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Discursos dados por Sai Baba

56. 23/11/65 Las reglas del juego

Las reglas del juego

Las reglas del juego

23 de Noviembre de 1965

Prashanti Nilayam

Festival del Cumpleaños

Cada hombre está dedicado a buscar algo que ha perdido. La vida es su oportunidad de recuperar la paz y la alegría que perdió la última vez que estuvo aquí. Si las recupera ahora, no necesitará volver. Las ha perdido por su ignorancia de su valor y de los medios para retenerlas. Si sólo permaneciera en la conciencia de “Shivoham”, “Yo soy Shiva, yo soy inmortal, yo soy la fuente de la Bienaventuranza”, él estaría excelsamente contento; pero en lu gar de esta correcta evaluación de sí mismo, de este reconocimiento de su realidad innata, el hombre anda por allí llorando su desamparo, su incapacidad, su pobreza, su mortalidad. Ése es el trágico destino del cual el hombre debe ser rescatado.

El venado es atrapado, el elefante es atraído al redil, la serpiente es encantada, todo aprovechando su esclavitud de los sentidos. El hombre debe demostrar su superioridad sobre el animal dominando sus sentidos. Debe escapar de las garras de la animalidad y afirmar su “humanidad”, que es esencialmente “divinidad”. Cuando el emperador Bhartrari abandonó su trono y se fue a una ermita en la selva, los reyes subordinados que eran sus tributarios se rieron ante “tan estúpida acción” y le preguntaron cómo había tenido esa idea y lo que había ganado. Bhartrari respondió: «Ahora he ganado un imperio más vasto, más rico y más pacífico; di a cambio un pobre imperio dividido; vean todo lo que he ganado». Sacrifiquen, para que puedan ser salvados. Deben sacrificar, no una oveja, un caballo o una vaca, sino su animalidad, las bestiales lujuria, codicia, odio y perversidad.

Sacrifíquenlos y ganarán el paraíso de la inquebrantable paz. Matar una oveja es un truco barato que no en gañará a nadie, pues lo que se les pide es matar la oveja dentro de ustedes, la cobarde bestia que se deleita de estar entre los rebaños y se deja llevar a cometer actos de furia impulsados por la ira ciega. Gautama Buda vio un día unas ovejas que llevaban al sacrificio; tiernamente levantó un cordero en su hombro y siguió a las ovejas al recinto especial donde el monarca de aquella nación estaba llevando a cabo el sacrificio. Al ser informado de que la matanza ceremonial de la oveja traería mucho bien al soberano y al reino, Buda dijo: «Está claro que deberán admitir que un hombre, un príncipe o un monje es mucho más valioso que un simple cordero. Mátenme y ganarán cien veces más mérito», y les habló acerca de las debilidades y vicios internos que están simbolizados por las víctimas del sacrificio.

Buda los convenció de su falso apego a los mezquinos beneficios prometidos por el ritual; les dijo que la plegaria que elevaba cada hindú a la salida y a la puesta del sol era: «¡Que todos los seres alcancen la felicidad!»; que el sacrificio de un ser vivo para obtener felicidad aquí o después, aunque fuera acompañado de la recitación de todas las fórmulas rituales apropiadas, era un acto egoísta y, por lo tanto, reprobable. «Matar para que pueda uno vivir más y con mayor alegría es un acto reprobable», declaró Buda.

Es comparable al vergonzoso orgullo de aquellos que se pavonean por que tienen la bomba atómica que puede reducir a cenizas grandes ciudades y hasta estados enteros. Hacen que la humanidad se encoja de miedo, lo mismo que el oficiante en los sacrificios hace que las víctimas se estremezcan de terror.

Sólo aquellos que basan sus acciones en el principio universal de Dios que mora en cada ser y que impulsa cada acción, palabra y pensamiento, pueden merecer la gratitud de la humanidad. Todos los seres son como flores enhebradas en el mismo hilo para hacer una multicolor guirnalda para el Señor. Ustedes hablan de entendimiento internacional, pero éste puede venir sólo cuando desaparezca la idea de diferencia y separación inherentes en el mundo o en la nación, y cuando el hombre vea al Señor en todos los hombres.

