus ojos descubrieron joyas tiradas por todas partes, la cama deshecha, la ropa en el suelo y un estado general de desorden y confusión. Estaba sorprendido y buscó a la reina en el cuarto atisbando los rincones. Una de las damas le anunció: "¡Maharaja! Su Alteza Kaikeyi Devi se encuentra ahora en el Salón de la Ira". Al oír esto, se contrarió mucho y dirigió sus pasos en esa dirección. Cuando llegó, Kaikeyi estaba tendida en el suelo en la ciega oscuridad de¡ cuarto, llorando y gimiendo. Dasarata dijo: "¡Kaika!, ¿qué escena tan desagradable es ésta? ¿Por qué estás enojada? ¿Quién te ha causado tanta desdicha? Dímelo. Lo mataré en este mismo momento; yo te otorgaré la felicidad. Sólo dime qué es lo que deseas; siempre estoy listo a complacer tus deseos. Tu alegría es mi alegría. ¿No sabes que no tengo nada en este mundo más querido y más amado que tú? Ven, ya no me sigas poniendo a prueba". El emperador se sentó a su lado, y acariciándole la cabeza la consoló y le preguntaba la razón de su ira y dolor.

Kaikeyi estaba iracunda, crujía sus dientes ruidosamente; apartó las manos de¡ emperador cuando trató de acariciarla y le dijo muy enojada: "¡Basta de falsas palabras! ¡Deposité mi fe en ti durante mucho tiempo y ésta es la degradación que he merecido! Ya no confío en ti. No podía creer que tú fueras capaz de este juego hipócrita. ¿Este es el castigo por depositar mi fe en ti? Anda, ve con tus preferidas; ¿por qué te sientas aquí a mi lado? Tú pones tu mente en un lugar y tu lengua en otro. Pon tu lengua en el lugar donde está tu mente. Ya no tengo ganas de volver a creer en tus palabras. No me causes más dolor, vete por donde viniste. ¿Qué te importa lo que me suceda? ¡Es mejor morir como reina que arrastrarme como esclava! Este es el último día de mi vida".

Dasarata no comprendía el porqué de aquellos lamentos dichos entre sollozos y suspiros; estaba totalmente confundido y sorprendido. Se acercó a la reina y trató de consolarla y mitigar su ira. "¡Kaika! empezó diciendo , ¿qué significan esas palabras? No comprendo. Nunca he empleado palabras falsas e hipócritas ni las usaré jamás. Mi mente y mi lengua actúan al unísono; siempre será igual, donde está mi amor también están mis expresiones de amor. Mi lengua no falseará mi mente, es imposible para ella apartarse así. No sé cómo ha sucedido, cómo es posible que no me hayas podido conocer y saber que soy sincero. Ya no me tortures más sin decirme abiertamente lo que en verdad ha sucedido y que te ha causado tanta pena. Dime lo que ha pasado; ¿por qué te estás comportando así?, ¿qué es lo que te ha causado esta pena?"

Dasarata le rogó en vano lastimeramente durante largo tiempo. La reina sólo le replicaba mordazmente, le daba la espalda con desfachatez, lo ridiculizaba sarcásticamente y ponía oídos sordos a las súplicas del emperador. Fingía no darle ningún valor a sus palabras. Dasarata fue herido en lo profundo de su corazón. Sin saber qué hacer, llamó a Mantara, quien se apresuró a entrar, actuando su papel en la conspiración con la reina, rogando ayuda para su ama. "¡Majestad! ¡Salva a mi madre!", gritó y se arrojó a los pies del emperador.

Pero Dasarata era en verdad la inocencia personificada y por eso no podía ver que estaban actuando. Temió que hubiera sucedido alguna calamidad que hubiese vuelto a su amada tan perversa y dura, así que le volvió a preguntar a Mantara qué era exactamente lo que había sucedido. Mantara le dijo: "¡Maharaja! ¿Qué te puedo decir? No sé nada en absoluto de lo que pueda haber sucedido. La madre no confiesa la razón de su ira a nadie.

De repente salió apresuradamente de su recámara y se dirigió a este Salón de la Ira. Al notarlo, vine rápidamente; le rogué y rogué de distintas maneras, pero no dice la causa de su pesar. Y ni siquiera confía en ti, ¿se lo revelará acaso a esta pobre servidora? La vemos sufrir una agonía; no lo podemos soportar, ya no podemos seguir viéndola así. Tenemos miedo de lo que pueda suceder; por eso hemos estado esperando a que llegaras. Si no la contentas y no alegras su mente, su condición podría volverse crítica. Ha sufrido profundamente durante mucho tiempo y su condición empeora a cada momento... Nos retiraremos ahora".

Mantara salió del salón junto con las otras doncellas diciendo: "Encuentra la razón de su dolor y su ira y tranquilízala con los remedios adecuados".

Mantara sólo lo intrigó más. Dasarata estaba ahora aún más confundido que antes. Se sentó al lado de la desconsolada reina y dijo: "¡Kaika! ¿Por qué me mantienes en la oscuridad?" Delicadamente levantó a la reina y trató de persuadirla para que le revelara la razón de su inconsolable sufrimiento. Después de algún tiempo, Kaika rompió su silencio y empezó a hablar: "¡Maharaja! No te has olvidado de las dos gracias que me prometiste aquel día durante la batalla de los dioses contra los demonios, ¿verdad?" Dasarata se sintió aliviado y le dijo: "¡Kaika!, ¿por qué te has puesto así, en este estado de dolor, por algo tan simple? No me olvidaré de la promesa de las dos gracias en tanto que haya vida en mí. Esa promesa es tan querida para mí como Kaika misma, tú eres el aliento de mi vida y aquella promesa también es mi aliento.

