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Discursos dados por Sai Baba

31. 17/10/66 La doma de lo salvaje

La doma de lo salvaje

La doma de lo salvaje

17 de Octubre de 1966

Prashanti Nilayam

Dasara

Es en verdad un destino deplorable el que un pueblo que bebió el néctar de la cultura espiritual y pasó sus días en paz y alegría esté hoy en las garras del temor, la facción, el fracaso y la debilidad.

El río Sarasvati que fluye subterráneo e invisible pero que sustenta y fertiliza los cultivos sembrados en la superficie, se ha secado; la fe y la devoción han declinado, de modo que el hombre mira a su semejante como a un rival y competidor más bien que como la imagen del mismo Dios que él reverencia.

Grandes sabios, llenos de una gran compasión por sus semejantes, establecieron reglas, lineamientos, límites e instrucciones para la vida y la conducta diarias para que la mano y la mente del hombre, sus instintos e impulsos, no se dirijan en contra del hom bre, sino que más bien vayan hacia los ideales de la verdad (sathya), la rectitud (dhama), la paz (shanti) y el amor (prema). Declararon que cada acción debe ser sopesada y aprobada sólo si limpia las emociones y pasiones; debe ser desechada si las agita o con tamina. La pureza de la emoción es el fruto del karma y cualquier acto que la manche o la excite hasta la impureza (rajas) o la rebaje a la ignorancia (tamas) debe ser evitado. Los sacrificios, ritos y peregrinaciones se prescribieron para que el hombre pudiera aprender la gloria del renunciamiento, no el brillo de la osten tación y el desperdicio llamativo.

Los sacrificios imponían a los que los realizaban y a los participantes una rigurosa rutina de limpieza física y mental que los conducía a la presencia de lo Supremo. Del mismo modo que las atractivas imágenes en los libros de estudio de los niños atraen la atención y la mantienen firme, llevaban a los encantados lectores por las lecciones y los ayudaban a dominar el conocimiento mismo.

Aprendían acerca de Akshara, la verdad eterna e incambiable, por medio del cambiante karma. La adoración de imágenes, los rituales en los templos, los votos y ayunos, los festivales y días santos, todos están diseñados para domar lo salvaje en el hombre y adiestrarlo para que camine por el camino recto y estrecho hacia la autorrealización.

El antiguo enfoque sobre la vida y cómo vivirla, el cual, según dijo el Ministro, ha sufrido una recaída, con toda seguridad triunfará de nuevo; los atractivos de la ciencia y de la moda occidental, el cinismo y el despiadado egoísmo irán desapareciendo. No son sino la ceniza sobre la brasa que está ardiendo; si soplan sobre ella, caerá. Como nubes que pasan por el cielo haciendo sombra sobre las llanuras, estas distracciones desvían a algunos de la meta; pero no hay necesidad de desesperarse y pensar que la India va a perder su herencia. Ahora que los gobernantes son también herederos del mismo tesoro y conscientes de su grandeza y singularidad, el peligro de que se descuide es muchísimo menor. Los gobernantes no son diferentes de los gobernados; la gente misma elige a los gobernantes y les confía poderes, responsabilidades y fondos para planificar y poner en práctica programas para mejoramiento de todos, de modo que debe haber una comprensión y cooperación mutuas mayores que en el pasado, cuando los gobernantes pertenecían a un país distante y a una cultura extraña.

El Ministro describió en su discurso cómo el progreso en la mecanización e industrialización ha traído a la zaga varias enfermedades sociales y desajustes individuales; reconoció la eficacia de la Religión Eterna para mitigar estos males y recomendó el estudio de los Vedas, Shastras y Puranas. Habló de un consejo consultor de líderes religiosos que pudiera ayudar a los gobernantes a preservar y promover los principios y la práctica del Sanathana Dharma.

Lo que los gobernantes están ansiosos de dar, la gente debe estar ansiosa de recibir; lo que la gente está deseosa de lograr, los gober nantes deben estar ansiosos de promover; ésta es la manera en que el país puede seguir adelante en este campo fundamental de la actividad espiritual. Por encima de todo, la gente debe anhelar más a Dios y menos al oro. El impulso de acumular fortuna, de vivir en el lujo, de dedicarse a la habladuría, de deleitarse en la falsedad, de recrearse en la ostentación, debe ser desechado.

Éste ata al hombre a lo trivial, ahoga su naturaleza divina que lucha por florecer en el servicio, el sacrificio y el amor hacia todos.

Dásara, 17-X-66