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Discursos dados por Sai Baba

47. 16/12/64 Has nacido para tí

Ustedes nacen para su propio bien

Ustedes nacen para su propio bien

16 de Diciembre de 1964

Nayudupet

LA GRAN ASAMBLEA de Sabios de Prashanti se reúne aquí por segunda. vez, lo cual me hace sentirme muy feliz y me permite presenciar el alborear de la felicidad (ananda) que está iluminando todas sus caras. He venido además a darles ananda. Realmente, toda la miseria que existe en el mundo es causada por la humanidad misma, y no por algún agente extraño. Teniendo en su poder todos los instrumentos que producen alegría y contento, si el hombre es desgraciado se debe solamente a su perversidad y a su estupidez. Desde siglos ha sido advertido, por las diferentes escrituras sagradas, en todos los idiomas, sobre la renunciación a la codicia y a la lujuria y contra el hábito de abandonarse a los sentidos y la creencia de que él es sólo este cuerpo y nada más, pero todavía no oonoce la enfermedad que lo está torturando.

La enfermedad se debe, como dicen, a deficiencias vitaminicas; deficiencias de las vitaminas, a saber, de la verdad, de la rectitud, de la paz, y del amor. Tômenlas y se curarán; asimilenlas en su carácter y su conducta y resplandecerán con buena salud física y mental. Mientras más riquezas materiales acumulen, mayor será el sufrimiento y la pena cuando la muerte los llame. No tendrán paz si buscan alcanzarla por medio de la acumulación de riquezas. Han venido de sus pueblos, miles y miles, a este lugar, para ver y oir a Sai Baba, ¿no es asi? Bien; por encima de estos dos objetivos deben tener además un tercero: el de verse a ustedes mismos y escuchar su propia voz interna que los está urgiendo a descubrir Su propia verdad. Yo les estoy incitando a descubrir su realidad. Esta es mi misión.

No permitan que los ataque el fantasma de la duda. La duda proviene de la ignorancia; desaparece cuando desciende el conocimiento. Viendo a un hombre que iba cabalgando seguido por otro a pie y cargando una cama, los que los veían por el camino llegaron a la conclusión de que el jinete era el amo y el hombre que lo seguía su sirviente. Cuando ambos llegaron a la posada y vieron al jinete dando pastura al caballo y al hombre de la cama durmiendo en ella en la terraza, la gente pensó que el primero era el sirviente y el segundo el amo. Las conclusiones a las que se llega en base a premisas falsas siempre están sujets a error. Ustedes nacen para lograr su propio bien, no para el bien de nadie más. Tienen que curarse a sí mismos de la enfermedad de la ignorancia, así como se curan de la sensación o necesidad del hambre. Nadie más los puede salvar de ambas. Sálvense a sí mismos por ustedes mismos.

Dios está en ustedes, pero al igual que la mujer que teme que su collar le ha sido robado o que lo ha perdido, y se da cuenta que lo tiene en el cuello al pasar frente a un espejo, el hombre también reconoce que Dios está en él cuando algún gurú se lo recuerda. La alegría que obtiene entonces es incomparable. Cada hindú debe darse cuenta de que la ciencia. del autodescubrimiento es su herencia. Debe valorarla y merecerla. Ahora hay muchos eruditos capaces de explicar esa herencia, pero pocos que la practican y logran la recompensa. Esa ciencia fue descubierta por los sabios, quienes la expusieron en términos claros y sencillos. Ignorarla y no practicarla es la mayor pérdida que sufre este país. La afición por lo moderno en lugar de lo clásico y eterno es la causa de esta miseria. ¡La caña de azúcar no puede igualarse con ninguna otra! Sólo aquellos que no conocen el sabor del azúcar lo harán.

Busquen el conocimiento (jñana) que es el asiento de la dulzura. Libérense del deseo por los goces de los sentidos, el cual, al igual que el agrado que obtienen al rascarse un eczema que les pica, sólo empeora la dolencia. No pueden curarla cediendo a la tentación de rascarse. Mientras se rascan, más tentados se sienten de continuar hasta que empieza a fluir la sangre. Así, desistan de la vana persecución y concéntrense en las cosas espirituales, o, al menos, muévanse en el mundo con la conciencia siempre presente de que el mundo es una ciénaga, una red, una trampa donde el apego y el deseo los precipitarán. Sean verdaderos devotos y háganse tan pequeños que puedan deslizarse fuera de los grilletes de los sentidos o sean verdaderos sabios y háganse tan inmensos que puedan huir rompiendo las cadenas.