"Reina, ¿te ha hecho daño alguien, o es tu salud la que está mal? ¿Acaso se ha atrevido alguien a actuar en contra de tu voluntad? ¡Habla! Por ti, incluso mandaría matar para que volvieras a ser feliz. No dudes de mí. Encarnación del encanto, ¿por qué sufres así? ¿No sabes acaso que el imperio entero está a tu disposición? Lo que quieras tener de cualquier región, sólo tienes que pedírmelo, yo me aseguraré de que te lo traigan para darte alegría. Dime qué es lo que temes, qué es lo que te ha provocado este dolor; no retengas nada ni dudes en decirlo. Así como el sol disipa la bruma, yo desvaneceré el dolor que te ahoga". Dasarata acarició a la reina y trató de consolarla de distintas maneras.

Kaikeyi tenía muy presente el consejo que Mantara le había dado; sabía que debía conseguir de su esposo una promesa bajo palabra antes de revelarle sus amargos deseos. Para poderlo conseguir, mostró un amor exagerado y seductor y enjugó las lágrimas de sus ojos; por último, tomó las manos del rey tan cariñosamente, que éste quedó esclavo de sus encantos y enamorado de sus embelesos. Ella dijo: "Señor, no tengo ningún resentimiento hacia nadie ni nadie me ha lastimado ni insultado. No abrigo ningún anhelo por nada que esté en alguna región apartada de esta tierra. Sin embargo, debo admitir que tengo un deseo desde hace mucho tiempo. Si das tu palabra de honor de que me lo cumplirás, te diré cuál es", y lo sedujo con una sonrisa; Dasarata también sonrió y, acercándose aún más hacia ella, le dijo: "Por algo tan simple no era necesario irritarte tanto y causar tanta ansiedad y angustia. Escucha: entre las mujeres, tú eres la más querida para mí, y entre los hombres, Rama lo es. Ustedes dos son mi propio aliento. Tú lo sabes bien, ¿no es así? No puedo sobrevivir un solo día sin deleitar a mis ojos viéndolos a ti y a él. Lo juro por Rama. Ahora dime, ¿cuál es tu deseo?; lo cumpliré sin falta". Cuando le dio esa promesa, sosteniendo ambas manos de Kaikeyi en las de él, ella estaba feliz. Se levantó del suelo y se sentó y demostró aún más amor hacia él, pues se sentía contenta de que le fuera a cumplir sus deseos.

Le preguntó: "¡Oh rey!, has jurado por Rama. El es el testigo de este juramento, ¿no es así?", y aseguró su posición doblemente diciendo: "Señor, tú eres un partidario ferviente de la verdad. ¡Eres el más elevado entre los justos! Estás dotado de poder y majestuosidad. En tu memoria está la guerra entre los dioses y los demonios; sin embargo, déjame recordarte esa batalla una vez más. Ese día, cuando el demonio Sambara destruyó todo lo que se le puso enfrente, luchaste desesperadamente para vencerlo. Si yo no te hubiera cuidado manteniéndome alerta y vigilante, tú sabes lo que te habría podido suceder. Apreciaste mi dedicado sacrificio y declaraste: «Kaika, me rescataste de la muerte misma, ¿qué te puedo dar a cambio? Pídeme dos gracias, cualesquiera que sean; las cumpliré y pagaré así la deuda que tengo contigo, de ese modo demostraré la gratitud que siento por ti». Tú querías que te dijera lo que deseaba; sin embargo, en aquel momento yo sentía que estar tú vivo era en sí el más precioso don para mí, y por eso te contesté: «Señor, no tengo ningún deseo para pedirte ahora, te lo diré después; quédate esas gracias contigo reservándolas para mí». Te sentiste lleno de júbilo por mi actitud y expresaste admiración. Dijiste que te gustaba mi renunciación y declaraste que los dones se mantendrían bien guardados mientras vivieras y que los podría pedir sin que hubiera ninguna objeción. Todo esto debe de estar vivo en tu memoria, ¿no es así? Tú eres el monarca de la tierra y debes ser fiel a la palabra dada. Entonces dame ahora las dos mercedes que son mías y que has mantenido guardadas para mí. Hazme feliz con ello. No te estoy pidiendo una nueva merced, sólo estoy pidiendo lo que es mío. No necesito recordártelo, porque sabes bien que es un terrible pecado negarse a retornar las riquezas recibidas para su custodia. Si ahora dices que no las puedes cumplir, me estarás lastimando con ese abuso de confianza. No podría soportar la desilusión y en vez de vivir con ese sentimiento de fracaso, consideraría que el quitarme la vida sería más honorable. Cuando el marido no honra la palabra dada a su esposa, ¿cómo pueden ser cumplidos los deseos de la gente del reino? El emperador que se humilla al grado de engañar a su esposa, haciéndola creer en él y después actuando en contra de esa creencia, no merece la posición de ser el protector de sus súbditos, ¿no es así? Tú sabes que Manu, el que nos dio las leyes, ha establecido que tales embusteros no deberían ser tratados como monarcas. ¿Por qué ahondar más en este punto y repetir mil argumentos? En caso de que mis mercedes no se cumplan hoy, Kaikeyi no estará viva al amanecer".

Al decirlo prorrumpió en ruidoso llanto y lamentos. Dasarata se sentía débil y desvalido; como un venado inocente que es atraído a la red por los gritos que imita el cazador, se sentía sobrecogido por los arrullos de amor y atraído por los fascinantes gestos de la reina, y cayó en la trampa. Prometió solemnemente: "Por supuesto que te otorgaré esas dos gracias", y puso las palmas de las manos de Kaikeyi firmemente entre las de él.

