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Libros escritos por Sai Baba

13. La coronación de Parikshit

LA CORONACION DE PARIKSHIT

Kunti Devi siguió el mismo sendero que Shyamasundara. Lo que había quedado era su cuerpo sin vida. Arjuna lloró fuertemente: "Hermano, ¿qué puedo decir? ¡Hemos perdido a nuestra madre!" Dharmaraja, que había permanecido ahí, fue sacudido duramente por este golpe, caminó hacia el cuerpo y quedó petrificado al ver la pálida faz de la reina.

Las doncellas que estaban cerca de la puerta escucharon las palabras de Arjuna y se asomaron a la recámara. El cuerpo de Kunti Devi yacía en el suelo; Arjuna tenía su cabeza en su regazo y la miraba fijamente a la cara con los ojos llenos de lágrimas. Las doncellas del palacio corrieron la noticia de una a otra, pues se habían percatado de que la reina madre había partido sin posibilidad de regreso y lloraban a viva voz a causa de esta desgracia que desgarraba sus corazones.

Momentos después, las noticias llegaron hasta las habitaciones de las reinas. En pocos segundos, las oleadas de tristeza se difundieron por todo Hastinapura. Las reinas estaban abrumadas por el dolor y se estremecían golpeando su pecho por la angustia. En un interminable flujo de tristeza, los residentes del palacio se precipitaron dentro de la recámara. Bhima, Nakula, Sahadeva y los ministros estaban abatidos por el dolor.

El aire estaba impregnado de una agonía indescriptible. Nadie podía creer que Kunti Devi, quien unos minutos antes estaba tan entusiasmada esperando a su hijo Arjuna para oír las noticias que traía de Dwaraka, podía haber fallecido tan repentinamente. Aquellos que llegaban y veían la escena se quedaban mudos e inmóviles. Los lamentos de las doncellas, los sollozos de las reinas y el pesar de los hijos ablandaba el corazón más duro.

Dharmaraja consolaba a todos y les infundía ánimo. Les decía que no dieran cabida a la angustia. El ya no derramaba lágrimas, se movía por todos lados con gran valor, dirigiendo a todos palabras que les infundieran fortaleza mental. Esto hizo que todos se maravillaran de su autocontrol. Los ministros se acercaron a él y :dijeron: "¡Oh rey! Tu naturaleza inalterable nos llena de admiración. 1 ú reverenciabas a tu madre y la tratabas como al propio aliento de tu vida. ¡Cómo es que tu corazón ha tomado su muerte tan serenamente". Dharmaraja sonrió ante sus preguntas y ansiedad y les dijo: "Señores ministros, estoy lleno de envidia al pensar en su muerte. Ella es verdaderamente más afortunada. La tierra liberó su vida. Tan pronto como supo la noticia de que Krishna se había ido hacia su celestial morada, ella partió inmediatamente hacia esa morada, porque no podía soportar el dolor de separarse de El.

"Nosotros somos muy desafortunados. Estuvimos tan cerca de El, tuvimos tanta Bienaventuranza (Ananda) de El, supimos ya de su partida, pero, ¡aún estamos vivos! ¿Tenemos en realidad la devoción que tanto proclamamos? Si así fuera hubiéramos dejado el cuerpo como ella cuando nos enteramos de esa pérdida ¡Ay de nosotros! No somos sino cargas sobre la tierra, todos nuestros años de vida son un desperdicio".

Cuando los ciudadanos y los demás habitantes supieron que Kunti Devi había muerto tan pronto como supo las noticias de que Krishna había dejado el mundo, lloraron y se lamentaron aun más fuerte, pues el dolor de la pérdida de Krishna fue mucho más grande que el dolor de la muerte de la reina madre. Muchos se comportaban como si hubieran enloquecido repentinamente, otros golpeaban sus cabezas contra las paredes de su casa, todos se sentían miserables y desolados.

Era como si se vertiera petróleo sobre el fuego. En la confusión de la insoportable angustia producida por la doble pérdida, Dharmaraja era la única alma en calma. El consolaba a las reinas, hablaba suavemente tratando de convencer a cada uno de que no tenía sentido lamentarse de la pérdida de la madre o de la partida del Señor. Cada uno tenía su propio fin de acuerdo con un plan predeterminado. "Ahora sólo nos queda cumplir con nuestro destino a través de los pasos apropiados", dijo él.

