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Libros escritos por Sai Baba

18. La joya del escudo de los tontos

Hay una pequeña historia que ilustra esto. Había una vez un rey que había transmitido todas sus responsabilidades de gobierno a su consejero, mientras descansaba. Nunca se preocupó por nada, así el asunto fuera importante o no y tenía un compañero que era algo así como su guardaespaldas, un hombre muy sabio, ya que nunca hacía nada sin antes meditar profundamente acerca de cómo, por qué y la causa del acto. El rey pensaba que esta elucubración era pura tontería; así que apodó a su compañero como "el más grande de los tontos"; incluso llegó al extremo de mandar grabar aquel mote en una placa de oro y obligar a su compañero a que la llevase siempre puesta sobre la frente para que todos la pudieran leer. La gente de la corte se confundía por esto, tomaba al hombre como un ignorante y no ponía atención a sus palabras.

El rey enfermó y cayó en cama; el reino entero buscaba médicos y medicinas que pudieran curarlo, fueron enviados a países lejanos los mensajeros en busca del milagro que lo salvara; pero los esfuerzos eran inútiles, la enfermedad empeoraba día a día y el rey estaba ante las mismas puertas de la muerte.

El rey sospechó que su fin era inminente, así que rápidamente tomó algunas disposiciones. Habló lleno de dolor con todos los que amaba, pero como no tenía conciencia de Dios o de algún poder auspicioso, sentía mucho miedo de la muerte y no podía concentrarse en nada más.

Un día llamó "al más grande de los tontos" a su lado y le dijo suavemente al oído: "¡Bueno, amigo mío, me voy muy pronto!" El "tonto" replicó: "¿Qué? Estás débil, no puedes caminar ni siquiera unos pocos pasos. Ordenaré un palanquín; sólo espera a que esté listo". Pero el rey exclamó: "Ningún palanquín puede llevarme allá". "Entonces ordenaré alistar un carruaje", replicó el otro. "El carruaje tampoco sirve", musitó aquél. "Por supuesto: el caballo es el único medio de ir", exclamó su compañero, que parecía estar ansioso por ayudar a su amo y hacerle placentero el viaje. Pero el rey objetó que tampoco el caballo podría entrar allá. Entonces, cuando al "tonto" se le habían agotado los argumentos, repentinamente se le ocurrió una idea y dijo: "Ven, amo, ¡yo te llevaré allá!". Sin embargo, el rey, entristeciéndose, suspiró: "Mi querido amigo, cuando llega la hora, uno tiene que ir allá solo, no puede ser acompañado por nadie". A estas alturas de la charla, al "tonto" lo aguijoneó una duda y le preguntó a su rey: "Es curioso, dices que ni el palanquín ni el carruaje ni el caballo pueden llegar; ¡y que nadie puede acompañarte! ¿Puedes decirme por lo menos adónde es el viaje?" Pero el rey le dijo que no sabía.

Entonces el "tonto" inmediatamente se desató la placa de oro con el título y la ató alrededor de la frente del rey diciendo: "Rey: sabes mucho acerca del lugar, acerca de las cosas que no te pueden llevar ahí; pero no sabes dónde es y aun así tú irás a ese lugar muy pronto. ¡Oh! ¡Tú mereces este apodo más que yo!" El rey se avergonzó y lamentándose exclamó: "¡Ay! He desperdiciado mi vida en comer, dormir y perseguir placeres. No me he preocupado por preguntarme quién soy, de dónde vengo, la razón por la que vivo, qué estoy haciendo, adónde voy. El tiempo que se me ha proporcionado está llegando a su fin y no hay lugar para toda esa investigación. La muerte está tocando a mi puerta: los niños han empezado a llorar; mis parientes sienten una gran ansiedad. ¿Puedo dedicarme a inquirir bajo tales circunstancias? ¿Puede surgir en estos últimos momentos un pensamiento al que nunca le he prestado atención? Es imposible. Merezco más que nadie el título "el más grande de los tontos" porque desperdicié mi vida en persecuciones inútiles, sin ningún pensamiento sobre la realidad".

El rey, finalmente, proclamó que la autoindagación es el mejor medio para conocer la verdad, y que tiene que emplearse para discernir entre lo verdadero y lo falso, lo eterno y lo efímero. Así pues, la gente debe llegar a la conclusión de que "Dios es la única y eterna entidad" y que, mediante su investigación independiente, no sólo tienen que conocerle intelectualmente, sino que también deben ganar su Gracia llevando una vida llena de pureza. Después de anunciar esta lección a sus súbditos, el rey expiró.

Fíjense cómo el rey, cegado por el poder y los placeres materiales, desvió sus energías hacia el mundo, lejos de Dios, y terminó sus días en agonía.