Tan pronto como pronunció estas palabras, los ojos de Kaikeyi brillaron y se abrieron enormemente. Observó la cara de Dasarata intensamente durante un rato y dijo: "¡Oh rey, hoy me he dado cuenta de lo bueno que eres! Hoy has probado que eres honesto, que nunca rompes una promesa". Empezó a alabar a Dasarata de esta y otras maneras. Suspirando de amor, el emperador se sentía halagado por sus alabanzas y la instó diciendo: "Kaika, ¿por qué te demoras? ¡Pide, pide las dos mercedes!" Kaikeyi dudó por un momento y luego balbuceó: "Con los arreglos hechos para la coronación de Rama, lleva a cabo la coronación de Bharata, mi hijo; ésta es la primera gracia que demando. Después, que Rama, con el pelo enmarañado y vestido con piel de venado y corteza de árbol, se vaya a la selva Dandaka y permanezca ahí durante catorce años, ésta es la segunda gracia que te pido. Bharata debe convertirse en el príncipe heredero, sin nada que obstaculice su camino. Por otro lado, Rama debe ser expulsado a la selva ante mis propios ojos. Otórgame estas dos gracias y mantén el honor y la dignidad de tu dinastía sin mácula; si no, da tu consentimiento para que la vida de Kaikeyi se extinga en este mismo momento". Diciendo esto, se puso de pie y clavó su vista en él, salvajemente, como una demonia.

El emperador se estremeció por los crueles rayos que llovieron sobre él. ¿Era acaso un sueño? ¿Sería verdad? ¿Era Kaikeyi la que estaba pidiendo esas gracias? ¿Era un ogro sediento de sangre? ¿Acaso sería una terrible alucinación? ¿Era una broma vil surgida de una horrible enfermedad? No podía concebirlo. Así que gritó: "Kaika, ¿eres tú la que está ahí? ¿O es acaso alguna ogresa que ha asumido tu forma? Dime primero quién eres". Dasarata se movía sin control, incapaz de pronunciar las palabras que quería decir, como una persona que ha perdido el dominio de sí. Rondaba como inconsciente, de un lado a otro, y su mirada se perdía. De pronto salieron chispas de sus ojos cuando éstos cayeron sobre Kaikeyi y exclamó con una furia terrible: °¡Malvada mujer! ¿Qué es lo que en verdad quieres?_ ¿Acaso deseas desmembrar a la dinastía real? ¿Qué daño te puede haber causado mi querido hijo Rama? Te ama a ti más que a su propia madre. ¿Cómo puede tu corazón consentir en enviar a mi Rama a la oscura jungla? Durante mucho tiempo sentí que eras una princesa, pero ahora me doy cuenta de que eres una cobra venenosa; te he permitido infectar mi casa por pura ignorancia. ¿Cómo pudo una idea tan pecaminosa entrar en tu cabeza, cuando Rama, el aliento mismo de mi vida, está siendo aclamado por todos los seres que respiran? Si es necesario, estoy preparado para renunciar al imperio o a mi vida, pero no puedo renunciar a Rama, ¡no! ¿Quieres que tu hijo sea emperador? Muy bien; que lo sea. Me iré a la selva con Kausa1ya, Sumitra y otros más y me llevaré a mi Rama, pero jamás podría enviarlo solo a la jungla. Eso es imposible. Desiste de ese deseo atroz y pecaminoso; desiste del odio que has cultivado por Rama. Kaika, dime sinceramente, ¿en verdad deseas que esto suceda? ¿O acaso sólo es una estrategia para saber si siento afecto por tu hijo Bharata? Si es así, puedes pedir que Bharata sea coronado; pero no tiene sentido pedir que Rama sea exiliado a la jungla. No deberías acariciar tal deseo. Kaika, Rama es el primogénito y en él se han depositado todas las virtudes. Los años de su reinado serán gloriosos. Tú misma me habías dicho a menudo que anhelabas el momento en que ese sueño dorado se hiciera realidad. Y ahora quieres que ese mismo Rama sea enviado a la selva. ¿Cuál es tu verdadero propósito? ¿Estás bromeando conmigo? Si todo esto es una broma, ¿por qué toda esta escena en el Salón de la Ira? ¿Por qué todo este rodar en un suelo de piedra? Las bromas también tienen un límite y cuando se traspasa, se comete una terrible crueldad. No puedo concebir la idea ni como una broma. ¡No! No puedo separarme de Rama. Kaika, te has comportado como una mujer inteligente durante todos estos años, pero ahora tu inteligencia se ha retorcido y se ha vuelto malvada. Estas perversidades siempre son antecedentes de la propia destrucción, pues es un terrible pecado destruir a los buenos. Sin embargo, los buenos no son afectados por esas tácticas; las estrategias de los malvados sólo ayudarán a su fama y gloria. Podrán parecer difíciles de soportar sólo por un tiempo breve.

'Tus malvados planes parecen como si estuvieran cargados de deseos de desastre para la dinastía Ikshvaku, pero hasta este momento jamás habías dicho una palabra desagradable ni habías pensado actuar de una manera no auspiciosa. Encuentro imposible de creer que seas la misma que ahora me está pidiendo esto. ¡Kaika!, siempre tuviste miedo de transgredir los códigos de 1a moral, estabas ansiosa de ganar la gracia de Dios en cada pequeño pensamiento, palabra y acto. ¿Adónde se ha ido ese temor por lo incorrecto? ¿Qué has hecho con esa devoción a Dios que te mantuvo en el camino de la rectitud? ¿Cuál es la ganancia que esperas al querer enviar a Rama a la jungla durante catorce años?