Dharmaraja llamó a Arjuna para que se acercara a él y le dijo: "¡Arjuna, querido hermano! No perdamos más tiempo. Los rituales funerales de nuestra madre tienen que empezar inmediatamente; debemos coronar emperador a Parikshit, tenemos que abandonar Hastinapura esta misma noche; cada momento me parece una eternidad". Dharmaraja estaba lleno de un desapego extremo, pero Arjuna estaba provisto de una renunciación aun mayor. Levantó la cabeza de su madre de su regazo y la posó en el suelo, después les ordenó a Nakula y Sahadeva que hicieran los preparativos para la coronación de Parikshit. Dio instrucciones a los demás ministros y oficiales para que se llevaran a cabo los arreglos que se tenían que hacer en vista de la decisión del rey y los príncipes. Estaba en verdad muy ocupado y activo. Bhima se apresuraba con los arreglos de los funerales de su madre.

Los ministros, ciudadanos, sacerdotes y gurús estaban llenos de asombro, admiración y tristeza a causa de los extraños sucesos y acontecimientos en el palacio. Todos estaban hundidos en la aflicción y la desesperación; sin embargo, tenían que guardarla para ellos mismos. También estaban influidos por una fuerte oleada de desapego. Impactados, con admiración, exclamaron: "¡Ah, su tío y tía paternos dejaron el palacio repentinamente; las noticias de la partida de Krishna han caído como un rayo en las cabezas aún afectadas por esa tribulación; después, casi inmediatamente la madre falleció, su cuerpo fue movido del lugar en donde cayó y Dharmaraja está planeando renunciar a todo, poder, riquezas, posición, autoridad, y retirarse después a la selva con todos sus hermanos. ¡Solamente estos Pandavas pueden tener tal valor, firmeza y renunciación! ¡Nadie más es capaz de tal valentía!"

En pocos minutos se celebraron los ritos funerarios. Después se le pidió a los brahmines que entraran; Dharmaraja decidió hacer la ceremonia de coronación en forma muy sencilla. Los gobernadores subordinados y los reyes tributarios no fueron invitados, tampoco se pudo invitar a los ciudadanos y habitantes de Indraprasta.

Por supuesto que una coronación en la dinastía de Bharata, (la tierra con apego al Señor) en la que se sienta al monarca en el sagrado trono de leones de ese linaje, era usualmente un gran acontecimiento. La fecha tenía que ser fijada con meses de anticipación. El momento auspicioso se escogía meticulosamente y con gran cuidado, después seguían preparaciones muy complicadas en forma espléndida y majestuosa. Pero ahora, en cuestión de minutos, todo estaba listo con cualquier material que estuviera disponible y con quien estuviera cerca o a la mano. Se le dio el baño ceremonial a Parikshit, se le puso la corona de joyas y los ministros junto con los brahmines lo condujeron hacia el trono. Después fue sentado en el trono real, mientras Dharmaraja con sus propias manos le colocaba la corona incrustada de diamantes. Todos en el salón real sollozaban de aflicción. La autoridad imperial que debería ser asumida en medio de jubilosas aclamaciones de la gente se le imponía ahora al niño acompañada de sollozos y lamentos.

Parikshit, el recién coronado emperador, estaba llorando, pues el propio Dharmaraja, quien lo había coronado, no podía contener sus lágrimas a pesar de sus esfuerzos. Los corazones de los espectadores estaban destrozados por una aflicción agobiante. ¿Quién puede ir contra la fuerza del destino? El destino ejecuta cada acto en el tiempo, en el lugar y de la manera en que tiene que ser ejecutado. El hombre está indefenso, no es nada ante él.

Parikshit era un niño virtuoso, de buena casta, observaba la tristeza que reflejaban todas las caras, había notado todos los incidentes y acontecimientos en el palacio; se sentó en el trono, pues sentía que no debía transgredir las órdenes de sus mayores; sin embargo, de improviso se lanzó a los pies de Dharmaraja y le imploró patéticamente: "Mi señor, cualquier cosa que desees yo la honraré y la obedeceré. Pero por favor, no me abandonen ni me dejen solo". Continuó llorando y suplicándole sin dejar de asirse a sus pies. Todos los que veían la dramática escena lloraban; aun el más duro no pudo sino llorar. Todo era terrible, impregnado del más atroz sufrimiento.

El niño se arrojó a los pies de su abuelo Arjuna y clamó lastimeramente: "Abuelito, ¿cómo puedes alejarte de aquí con toda la tranquilidad de tu corazón después de dejar toda esta pesada carga del imperio sobre mi cabeza? Yo soy un niño que no sabe nada. Soy muy tonto, soy ignorante, no tengo estudios, soy incompetente. Esto no es justo, no es propio que dejes en mi cabeza el imperio que ha estado bajo el cuidado de una gran línea de héroes, estadistas, guerreros, sabios, y se retiren a la selva. Dejen a alguien que pueda llevar esta responsabilidad; llévenme también con ustedes a la selva", le suplicaba.