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Libros escritos por Sai Baba

9. Las cuatro extremidades de la virtud

Grandes y pequeños, ricos y pobres, hombres y mujeres sin diferencia, se ven afligidos por enfermedades y todos tienen el derecho a las medicinas apropiadas que puedan curarlos. En forma similar, todas las personas son afectadas por la enfermedad de nacimiento y muerte, y todos tienen derecho a conocer lo Absoluto, que constituye la medicina y el tratamiento más eficaz para curar esa enfermedad. Este conocimiento es la herencia de todos. De acuerdo con la etapa alcanzada por cada uno y el grado de evolución que haya logrado en la disciplina espiritual, así como la forma en que se haya asimilado esa medicina, cada persona mejorará en cuanto a salud interior, vale decir, habrá adquirido más paz y ecuanimidad. En esto cabe mencionar especialmente una cosa: no basta tomar la medicina, también se deben observar estrictamente las normas respecto a la manera de vivir.

El medicamento: la continua percepción de la presencia de lo Absoluto, debe ser suplementada y fortalecida, practicando las virtudes propias del estado de vida particular del aspirante y el constante cultivo de la devoción, la sabiduría y el desapego. La dieta medicinal y otras restricciones constituyen asimismo una parte esencial del tratamiento de la enfermedad; la sola iniciación en el conocimiento de lo Absoluto no basta. Si no hay control de los sentidos, paciencia, ecuanimidad, renunciación y demás excelencias morales y espirituales, nadie puede alcanzar la meta, sea emperador o esclavo, de alta o baja alcurnia. Aunque todos tienen derecho al patrimonio que es el conocimiento de Dios, solamente pueden recibirlo quienes estén dotados de las calificaciones necesarias. Uno debe ser lo suficientemente fuerte como para someterse al tratamiento, digerir y asimilar la medicina, ¿no es cierto? Sin esa fortaleza el Gran Doctor no dará el certificado para que el paciente pueda recibir la medicina. Algunos doctores, al ver la angustia del enfermo, entregan los medicamentos en forma gratuita, pues se dan cuenta que el paciente es demasiado pobre para comprarlos... ¿Qué diremos entonces de Dios, el Supremo Doctor, Fuente y Manantial de la Misericordia y la Gracia? El toma en cuenta las capacidades y las necesidades de cada uno, y El mismo arregla la provisión del remedio.

Ahora surge otra pregunta: ¿están las mujeres facultadas para recibir el conocimiento de Dios? Este interrogante ya ha sido contestado. Si las mujeres no merecieran este conocimiento supremo, ¿cómo es que Vishnumurthi le enseñó el misterio del Gita (Evangelio, texto de la Rectitud) a Bhudevi? ¿Cómo es que Parameswara le enseñó a Parvathi el Gurugita? “Darovacha”, “Parvathyuvacha”, estos testimonios revelan que Dhava y Parvathi tomaron parte en las discusiones y plantearon preguntas para clarificar ciertos puntos oscuros. Tanto el Yogasastra (Escrituras de yoga) como el Mantrasastra (fórmulas sagradas pertenecientes a las Escrituras de la India) le fueron enseñadas a Parvathi (madre del Universo) por Iswara (el Gran Señor). Entonces esto debe representar algo correcto y autorizado por los Sastras (Escrituras religiosas de la India), ¿no lo creen así? En la Brihadaranyaka Upanishad (la Brihadaranyaka es una de las Upanishads más importantes que pertenecen a la tercera división de los Vedas), se menciona que Yajnavalkya (un sabio excelso) le enseñó el Brahmavidya (Conocimiento Superior) a su esposa Maitreyi.

Los Vedas consisten en dos partes: el sendero de las obras (rituales) para los aspirantes y el sendero de la sabiduría para los sabios. Incluso cuando se consideran únicamente los Sastras, también vemos que se dividen en dos secciones: las palabras de los eruditos, aquellos que aplican sus conocimientos intelectuales para aclarar diferentes materias y las palabras de los sabios que surgen de su experiencia del conocimiento del Alma como Verdad básica. Entre éstas, solamente tienen derecho a hablar con autoridad aquellas personas que han dejado atrás toda idea de ser organizadores de sus acciones, como resultado de la realización que afirma sus identidades con lo Absoluto, el Espíritu, la Conciencia Universal. Sólo estas personas merecen ser creidas, pues sienten que el mismo Espíritu que está inherente en la multiplicidad de la creación está en ellos y en todos; han perdido toda noción de diferencias entre “mío” y “tuyo” y tratan de servir el bienestar de toda la creación, tanto animada como inanimada. Solamente los que conocen de veras la Realidad hablan de ella en forma auténtica y fidedigna.