"Su cuerpo es suave y tierno como el pétalo de una flor recién abierta, contemplarlo es un deleite. Rama es encantadoramente bello. ¿Qué beneficio representa para ti el que él sufra terribles e insoportables sufrimientos en el bosque? En este palacio hay miles de criados y ayudantes. ¿Puede acaso alguno de ellos señalarlo y decir que es imperfecto en algún aspecto? Bueno, ya no digas del palacio, ¿podrías traer una sola persona de la ciudad, podrías nombrar a alguien que pudiera culpar a Rama de algo? Ha descubierto a muchos en la miseria y los ha levantado con regalos y riquezas, ha mostrado gran cuidado por ellos. Ha notado que muchos no tienen hogar y les ha dado casa. Con su amor y su cuidado se ha ganado el afecto de todos. El hecho de que tú albergues odio en contra de un hijo tan amoroso me enmudece, no puedo encontrar palabras para describir tu diabólica crueldad.

"Hay muchos que explotan a sus propios súbditos y actúan sólo para satisfacer sus propios intereses egoístas; este tipo de demonios aparece en gran número en la actualidad. Pero a tus ojos, debido tal vez a tu edad o a tus pecados pasados, las personas que mitigan los daños causados a los pobres y a los desamparados y fomentan su progreso, aquellos que investigan directamente acerca de sus dificultades y problemas y les brindan alivio, ¡esos hombres buenos parecen ser malos y merecedores del exilio y el castigo!

"Todos en este imperio se deleitan describiendo las virtudes de Rama y contando sus bondades. Cuando se sienten exhaustos en los campos, los labradores cantan melodías a Rama y a sus encantos para hacer más ligeras sus labores; cuando me enteré de esto me llené de alegría. ¿Cómo puede tu corazón acceder a infligir a un alma tan compasiva esta atormentadora sentencia? Esta misma tarde, cuando expuse ante la concurrencia de sabios, ancianos, ministros, ciudadanos líderes, eruditos y muchos expertos en asuntos de Estado, la proposición de la coronación de Rama, nadie mostró estar insatisfecho o en desacuerdo. Al contrario, alabaron a Rama de distintas maneras, y declararon que era fruto del mérito que habían acumulado en vidas pasadas el que ahora pudieran tener como príncipe heredero y señor a un héroe espiritual que es dueño de sus sentidos y que encarna la acción sin egoísmo, es de inteligente desapego e inquebrantable lealtad a la verdad. Hicieron patente su alegría vitoreándolo. ¿Este tesoro de rni amor, este favorito de la gente es al que pretendes mandar a la jungla? De algo sí puedes estar segura: yo no. mandaré a mi hijo a la selva. Y escucha esto también: la coronación de Rama será mañana; no se puede cancelar". Así habló Dasarata, en una explosión de orgullo y valor.

Con terrífico semblante, Kaikeyi dijo: "¡Rajá! Recuerda que hace sólo unos minutos prometiste que me otorgarías las gracias que te pidiera, y ahora te retractas. ¿Quién es el que está arrastrando la gloria del linaje lkshvaku, tú o yo? Medita sobre esto. Es el orgullo de tal dinastía que nunca se han retractado de la palabra dada. Ahora estás ensuciando esta justa fama, sin haber sopesado los pros y contras; tú prometiste otorgar sin falta las dos mercedes pedidas. El error, si hay alguno, es tuyo, no mío. Tú me concediste esa gracia y hoy me prometiste cumplirla. Diste tu palabra dos veces. Considera tu honor, tu jerarquía, tu dignidad, cuando niegues tus propias palabras dichas entonces y ahora.

Podrá ser común entre los gobernantes el lastimar e insultar a los débiles, actuar en contra de las promesas hechas solemnemente, pero con eso no se puede promover el autorrespeto. Aquellos que rompen sus promesas y engañan a las mujeres son salvajes, no soberanos. Cuando los gobernantes caen en esta incivilidad, los súbditos naturalmente se resienten y sublevan; así, muy pronto el reino será dominio de los demonios.

'Todos estos años te has esforzado por alcanzar honor y renombre, y lo has logrado. Ahora la infamia de romper tu promesa está sobre tu cabeza, no sobre la mía. Haz memoria de todos los reyes. Ten cuidado de no actuar en contra de tu palabra y tu voto. Medítalo bien. Estás procediendo por un camino terrible. ¡Cuidado!, te mueves en contra del dictado de la rectitud. Si eres tan inteligente como dicen que eres, primero deberías haberte asegurado acerca de la naturaleza de las gracias que yo quería antes de haber dado tu promesa, pero no lo averiguaste; estabas encantado conmigo y me diste tu palabra. Y ahora me culpas, cuando te pido que cumplas tu promesa. Considera qué gravemente equivocado estás sobre esto. Qué tonto demuestras ser. Me acusas de haber perdido el miedo por hacer algo incorrecto, de haber perdido mi devoción a lo divino y de pretender esta crueldad censurable. Pero, ¿qué hay acerca de ti? Tú eres aclamado como Dharmavrata, aquel que cumple el voto de ser correcto en palabra, pensamiento y acto, eres aclamado como Daiva samana, igual a Dios; ¿cómo quieres que te llamen ahora que te retractas de tu palabra? Pronuncia un juicio sobre ti mismo. La capacidad de profundizar y dar solución a los problemas de aquellos que estén ante ti, ya no es recomendable. Si uno profundiza acerca de sus propias faltas y errores y permanece alerta para que no lo lleven a uno fuera del camino, hacia el pecado, esa manera de usar la inteligencia sí es más aceptable. Los reyes y gobernantes son muy inteligentes, se cree que lo saben todo. Si alguien como tú no se beneficia con el autoexamen, sino que únicamente le preocupan sus intereses egoístas, ¿qué derecho tienes de culparnos de ser egoístas y de tener mente estrecha? Tú me otorgaste las gracias; es un hecho. Diste tu palabra; es un hecho. Pero rompiste tu promesa, te retractaste de la palabra dada, también es un hecho. Dime si estos tres hechos son ciertos o no. Estás engañado por el apego hacia tu hijo, fuiste esclavo del cariño por tu esposa. Así que ahora tiras tu promesa al agua. Yo no he fallado, tú eres el que ha actuado mal, porque es natural para una madre sentir apego por su hijo. Toda madre anhelará que su hijo se eleve a la posición más elevada de autoridad, que sea monarca de su nación. Es el impulso de la naturaleza. Se siente obligada a vigilar que su plan no sea frustrado por nadie; es natural que ella piense por anticipado para actuar ante cualquier posible ataque. Yo sólo estoy llevando a cabo mi deber natural y mi responsabilidad, recuérdalo; no hay nada que no sea natural o que esté equivocado en mi conducta.

