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Discursos dados por Sai Baba

16. 11/07/85 Dios, La Naturaleza y el Hombre

Dios, La Naturaleza y el Hombre

Dios, La Naturaleza y el Hombre

11 de Julio de 1985

El cosmos tiene una sola fuente, un solo soporte, un solo fin. Es una entidad eterna, autosuficiente, totalmente luminosa. El Chandogya Upanishad, mientras narra la instrucción dada por Sanat Kumara a Nárada, revela que aunque tratemos los diferentes números como tres, cinco, siete, nueve, once, trece, quince, diecisiete, diecinueve y veinte y uno, hay sólo un Uno en la realidad, el Brahman.

La multiplicidad aparece cuando el Uno asume nombre y forma. Entonces se vuelve el jagat, el flujo, el cosmos, el universo. Dios estaba solo antes de que apareciera el cosmos. Él proyecta, Él protege, Él disuelve y reabsorbe. Esa es la verdad.

El hombre tiene la rara buena fortuna de adorar a la naturaleza como el cuerpo de Dios y de ofrecerLe a Dios una agradecida adoración. Pero, ¿está consciente de Dios como la fuente y el sostén? ¿Le da a Dios el primer lugar que Le corresponde en sus pensamientos? O, ¿está dedicado a las actividades de la vida en total descuido de Dios? Es una lástima que, en vez de darle atención a Dios, la naturaleza y el hombre, en ese orden, los hombres hoy estén más preocupados consigo mismos, más con la naturaleza y mucho menos con Dios. Desde su nacimiento hasta su muerte, desde el alba hasta la noche, el hombre persigue placeres evanescentes por medio de la explotación, el saqueo, la profanación de la naturaleza, ignorando la verdad de que es la propiedad de Dios el Creador y de que cuanto daño causado a ella es un sacrilego que merece terribles castigos.

El ego de Ravana le ganó la desgracia eterna

Ravana ignoró a Dios y codició a la naturaleza, cortejando el desastre. Esta historia es el tema de la famosa epopeya del Ramayana. Él deseaba poseer y dominar a Sita (la naturaleza personificada - ella era hija de la Madre Tierra, encontrada en un surco) y se la quitó a Rama, la encarnación de Dios, que era su señor y amo. Su propio hermano le recordó la iniquidad y le aconsejó refugiarse en Rama y restaurar a Sita a su legítimo Señor. Ravana estaba tan orgulloso del éxito que había obtenido al aprisionar a Sita que la advertencia cayó en oídos sordos.

Hanuman, quien descubrió a Sita y le transmitió el mensaje y la seguridad de la esperanza, se las arregló para entrar al Salón de Audiencias de Ravana. Le reveló que Sita era la Madre de todos los mundos y su propia madre. Describió el poderío y majestad de Dios en la forma de Rama y dibujó terribles imágenes de la destrucción que le estaba reservada a Ravana. Le aconsejó restaurar a Sita y rendirse ante Rama. Dijo que la desgracia eterna era el destino de todo el que pusiera su ego primero y mantuviera a Dios atrás sin consideración.

Todas las veinticuatro horas, todos los días de la vida, los hombres están activos en adorar sus cuerpos y sus mentes, en complacer los sentidos, sometiéndose al clamor de los deseos carnales, ganándose el sustento para alimentarse. No tienen tiempo para la meditación en Dios. ¿Cómo pueden los hombres obtener paz mental si no tienen ningún contacto con la vasta, eterna, todopoderosa providencia? Cuando Dios está de último, la vida está perdida.

Una lección que debe aprenderse del Mahabharata

La epopeya del Mahabharata enseña la misma lección. Arjuna era el tercero entre los cinco Pandavas. Duryodhana era el mayor de los cien Kauravas, sus primos. Los Kauravas desarrollaron una envidia, una codicia y un odio tan profundos en contra de los Pandavas que se hizo inevitable una guerra fratricida. Ambos lados empezaron a reunir aliados y recursos. Los Pandavas se adherían a normas correctas y eran leales a Shri Krishna, a quien reverenciaban como a Dios. Arjuna se apresuró a ir a Dvaraka para obtener el armamento más precioso que conocían, a saber, las bendiciones de Krishna. Cuando Duryodhana supo que Arjuna se había ido a Dvaraka, quiso adelantarse a su enemigo y viajó a Dvaraka lo más rápido que pudo. El divino actor sintió el acercamiento de los rivales que venían a obtener su favor. Así que se acostó en la cama y pretendió estar profundamente dormido.

Arjuna llegó al lugar. Puesto que él era no sólo un devoto sino un compañero y un pariente, entró de puntillas al cuarto y agarrando un taburete de tres patas de una esquina, se sentó reverentemente cerca de los Pies de Loto. Duryodhana entró muy pomposamente. Tenía el aire de un monarca reinante. Era demasiado orgulloso para sentarse y esperar como Arjuna. Encontró una silla con alto respaldar cerca de la cabeza de la cama. Se sentó en ella con un suspiro. Cuando el ego infla la cabeza, el hombre se vuelve refractario y salvaje. Duryodhana se impacientaba e irritaba ante la demora.