Si una espina se les clava en el pie, tendrán lágrimas en los ojos, pues el pie es el mismo cuerpo; así también, cuando pisan un gusano, su corazón debe reaccionar a su dolor. Esta actitud debe cultivarse como sadhana y practicarse hasta que se vuelva su propia naturaleza. Un loro a quien se le enseñó a repetir “Ram Ram Ram” fue cazado por un gato y cuando el gato le hincó los dientes, olvidó el “Ram Ram Ram” y gritó como cualquier loro cuando está sufriendo; se olvidó del “Ram Ram Ram”. Así también, toda esta palabrería acerca de la unidad de la humanidad, de la inmanencia de Dios y de la presencia de lo Divino saturando todas las cosas se olvida cuando entra en juego el propio interés.

Había un sultán que vivía virtuosamente y con temor de Dios.

Tenía una hija a la que amaba con todo su corazón debido a que ella era la verdadera encarnación de la virtud. El padre decidió que la daría en matrimonio sólo a un joven que estuviera íntimamente apegado a Dios, sin importar ninguna otra cualidad que lo pusiera en ventaja o en desventaja. Empezó a buscar un novio de esa clase en las caravanas, en las mezquitas y en todos los lugares donde se reunían personas buenas y virtuosas. Un día viernes, en una mezquita, reparó en un apuesto joven que, arrodillado, oraba a Dios con sincero fervor, aun después de que todos los demás se habían ido. Se aproximó a él y le preguntó si quería casarse con su hija. El joven le contestó: «Señor, yo soy el más pobre de los pobres.

Sobre mi cabeza tengo un techo que gotea y me siento sobre un piso de grava; ¿quién querría casarse con un mendigo como yo?

Yo me casaría con alguien que no se opusiera a mis prácticas espirituales y compartiera mi pobreza».

El mercader sintió que ese joven era el más apto para casarse con su hija y celebró pronto la boda. La muchacha llegó a la casa del faquir y comenzó a limpiar el piso. Estaba feliz de que su esposo fuera de su misma condición; ella también era una peregrina en el camino de Dios y realizaba ejercicios espirituales. Mientras barría el piso encontró en un rincón un plato con un pedazo de pan. Le preguntó a su esposo por qué lo tenía en ese lugar y él le respondió:

«Lo tengo ahí porque no sea que mañana, cuando haga mi recorrido, no encuentre lo suficiente para comer». La muchacha le replicó:

«Me avergüenzo de ti. Tienes muy poca fe en Alá. Él que nos ha dado el hambre, ¿no nos dará también la comida?». Diciendo esto, ella regresó con su padre y continuó sus prácticas sin ser molestada.

El que ha sembrado el tierno retoño cumplirá con su responsabilidad y le dará agua para que crezca como una planta fuerte. Tengan fe; no sólo profesen tener fe para negarlo después en la práctica.

Dios no es un benefactor parcial; él da el fruto de acuerdo con la semilla. Ustedes han sembrado el mango ácido para usarlo en sus encurtidos; entonces, ¿por qué lamentarse de que la fruta no sea dulce? Hacer el bien y aspirar a obtener el fruto de la bondad es perdonable. No es tan malo como hacer el mal y culpar a Dios de que él les ha dado el resultado de acciones malas. Una vez, cuando el gurú de Nanak se acercó a él, éste estaba escribiendo algo con arrobada atención. Así, Nanak no respondió. Cuando se le pre guntó después por qué, él dijo: «Mi corazón estaba transcribiendo en mi cerebro (papel) con la pluma del pensamiento centrado en Dios y la tinta hecha con la ceniza de todos los objetos de los sentidos». El destino del país dependerá del carácter de su gente y el carácter es elevado y purificado por la práctica espiritual, el duro camino para regular el comportamiento y controlar el deseo.

Dios es el guardián, y como guardián, él tiene que advertir y castigar para alejar a las personas de los hábitos dañinos. Si es necesario, el guardián recurrirá al dolor también como curativo y correctivo.