"Cuando Rama sea coronado, su madre, Kausalya, se convertirá en la reina madre, y mi hijo quedará con los brazos cruzados esperando las órdenes de Rama, listo a cumplir sus encargos. Se postrará a los pies de Rama, informándole sobre la tarea que haya cumplido para él; tal vez hasta pueda ser amonestado. No, no puedo ser testigo de tales escenas, me sentiría tan humillada que no podría seguir viviendo. Sería mucho mejor que ahora mismo bebiera veneno y muriera que ver la vergonzosa condición de mi hijo. Declaro esto como un voto solemne, tomando el nombre de mi hijo Bharata, al cual estimo como mi aliento. No estaré satisfecha con nada que no sea el exilio de Rama a la selva". Con estas patéticas y duras palabras, Kaikeyi cayó al piso y empezó a sollozar y lamentarse con desgarrador dolor.

Dasarata se golpeaba la cabeza desesperadamente; dijo: "¡Kaika! ¿Te ha aconsejado alguien que esta calamidad te va a beneficiar? ¿O te ha poseído algún espíritu malvado y te ha forzado a pronunciar esos deseos? ¿Qué ridiculez es ésta, esta absurda idea de mandar a Rama al bosque y coronar a Bharata? ¿Por qué no me deseas el bien, a mí que soy tu marido, ni a Bharata, tu hijo, ni a este reino de Ayodhya? Desiste de ese fatal deseo. Piensa bien en las consecuencias. O si no, tú, yo y tu hijo, los tres, seremos el blanco de la más terrible infamia. Y no terminará en eso, el reino entero se arruinará y muchas otras tragedias podrían suceder. ¡Malvada y ruin mujer! ¿Podrías creer que Bharata accedería a ser coronado aunque yo aceptara tu petición y te prometiera hacerlo? Bharata es un verdadero hombre justo; es inteligente y un modelo de rectitud. No aceptará el exilio de Rama a la jungla ni que lo nombren a él príncipe heredero. Ni él ni los ministros, ni los cortesanos, ni los vasallos, ni los aliados, ni los sabios, ni los ciudadanos; todos se opondrían a tu deseo. ¿Cómo podrías ser feliz haciendo a tanta gente infeliz?

"Considera la situación de la que te harás responsable. Los mayores y los sabios lo respaldan, todos coincidieron en lo mismo; esta tarde, en la Gran Asamblea de Ciudadanos, anuncié que se celebraría la coronación de Rama. Así que si actúo en contra de este anuncio, se me tratará como a un cobarde que se regresa corriendo del campo de batalla cuando ve al enemigo. Todos los arreglos para la coronación están terminados. Todos han sido informados acerca de la festividad. La gente ha empezado a arreglar la ciudad para la celebración; en las calles ya se encuentra una muchedumbre feliz, con las caras brillantes de alegría expectante. En este momento, si mando a Rama a la jungla, se reiría la gente de mí diciendo: ¡Qué! ¡Este hombre ha terminado tres capítulos: la coronación, el gobierno del reino y el exilio, todo en una sola noche! ¿De qué manera podría yo explicarles mi actitud, después de lo que públicamente he declarado a esta enorme multitud? Qué duramente me culparía la gente sintiendo que su rey es un gran tonto. He gobernado sobre ellos todos estos largos años y he ganado su aceptación por ser un firme seguidor del dharma, como una encarnación de elevadas virtudes y como un temible héroe, valiente y valeroso. Y ahora, ¿cómo voy a soportar el deshonor de ser burlado como un tonto que ha caído a la más baja conducta?"

