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Discursos dados por Sai Baba

51. 25/10/74 Diamantes en el polvo

Diamantes en el polvo

Diamantes en el polvo

25 de Octubre de 1974

Prashanti Nilayam

La compasión hacia todas las criaturas es la mayor virtud, el daño deliberado a cualquier criatura es el peor vicio. Tengan plena fe en esto; esparzan amor y alegría a través de la compasión, y estén llenos de alegría y paz ustedes mismos. Ahora no tienen alegría ni paz, principalmente porque vuestra visión está deformada y tambaleante. Ahora la visión está dirigida hacia los errores y deficiencias de los demás, nunca hacia los propios errores y deficiencias. Los oídos también se deleitan cuando se narran historias de los errores y las debilidades de otros.

No se realiza intento alguno para examinar los fracasos y debilidades de uno mismo. Hablando realmente, la indagación y la investigación tienen que comenzar con uno mismo, pues lo que vemos en los demás es el reflejo de nosotros mismos, nuestros propios prejuicios y preferencias.

Además, cuando vuestra atención está focalizada en los errores y las deficiencias, los vicios y las faltas, la mente también se infecta con la polución y comienza a saborear las experiencias que tienen sabor a esos gustos. Por consiguiente, las vidas de tales personas pierden la paz y la alegría, que son la herencia de los sabios y los cautelosos.

Tomemos el ejemplo de la serpiente. Ella tiene dos características:

(1) Nunca avanza de forma recta. Su recorrido siempre es torcido. (2) Ataca a todo lo que se le cruza en su camino. El hombre es como una serpiente, pues exhibe estas dos características de una forma marcada. Así, comparte también otra característica de la serpiente, a saber, el veneno.

La esclavitud a los objetos sensoriales es como el veneno de serpiente.

En sánscrito al veneno se lo llama visha. Una palabra análoga que significa los objetos sensoriales, los cuales envenenan a la mente del hombre con lujuria, ira, codicia, antojos, orgullo e ira. El veneno de la serpiente es la causa de por qué es destruida toda vez que se la ve. La esclavitud del hombre a vishaya es la causa de su caída. Pero la situación no está fuera de esperanza. La serpiente puede ser domesticada y sus colmillos de veneno extraídos cuando la música de la flauta denagaswaram es tocada, y cuando es fascinada por esa dulce melodía. El veneno que vishaya ejerce sobre la mente humana también puede ser eliminado a través de las dulces melodías de Namasmarana y sankeertan, es decir, por el cantar repetitivo y el canto grupal de los significativos Nombres del Señor. De esta manera, el veneno en ambos puede ser transmutado en puro néctar.

Lo que le sucede al hombre cuando el Namasmarana retira su mente de los enredos sensoriales, es la adquisición de Samachitha, un nuevo equilibrio mental de una ecuanimidad plena de bienaventuranza. La naturaleza es un constante flujo; nada permanece igual siquiera por unos pocos segundos. El dulce platillo que es cocinado ahora, se hace rancio y oloroso en unas pocas horas, y se arruina tanto que actúa como un peligro para la salud cuando es consumido. Otra clase de cambios ocurre en otras áreas, otras cosas, otros seres.

Y el hombre no sólo aguarda estos cambios, se prepara para enfrentarlos; de hecho, ¡en muchos casos es infeliz si los cambios no suceden! Si las cosas permanecen iguales, seguro que causan una gran decepción. Un bebé recién nacido debe aumentar en peso, en el movimiento de los miembros, en la ingesta de alimentos y en la emisión de energía a través de la actividad, o si no los padres se ponen ansiosos y corren de médico en médico. Lo mismo sucede cuando el niño no camina o no habla, llora o se ríe.

Apunten a una constante conciencia de la Realidad.

