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Discursos dados por Sai Baba

48. 06/10/65 El papel del poeta

El papel del poeta

El papel del poeta

6 de Octubre de 1965

Prashanti Nilayam

Dásara

Hoy oímos a estos poetas que nos leyeron y explicaron sus com posiciones; es una experiencia provechosa el escucharlos, pues el poeta es capaz de descubrir más que el pensador común.

En las Escrituras el poeta es llamado kavi, una palabra que también significa mantra drishta, “aquel que es capaz de visualizar fórmulas espirituales esenciales en sus momentos intuitivos”. El Bhagavad Gita describe al Señor como Kavi. El kavi o poeta conoce el pasa do, el presente y el futuro; trasciende el tiempo; puede hundirse en el pasado, pasearse en el presente y atisbar el futuro, pues él tiene una visión más aguda que los hombres ordinarios.

Por esto se le llama sarvajña, el omnisciente; krantadarshi, aquel que ve el paso que debe darse después, aquel que está siempre adelante de la opinión o de las actitudes corrientes.

El Señor es el Poeta y su poema es todo esto. Los poetas comparten la divina cualidad de conocer y reconocer el próximo paso.

El Señor como kavi es también Purana, antiguo, primigenio. Se le caracteriza también como anusasithara, el legislador que establece los lineamientos y las reglas. La responsabilidad de los poetas es muy grande, en proporción al nivel que se les da en las escrituras y en el Gita. Pero en lugar de ser omniscientes, primordiales y legis ladores, están satisfechos con algunas migajas de conocimiento, una cultura superficial y el papel cómodo y provechoso de seguir mansamente los caprichos de la gente.

Los grandes poetas del pasado insistían en las disciplinas espirituales y en las alturas de la realización espiritual a las cuales conducen y elevaban e inspiraban la aventura espiritual. Pichaya Shastri habló en su poema de este aspecto de la cultura de la India y de esta corriente de aspiración espiritual que fluye de los Vedas y los Upanishads hasta los Puranas, el Bhagavata, el Ramayana y el Mahabharata para fertilizar el anhelo divino en el hombre.

Algunos oradores mencionaron que los eruditos occidentales nos revelaron la grandeza y la gloria de los Upanishads a nosotros.

No aprecio mucho esto de confiar en eruditos, no importa lo eminen tes que sean, para que nos expliquen el significado y la importancia de nuestras sagradas escrituras, pues ¿qué pueden saber los eru ditos de la bienaventuranza que viene de practicar sus enseñanzas? De nada sirve culpar a los años de dominio por Occidente del desdén y abandono de algunos hacia la Antigua Religión (Sanathana Dharma). Debemos aceptar nosotros mismos la respon sabilidad. Los gobernantes no fueron los que nos indujeron a abandonar nuestro Dharma, lo hicimos nosotros mismos debido a nuestro falso sentido de los valores y a nuestra débil fe. Los poemas que tratan de los problemas fundamentales de la vida y la muerte, de la verdad y la falsedad, de la virtud y el vicio, durarán siglos y ayudarán al hombre en todas las latitudes, ya que son cuestiones que ocupan y acosan al hombre en todo momento. Los problemas de la vida externa cambian y son cambiados, de modo que cuando los poemas tratan de ellos, son de poca dura ción.

Prakriti y Paramatma, la naturaleza y el Alma Suprema, la creación y el Creador, son como las dos mitades de un guisante y el retoño brota entre las dos.

Los problemas que el hombre tiene que enfrentar cuando lucha con la creación para descubrir al Creador son también problemas eternos que siempre han despertado su entusiasmo. La naturaleza externa puede ser inhibida y anulada; cesa en cierta etapa de la práctica espiritual, aunque nadie puede decir cuándo empezó. No tiene ninguna realidad básica aunque tiene validez hasta cierta etapa.

De modo que no puede ser ignorada, ni puede ser aceptada como eternamente válida, por eso no se le llama ni sathya (verdad) ni asathya (no-verdad), sino mithya, algo parcialmente verdadero y parcialmente falso (sath y asath).

Los poetas son los pioneros que marcan el camino del progreso humano por las líneas del amor y la unidad, del amor que los une con toda la creación y de la unidad de todos los seres en Dios.

Una perniciosa enfermedad ha empezado a infectar ahora a los escritores y poetas en todos los países, una enfermedad que menosprecia todo lo que es antiguo y ha sido probado por el tiempo, que censura y critica todo lo que los demás reverencian: una frívola presunción y un cinismo enardecido que se tienen por “modernos” y a la moda. Ésa es la corriente literaria de ahora. Pero está hacien do un grandísimo daño a la generación que está surgiendo, pues pervierte sus gustos y degrada sus ideales. Aquel que adora el pasado es considerado un cobarde que no tiene el valor de abrirse un nuevo camino, mientras que por el otro lado, aquel que se com place en alguna nueva payasada es considerado un genio y tiene una multitud de imitadores. El que enloda las creencias estableci das es un héroe mientras aquel que trata de sostenerlas es un pusilánime. Los poetas deben tratar de escapar a esta enfermedad. Deben restaurar su propia salud y darle alimento sano al pueblo.

No deben contagiar a las personas con su agitación y preocupación, con sus temores y dudas, ansiedades y supersticiones. Deben por lo menos librarse de la ira, pues los escritos llenos de ira con seguridad son falsos y crean temores.

Vishvamitra se molestó porque, a pesar de años de ascetismo, su gran rival, Vasishta, se dirigió a él solamente como rajarishi y no con el codiciado apelativo de brahmarishi, de modo que una noche de luna, mientras éste enseñaba a sus discípulos, se acercó sigilosamente por detrás del asiento de Vasishta determinado a ma tarlo con la afilada espada que llevaba. Se quedó escondido entre los arbustos durante un momento para escuchar lo que Vasishta les estaba diciendo, y cuál no fue su sorpresa cuando escuchó al maestro describiendo la encantadora luz de la luna y comparándola con el corazón de Vishvamitra, refrescante, brillante, curativa, celestial, universal y complaciente. La espada cayó de su mano, corrió y se postró a los pies de su rival. Vasishta, reconociéndolo, se dirigió a él diciéndole: «Oh brahmarishi», lo levantó y lo hizo sentar en su propio asiento. Le explicó que no se le podía llamar brahmarishi mientras quedara en él algo de ego. Una vez que se le hubo desinflado la cabeza y cayó a los pies de su rival, se hizo merecedor del honor que ya no codiciaba y, por lo tanto, merecía. Aquel que aspira a ser guía del pueblo debe primero librarse de las propensiones egoístas del odio y la maldad. Sus palabras deben ser dulces al oído y nutritivas para el espíritu. Deben ser valoradas por todos los hombres como la panacea que necesitan. Si uno no es capaz de esta alta poesía, debe tratar de alcanzar esa altura purificando su naturaleza y aclarando su visión de este mundo y del otro.

Prashanti Nilayam, Dásara, 6-X-65