Dasarata habló de esta manera, recordándole el duro golpe que su fama y nombre hasta ahora sin mancha recibirían si actuara de acuerdo con sus deseos. Sin embargo, Kaikeyi actuaba como una destructora demonia, dejó de lado los argumentos de Dasarata como si se tratara de basura; no le dio ni una pizca de valor a sus palabras. Se rehusó a acceder, se aferró cada vez más y su obstinación se enraizaba más profundamente. Habló contra los ruegos del rey e insistió en recordarle sólo acerca de su promesa. Así que Dasarata dijo: "¡Kaika! Si sucediera que Rama se fuera a la jungla, no podría vivir ni un momento más. No necesito decirte lo que le ocurriría a Kausalya: moriría en ese mismo instante. ¿Y Sita? Ella recibiría un golpe mortal, pues no puede vivir ni por un segundo lejos de Rama. ¿Podría la gente ver todo esto con serenidad? Cuando el gran héroe, el dechado de sabiduría, Rama, fuera enviado en exilio a la jungla, ¿podría Lakshmana permanecer en silencio? ¿Por qué detallar tantos sucesos? En ese mismo momento Lakshmana se quitaría la vida. Esa es la pura verdad. Nuestro reino tendría que sufrir todas esas calamidades. Tú también estás consciente de todas esas tragedias; sin embargo, no puedo comprender por qué intentas ganarte el papel de viuda. ¡Ay, alma malvada y perversa! Fui engañado por tus encantos; fue como cortarse la propia garganta con una espada de oro. Bebí el tazón de leche sin. saber que tenía veneno. Me hiciste trampa con más de un truco. Por fin has planeado destinar mi linaje al polvo. ¡Qué vergüenza! ¡Qué tonto soy! Recibí este hijo después de haber llevado a cabo un sacrificio según las Escrituras; la gracia divina me lo otorgó. ¿Debo acaso ahora cambiar su fortuna y su futuro sólo por el miserable placer que una mujer me dio? ¿Es esto digno de su majestad el emperador Dasarata? ¿No me tirará piedras hasta el más miserable perro de mi reino? ¡Ay! ¿Será éste el destino de Dasarata en sus últimos días? Me puse algo alrededor de mi propio cuello sin darme cuenta de que era una cuerda que me estrangularía. Nunca supe que con quien me divertía y retozaba durante tanto tiempo, era la diosa de la muerte. ¡Ay!, he coqueteado con la muerte y la he acariciado en mi pecho. La traté como a mi favorita y mi compañera. Con seguridad es la carga de mis pecados que regresan ahora a mí. Porque, ¿hubo acaso en algún lugar, alguna vez, un padre que por causa del placer que le da una mujer mandara a su hijo exiliado a la selva?

"¡Ay, qué comportamiento tan extraño es este de! ser humano! Soy incapaz de comprender esto a pesar de todo. ¡Kaika!, cambia tu disparatado pensamiento. Rama no se opondrá a nada de lo que le ordene. Con sólo decírselo será suficiente. Se preparará para irse al bosque. ¡Ni siquiera preguntará por qué estoy ansioso por mandarlo a la jungla! El es así de virtuoso; pero, ¿por qué mencionar sólo a Rama?; ninguno de mis hijos desobedecería una orden mía.

"Bharata se disgustará cuando escuche tu plan. Inclusive podría olvidar que eres su madre y se comportaría de una manera insospechada. Podría hacer algo terrible, pues Rama es su vida misma, sus aires vitales, los cinco juntos, así que haría algo para desafiar tu terrible deseo. Incluso sería capaz de exiliarse él mismo en la jungla y dejar que Rama sea coronado, tan bondadoso y recto es. Me admira cómo tu malvado intelecto no puede entender cómo trabaja la mente de Bharata. ¡Kaika!, los deseos malvados son antecedentes de la autodestrucción, como dice el proverbio. Este deseo se ha metido en tu cabeza presagiando tu ruina, recuérdalo. Estás trayendo a la justa fama de la dinastía Ikshvaku una mancha indeleble, estás sumiendo en la desdicha a tantas personas; tú misma estás provocando su fin. ¿Pueden tantas vidas ser lastimadas por la consecución de este deseo? ¿Qué felicidad esperas tener después de haber provocado todo esto?

"Aunque alcanzaras tu meta, ¿sería eso lograr la felicidad? ¿Lo podrías llamar así? ¡Ay, vergüenza! Aquellos que se regocijan de las penas de los demás en verdad son pecadores de la más sombría clase, de una raza demoníaca. Aquellos que se esfuerzan por causar alegría a otros, aquellos que anhelan que otros sean felices, ésos son benditos. Tú eres una reina, eres una princesa nacida en cuna real; sin embargo, no estás consciente de esta verdad elemental, eres una desgracia para la sangre real. Una última palabra: Rama es mi vida misma. Sin él yo no podré seguir viviendo. El no te va a defraudar; así que aunque no sea yo el que le ordene por mi propia boca que se vaya al bosque, él puede, al oír acerca de mi promesa y tu deseo, proceder inmediatamente para hacer válida mi palabra, no se demorará ni pondrá ninguna objeción. Pero tan pronto como yo escuche noticias acerca de este suceso, quiero que sepas que habré dado mi último aliento. Lakshmana, Sita y Kausalya con seguridad seguirán a Rama. Kausalya no podrá permanecer viva alejada de Rama; Sita no se quedará lejos de él; Lakshmana no puede caminar excepto siguiendo las huellas de Rama. Urmila también se iría con Lakshmana al exilio. No habrá nadie aquí entonces para llevar a cabo los ritos funerarios de este cuerpo, y los días pasarán hasta que Bharata y Satrugna lleguen del reino de Kekaya. Hasta entonces, este cuerpo yacerá sin ser santificado. Tal vez la gente se levantará en contra mía por haber descendido a este nivel inferior de maldad y condenarán mi cuerpo a ser arrojado como carroña a los cuervos y a los buitres, pues para ellos no merecería unos funerales decentes. Tal vez no; ya que mis súbditos esperarían hasta que Bharata llegara, embalsamando el cuerpo. Bharata jamás aceptaría el trono. Bajo tales circunstancias, él no tendría derecho a tocar el cuerpo o llevar a cabo las exequias. Anda, por lo menos prométeme que harás que él lleve a cabo los ritos funerales. Por supuesto, sé que estarás dispuesta a prometérmelo, ya que estás ansiosa por la dicha de lo que vas a recibir cuando te quedes viuda. ¿Qué es lo que esperas? Dime, malvada víbora. ¡Por fin te has convertido en un demonio! Estás arruinando, socavando y derribando el linaje de los Raghu, la dinastía real. ¿Es ésa tu verdadera naturaleza?, ¿o es acaso una misteriosa fatalidad la que arruina tu pensamiento y te fuerza a actuar en contra de tu voluntad de esta extraña manera? No lo comprendo".

Dasarata se torturaba así y la noche ya había entrado en su tercera etapa. Se quejaba; sufría como si padeciera una enfermedad mortal. Estaba en agonía.