En un bebé normal existe verdadero Samachitha, pues no hay deseo (excepto el deseo instintivo de alimento, bebida o protección maternal) que lo agite. El bebé es el heredero de la Inmortalidad; por eso no es afectado por la ansiedad que acecha al adulto. La palabra Samachitha es, en lenguaje común, tomada para querer decir completa ecuanimidad, un equilibrio inmutable cuando se enfrenta al triunfo o al fracaso, a la pérdida o a la ganancia, al placer o al dolor. Pero “Sama’” tiene otro y más importante significado, es decir Brahman, el principio Universal, Eterno, Absoluto. Por consiguiente, Samachitha, en su sentido filosófico, significa una conciencia establecida en el Absoluto Brahman y, como consecuencia, por encima y más allá de las tormentas y de la quietud del mundo de la dualidad. Esta constante conciencia de la Realidad es el fruto del yajna (sacrificio desinteresado), el símbolo védico de thyaga (renunciación), según lo mencionado en la declaración na medhayaa, na prajaya, dhanena, thyagaagenaike amruthathwam aanasuh (no por el intelecto, ni por la progenie, ni por la riqueza, sólo por la renunciación puede alcanzarse la inmortalidad). Yagna (sacrificio) significa thyaga (renunciación).

Es para enfatizar este gran axioma que cada año, durante Dhasara, se lleva a cabo el Yagna védico; los miles que asisten al Festival pueden compartir el conocimiento y la inspiración que proporciona el Yagna.

Dominen el perentorio ego por el Ser Real.

Este día es el Samapthi del Yagna. Sama significa, como acabo de decir, Brahman. De esta manera, Samapthi quiere decir el logro de Sama o Brahman, que es el summum bonum del ritual. La comprensión de esta Realidad Bráhmica es el derecho de nacimiento de todos los hombres. Pero, aunque nacido con el derecho y la responsabilidad como el Amritha-puthra (Hijo del néctar de la Inmortalidad), el hombre se niega a sí mismo la victoria, corteja a la derrota y se enorgullece como un Anirthaputhra (hijo de lo Ilusorio, la falsa ilusión). La realización que es su deber no es un logro alcanzable; es una conquista sencilla, ¡tan sencilla que la gente nunca la logra! El ego perentorio que lo impulsa a identificarse con el cuerpo y el instrumento con el cual está equipado, los motivos con los que trabajan estos instrumentos y las reacciones con las que estos motivos se reproducen, tienen que ser dominados por el Verdadero Ser, una ola de Gran Océano de la Conciencia Cósmica, eso es todo. Ahora, el hombre se declara como aham y se enorgullece de ese ahamkaara (conciencia egoísta).

¡Pero él no es consciente del significado interno de la palabra aham! Aham es tan sólo un símbolo oral de lo que él realmente es. “A” es el sonido que representa a la Divinidad Omnipresente, también nombrada como Vishnu. En el Gita se afirma, aksharaanaam a-karaarosmi: “Entre las letras Yo soy A” (pronunciada como en anatomía, etc.). Ham significa shakthi (energía, poder, fuerza).

De esta manera, cuando alguien se señala a sí mismo como aham, inconscientemente está anunciando que él es la energía endurecida del Omnipresente Universal Absoluto Brahman, también llamado Vishnu.

Además, el Señor dice en el Gita, mayaa kritham idham sarvam:

“¡Todo esto lo he hecho surgir desde Mí Mismo!”. Si todo es Él, ustedes y todos los jeevas (seres individualizados) son Él. ¿Cómo entonces podemos demarcar a algunos como malos y disfrutar de las historias concernientes a ellos, y hacer una lista con sus errores y defectos?

Hagan que la mente se concentre en el brahman.

Puede surgir la pregunta: “El bien y el mal son tan obvios, ¿cómo podemos negarlos o ignorarlos?”. Son obvios mientras que el individuo no está plenamente establecido en la verdad que es Vaasudhevah sarvamidham (Dios es todo). Hasta ese momento el cuerpo domina al pensamiento, los deseos acechan a la mente, el ego rige al intelecto; de esta manera las dualidades dominan al hombre. Cuando al igual que el niño Prahladha, uno está inmerso y saturado en la conciencia de Dios, no hay sentimiento de ganancia o pérdida, placer o dolor. Él está inmerso en la palabra y no le preocupa su significado, que está manifiesto en toda su variedad en el mundo objetivo. Esa única palabra parece tener muchos significados como resultado de su ignorancia. Es la palabra, el Para-shakthi (el Poder Supremo) que le da valor y validez a cada uno de los significados.

Otra idea llamada ekagratha (atención concentrada) también puede ser elucidada ahora. Los sadhakas (aspirantes espirituales) frecuentemente se lamentan de no obtener la atención concentrada.

Mediante ese término quieren decir que no son capaces de concentrar su atención por mucho tiempo en una llama, una luz, una imagen o una estatuilla. El ojo se concentra en algo visto; la nariz, en alguna fragancia, el oído en alguna melodía.