La arrogancia versus la fe

Krishna se divertía ante la impaciencia del Kaurava suplicante que se atrevió a emitir unas toses falsas a fin de despertarlo. Arjuna, sin embargo, se estaba esforzando por respirar suave y silenciosamente. Finalmente, Krishna se levantó y notando a Arjuna en frente de él con las palmas juntas le interrogó con su característica dulzura, “¡Oh! ¿cuándo llegaste? ¿Cómo estás? ¿Cómo está Draupadi? ¿Y tus hermanos?” Duryodhana estaba consumido por la envidia, la ira y el orgullo. Krishna alimentó más el fuego. Disfrutaba de la escena. “Un emperador ha honrado su casa, pero este fajo de engreimiento habla con ese comunero tanto y tan rápido como si no existiera,” pensó Duryodhana. “¿Es ésta la manera de tratar a sus huéspedes?” se preguntó.

En ese momento, Krishna se volteó hacia él, con la pregunta, “¿Cuándo llegaste? ¿Están bien tus padres? ¿Cómo están tus hermanos?” Duryodhana respondió, “La guerra va a empezar pronto. Yo busco tu ayuda.” Al oír esto, Krishna le preguntó a Arjuna, “¿Qué estás buscando?” Arjona respondió, “Yo busco tus bendiciones”. Entonces Krishna les propuso un dilema a ambos.

Krishna ofreció darle su ejército de diez mil guerreros a uno de los partidos y quedarse con Él mismo solo al otro. “Yo no empuñaré ninguna arma. No pelearé. Por lo menos, puedo servir como auriga. Ahora, anuncien su selección”, dijo Krishna a Arjuna. Duryodhana estaba furioso. “Este es un insulto premeditado, el permitirle escoger”, se dijo para sí. “Los diez mil serán suyos y yo estaré cargando con un tronco de piel oscura”, temió.

El preferir la gracia del Señor asegura la victoria

Krishna quería que Arjuna decidiera cuál de los dos quería. “Yo te vi primero, así que escoge tú primero”, lo estimulaba Krishna. Duryodhana estaba en ascuas. Arjuna colocó su cabeza a los Pies de Krishna y dijo, “Tú eres todo lo que necesitamos”. Él sabía que Krishna era Dios, la personificación del poder, sabiduría y amor. Él le rogó, “Sé el auriga de mi vehículo y, Te ruego, para el viaje de mi vida también”. Duryodhana quedó aliviado. Él prefería la naturaleza al Amo de la naturaleza. Se llevó a los diez mil a su campamento. Arjuna tenía a Dios, intalado delante de él en el carro, guiandolo a la victoria. Duryodhana fue castigado con la derrota, muerte y desgracia por preferir al mundo a Dios que es su aliento vital.

Un día, durante la batalla, cuando Krishna trajo el carro al anochecer al campamento de los Pandavas, Arjuna estaba tan intoxicado por el orgullo de sus hazañas en el campo que se apropió para sí el primer lugar, relegando a Krishna al segundo; él era el amo y Krishna un auriga que sostenía un látigo y las riendas, pensó. Así que insistía que el conductor se bajara y le sacara el escalón para él poder bajarse. Krishna sabía de qué estaba sufriendo y estaba decidido a curarlo. Así que con firmeza le ordenó a Arjuna que se bajara. Arjuna no podía desobedecer. ¡Él necesitaba el servicio de Krishna por unos días más! Cuando se hubo alejado algunos pasos, Krishna se levantó y saltó de su asiento. Las gemas en las joyas que Él llevaba en las orejas, los hombros y el pecho destellaron con brillo cegador cuando saltó. Tan pronto estuvo de pie en el suelo, el carro quedó envuelto en llamas y se volvió un montón de cenizas!

Krishna explicó la razón al asombrado Arjuna. Los enemigos habían tirado muchas flechas de fuego al carro ese día a fin de matar a Arjuna, pero Krishna las había controlado. Si Él hubiera dejado su asiento en el carro con Arjuna todavía en él, éste habría sido atrapado por la conflagración. Afortunadamente, Arjuna había cedido y quedó salvado. Aprendió la lección de que el hombre debe esforzarse por complacer a Dios primero, al mundo después y a sí mismo, de último.

Durante la adoración en el altar doméstico o en los templos, ofrecen a Dios artículos comestibles (naivedya) en la forma de frutas y dulces. No se ofrecen cosas agrias o amargas, pues Dios es la dulzura personificada. Gánanse Su gracia evitando todo temperamento agrio y comportamiento amargo. Lleven cada pensamiento, palabra y acción con la dulzura del amor. Entonces podrán entrar al campo de batalla del mundo, seguros de la victoria, puesto que Dios ha prometido servir como su auriga.

Discurso en el Auditorio del Instituto Sathya Sai

Prashanti Nilayam, 11 julio 1985