Ahora, Dasarata intentaba ganar el cariño de Kaikeyi y persuadirla de que aceptara la coronación de Rama; así que empezó a halagarla con dulces palabras. "¡Oh, reina!, eres la encarnación misma del buen augurio y de la prosperidad. Durante mucho tiempo te he tratado como mi propio aliento. Tú también me has cuidado y alentado como si fuera yo tu propio corazón. Ven, pasemos el resto de nuestros años sin darle cabida al escándalo a causa de diferencias entre nosotros; permanezcamos felices y en paz durante el resto de nuestras vidas. ¡Princesa encantadora! No voy a vivir muchos años más. Durante toda mi vida he sido famoso por ser un firme adepto de la verdad, y todos los hombres me han honrado por ello. He jurado públicamente que Rama será coronado mañana como príncipe heredero. Considera cómo mis súbditos me despreciarán si no se lleva a cabo la coronación. Piensa cómo me insultarán. Tú me salvaste aquel día durante la batalla entre dioses y demonios. ¿Me estás rechazando ahora cuando algo peor me amenaza? No es justo ni conveniente... Bueno, te otorgo el reino entero como dote. Mañana tú misma corona a Rama. El también se sentirá feliz si tú lo haces, y no sólo él, sino que todos los ministros, los sabios, los mayores, los eruditos, los ciudadanos comunes, el reino entero te lo agradecerá y lo apreciará; tu fama durará eternamente en esta tierra. En cambio, si pones obstáculos en el camino de la coronación de Rama, el mundo entero te castigará y te condenará. Hasta tu propio hijo te encontrará faltas y te atacará. Tu cruel capricho te traerá la ruina. Reflexiona en estas posibilidades. Gánate el reconocimiento eterno, detén la estratagema que pretende tu ambición, ¡corona a Rama con tus propias manos!"

Dasarata describió la alegría que podría sentir de este generoso acto; hablaba con dulces y halagadoras palabras hiladas de manera inteligente. Esperaba envolverla con la ilusión de que ella misma coronara al príncipe heredero. Pero Kaikeyi lo interrumpió diciendo: "¡Rey! Tus palabras me parecen extrañas y sin sentido. Estás tratando de retractarte de tu palabra dada bajo juramento; para cubrir tu pecado, estás elaborando fascinantes cuentos. ¡No! Mil trucos de ésos no me harán cambiar de opinión, porque tú me dijiste: «Pide las gracias que quieras; yo te las concederé», y ahora, en lugar de actuar según lo prometido, hablas con suspiros y lamentos. Eso no es digno de ti. Con tu propia conducta estás minando tu reputación y tu honor. No soy responsable en lo más mínimo de esta desgracia tuya. Recuerda la declaración de aquellos que son los señores del dharma: la verdad es el más elevado principio de rectitud. Yo también he fundamentado mi petición de cumplimiento de las gracias prometidas en ese mismo principio de rectitud. Y como es digno de un seguidor de la justicia, tú dijiste: «Bien, serán otorgadas».

"Sin embargo, has empezado a imputarme que yo soy la que te está arrastrando por el camino incorrecto, que yo estoy decidida a cometer un imperdonable pecado, que estoy tratando de infamar tu nombre. Eso no es verdad; es injusto por completo. Soy totalmente inocente de cualquier mal en este sentido. Tú hiciste una solemne promesa sin pensar en el futuro, y cuando tuviste que cumplir esa promesa, de repente te confundiste y desesperaste. La culpa es tuya, no mía. Aquellos que prometen y no quieren actuar de acuerdo con lo que dicen, son pecadores de gran magnitud. Actúa según tu promesa; después, la verdad que has mantenido lavará cualquier pecado. ¿No te acuerdas? En el pasado el emperador Sibi cortó la carne de su propio cuerpo para darle de comer al águila, porque mantuvo su promesa hecha al águila cuando perseguía una paloma como presa. También el emperador Alarka había dado su palabra de que daría cualquier cosa que se le pidiera; era un rey de singular resplandor, así que para mantener su promesa, ¡se arrancó los ojos para dárselos a un sacerdote! Mira el océano, es el señor de todos los ríos, pero aun así, atado por su promesa, se limita a sus costas en lugar de traspasarlas. ¿Para qué nombrar tantos ejemplos? Para todo, para todos los hombres, la verdad es la más alta autoridad, el más elevado ideal. La verdad es Dios. La verdad es el Sonido Primordial. Es la rectitud. La verdad en sí no sufre cambios ni declinación. Las majestades como tú no deberían alejarse de lo imperecedero por el bien de lo perecedero. Adhiérete a tu promesa y asegúrate fama y gloria perdurables.

"Eso es lo correcto. No cedas ante ilusorios apegos por el hijo, o por la engañosa simpatía por las mujeres. No reniegues de los ideales políticos ni de tu obligación real. No ensucies la dinastía lkshvaku con deshonor irremediable.

" No cambies las cosas. Llama a Rama a tu lado y dile que se prepare para partir a la jungla; asimismo, ordena que vayan a llamar a Bharata para que regrese. Envía al ministro adecuado para que lo haga sin demora. ¡Mira!, el cielo del oriente está aclarando. Esto debe llevarse a cabo antes de que amanezca. No importa cuánto puedas argumentar, no me contentaré con menos.

Si, por otro lado, permaneces inflexible y llevas a cabo la coronación de Rama, estoy decidida a quitarme la vida delante de todos en la asamblea. Esta es mi promesa y eso será lo que suceda".