Controlar, regular, poner límites y marcar vías y metas: ése es el camino del éxito. Si las personas dejan sueltos sus pensamientos, palabras y acciones, la calamidad será la consecuencia. Shastra significa aquello que “establece límites”; el interés en el arte de la vida es creado por estas reglas. Imaginen un juego de balompié que no tenga reglas, la pelota nunca estaría fuera, no habría ninguna falta, ni tiro de esquina, ni fuera de lugar, ni manos; nada mediante lo cual pudieran decir quién juega bien o mal, quién gana o pierde. El juego perdería todo su interés; sería un pandemonium, una lucha libre.

Las reglas de comportamiento deben ser observadas por los políticos, los gobernantes y los gobernados, los renunciantes que son líderes de la comunidad y dirigentes de monasterios, los académicos y otros, pues ellos son los ejemplos y guías y sus responsabilidades son mayores.

La gente habla con mucho énfasis de advaita, la no dualidad, de la unidad de todos, pero son esas mismas personas las que exageran cada diferencia y enfatizan cada distinción. La gente presume de haber estado viniendo a Putaparti desde hace 20, 15 o 10 años, como si tuviéramos algún grado de superior o inferior de acuerdo con los años durante los cuales han estado en contacto con Putaparti; pero, hablando realmente, uno tiene que valorar sólo los cambios beneficiosos en el carácter y la conducta del individuo logrados por ese contacto. ¿Cuánto han ustedes asimilado de las lecciones aprendidas aquí? ¿Cuánto han podido detener las fugas por las que sus sentidos dirigidos al exterior drenaban su discernimiento, secando la fuente de la alegría interna? El ojo distrae su visión en cientos de direcciones; el oído arrastra su mente hacia muchas falsas melodías; las manos anhelan cientos de actos fútiles. Éstos degradan y destruyen al hombre. El hombre, como ser divino que es, debe tener lo Divino a su alrededor todo el tiempo para estar vivo; como el pez, él debe tener el agua de la alegría divina a su alrededor. En lugar de esto, ahora está buscando mantenerse vivo por medio de respiración artificial y de sangre prestada. Él es la propia forma de la inmortalidad y de la bienaventuranza; entonces, ¿por qué debe tratar de obtener bienaventuranza de afuera?

Por encima de todo, reconozcan esta verdad: Sai está en todos.

Cuando odian a otro, están odiando a Sai; y cuando odian a Sai, se odian a sí mismos. Cuando le infligen dolor a otro, recuerden que el otro es ustedes mismos, en otra forma, con otro nombre. La envidia causa dolor a los que son envidiados. Si la fortuna del otro es verde, ¿por qué sus ojos deben ser rojos? ¿Por qué enojarse cuando otro come a plenitud? Abandonen este vicio de la envidia; sean felices cuando otro sea feliz. Esto complace más al Señor que todos los mantras que puedan recitar o que todas las flores que puedan amontonar en su retrato o estatua, o hasta las horas que pasen ocupados en la repetición del Nombre o en la meditación.

La India es el hogar de muchas religiones y filosofías; pero ninguna de ellas es observada con reverencia por sus seguidores.

Son usadas como etiquetas para identificar a las personas o a las comunidades, o como uniformes para ciertos fines en ciertas ocasiones.

Las personas se enorgullecen cuando asisten a clubes o lugares de juego, pero se avergüenzan de ir a un templo o a ver a un guía espiritual. La gente vive por encima del nivel que le permiten sus ingresos y se mete imprudentemente en deudas, puesto que está deseosa de obtener todos los distintivos de la gran vida, tales como radios, ropa de moda, refrigeradores y similares. El amor por la pompa, el deseo de superar a los demás en el nivel de vida, el ansia de parecer superior al resto, todas estas cosas hacen que los hombres caigan en el descontento y el engaño. Sean sencillos en su modo de vida, coman comida sana y sencilla y tengan recreaciones honestas; hagan que su mente esté fija en los ideales de servicio; dejen que sus pensamientos sean guiados por la verdad, la rectitud, la paz y el amor. Ésta es mi bendición para ustedes hoy.