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Libros escritos por Sai Baba

15. El reino del emperador Parikshit

EL REINO DEL EMPERADOR PARIKSHIT

Los Pandavas continuaron caminando a lo largo de su sendero con los ojos fijos hacia adelante, esperando el momento en que sus cuerpos se derrumbaran a causa de la fatiga extrema y que la muerte terminara con sus vidas sobre la tierra. La emoción de sus corazones estaba plenamente centrada en los juegos y travesuras y en la gracia y la gloria de Krishna. No tenían lugar para cualquier otra emoción o pensamiento. Draupadi, su reina, caminó dificultosamente sola a lo largo de una considerable distancia, pero se debilitó tanto que no pudo continuar y a pesar de sus súplicas sus señores no regresaron por ella. Entonces comprendió, gracias a su gran devoción y elevada inteligencia, que ellos estaban comprometidos en un terrible e ineludible juramento. Decidió que los lazos que la habían unido a ellos durante tanto tiempo se habían disuelto y que tenía que enfrentarse a su fin. Se desmayó y cayó dando su último suspiro con la mente fija en Krishna.

Los Pandavas también caminaron en su inquebrantable voto y encontraron uno a uno su fin; en el momento y en el lugar preciso cada uno abandonó su cuerpo. Sus cuerpos se convirtieron en polvo, pero sus almas se fundieron en Krishna y obtuvieron la inmortalidad disolviéndose en la esencia inmortal de Krishna.

Desde el trono imperial de Bharat, Parikshit reinó sobre sus dominios adhiriéndose a los principios de justicia y moralidad, fomentando amorosamente el desarrollo de sus súbditos y protegiéndolos del peligro con cuidado y afecto paternales. Cualquiera que fuera la tarea él ponía sus manos sobre ella. Parikshit no daba un paso sin traer a su mente a Krishna y a sus abuelos para orarles pidiendo coronar sus actos con el éxito. Durante sus oraciones de la mañana y la tarde les pedía que lo dirigieran a lo largo del sendero correcto de la virtud. Sentía que era el corazón de sus gentes y que ellos eran como su cuerpo.

En toda la extensión de su imperio, hasta el propio viento tenía el temor de mover algún objeto por miedo a que se le culpara de robo. No existía el menor indicio de ladrones. Tampoco había una traza de injusticia, inmoralidad o mala voluntad. A causa de esto su reino alcanzó una gran fama. Al menor indicio de algún mal, Parikshit lo suprimía por medio de terribles castigos. Estableció además medidas preventivas que decididamente cortaban esas manifestaciones. Debido a que el Dharma se fomentaba de esta manera, con amor y respeto, incluso la naturaleza era noble: las lluvias llegaban a tiempo, las cosechas crecían enormes y ricas, los graneros estaban repletos, la gente estaba contenta, feliz y libre de temores.

Cuando Parikshit estaba en el trono y gobernaba el imperio con gran cuidado, los ministros y los maestros espirituales que eran los guías de la dinastía se reunieron y decidieron que deberían acercarse al rey y proponerle que debería entrar al estado de casado tomando una compañera como esposa. Después pusieron a su consideración esta petición. Cuando lograron su consentimiento, le solicitaron a su tío materno Utara, de la familia real de Virata, la mano de su hija. Los brahmines que fueron enviados a Virata regresaron con las buenas noticias de que Utara estaba feliz por esta proposición. Los sacerdotes fijaron una fecha y hora propicios y llegado el momento establecido se celebraron las bodas de Parikshit e Iravati, la hija de Utara, con gran suntuosidad y esplendor.

La reina Iravati era una gran joya entre las mujeres virtuosas (Sadvimani). Estaba dotada de un firme amor por la verdad y se dedicaba en cuerpo y alma a su esposo. En el momento en que escuchaba que alguien en el imperio tenía alguna pena, se condolía mucho por esto, como si la pena fuera de ella misma. Solía reunirse con las mujeres de la capital y así se enteraba en forma directa de sus aspiraciones y logros. Les daba consuelo o ánimos, promovía también el crecimiento de las virtudes entre ellas, enseñándoles con su propio ejemplo. Estableció instituciones para promover y proteger el buen carácter. Permitía que mujeres de todos los niveles se acercaran a ella, pues carecía de un falso orgullo. Trataba a todos con respeto, era un ángel de fortaleza y caridad. Todos la alababan como la diosa Anapurna (la que otorga el sustento) nacida en forma humana.

Durante el reinado de Parikshit y su reina, los hombres y mujeres vivían felices y en paz, sin preocuparse por sus necesidades. Parikshit también organizó la celebración de muchos rituales y ceremonias védicas para la prosperidad de la humanidad. Organizó rituales de adoración en templos y hogares de Dios en sus múltiples Formas e innumerables Nombres. A través de estos medios y otros, se implantó la fe en Dios y el Amor en los corazones de sus ciudadanos. Fortaleció las medidas para asegurar la paz y la armonía entre los monjes y ascetas que vivían como ermitaños en las selvas. Protegía sus silenciosos retiros en contra de las bestias y hombres. Los exhortaba a descubrir y comprobar por sí mismos las leyes del autocontrol y él mismo supervisaba las medidas tomadas para asegurar su protección y bienestar.

De esta forma, Parikshit e Iravata reinaron sobre su imperio tal como lshwara y Parvati reinan sobre el universo: con amor y cuidados paternales. En poco tiempo se esparcieron entre las mujeres las noticias de que la reina estaba en camino de aumentar la familia real, las cuales se confirmaron después. Los súbditos hacían oraciones a Dios en sus casas y en templos públicos para que bendijera a la reina con un hijo que estuviera dotado con todas las virtudes y la fuerza de carácter que lo hiciera un firme e inmutable adepto del Dharma (el modo de vida superior) y que además tuviera una larga vida. En esos tiempos los ciudadanos amaban tanto a sus reyes que renunciaban a sus propias alegrías con tal de complacerlos. El rey también cuidaba de ellos como si fueran sus propios ojos.