Pero la mente se concentra en el Uno (el Ekam), el Brahman, que se describe como ekam nithyam vimalam achalam sarvadhee sakshibhootam (el Uno, el eterno, el puro, el inamovible, el omnisciente testigo de todo). Ekagratha, por lo tanto, denota la concentración de la visión interna en Brahman (Omni-ser). El intelecto, el ego, los sentidos, todos estos deberían favorecer a este gran propósito y ayudar a alcanzar el ideal. Deberían estar atentos de no torcer la visión o desviarla de Brahman.

La naturaleza es belleza, verdad, pero el hombre la ve fea, falsa.

Sin embargo, tiene que admitirse que dicho sadhana es ahora muy poco frecuente; muy pocos fijan su visión interior en lo universal y lo eterno; tampoco prestan oídos a su majestad y misterio. La tragedia que ha caído sobre la humanidad es sólo esta: la mente del hombre se ha alejado mucho de sus amarras y está siendo sacudida sobre las olas de la duda y de la diversidad.

Brahman es Uno, inmutable, eterno. Una mente llena de anhelo por Brahman verá el Uno en todos, permanecerá inafectada por las sonrisas y las burlas de la fortuna. Pero la mente del hombre ha sido tentada hacia extraños senderos que sólo lo pueden llevar hacia el temor y la frustración. El hombre condena al mundo y lo llama sede de la maldad y de la guerra.

El error reside, no en el mundo, sino en él mismo. Tiene a la guerra dentro de él y por eso ve guerra, es inherentemente malvado y por eso observa maldad a todo su alrededor. Una brillante lámpara no puede eliminar la oscuridad que un hombre ciego siempre tiene a su alrededor. Para aquellos que tienen ojos para ver la luz a su alrededor, ella es brillante. El hombre ciego jura que la oscuridad está dentro de él, no fuera de él. Así también, el hombre que está en paz consigo mismo, percibe paz a todo su alrededor. La naturaleza es belleza, verdad, paz.

El hombre la ve fea, falsa y violenta, eso es todo.

Es extraño, pero verdad: la Inmortalidad se encuentra guardada como una reliquia dentro del mortal; hay diamantes en la suciedad y en el polvo; la sabiduría mora en esta mansión de músculos; el atma ilumina este tabernáculo del jeeva (ser individual).

El hombre no se mira dentro de sí; él es pobre aunque bajo sus pies haya tesoros enterrados. ¡Heredero de bienaventuranza inagotable, corre tras los pseudos-placeres monetarios! Como recompensa sólo obtiene angustia, desengaño y derrota.

Pasa todos los años que le fueron asignados en esta aventura despilfarradora, y hasta en el último momento de vida se encuentra lleno de pesar y temor. No tiene paz cuando deja el cuerpo pues ha perdido la oportunidad de ganar paz a través de su instrumentalidad.

La Voluntad de vivir del hombre es muy fuerte.

Cierta vez había un leñador que iba diariamente al bosque y recogía un bulto de combustible que vendía en el pueblo cercano por una miseria, la cual sólo alcanzaba para que sobreviviesen su mujer e hijos. Una mañana, mientras estaba saliendo de su choza, la mujer le recordó que al día siguiente era Yugaadi (el festival del Año Nuevo Telugu); le suplicó que ese día juntara un bulto de combustible más pesado, así podrían obtener algunas pocas paisas (centavos) más para darle a cada uno de los niños un bocado de arroz dulce. El hombre asintió con la cabeza y continuó caminando. Logró reunir un pesado bulto extra, pero, con esa pesada carga sobre su cabeza, pronto estuvo exhausto; tuvo que depositarla sobre el piso antes de que pudiese aproximarse al pueblo. Esto lo puso a pensar sobre su difícil situación.

Había perdido todo su antiguo entusiasmo por vivir. Llamó al Ángel de la Muerte, el Mruthya dhevatha, para que lo relevara.