En la Brihadaranyaka se hace mención de tan brillantes y sabias mujeres como Gargi y Maitreyi, y en el Mahabharata (poema épico), se encuentran los nombres de Sulabha y Yogini. Las mujeres deberían inspirarse en su rectitud moral, su constancia y seguir el sendero que ellas han recorrido. Chooda, Madalasa y otras mujeres de este tipo obtuvieron Sabiduría Divina viviendo como casadas o mujeres de hogar. Las mujeres pueden, gracias a sus prácticas espirituales, alcanzar la Conciencia Absoluta, inconmovible, auspiciosa y sin igual. Esto se expresa claramente en el Yogavasistha, también en los Puranas. Las dudas asaltarán solamente a los que no hayan estudiado correctamente los Sastras. Las novicias, las casadas, las renunciantes y las monjas, mujeres de todas las condiciones sociales y etapas de vida diferentes, alcanzaron la Meta Suprema gracias a sus corazones puros y su conducta santificada. Todas las mujeres deberían esforzarse por lograr estas dos cualidades: pureza de corazón y conducta inmaculada. Las escrituras de la filosofía perenne afirman:

“El maestro espiritual es diez veces más digno de respeto que el que enseña artes y ciencias. El padre es diez veces más digno de veneración que el maestro espiritual y la MADRE es mil veces más digna de adoración que el padre”.

Esa es la declaración de Manu (el primer legislador) en el Manusmrithi (código social recopilado por Manu). Ese código de moralidad es el texto que vincula a todos los Dharmasastras (fuente de sabiduría de la que derivan su autoridad todas las demás escrituras). ¡Mirad qué gran honor se rinde a la madre!

Lakshmi, la patrona de la Prosperidad es una deidad Femenina. Cuando se le dirige una carta a una mujer, es usual comenzar por: “Para..., igual a Lakshmi en todo aspecto…”. Las mujeres tienen derecho al respeto universal. Encarnaciones de la Conciencia Absoluta como Rama y Krishna, grandes exponentes de la filosofía perenne como Sankara, Ramanuja y Madhwa, portadores de la Sabiduría como Buda, Jesucristo y Mahoma.... ¿no nacieron todos Ellos de mujeres? Sus madres fueron encarnaciones de sagrada gloria y le dieron al mundo hijos que lo transformaron. Las mujeres que sigan sus pasos y que lleven vidas puras y consagradas a Dios pueden reclamar su derecho al conocimiento de Dios, y nadie puede negárselo.

El caso es que el Alma está desprovista de diferenciaciones como las que se ven entre hombres y mujeres. Es la pura conciencia eterna (no afectada por el tiempo) y autorresplandeciente Las mujeres solamente pueden alcanzar la categoría de esas mujeres sagradas, cuando se hacen conscientes de la naturaleza del Alma.

Las diosas o patronas de la prosperidad (Lakshmi), de la sabiduría (Parvathi) y del conocimiento (Saraswathi) son todas femeninas. De modo que resulta increíble que se piense que las mujeres no tienen derecho a practicar disciplinas espirituales, que conducen a la unión con Dios y a la emancipación final de la servidumbre.

El león, cuando está dormido, desconoce su naturaleza. Similarmente el hombre, dormido en el laberinto de la ilusión cósmica, no es consciente de ser el Alma Esplendorosa. Sujeto a ese estado de ignorancia se dedica a analizar sus prejuicios con mayor énfasis y trata de darle a sus preferencias la calidad de dogmas y la autoridad de las escrituras. Las escrituras jamás han mencionado cosas de esta índole.

Para el hombre, las Escrituras son los ojos que conducen, iluminan y guían. El seguir sus directivas, ése es el completo deber del hombre. Esta es la magna tarea que enfrenta el mundo de hoy. Si se comprenden plenamente las Escrituras, no pueden surgir dudas, ni se necesitan las discusiones,

No está bien implicar o atribuir a las escrituras cosas que son de nuestro agrado, ni debemos oponernos a las direcciones que nos indican o a las prohibiciones que establecen. Es incluso pecaminoso desafiar sus enseñanzas o tomarlas a la ligera. El mundo ha llegado a su presente condición calamitosa, porque las escrituras fueron descuidadas en el terreno práctico. Esta es la tragedia, ésta es la causa de la decadencia moral.