Dasarata observó a Kaikeyi hablar con enojo y haciendo juramentos iracunda y tensa, así que no podía demostrar la ira que había dentro de él, pero tampoco podía suprimirla. Era como el emperador Bali que prometió tres pasos de tierra a Dios (en la forma de Vamana) y que descubrió que no podía cumplir esa promesa porque Vamana cubrió la tierra completa con un solo paso, el cielo entero con el otro paso y se quedó pidiendo el tercer paso de tierra que le habían prometido. Dasarata temía la maldición que le esperaba por romper las reglas del dharma. Sus ojos mostraban duda y desesperación. Su cabeza le pesaba sobre los hombros. Se derrumbó al piso. Por fin, haciendo uso de un poco de valor, gritó: "¡Ay! ¡Pecadora mujer! Si la coronación de Rama se cancela, mi muerte es segura. Después de eso podrás gobernar este reino como viuda, tan libre como lo desees". Y dando alas a su ira, Dasarata gritó: "¡Rama! ¡Haber llegado a esto: que tenga yo que consentir enviarte a la jungla. ¡No, no te mandaré! Prefiero quitarme la vida. No podría seguir viviendo ni un momento sin ti. ¡Ay, malvada! ¿Cómo puede tu corazón tener la intención de mandar a mi amoroso y tierno Rama a la oscura y salvaje jungla? ¡Bestia horrible!, ¿en qué clase de monstruo te has convertido?" Y Dasarata perdió el conocimiento.

La noche se desvanecía ante el brillante amanecer. Los nueve instrumentos musicales de la puerta del palacio anunciaban Día de Dicha. Las calles empezaron a ser rociadas con agua de rosas. El aire se sentía denso de fragancias y ruido festivo. El cielo estaba cargado de esperanza y emoción. La constelación Pushya surgió como la estrella del día. El sabio Vasishta se dirigió con su grupo de discípulos hacia el río Sarayu para el baño ceremonial, y regresaron de ahí con el agua sagrada necesaria para las abluciones de la coronación. Avanzaron por el camino real donde los ciudadanos se habían reunido para presenciar los actos sagrados; los guardias abrían paso para el grupo sagrado. Por fin entraron al palacio real por la puerta principal ricamente decorada.

Ya en esa temprana hora de la mañana los espacios abiertos dentro del palacio estaban llenos de sacerdotes, gobernantes, representantes del pueblo y ancianos, quienes ocuparon los asientos designados para ellos. El ritmo de los himnos védicos, recitados por eruditos en las calles, retumbaba en el cielo. Mientras tanto, Vasishta le dijo a Sumantra, el ministro: "Ve, la hora auspiciosa fijada para el rito de coronación se está acercando, hay muchos ritos preliminares que se deben llevar a cabo. Anda e informa al rey que se necesita su presencia urgentemente. Lleva el mensaje de que Vasishta está esperando su llegada".

Sumantra era un antiguo y fiel servidor y tenía la libertad de entrar en cualquiera de las habitaciones interiores del palacio, así que se apresuró a los aposentos de la reina Kaikeyi en busca del emperador. Al entrar al salón donde estaban los lechos reales, Sumantra recibió una conmoción. Se sorprendió al descubrir al emperador en el suelo. Se preguntaba si sus ojos estaban viendo correctamente; corrió hacia el monarca y le dijo: "¡Rey! Esta mañana te debes encontrar como el mar al amanecer: lleno de alegría. No comprendo por qué estás postrado en el suelo. La hora auspiciosa se aproxima. Los grandes sabios védicos están listos en sus puestos, esperando que llegues al salón de ceremonias. Levántate, ponte regios ropajes y joyas y ven al salón, acompañado de las reinas esplendorosas. El sabio Vasishta me mandó para llevarte al sagrado recinto del trono".

Al escuchar estas palabras, Dasarata no pudo contenerla explosión de su desdicha. Lloró a gritos y le dijo al ministro entre sollozos: "¡Sumantra! Tu alabanza lastima mi corazón". Sumantra no podía dar ni un paso adelante ni hacia atrás. Se quedó de pie petrificado. Suplicó con las palmas juntas: "Majestad, ¿por qué este cambio en un momento en que deberías estar inmerso en la felicidad; por qué esta pena, este lastimero llanto? ¿Cuál es la razón? No lo puedo comprender".

Kaikeyi intervino al ver a Sumantra sumido en el dolor y le dijo: "Tú, el mejor de los ministros: el emperador pasó toda la noche ansioso por Rama. Ve inmediatamente y trae a Rama y el misterio será aclarado. Yo te lo digo. No malinterpretes. Anda y trae a Rama aquí, rápido".

Sumantra recibió sus instrucciones como lo haría del soberano y se dirigió rápidamente a la residencia de Rama. A la entrada vio a ambos lados una larga fila de sirvientes y ayudantes cargando enormes platones que llevaban regalos: sedas, brocados y joyas, guirnaldas y ramilletes, perfumes y dulces. Era un deleite para los ojos, pero Sumantra no se detuvo a observarlos; sólo se apresuró y sintió que algo muy valioso faltaba en esa festividad, y se sentía abrumado. La alegría que había sentido hacía pocos minutos había cesado y ahora se hundía en la pena.

Cuando iba en su carroza rumbo al palacio de Rama, advirtió cómo los cientos de miles de súbditos que atestaban las calles hablaban entre sí diciendo que el ministro iba a traer a Rama al salón de la coronación para la ceremonia. Vio sus caras floreciendo en dichosa expectación, ni siquiera pestañeaban para no perderse ni el más mínimo incidente de alegría. Por fin, Sumantra llegó al palacio del príncipe. Podía caminar directamente, sin que nadie le preguntara nada, hacia cualquier sección de ese palacio de siete pisos. Así como el pez nada alegremente en las profundidades del río, Sumantra iba por los corredores y los salones de ese palacio.