Gritó: “¡Oh Muerte! ¿No tienes piedad para conmigo? ¿Por qué me has olvidado hace tanto tiempo? ¡Cómo deseo poder morirme y huir de este duro trabajo!”. El Ángel de la Muerte se apiadó de él y se le apareció para cumplirle su deseo. Pero, repentinamente el leñador retrocedió; astutamente cambió la propuesta de su petición al Ángel. No tenía deseo de morir, aunque en su desesperación había pedido su ayuda. Dijo: “No. No. No tenía a nadie aquí para levantar este bulto sobre mi cabeza, por eso te llamé para que vinieses a ayudarme. Esa fue la única razón detrás de mi plegaria. ¡Por favor, ayúdame a levantar este bulto y ubícalo sobre mi cabeza; tengo que llegar pronto al pueblo!”.

Como el hombre es innatamente inmortal, retrocede de las garras de la muerte; la Voluntad de vivir es muy fuerte, mucho más persistente que la Voluntad de morir.

La sombra del hombre no es real ni falsa.

Es como la historia del sol y de la oscuridad, esta cuestión de toparse con la muerte o vencer a la muerte. Un día, el Dios- Sol estaba impresionado por los 1008 Nombres con los cuales un devoto Le ofreció adoración. Escuchó los Nombres mientras los pronunciaba con firme fe. Se alarmó en particular cuando fue llamado como Andhakaara dhweshi (El que es considerado como el enemigo de la oscuridad). No pudo tolerar la existencia de un enemigo con vida; por eso, llamó a una guerra a muerte a este demonio llamado Oscuridad. Fue a todos los lugares donde se escondía la Oscuridad; pero apenas lo encontraba, el demonio desaparecía, de manera que nunca pudo enfrentarse a él. ¡Finalmente, concluyó que esa oscuridad era inexistente y que era sólo una creación de la imaginación de Sus adoradores! Ante el esplendor de la Inmortalidad, la oscuridad de la mortalidad también huiría precipitadamente.

El residente en el cuerpo no tiene nacimiento y, por consiguiente, no tiene muerte. Pero el hombre está abrazando la falsedad de que es el cuerpo, y por esto está sujeto a la muerte y al nacimiento. Una copa de plata puede ser transformada por el herrero en un plato o, más adelante, en una caja de paan (hojas de betel para masticar); pero aunque el nombre, la forma y la función cambien, la plata siempre está ahí, en los tres, inmutable en su sustancia a pesar de los nacimientos en plato y caja y las muertes como copa y plato. Cuando un hombre está parado en la orilla de una extensión de agua, su sombra aparece en el agua. La gente dice que es él, pero el Vedhaanantha (filosofía védica) dice que no lo es. Cuando la sombra es golpeada con un palo, no es lastimada; por eso, no es él; pero, cuando alguien dice que está mal formado, feo, etc., ¡se enoja! Así, él lo es. La sombra es tanto él como no él. No es verdadera ni falsa, es real-irreal, es mithya (únicamente mítica).

El ojo es distinto de los objetos que ve; el ojo es un instrumento utilizado por el Yo, el cual es un rayo del Esplendor del Atma (Alma). Los sentidos son espejos y, cuando la luz del rayo cae sobre ellos, las cosas y objetos se reflejan ahí. El Atma brilla y todos los órganos interiores de percepción se despiertan a su deber de reunir conocimiento y revelar la Bienaventuranza.

Es el deber de ellos funcionar según su naturaleza; el resultado es no apuntar a algo. Eso viene a continuación, cuando el deber es desempeñado eficientemente, según lo mejor de la habilidad y Voluntad de uno. Un cuchillo corta verduras, pero no las come.

Corta una fruta, pero no se tienta a saborear su dulzura.

Imaginemos una copa, llena de jugo de frutas. La copa no es consciente de la dulzura del jugo. Se utiliza un sorbete para sorber el jugo, el jugo llena todo el largo del sorbete; pero, no obstante, el sorbete es un desconocido para el sabor; la lengua tiene el jugo sobre ella; pero no tiene el conocimiento de su valor calórico o de sus componentes; sólo puede juzgar su sabor; para otros propósitos envía el jugo al estómago. El estómago discrimina y distribuye lo esencial del jugo a cada parte del cuerpo, cada nervio y célula, y contribuye a su eficacia y fuerza. La copa es el cuerpo del hombre; tiene en él al Divinamente dulce principio del Atma. Los órganos de los sentidos son los sorbetes; el intelecto es la lengua; el principio del ego es el estómago; éste convierte la dulzura en espíritu y confiere bienaventuranza, paz y luz.

Prashanti Nilayam, 25/10/1974