Los que aspiran a la Liberación deben practicar en primer término las reglas y las restricciones prescritas por los Sastras (escrituras) para elevar su carácter y consagrar sus sentimientos. Si se carece de este mínimo conocimiento de lo Absoluto, la mera erudición adquirida estudiando laboriosamente los textos sagrados representa solamente un peso agotador. Los eruditos sin intuición son como las cucharas que se revuelven en postres y dulces, sin experimentar su sabor. Uno de los textos (Mundaka Upanishad) ha comparado a los eruditos que no han asimilado la esencia de las escrituras, pero tienen la osadía de guiar a los demás, pese a su ignorancia intrínseca, a ciegos que encaminan a los demás ciegos, resultando al final, que todos ellos caen al precipicio.

Si ustedes poseen la sabiduría ganada gracias a la práctica y la experiencia, pueden alcanzar la meta por este medio, aun sin el conocimiento de las escrituras, y guiar a los demás por el sendero que ya les es familiar. El necio no encuentra el sentido a las escrituras, así por otra parte la persona santa independientemente de las circunstancias, está siempre inmersa en la contemplación de lo Absoluto, y en la dulzura de esa bienaventuranza, no tiene necesidad de las escrituras. Por supuesto que adherirse estrictamente a la Verdad y a la práctica de la Virtud, puede implicar un gran trabajo y privaciones, pero si tenemos en cuenta la Dicha que nos espera al final, es preciso soportar todas las dificultades e incluso aceptarlas con gran contento. Únicamente los inteligentes pueden salvarse a sí mismos, con el conocimiento de la Verdad. Los demás seguirán esclavizados.

Las edades de la humanidad fueron clasificadas sobre la base del papel dominante que la mente humana desempeña en ellas. En la Edad de Oro dícese que la virtud caminaba en cuatro extremidades, feliz y segura. En la edad o ciclo "terciado" la virtud había perdido una de sus extremidades y tenía que contentarse con desplazarse en las tres restantes, mientras que en el ciclo siguiente, o edad "secundaria", tuvo que andar tambaleando en dos piernas. En nuestra edad presente, la edad de "hierro", la edad de la destrucción, le queda apenas una extremidad a la virtud, de acuerdo con esta tradición.

Las cuatro extremidades de la virtud son: Verdad (Sathya); Merced (Daga); Austeridad (Tapas) y Caridad (Dana). Si una persona posee esas cuatro virtudes, se puede decir de ella que vive en la edad de oro, sea cual fuere la edad que indica el calendario. Si la Verdad no está firmemente establecida en la persona (por Verdad se entiende la percepción de nuestra identidad con la Divinidad, o la noción del Alma Eterna como nuestra esencia básica. N. del T.), pero posee las otras tres cualidades, podemos decir que vive entonces en la edad terciaria. Si la Verdad y la Merced están ausentes, pero la Austeridad y la Caridad forman parte del carácter individual, se puede afirmar que la persona vive en la edad secundaria. Sin embargo, si la única cualidad que persiste en el ser humano es la Caridad, entonces hay que concluir que la virtud en ella tiene que sostenerse en una sola pierna y como todas las demás cualidades han desaparecido, ese individuo vive en la edad de hierro, la edad de la destrucción, aunque cronológicamente el ciclo se llame edad de oro.

Los ciclos cambian únicamente con el incremento o decrecimiento de la virtud; el pasar del tiempo no es la causa fundamental. En un mismo ciclo convivieron personas de excelsa santidad (como Prahlada) y de gran maldad (como Hiranyakasipu). Las mismas épocas históricas sirvieron de marco a la presencia de encarnaciones de la virtud (como Dharmaja), y personificaciones del mal (como Duryodhana). Por lo tanto se puede afirmar que es la presencia de la virtud la que determina el ciclo para estas dos categorías de seres humanos. Uno puede vivir continuamente en la edad de oro, con sólo poseer las cuatro cualidades de la Virtud. Es la conducta humana la que hace o destruye la historia y cambia la Edad de Oro en la Edad de Hierro o destrucción.