Parikshit vio y escuchó el entusiasmo de sus súbditos por las auspiciosas perspectivas del advenimiento de un niño que continuara la dinastía. Derramó lágrimas de alegría cuando se dio cuenta de cuán profundamente estaba ligada esa gente a él. Sintió que ese afecto era la herencia de sus abuelos y el regalo de la gracia del señor Krishna.

Parikshit no se desvió de su resolución de servir a los mejores intereses de su pueblo, renunció a sus propios gustos y aversiones en pro de esta gran tarea. Veía a su gente como a sus propios niños. Los lazos que unían tan íntimamente al rey con sus súbditos y la amorosa relación entre ellos eran verdaderamente de un elevado nivel sagrado. Debido a esto, sus ciudadanos solían decir que preferían su reino en vez del cielo mismo.

A su debido tiempo, en una fecha auspiciosa su hijo nació y toda la región se llenó de alegría indescriptible. Estadistas, santos, sabios y ascetas enviaron sus bendiciones y buenos deseos al rey. Expresaron también que una nueva luz había empezado a iluminar el reino. Los astrólogos consultaron sus libros y calculando la suerte del niño a través de éstos anunciaron que el niño extendería la gloria de la dinastía trayendo fama adicional a la fama de su padre y que ganaría el amor y estimación de sus gentes.

Parikshit invitó a su palacio al preceptor de la familia y consultó también a los brahmines y sacerdotes con el fin de fijar una fecha para la ceremonia del otorgamiento del nombre al niño. Durante un festival ritual minuciosamente organizado se le dio el nombre de Janamejaya, en la forma acostumbrada. Por sugerencia de Kripacharya, el decano de los brahmines consejeros del rey, se dieron preciados regalos a los brahmines que estuvieron presentes. Se regalaron grandes cantidades de vacas con ornamentos de oro en los cuernos y en las patas. Todos fueron alimentados en forma espléndida por varios días hasta el fin de la festividad. Cuando Dharmaraja decidió su viaje póstumo, le confió a Kripacharya el trono y al pequeño niño, y como un verdadero tutor, Kripa había aconsejado y entrenado al rey niño en las artes del manejo del Estado. Conforme creció, esta dependencia se volvió más fructífera; el rey mismo buscaba sus consejos y siempre los escuchó y siguió con reverente fe. Debido a esto, los monjes y eremitas del reino oraban por su salud y larga vida y alababan la felicidad de sus gentes, así como el afán del rey por el bienestar de ellos.

Parikshit era el emperador de los reyes de la tierra, pues tenía las bendiciones de los grandes, el consejo de los sabios y la gracia de Dios. Después de su larga campaña de conquistas, acampó en las riberas del Ganges y como señal de su victoria celebró tres ceremonias rituales del caballo (Ashwameda Yajna), con todos los detalles prescritos para éstos. Su fama se extendió no solamente a lo largo de toda la India sino aun más allá de sus fronteras. Era alabado por cada boca como la gran joya de la familia real de Bharata. No había Estado que no se hubiera inclinado bajo su alianza, no había rey que no acatara sus mandatos. No tuvo necesidad de marchar ala cabeza de sus ejércitos para subyugar a algún pueblo o regente. Todos estaban deseosos de rendirle homenaje también. El era el rey de todas las regiones y todas las gentes.

Con el fin de la era de Krishna, el espíritu de la maldad y el vicio conocido como Kali había llegado ya. Por lo tanto, ésta levantaba su venenosa cabeza acechando, pero Parikshit estaba alerta. Adoptó medidas para contrarrestar sus estratagemas y maquinaciones. Buscó siempre seguir las huellas de los pasos de sus abuelos a lo largo de todo su reino, a través de las reformas e instituciones que ellos introdujeron y establecieron. Cada vez que surgía la ocasión le recordaba a su gente sus aspiraciones y nobleza, les contaba acerca de Krishna, de Su gracia y compasión. Derramaba lágrimas de alegría y gratitud cada vez que les relataba esas historias. Se culpaba sinceramente por la oportunidad que había perdido de tener a los Pandavas y a Krishna a su lado.

El sabía que la Era de Kali había entrado en su reino y se esforzaba en fijar este hecho en la mente de sus hombres. Cuando se enteró de sus actividades investigó las condiciones favorables en las cuales Kali podía extenderse y con la cooperación activa de sus maestros y gente mayor estableció leyes especiales para contrarrestar las tendencias que Kali hacía surgir. Cuando los mayores opinaron que tenían que ser aplicadas ciertas medidas sólo cuando la maldad se manifestara en forma de crímenes, Parikshit no compartió esa opinión. El estaba muy alerta, quería darles y mostrarles el camino a sus gentes y les dijo: "Como es el rey, así son los súbditos", según decía el proverbio. El afirmaba que Kali o la maldad sólo podía reinar a causa de la incompetencia del rey, la pérdida de la autoconfianza entre la gente y el decaimiento de la obtención de la gracia. Estos son los tres factores que promueven los planes de Kali. Si faltan éstos, el hombre no puede caer presa de sus trucos. Consciente de esto, Parikshit recorría todo su reino y se esforzaba día y noche en expulsar a Kali fuera de él. Es decir, procuraba no dar cabida a la injusticia, el mal carácter, la mentira, la violencia y el abuso; sus planes preventivos fueron efectivos. Había tanta quietud y calma en su reino que él acampaba en las remotas regiones de Badraswa, Ketumala, Utarakuru y Kimpurusha.